No pude preguntarle nada a Dee sobre su otro hermano en clase de Inglés porque llegué tarde. Además, estaba demasiado dolida para hablar del tema. No podía creer que tuviera otro hermano y que nunca me hubiera hablado de él. Ni de sus padres, de sus novios o de lo que hacen en sus días libres.
Que hubiera desaparecido o pudiera estar muerto me hacía sufrir por ellos, aunque no me hubieran explicado nada. Sabía perfectamente lo que era perder a alguien. Además, era muy raro que dos familias que no tenían nada que ver se mudaran al mismo pueblo remoto en cuestión de días; claro que Dee había dicho que los Thompson eran amigos de la familia… Quizá lo habían planificado así.
Después de la clase, Ash y otro chico rubio que habría podido pasar perfectamente por modelo abordaron a Dee. No me costó aventurar que se trataba de uno de los gemelos Thompson. Cuando al fin se marcharon, lo único que me dijo Dee es que nos viéramos a la hora de comer, antes de que tuviéramos que salir pitando a las siguientes clases.
Mi siguiente asignatura era Biología. Lesa estaba en mi clase, y eligió el pupitre de delante con una sonrisa.
—¿Qué tal va tu primer día? —Me reí.
—Bien; normalito. —Normalito con la excepción de todo lo que me había contado—. ¿Y el tuyo?
—Aburrido y muy largo —me contestó—. Tengo ganas de que se acabe el curso y de marcharme de aquí para vivir en un sitio normal.
—¿Qué quieres decir? —Me reí.
Lesa se echó hacia atrás y colocó los brazos sobre mi mesa.
—En este pueblo pasan cosas muy raras. Hay gente que se comporta de un modo extraño, por así decirlo.
Me vino a la cabeza la imagen de un pueblerino casado con su hermana, pero dudaba mucho que se refiriera a eso.
—Dee me dijo que había gente antipática y eso.
—Ya, seguro que te diría algo así.
Fruncí el ceño.
—¿Qué quieres decir?
Abrió mucho los ojos y negó con la cabeza.
—No lo digo como si fuera algo malo, sólo que algunas personas de por aquí no la ven a ella ni a los suyos con buenos ojos.
—¿A los suyos? —repetí despacio—. No sé que significa eso.
—Ni yo. —Lesa se encogió de hombros—. Como te decía, la gente de la zona es rara, como el pueblo. Hay quien dice que ve a hombres de negro (vestidos con traje, quiero decir, no los de la peli). Creo que son del Gobierno; yo misma los he visto. Y, bueno, también se dice que se ven otras cosas…
En ese momento recordé al tipo raro que había visto al ir a comprar.
—¿Qué tipo de cosas?
Lesa miró hacia la tarima, sonriente. El profesor todavía no había llegado. Se acercó más a mí y me habló en un susurro:
—Bueno, puede que esto te parezca una locura, pero quiero que te quede claro que yo no me creo estas paparruchas, ¿vale?
La cosa empezaba a ponerse interesante.
—Vale.
Los ojos oscuros le brillaron un instante.
—Hay gente de la zona que dice que ha visto… unas luces cerca de Seneca Rocks. Dicen que tienen forma… humana; algunos creen que son fantasmas o alienígenas.
—¿Alienígenas? —Se me escapó la risa y atraje algunas miradas.
—En serio, tía —repitió con una sonrisa—. Yo no me lo creo, pero de vez en cuando viene algún que otro friki en busca de pruebas; no te tomo el pelo. Esto es como lo de Point Pleasant.
—Nunca he oído hablar de ese sitio.
—¿Conoces la historia del hombre polilla? —Cuando vio mi cara de empanada, se le escapó la risa—. Bueno, es otra de esas historias descabelladas sobre una especie de libélula gigante que avisa a las personas antes de que se produzca una catástrofe. Hacia el norte, en Point Pleasant, hay quien dice que lo ha visto antes de que se derrumbara un puente y matara a un grupo de personas. Y algunos días antes de que eso pasara, dicen que vieron a hombres trajeados por la zona.
Abrí la boca para responder, pero justo entonces entró el profe. Al principio no le reconocí. Llevaba el pelo castaño apartado de la frente y el polo perfectamente planchado, a diferencia del día en que lo vi con tejanos y camiseta.
Matthew era el señor Garrison, mi profe de Biología. El mismo tipo que estaba en casa de Daemon después de nuestra excursión al lago.
Recogió algunos papeles de la mesa y levantó la vista para echarle un vistazo a la clase. Me vio y sentí que se me helaba la sangre.
—¿Te pasa algo? —me susurró Lesa.
El señor Garrison me sostuvo la mirada un instante más antes de apartarla. Respiré al fin.
—No —musité mientras tragaba saliva—; no te preocupes.
Me eché hacia atrás en la silla y miré al frente con la mirada perdida mientras el señor Garrison empezaba a dar la clase. Habló de los materiales que necesitábamos y de las sesiones de laboratorio en las que íbamos a participar. Una de las tareas, para mi desgracia, era hacer la autopsia de un animal. El concepto de despedazar a un animal, estuviera muerto o no, me daba escalofríos.
Aunque más escalofríos me daba el señor Garrison, eso desde luego. Durante la clase noté su mirada clavada en mí; era como si pudiera ver a través de mí. ¿Qué demonios estaba pensando?
La cafetería del instituto estaba cerca del gimnasio, y era un espacio rectangular y alargado que olía a comida recalentada y a desinfectante. Puaj. La sala estaba llena de mesas blancas; casi todas estaban ocupadas cuando llegué. Me puse en la fila y vi a Carissa.
La chica se volvió y me sonrió al reconocerme.
—Hoy hay espaguetis. Bueno, lo que entienden en la cafetería por espaguetis.
Hice una mueca y me serví algunos en la bandeja.
—No tienen tan mala pinta…
—Comparados con el pastel de carne, no. —Se sirvió unos noodles y un poco de ensalada. Después eligió la bebida—. Lo sé, lo sé: el batido de chocolate y los noodles no pegan ni con cola.
—La verdad es que no. —Me reí mientras cogía una botella de agua—. ¿Está permitido comer fuera del recinto?
—No, pero si salimos nadie nos dice nada. —Carissa le dio algunos dólares a la cocinera antes de volverse hacia mí.
—¿Te sientas con alguien?
Mientras sacaba el dinero para pagar la comida, hice que sí con la cabeza.
—Sí, con Dee, ¿y tú?
—¿Qué? —exclamó.
Levanté la vista. Carissa me miraba boquiabierta.
—Que me siento con Dee; seguro que tú también…
—No, no puedo sentarme con ella. —Carissa me agarró por el brazo y me sacó de la cola.
Arqueé una ceja.
—¿Por qué no? ¿Tienen la lepra o no?
Se subió las gafas mientras ponía los ojos en blanco.
—No; son majos, pero la última chica que se sentó con ellos desapareció de la faz de la Tierra.
Se me hizo un nudo en el estómago y dejé escapar una risa nerviosa.
—Estás de broma, ¿no?
—No —respondió muy seria—. Desapareció casi a la vez que su hermano.
No daba crédito. ¿Qué más iba a descubrir ese día? ¿Qué el Ratoncito Pérez existía de verdad? Lo de los alienígenas, el hombre polilla y los hombres de negro era ya demasiado…
Carissa echó un vistazo a una de las mesas. Allí estaban sentados sus amigos y había algunas sillas libres.
—Se llamaba Bethany Williams. La cambiaron a este instituto a mitad de su segundo año, un poco después de que llegaran ellos. —Hizo un gesto con la cabeza hacia la parte de atrás de la cafetería—. Empezó a salir con Dawson, y los dos desaparecieron al inicio de su tercer año de instituto.
¿De qué me sonaba aquel nombre? Qué más me daba; cada vez sabía menos cosas de Dee…
—En fin. Oye, ¿quieres sentarte con nosotros? —me preguntó Carissa.
Negué con la cabeza, sintiéndome mal de inmediato por rechazar su oferta.
—Le prometí a Dee que hoy me sentaría con ella.
Carissa se dio por vencida y me dedicó una sonrisa frágil.
—¿Quizás mañana?
—Sí. —Sonreí—. Mañana seguro.
Me puse bien la mochila y llevé la bandeja hacia la parte de atrás de la cafetería. Enseguida vi a Dee: hablaba con uno de los hermanos Thompson mientras jugueteaba con un mechón de aquel pelo oscuro tan bonito que tenía. Delante del chico rubio que habría podido ser modelo había otro chico, que quedaba de espaldas a mí. Estaba medio sentado en la mesa. Me pregunté cual de los dos sería el medio noviete que tenía… Apenas quedaba un hueco libre en la mesa… salvo dos espacios. Todos eran chicos, a excepción de Dee.
Y entonces vi la melena rubia ultrasedosa de Ash detrás del chico que estaba sentado casi a horcajadas en la mesa. Era raro, pero se la veía más que a los otros. Segundos después supe por qué.
Estaba sentada encima de Daemon. La chica le había pasado los brazos alrededor del cuello y aprovechaba para frotarse contra él y sonreír por algo que había dicho.
¿Estaba flipando o ese tío había intentado darme un beso en el porche? Estaba seguro de que no me lo había imaginado… Daemon era lo peor.
—¡Katy! —exclamó Dee.
Todos los que estaban sentados levantaron la vista para mirarme. Incluso el gemelo que estaba de espaldas se dio la vuelta. Vi la sorpresa reflejada en sus ojos celestes. El otro gemelo se echó hacia atrás en la silla y cruzó los brazos. El desdén que se reflejaba en su rostro me impactó bastante.
—Siéntate con nosotros —dijo Dee, dándole un golpecito a la mesa—. Estábamos hablando de…
—Un momento —repuso Ash. Una mueca de disgusto se reflejó en sus labios, perfectamente pintados de rojo—. Lo de invitarla a que se siente con nosotros es una broma, ¿no?
Otra vez sentí un nudo en el estómago. No me salían las palabras.
—Cállate, Ash —la reprendió el gemelo que acababa de darse la vuelta—. Qué ganas de montar el numerito.
—No estoy montando ningún numerito. —Se abrazó con más fuerza a Daemon—. No tiene porque sentarse con nosotros.
Dee suspiró.
—Ash, no seas bruja. No quiere robarte a Daemon.
Sentí que me ponía como un tomate con lo incómodo de la situación. Ash desprendía tal odio que lo sentía llegar hacia mí en oleadas.
—Eso no es lo que me preocupa —se burló Ash mientras me miraba con desprecio—. De verdad.
Cuanto más tiempo pasaba allí, más estúpida me sentía. Miraba a Dee y después a Daemon, pero este miraba por encima del hombro de Ash a algún lugar indefinido, con la mandíbula apretada.
—Siéntate y no le hagas caso —dijo Dee, empujándome hacia delante—. Ya se le pasará.
Empecé a poner la bandeja en la mesa.
Daemon susurró algo y Ash le dio un golpecito coqueto en el brazo. Nada disimulado, por cierto. Le rozó el cuello con la mejilla y aquel sentimiento oscuro y no deseado reaccionó en mi interior.
Aparté los ojos de la parejita y me concentré en mirar a Dee.
—No sé si es buena idea.
—No lo es —me espetó Ash.
—Cállate —exclamó Dee antes de decirme con tono dulce—: Perdóname por relacionarme con zorras como esta.
Casi sonreí, pero la quemazón que sentía en el pecho empezaba a llegarme a la garganta y me recorría la espalda.
—¿Seguro? —me oí decir a mí misma.
Daemon apartó la cabeza del cuello de Ash el tiempo suficiente para mirarme largo rato de un modo raro.
—Creo que está bastante claro si queremos que te quedes o no.
—Daemon —le dijo entre dientes Dee, ruborizada. Se volvió hacia mí con lágrimas en los ojos—. No lo dice en serio…
—¿Lo dices en serio o no, Daemon? —preguntó Ash desde el regazo de Daemon, ladeando la cabeza para mirarle.
Antes de que nuestras miradas se encontraran, el corazón ya me iba a mil. Sus ojos parecían resguardase de los míos.
—Lo digo totalmente en serio. —Se inclinó sobre la mesa y me miró a través de las espesas pestañas—. No te queremos aquí.
De volvió a hablar, pero yo ya no oía nada. Sentí que la cara me ardía. La gente empezaba a mirarnos. Uno de los Thompson sonrió estúpidamente mientras el otro parecía querer que lo tragara la tierra. El resto de los chicos que estaban sentados a la mesa tenían la vista clavada en sus platos. Uno de ellos soltó una risita.
Nunca me había humillado tanto en toda la vida.
Daemon se volvió y se puso a mirar otra vez por encima del hombro de Ashley.
—Venga, pírate —me dijo Ashley gesticulando con sus finos y largos dedos.
Aquellas caras que me miraban con una mezcla de pena y de vergüenza ajena me hicieron revivir lo sucedido tres años atrás, el primer día que regresé al colegio después de la muerte de mi padre. Me puse a llorar en clase de Inglés, cuando supe que íbamos a leer Historia de dos ciudades, el libro favorito de mi padre. Todo el mundo se me había quedado mirando. Algunos, con tristeza, y otros, sintiendo vergüenza ajena.
Rememoré también las miradas de los policías y los enfermeros en el hospital, la noche en que me atacaron, recordándome mi indefensión.
Odiaba aquellas miradas.
Y las odiaba en aquel momento. Lo que hice no tiene justificación posible, excepto que necesitaba…
Agarré con fuerza los extremos de la bandeja, me incliné sobre la mesa y volqué su contenido en la cabeza de Daemon y de Ash, que se llenaron de salsa y de espaguetis. Casi todo el pringue rojo fue a parar encima de Ash, y los fideos en el hombro de Daemon. Un espagueti largo se le quedó colgado en la oreja.
Se oyó un grito ahogado en las mesas.
De se llevó la mano a la boca, sorprendida y casi incapaz de contener la risa.
Ash se puso de pie de un brinco, chillando y extendiendo las manos a los lados del cuerpo. Teniendo en cuenta lo horrorizada que estaba la chica, parecía que aquel líquido rojo que acababa de tirarle por encima fuera sangre…
—Serás… —masculló enfadadísima mientras se pasaba la palma de la mano por la mejilla manchada de salsa.
Daemon se quitó el espagueti de la oreja y los inspeccionó antes de dejarlo sobre la mesa. Acto seguido hizo algo rarísimo.
Se echó a reír.
Se puso a reír de verdad, con tantas ganas que sus ojos de color menta se contagiaron del buen humor y brillaron como los de su hermana.
Ash apretó los puños con fuerza.
—Voy a acabar contigo.
Daemon se puso en pie de un brinco y rodeó a la chica por la cintura. Se le pasó el buen humor de repente.
—Tranquilízate —le dijo con suavidad—. Te lo digo en serio: cálmate.
Ash quiso apartarse de Daemon pero no llegó muy lejos.
—Te juro por las estrellas y por los soles que acabaré contigo.
—¿Y eso qué quiere decir? ¿No será que ves demasiados dibujos animados, bonita? —Esa lagarta lo tenía claro si quería meterse conmigo. Comprobé el peso de la tablilla y pensé seriamente en pegarle a alguien por primera vez en la vida.
Tuve la impresión de que, por un instante, los ojos se le volvían de un color ámbar brillante. Justo entonces hizo acto de presencia el señor Garrison. Se quedó plantado junto a la mesa.
—Creo que ya es suficiente.
Y así, en un abrir y cerrar de ojos, Ash se sentó sin discutir. Se calmó un poco, me miró y agarró un puñado de servilletas de la mesa.
Daemon se quitó con parsimonia y sin abrir la boca los espaguetis que se le habían quedado pegados en el hombro. Pensaba que en cualquier momento explotaría y me diría cuatro cosas, pero, igual que su hermana, parecía que estaba intentando contener la risa.
—Creo que será mejor que se vaya a comer a otra parte —me dijo el señor Garrison en voz baja para que solo me oyeran los presentes en la mesa—. Ahora mismo.
Sorprendida, cogí mi mochila y me quedé esperando que me dijera que tenía que ir a ver al director o esperar a que vinieran más profesores. Pero no fue así. El señor Garrison se limitó a mirarme y esperar. Entonces me di cuenta. Como los demás quería que me marchara de allí.
Asentí mecánicamente, me di la vuelta y salí de la cafetería. Noté unas cuantas miradas clavadas en mi espalda, pero supe guardar la compostura. No hice nada cuando Dee me llamó ni cuando pasé por delante de Lesa y de Carissa, que se habían quedado alucinadas.
No pensaba venirme abajo. Aquello no iba a pasarme otra vez. Estaba hasta del rollo raro de Daemon y de que se metieran conmigo. Yo no había hecho nada.
Estaba hasta de ser la Katy indefensa de siempre.