Capítulo 8

Me desperté con un extraño sabor metálico en la boca. La lluvia repiqueteaba con fuerza contra el tejado y a lo lejos se oía el retumbar de los truenos. En algún lugar cercano cayó un rayo y el aire se llenó de electricidad. ¿Cuándo había comenzado a llover? Hasta donde alcanzaba a recordar, el cielo estaba muy azul y despejado.

Respiré con dificultad, aturdida.

Tenía el hombro apoyado contra algo duro y que desprendía calor. Volví la cabeza y sentí que aquel objeto se movía rápidamente hacia arriba para después descender despacio. Tardé unos segundos en darme cuenta de que mi mejilla descansaba sobre el pecho de Daemon. Estábamos sentados en el columpio del porche, y él me rodeaba la cintura para sujetarme.

No me atrevía a moverme.

Cada milímetro de mi cuerpo sentía su presencia. Notaba cómo su muslo se acoplaba a la perfección al mío o cómo su estómago se movía acompasadamente bajo la palma de mi mano. Sentía el calor de su brazo, con el que me rodeaba la cintura, y el reconfortante movimiento circular de su dedo pulgar contra el dobladillo de mi camiseta, que se subía unos milímetros con cada círculo que trazaba. Al final, ya no quedó camiseta, sino piel, que acariciaba. Su piel entró en contacto con la mía. Sentí escalofríos. La temperatura subía por momentos. Era una sensación desconocida.

De repente, dejó de mover la mano.

Levanté la cabeza y me encontré con un par de increíbles ojos verdes.

—¿Qué…? ¿Qué ha pasado?

—Has perdido el conocimiento —me dijo mientras me quitaba el brazo de la cintura.

—¿De verdad? —Me aparté para ganar un poco de espacio mientras intentaba arreglarme el pelo enmarañado. Todavía tenía aquel sabor metálico en el paladar.

Asintió.

—Supongo que el oso te asustó. Tuve que cargar contigo a la vuelta.

—¿Durante todo el camino? —Dios; mira que perderme ese momento…—. ¿Qué pasó con el oso?

—Se asustó por la tormenta. Me parece que por los rayos. —Me miró frunciendo el ceño—. ¿Cómo estás?

De repente, un haz de luz nos cegó. Instantes más tarde, el sonido del trueno se impulsó sobre el de la lluvia. El rostro de Daemon se perdía entre las sombras.

Negué con la cabeza.

—¿El oso se asustó por una tormenta?

—Eso parece.

—Pues que suerte hemos tenido —susurré antes de mirar hacia abajo. Tanto Daemon como yo estábamos empapados. La lluvia se volvía cada vez más intensa y hacía imposible ver nada unos metros más allá del porche. Parecía que estuviéramos en nuestro propio mundo—. Aquí llueve como en Florida. —No sabía que decir. Tenía un cortocircuito en el cerebro.

Daemon golpeó suavemente su rodilla contra la mía.

—Creo que estás condenada a estar conmigo un rato más.

—Seguro que parezco un gato remojado.

—Estás bien. La lluvia te favorece.

Fruncí el ceño.

—Ya me estás mintiendo otra vez.

Sentí que su cuerpo se movía junto al mío y, sin mediar palabra, me rozó la barbilla con los dedos y me atrajo hacia él. En sus labios se dibujó una sonrisa torcida.

—No te miento; te lo digo en serio.

Deseé tener algo inteligente que decir o ser capaz de coquetear con él, pero aquella mirada intensa impedía que pudiera razonar con claridad.

Vi reflejada la confusión en sus ojos a medida que se inclinaba más y más hacia mí y separaba los labios.

—Creo que ya lo entiendo.

—¿Entender el qué? —pregunté en un susurro.

—Me gusta ver cómo te sonrojas. —Su pulgar me acariciaba la mejilla y su voz era apenas un murmullo.

Bajó la cabeza y apoyó su frente contra la mía. Nos quedamos un rato sentado así, atrapados por algo que antes no estaba presente. Creo que dejé de respirar. El corazón se me aceleraba y se me paraba a la vez. Mi cuerpo estaba expectante y luchaba por no desbordarse en cualquier momento.

Pero si ni siquiera me gustaba. Ni yo a él. ¡Qué locura! Pero estaba sucediendo…

Otro relámpago lo inundó todo con su luz; esta vez estaba mucho más cerca. El trueno que lo siguió ni siquiera nos sorprendió. Estábamos en nuestro propio mundo. La sonrisa le desapareció del rostro; sus ojos estaban confundidos y desesperados, pero seguían buscando los míos.

El tiempo se había detenido y cada segundo era una eternidad en la que la tortura no tenía fin. Yo esperaba deseando mostrarle lo que fuera que estuviera buscando mientras los ojos se le volvían de un verde más profundo. La tensión se le reflejaba en el rostro, como si estuviera librando una batalla en su interior. Había algo en aquello ojos que me desconcertaba.

Supe en que momento lo decidió. Respiró hondo y cerró sus hermosos ojos. Sentí su respiración contra la mejilla, aproximándose hacia mis labios. Sabía que debía apartarme. Aquel chico no iba a traerme nada bueno… pero no podía respirar. Nuestros labios estaban tan cerca que quería aproximarme para que se encontrasen a medio camino. Quería saber si eran tan suaves como parecían…

—¡Hola, chicos! —exclamó Dee.

Daemon se echó hacia atrás rápidamente, dejando un buen trecho entre nosotros, para que pasara el aire.

Respiré hondo mientras la sorpresa y la decepción se hacía un hueco en mi estómago. Todavía sentía un hormigueo por todo el cuerpo, como si me hubiera faltado el oxígeno. Nos habíamos perdido el uno en el otro y no nos habíamos dado cuenta de que había dejado de llover.

Dee subió alegre las escaleras. La sonrisa se le fue desdibujando a medida que nos miraba: primero a su hermano y después a mí. Entrecerró los ojos. Yo sabía que estaba roja como un tomate, por lo que debía de haberse dado cuenta de que estaba interrumpiendo algo. Pero se limitó a mirar a su hermano, confusa. Puso los labios en forma de «o».

Daemon le dedicó la misma sonrisa torcida que me hacía pensar que estaba riéndose por dentro.

—Hola, hermanita. ¿Qué tal?

—Bien —respondió achinando los ojos—. ¿Qué estabais haciendo?

—Nada —añadió mientras se levantaba del columpio de un salto. Me miró por encima de del hombro—. Haciendo méritos.

Aquellas palabras rompieron el oasis de calma. Daemon salió del porche en dirección a su casa. Me quedé mirando a Dee mientras pensaba en salir detrás de él y darle un buen patadón.

—¿Era parte de vuestro trato para recuperar las llaves que casi me besara? —Mi voz sonaba muy tensa. Sentía un agudo dolor en la piel.

—No, no. De ninguna manera. —Pestañeó—. ¿Ha estado a punto de besarte? ¡Vaya!

Las mejillas me ardían.

—Bueno, no lo sé.

—Joder —murmuró, sorprendida—. Qué sorpresa…

Y qué situación más rara. No quería ni pensar en lo que podría haber pasado si Dee no hubiera aparecido… Y mucho menos estando ella sentada junto a mí.

—Esto… ¿Has estado de visita familiar?

—Sí, he tenido que ir antes de que empezaran las clases. Perdona que te dijera nada, fue una decisión de última hora. —Dee se quedó en silencio—. ¿Qué hacíais tú y Daemon antes de… lo de casi daros un beso?

—Fuimos a caminar; nada más.

—Qué raro —comentó mientras me observaba—. Tuve que quitarle las llaves, pero ya las había recuperado.

Mi cara era un poema.

—Por cierto, vaya manera de liarla. No hay nada como amenazar a un chico para que salga contigo para tener la autoestima por las nubes…

—¡No, no! ¡Esa no era mi intención! Pensé que tenía que… motivarlo para que fuera más amable.

—Debe de tenerle mucho cariño a su coche —musité.

—Pues… sí. ¿Habéis pasado mucho tiempo juntos desde que me marché?

—No, no mucho. Fuimos un día al lago y hoy hemos ido a pasear. Nada más.

Me miró con curiosidad antes de sonreír.

—¿Lo habéis pasado bien?

Sin saber que contestar, me encogí de hombros.

—Sí; la verdad es que ha estado bien… Quiero decir que tiene sus ratos, pero, vaya, que mal no ha estado. —Eso olvidándonos del hecho de que Dee lo había obligado a pasar tiempo conmigo y de que casi me da un beso «para hacer méritos».

—Daemon es majo cuando quiere. —Dee echó el columpio hacia atrás, apoyando un pie en el suelo para impulsarse—. ¿Adónde habéis ido a pasear?

—Hemos estado en uno de esos senderos. Estábamos charlando cuando apareció un oso.

—¿Qué? —Puso los ojos como platos—. ¡Madre mía! ¿Y qué pasó?

—Bueno… creo que me desmayé o algo así.

Dee me miró fijamente.

—¿Qué te desmayaste?

Me sonrojé.

—Sí. Daemon me llevó hasta el porche y luego… Bueno, ya sabes.

No apartaba la vista de mí, curiosa. Después negó con la cabeza y cambió de tema. Me preguntó si se había perdido algo durante su ausencia. Le conté las últimas novedades, pero tenía la cabeza en otra parte. Dee sugirió que viéramos una peli en su casa más tarde, y creo que le dije que sí.

Pasado un buen rato desde el incidente de Daemon, cuando ya me había puesto mis pantalones viejos de chándal de estar por casa, yo seguía confundida. Me había parecido un chico que hasta podía ser agradable cuando quería: la caminata había estado bien. Pero después se había convertido en el cretino de siempre. Acalorada y frustrada, me tumbé en la cama y me quedé mirando el techo.

El yeso tenía unas grietas minúsculas por las que desplacé la mirada mientras pensaba en aquel beso que no había llegado a serlo. Se me encogió el estómago al pensar en lo cerca que habían estado nuestros labios. Lo peor de todo era saber que yo había querido que me besara… Que te guste alguien y que sientas atracción por esa persona son dos cosas bien distintas.

—A ver si lo entiendo. —Dee frunció el ceño. Estaba sentada en la vieja mecedora, que necesitaba urgentemente un buen remiendo y una tapicería nueva—. ¿No sabes si quieres ir a la universidad?

Refunfuñé.

—Eres igual que mi madre.

—Ya, bueno, es que a estas alturas tendrías que saberlo. —Dee se quedó en silencio—. ¿No tenéis que solicitar plaza cuando empiezan las clases?

Dee y yo estábamos sentadas en la sala de estar de mi casa, hojeando revistas, cuando de repente, ¡oh, sorpresa!, mi madre había aparecido y nos había dejado una pila de folletos de universidades en la mesilla. Gracias, mamá, que sutil.

—¿Cómo que «tenéis»? Tú también tendrás que solicitarla, ¿no?

La chispa que brillaba en sus ojos apenas unos segundos antes se apagó.

—Ya, ya, pero estábamos hablando de ti.

Puse los ojos en blanco y me reí.

—Todavía no sé lo que quiero hacer, así que no veo la urgencia de tener que elegir universidad.

—Pero podrás ir a la universidad que quieras; las carreras son las mismas en cualquier parte: podrías ir a California, Nueva York, Colorado… ¡O al extranjero! Eso sería genial. Yo me iría a Inglaterra.

—Pues si te apetece ve, ¿no? —le sugerí.

Dee bajó la vista y se encogió de hombros.

—No puedo.

—¿Por qué no? —Estiré las piernas y las crucé. Económicamente parecía irles mejor que bien, a juzgar por la ropa y los coches que conducían. Le pregunté si trabajaba en algún sitio, y me dijo que tenía una asignación mensual que le permitía vivir cómodamente. El típico caso de unos padres que se sentían culpables por trabajar fuera y lo compensaban así… Una situación que, oye, puede que no esté nada mal.

Mamá nunca me ponía pegas para darme dinero si lo necesitaba, pero dudo que jamás me diera trescientos dólares al mes para que me los gastara en mis cosas o que me comprara un coche nuevo. Tenía que conformarme con el mío, aunque estuviera un poco cascadillo. Lo importante era que me llevara de un sitio a otro.

—Puedes ir a donde quieras, Dee.

Su sonrisa se volvió triste.

—Tal vez me quede aquí después de graduarme. Quizá me saque la carrera a distancia, por Internet.

Pensé que estaba gastándome una broma.

—¿Lo dices en serio?

—Sí, me temo que tengo que quedarme por aquí.

Me intrigaba que alguien tuviera que quedarse en este lugar por fuerza.

—¿Por qué?

Aquí tengo a mi familia —dijo en voz baja mientras levantaba la vista—. Oye, anoche tuve pesadillas por la peli que vimos ayer. Me da escalofríos pensar en fantasmas que te observan mientras duermes…

Aquel cambio de tema no me pasó inadvertido.

—Ya, la peli daba bastante miedo.

Dee hizo una mueca.

—Daemon hacía eso de pequeños, cuando yo dormía; se partía de risa. —Se estremeció—. ¡Me ponía de los nervios! Aunque yo estuviera dormida como un tronco, notaba que me estaba mirando y me despertaba. Se reía como un poseso.

Sonreí al imaginar a Daemon de pequeño, molestando a su hermana gemela. Pero muy pronto aquella imagen fue remplazada por la del Daemon actual. Suspiré de puro fastidio y cerré la revista.

No había vuelto a saber nada de él desde el incidente del porche, pero sólo estábamos a lunes. Pasar dos días sin verlo era normal. Tampoco es que yo quisiera verlo…

Levanté la vista y vi a Dee, que en ese momento abría la revista por la última página. Siempre hacía lo mismo: primero consultaba el horóscopo. Se llevó la mano derecha a la barbilla y se dio unos toquecitos en los labios con una uña pintada de lila.

El dedo se volvió borroso, hasta casi desaparecer. El aire parecía emitir un murmullo alrededor de Dee.

Tuve que pestañear un par de veces. El dedo seguía allí. Genial: más alucinaciones. Solté la revista.

—Tengo que ir a la biblioteca; quiero leer algún libro nuevo.

—Podemos organizar una salida para ir a comprar algunos. —Dio un saltito en la silla de la emoción—. Quiero echarle un vistazo al libro que comentaste la semana anterior a que te mudaras aquí, el de los chicos con superpoderes.

Me alegró muco saber que había leído mi blog. No recordaba haberle dicho como se llamaba…

—Me encantaría, pero tenía pensado ir más tarde a la biblioteca: prefiero tomar libros prestados que comprarlos; por la pasta, ya sabes… ¿Quieres venir?

—¿De noche? —preguntó con los ojos muy abiertos—. Esta noche no puedo, pero mañana por la noche, si quieres, te acompaño.

—No pasa nada, no te preocupes. Es que hace ya un par de días que estoy dándole vueltas al tema pero lo he ido aparcando y necesito un poco de lectura agradable antes de que me toque leer lo que nos manden en clase…

Unos oscuros mechones de pelo se balancearon sobre su pícaro rostro al negar con la cabeza.

—Bueno, es que esta noche no puedo, pero me gustaría poder ir contigo. Si no tuviera planes te acompañaría.

—Tranquila, Dee, puedo ir yo sola. Y, si quieres, otro día nos vamos de compras. Más o menos ya me oriento por la zona, no creo que vaya a perderme. Solo hay cinco manzanas hasta la biblioteca. —Me quedé callada un instante antes de preguntarle por sus planes para la noche, en un intento de cambiar de tema.

Dee apretó los labios.

—Nada importante, esta noche vuelven al pueblo unos amigos.

Mi inocente pregunta había puesto en un aprieto a Dee, quien claramente no quería hablar del tema. Se movió nerviosa en la mecedora y se miró las uñas. Noté que la había incomodado, sin saber por qué. Me sentí un poco dolida y decepcionada por no formar parte de aquellos planes.

—Pues pasadlo muy bien —mentí. Bueno, no era una mentira de verdad, sólo una mentirijilla. No me enorgullece mi actitud, pero es lo que hay. Me sentía excluida y no podía evitar que me fastidiara.

Dee se movía en la mecedora mientras me observaba. Entrecerraba los ojos al mirarme, como el día del porche.

—Creo que deberías esperar a ir a la biblioteca hasta que yo pueda acompañarte. No hace mucho que desaparecieron un par de chicas.

Ir a la biblioteca no era precisamente lo mismo que ir a ver a un camello para que te diera droga, pero entonces recordé el cartel que había visto hacía unos días.

—Bueno, lo pensaré.

Dee se quedó en casa hasta poco antes de que mamá se marchara a trabajar. Al salir, permaneció quieta un momento en el porche.

—De verdad, si puedes esperar a mañana yo te acompaño.

Le dije que sí y me despedí de ella con un abrazo. Acababa de marcharse y ya la echaba de menos. La casa estaba demasiado tranquila sin ella.