Dee me llamó aquella noche, y, aunque quería contarle que el rato que pasé con Daemon no fue para echar cohetes, le mentí. Le dije que lo habíamos pasado genial. Así que se ganó las llaves con creces. Si no hubiera mentido, quizá los habría obligado a sacarme otra vez.
Se puso tan contenta que casi tuve remordimientos.
La semana siguiente transcurrió muy despacio. Tuve tiempo de sobra para darle vueltas una y otra vez al hecho de que sólo quedaba una semana y media para que empezaran las clases. Dee todavía no había vuelto de su visita familiar o de lo que fuera que estuviera haciendo. Como estaba más sola que la una y aburrida a más no poder, Internet y yo recuperamos el tiempo perdido.
El sábado por la tarde Daemon se presentó en mi casa sin avisar. Allí estaba él, en la puerta de mi casa, con las manos en los bolsillos. Estaba de espaldas y tenía la cabeza echada hacia atrás, como si observara el cielo, sin rastro de nubes. Empezaban a aparecer las primeras estrellas, pero todavía quedaban un par de horas antes de que se pusiera el sol.
Sorprendida, salí al porche. Daemon volvió la cabeza tan rápido que pensé que le había dado un tirón.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté.
Orientó las cejas hacia abajo. Pasaron unos segundos hasta que hizo un gesto con el labio. Carraspeó.
—Me gusta contemplar el cielo. —Volvió a alzar la vista hacia arriba—. Es infinito…
Me sorprendió aquella reflexión profunda de Daemon.
—Por cierto, ¿va a salir algún pirado de tu casa en cualquier momento y va a decirme que no puedo hablar contigo? Es por saberlo.
—Ahora mismo no, puede que más tarde.
No sabía si tomármelo en serio o no.
—Bueno, pues intentaré no estar por aquí «más tarde».
—Ya. ¿Estás liada ahora?
—Bueno, estaba con mi blog; pero no, no hacía nada especial.
—¿Tienes un blog? —Se apoyó contra el poste y me miró con expresión burlona.
No me gustó el retintín de la pregunta. Ni que fuera pecado tener un blog…
—¿Cómo se llama?
—No es asunto tuyo —le respondí con una sonrisa cándida.
—Un nombre muy interesante. —Respondió a mi gesto con una sonrisa—. ¿Y de qué va? ¿De ganchillo? ¿De puzles? ¿De la soledad?
—Ja, ja. Que graciosillo. —Suspiré—. Escribo reseñas de libros.
—¿Y te pagan?
Solté una carcajada.
—Pues no. Ni un céntimo.
Daemon parecía confundido.
—¿Escribes sobre libros y no te pagan si alguien compra un libro del que has hecho una reseña?
—No lo hago para ganar dinero. —Aunque eso podría estar bien, la verdad. En ese momento recordé que tenía que sacarme el carné de la biblioteca—. Lo hago porque me gusta. Me encanta leer y hablar sobre libros.
—¿Qué tipo de libros lees?
—De todo tipo. —Me apoyé en el poste que quedaba justo delante del suyo. Eché la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos. Los tenía clavados en mí—. Me gusta sobretodo el rollo paranormal y eso.
—¿Te van los vampiros y los hombres lobo?
¿Aquel chico nunca se cansaba de hacer preguntas?
—Sí.
—¿Y los fantasmas y los marcianos?
—Las historias de fantasmas sí me gustan, pero los marcianos y tal no acaban de apasionarme. E. T. me dejó bastante fría; creo que les pasa lo mismo a muchos lectores.
Arqueó una ceja.
—¿Y qué es lo que no te deja fría?
—Bueno, cosas que no sean seres extraterrestres de color verde —le contesté—. También me gustan las novelas gráficas y la historia.
—¿Te van las novelas gráficas? —Parecía no dar crédito a lo que acababa de oír—. ¿En serio?
Asentí con la cabeza.
—Pues sí, ¿qué pasa? ¿A las chicas no nos pueden gustar los cómics y las novelas gráficas o qué?
Se quedó mirándome largo rato antes de señalar hacia el bosque con la mandíbula.
—¿Te apetece ir de excursión?
—No se me dan demasiado bien las caminatas —le recordé.
Sonrió, pícaro. Qué gesto más sexy.
—No voy a llevarte hasta las rocas. Sólo es un paseo. Seguro que no te cansas.
—¿No te ha dicho Dee dónde escondió tus llaves? —pregunté, desconfiada.
—Sí me lo dijo.
—Entonces ¿por qué estás aquí?
Daemon suspiró.
—Por nada. Me apetecía pasar por aquí, pero si vas a preguntarme por todo lo que hago, entonces tranquila: no volveré a hacerlo.
Lo vi bajar los escalones. Qué tonta; me había estado aburriendo como una ostra y ahora que tenía plan… Puse los ojos en blanco y le llamé.
—Venga, vámonos.
—¿Seguro?
Asentí, aunque no las tenía todas conmigo.
—¿Por qué estamos yendo detrás de mi casa? —pregunté cuando vi que había tomado la iniciativa de ir a alguna parte—. Por allí se va a Seneca Rocks. Pensaba que casi todos los camino empezaban allí. —Señalé hacia la parte delantera de mi casa, hasta donde llegaban las sombras de aquellas monstruosas estructuras de piedra arenisca que lo dominaban todo.
—Sí, pero los senderos que comienzan aquí son más directos; se llega antes a las rocas —explicó—. La gente conoce las rutas más utilizadas; pero, como yo me he aburrido bastante por aquí, he localizado un par de senderos poco transitados.
Lo miré con cara de circunstancias.
—¿Cómo de poco transitados?
—Bueno, tampoco demasiado. —Se rió.
—O sea, que es una ruta fácil. Seguro que te aburrirás un montón.
—Cualquier oportunidad de salir a pasear es buena. Además, tampoco es que vayamos a ir hasta el cañón de Smoke Hola, que está bastante lejos… No te preocupes.
—Vale. Tú guías.
Nos paramos en casa de Daemon para coger un par de botellas de agua antes de emprender la ruta. Caminamos en silencio algunos minutos antes de que él decidiera intervenir.
—Confías muy rápido en la gente, gatita.
—No me llames más así. —Me costaba bastante seguirle el ritmo, por lo que me llevaba unos pasos de distancia.
Me miró por encima del hombro sin dejar de caminar.
—¿Nadie te ha llamado así antes?
Rodeé como pude un arbusto enorme y lleno de pinchos.
—Sí me han llamado así, pero tú lo dices de una manera que…
—¿Qué qué? —Arqueó las cejas.
—Que suena como un insulto. —Daemon había aflojado el paso, y ahora prácticamente caminaba a su lado—, o como si fuera algo sexual raro.
Volvió la cabeza, riendo a carcajada limpia. Sentí que los músculos se me tensaban.
—¿Por qué te ríes siempre de mí?
Negó con la cabeza y me sonrió.
—No sé, me haces gracia.
Le di una patadita a una piedra.
—Pues vale. Oye, ¿qué le pasaba al tipo aquel, a ese tal Matthew? Parecía que me odiara.
—No es que te odie, es que no confía en ti. —Apenas oí las últimas palabras.
Negué con la cabeza, aturdida.
—¿Qué no confía en mí? ¿Y qué tiene que confiarme, tu virtud?
Se le escapó otra carcajada y tardó unos momentos en poder contestar.
—Pues claro; no le gustan las chicas guapas que están coladitas por mí.
—¿Qué? —En ese momento tropecé con una raíz, pero Daemon se las apañó para agarrarme justo a tiempo para no caerme. Aquel breve contacto hizo que sintiera un intenso hormigueo a través de la ropa. Sus manos se demoraron apenas unos segundos en mi cintura antes de soltarme—. Estás de broma, ¿no?
—¿A qué te refieres? —preguntó.
—¡A todas!
—Venga ya. No me digas que no sabes que eres guapa. ¿No te lo ha dicho ningún chico antes?
No era la primera persona que me dedicaba un halago, pero supongo que antes no prestaba atención a esas cosas. Los chicos con los que había salido antes me habían dicho que era guapa, pero nunca pensé que esa podría ser una razón para que pudieras caerle mal a alguien. Me encogí de hombros y aparté la vista.
—Pues claro.
—O quizá… no seas consciente de ello…
Me encogí de hombros mientras ocupaba todas mis energías en escudriñar los troncos de los árboles. Quería cambiar de tema y negar la segunda parte de la frase. Mira que decir que estoy coladita por él, ¡qué creído!
—¿Sabes lo que creo? —dijo con tono dulce.
Seguíamos parados en aquel sendero, donde solo se oían los cantos de los pájaros. La suave brisa se llevó mis palabras.
—No.
—Siempre he creído que las personas que son hermosas de verdad, por dentro y por fuera, son aquellas que no son conscientes en el efecto que tienen en los demás. —Me buscaba con los ojos y, por un instante, nos quedamos el uno frente al otro, quietos—. Aquellas que ostentan su belleza la echan a perder. La hermosura es pasajera. Es un caparazón que oculta las sombras y el vacío que hay en el interior…
Hice lo peor que podría haber hecho en aquel momento: reírme.
—Lo siento, pero esto es lo más serio que te he escuchado decir desde que te conozco. ¿Se puede saber qué extraterrestre se ha llevado al Daemon que yo conozco? Si lo ves, ¿puedes decirle que se lo quede?
Me fulminó con la mirada.
—Estaba siendo sincero.
—Ya, pero es que ha sido muy… no sé. —Y de esta manera echaba por tierra lo más bonito que posiblemente me diría jamás.
Se encogió de hombros y se puso de nuevo en marcha.
—No iremos demasiado lejos —dijo transcurridos unos minutos—. Antes has dicho que te interesaba la historia, ¿no?
—Sí, ya sé que es un poco de empollona. —Sentí un gran alivio al cambiar de tema.
Le temblaron los labios.
—¿Sabías que por estas tierras viajaban los indios seneca?
Me estremecí.
—Dime por favor que no estamos pasando por encima de ninguna tumba…
—Bueno, seguro que alguna debe de haber por aquí. Se desplazaban por la zona, de modo que no sería improbable que algunos murieran en este mismo lugar y…
—Daemon, ahórrate esa parte, anda. —Le di un pequeño codazo.
Otra vez me estaba mirando de modo raro. Negó con la cabeza.
—Vale. Te contaré la historia pero dejaré los detalles sórdidos a un lado.
Una enorme rama cruzaba el sendero de lado a lado, y Daemon la sostuvo en alto para que yo pudiera pasar por debajo agachándome un poco. Con el hombro le rocé el pecho antes de que soltase la rama y volviera a ponerse delante de mí.
—¿Qué historia?
—Ya lo verás. Ahora, escúchame atentamente. Hace tiempo, en esta zona sólo había bosques y colinas; no era tan diferente de lo que conocemos ahora, a excepción de los pueblos y ciudades. —Mientras hablaba, apartaba las ramas bajas para que yo pudiera pasar con mayor facilidad—. Imagínatelo: era necesario caminar días, incluso semanas enteras, para dar con alguna persona…
Me estremecí.
—Qué soledad.
—Pero tienes que entender que así eran las cosas hace cientos de años. Los granjeros y las gentes de la montaña vivían a pocos kilómetros de distancia, pero era necesario recorrerlos a pie o a caballo; y no siempre era seguro.
—Me lo puedo imaginar —respondí en voz baja.
—La tribu india de los seneca viajaba por el este de Estados Unidos y, en algún momento, recorrieron este mismo sendero en dirección a Seneca Rocks. —Nuestras miradas se cruzaron—. ¿Sabías que esta misma senda que queda por detrás de tu casa lleva directamente a su base?
—No. Nunca pensé que Seneca Rocks pudiera estar tan cerca; parecen muy lejanas.
—Si siguieras este sendero un par de kilómetros más, llegarías hasta la base de las rocas. La senda se vuelve bastante rocosa; incluso los escaladores más experimentados prefieren no pasar por aquí. Seneca Rocks se extiende desde el condado de Grant hasta el de Pendleton. Su punto más alto es Spruce Knob y un grupo de peñascos cercanos a Seneca llamados Champe Rocks. Es difícil llegar hasta allí, especialmente porque hay que atravesar propiedades particulares, pero vale la pena si eres capaz de escalar casi trescientos metros —dijo pensativo.
—Parece divertido. —Para nada. No podía evitar ser sarcástica, de modo que le sonreí a modo de disculpa. No quería estropear el momento; creo que Daemon y yo no habíamos pasado tanto tiempo hablando sin que se metiera conmigo.
—Lo es si no tienes miedo a resbalarte. —Se rió al ver la cara que ponía—. Bueno, el caso es que el mineral que forma las Seneca Rocks es la cuarcita, que es en parte piedra arenisca. Por eso tienen ese tono rosado. Se cree que la cuarcita es cuarzo beta, y la gente que cree en… poderes fuera de lo normal o… sobrenaturales, como las tribus indias en su momento, cree que cualquier manifestación de cuarzo beta permite que la energía se almacene, se transforme e incluso se pueda manipular. Puede hacer que los apartaos eléctricos se desconecten y puede… esconder objetos.
—Ya… —Me miró muy serio, por lo que decidí no interrumpirle más.
—Tal vez el cuarzo beta sea lo que atrajo hasta aquí a la tribu seneca. Nadie sabe el por qué, ya que no eran originarios de Virginia Occidental. No se sabe cuanto tiempo vivieron, comerciaron o lucharon en estas tierras. —Se quedó en silencio unos instantes mientras escudriñaba el terreno, como si puediera ver todavía aquellas sombras del pasado—. Pero tienen una leyenda muy romántica.
—¿Ah, sí? —pregunté mientras me guiaba alrededor de un arroyuelo. Aquel peñasco de casi trescientos metros me parecía lo menos romántico del mundo.
—Dice la leyenda que hubo una hermosa princesa india, Snowbird, que les pidió a los siete guerreros más fieros de la tribu que le probaran su amor haciendo algo que sólo ella había sido capaz de hacer. Muchos querían estar con ella por su belleza y su rango. Pero ella quería tener a su lado a un igual.
»Cuando llegó el momento de elegir marido, puso a prueba a sus pretendientes para que solo el guerrero más valiente y entregado pudiera conseguir su mano. Les pidió que escalaran la roca más alta con ella —prosiguió Daemon con un tono dulce mientras aminoraba la marcha, de modo que acabamos andando el uno junto al otro por el estrecho sendero—. Todos iniciaron el recorrido pero, a medida que se complicaba, tres dieron media vuelta. Un cuarto acabó fatigado y el quinto no podía con su alma. Solo quedaban dos, y la hermosa Snowbird seguía a la cabeza. Finalmente llegó al punto más alto y se volvió para ver quién era el guerrero más fuerte y más valiente de toda la tribu. Solo quedaba uno, que estaba unos metros por debajo de ella y, justo cuando lo miró, este empezó a resbalarse.
Estaba absorta en el historia. Que siete hombres se pelearan y se arriesgaran a morir para conseguir la mano de alguien me parecía algo inimaginable…
—Snowbird dudó un segundo. Aquel valiente guerrero era el más fuerte de todos, pero no era su igual. Podía salvarlo o dejarlo morir. Era valiente, sí; pero todavía debía llegar al punto más alto de la roca, como había hecho ella.
—Pero ¡si iba justo detrás de ella! ¿Cómo pudo ser capaz de dejar que se cayera? —Había decidido que aquella historia no molaba nada si Snowbird no ayudaba al guerrero.
—¿Qué harías tú? —preguntó curioso.
—A ver, yo nunca voy a tener que pedirles a un grupo de tíos que hagan algo tan peligroso y absurdo, pero si me viera en esas (que sería algo rarísimo)…
—¿Kat? —me reprendió.
—Vale, vale. Bueno, pues lo salvaría, claro. No iba a dejar que la plamara.
—Pero no cumplió con su cometido.
—¿Y qué más da? —discutí—. Estaba justo detrás de ella, y además, ¿de que sirve la hermosura si permites que un hombre se despeñe y muera solo porque se resbalaba? ¿Cómo puedes ser capaz de amar o merecer se amada si dejas que eso suceda?
Asintió.
—Bueno, Snowbird pensó lo mismo que tú.
Aliviada, sonreí. Si no lo hubiera salvado, esta historia de amor habría sido un fraude total.
—Menos mal.
—Snowbird decidió que el guerrero sí era su igual, y tomó la decisión de salvarlo antes de que se cayera al vacío. El jefe de la tribu, al conocer el desenlace, se alegró mucho por la decisión que había tomado su hija. Aprobó el matrimonio y nombró al guerrero su sucesor.
—¿Por eso las rocas se llaman Seneca Rocks? ¿Por los indios y por Sanowbird?
Asintió.
—Es lo que cuenta la leyenda.
—A ver, la historia no está mal, pero lo de escalar cientos de metros para demostrar tu amor me parece un poco excesivo, la verdad.
Se rió entre dientes.
—En eso estoy de acuerdo contigo.
—Eso espero, o acabarás participando en carreras de coches para demostrar tu amor… —Ojalá me hubiera mordido la lengua. Espero que no pensara que iba por mí.
Me miró, serio.
—No creo que me vaya a pasar eso.
—¿Se llega por aquí al lugar desde el que escalaron los indios? —pregunté curiosa.
Negó con la cabeza.
—Puedes llegar hasta el cañón, pero la escalada que viene después ya es para profesionales. En tu caso, no te aconsejaría que te atrevieras…
Me reí.
—Sí, bueno, no te preocupes que vistas mis habilidades no lo intentaré. ¿Por qué vendrían aquí los indios? ¿Estarían buscando algo? —Rodeé un pedrusco enorme—. Que vinieran hasta aquí por un puñado de rocas es un poco raro, ¿no?
—Nunca se sabe. —Apretó los labios y se quedó callado un instante antes de volver a hablar—. Las personas suelen ver en las creencias del pasado algo primitivo y poco inteligente, aunque día tras día vemos más verdad en el pasado.
Le eché una ojeada para intentar descubrir si hablaba en serio. Parecía mucho más maduro que cualquier chico de nuestra edad…
—¿Por qué has dicho antes que eran tan importantes estas rocas?
Bajó la vista para mirarme.
—Es por el tipo de mineral… —De repente, vi la sorpresa en sus ojos—. Oye, gatita…
—¿Quieres dejar de llamarme…?
—No hables —me susurró mientras miraba fijamente a un punto que quedaba por encima de mi hombro. Me puso la mano en le brazo—. Prométeme que no vas a asustarte.
—¿Por qué iba a asustarme? —musité.
Me pilló desprevenida cuando me atrajo hacia él. Tuve que poner las manos sobre su pecho para no perder el equilibrio. Parecía que su piel tarareaba una canción bajo mis manos…
—¿Alguna vez has visto un oso?
El miedo me invadió y se apoderó de todo mi cuerpo, antes tranquilo.
—¿Qué? ¿Hay un oso…? —Me aparté y me di la vuelta.
Vaya si había un oso.
A menos de cinco metros de nosotros, un enorme osos de abundante pelaje negro olfateaba el aire con su alargado hocico. Las orejas se le movían al compás de nuestra respiración. No supe reaccionar, estaba atónita: jamás había visto un oso, y aquel animal era verdaderamente majestuoso. Los músculos se le movían bajo el pelaje y los ojos oscuros nos miraban intensamente mientras lo contemplábamos.
El animal se acercó más a nosotros. Los rayos del sol se colaban entre las ramas que quedaban por encima de él. Bajo la luz del sol, el pelaje se le había vuelto de un negro brillante.
—No corras —me susurró.
Como si fuera capaz de moverme en aquel momento… Estaba paralizada.
El oso emitió una especie de gruñido al ponerse de pie sobre sus patas traseras. Por lo menos medía un metro y medio. El siguiente sonido ya fue un gruñido en toda regla que me estremeció de los pies a la cabeza.
Aquello no pintaba nada bien.
Daemon empezó a gritar y a agitar las manos, pero el oso seguía imperturbable. El animal se puso a cuatro patas. Los hombros le temblaban.
Empezó a correr hacia nosotros.
Tuve que cerrar los ojos porque no podía respirar. Tenía miedo de tragarme la bola de pánico que se me había formado en la garganta. Qué mal acabar devorado por un oso. Oí que Daemon soltaba un exabrupto y, aunque yo tenía los ojos bien cerrados, a través de los párpados percibí un haz de luz cegador. Y, a continuación, un calor muy intenso que me echó el pelo hacia atrás. De nuevo la luz, esta vez seguida de una oscuridad que me engulló entera.