—¡Daemon!
Se me pasaron mil pensamientos por la cabeza. ¿Cuánto tiempo llevaba allí abajo? ¿Cuándo lo había visto por última vez? ¿Cuánto tardaría en conseguir ayuda? Daemon no me caía bien, y es verdad que había barajado la posibilidad de ahogarle, pero de ninguna manera quería que muriera.
—Dios mío —susurré—, esto no puede estar pasándome a mí.
La cabeza me iba a estallar. Tenía que hacer algo. Justo cuando di un paso para tirarme, la superficie se agitó y apareció Daemon. Sentí una sorpresa y un alivio indescriptibles, además de unas ganas terribles de vomitar. Y de darle un puñetazo después.
—¿Te encuentras bien? Pareces un poco asustada.
Aquello me sacó de mis casillas. Lo agarré por los hombros para asegurarme de que estaba vivo y calmar así el malestar que sentía en el estómago. Tal vez la falta de oxígeno le hubiera causado algún daño cerebral.
—¿Cómo te encuentras? ¿Qué te ha pasado? —Acto seguido, le di una buena bofetada. Con ganas—. ¡No vuelvas a hacerme algo así!
Daemon levantó las manos.
—¡Oye! ¿Se puede saber qué te pasa?
—¡Llevabas tanto tiempo debajo del agua que pensaba que te habías ahogado! ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué has querido asustarme? —Me puse de pie de un brinco, mientras respiraba hondo—. Has estado demasiado tiempo bajo el agua.
Frunció el ceño.
—No llevaba tanto tiempo bajo el agua. Estaba nadando.
¡No, Daemon! Llevabas mucho rato, ¡por lo menos diez minutos! Te he buscado, te he llamado… ¡Pensaba que habías muerto!
Daemon se puso de pie.
—No he estado diez minutos; eso es imposible. Nadie aguanta tanto tiempo sin respirar.
—Nadie menos tú —le respondí.
Daemon me buscó con los ojos.
—Estabas preocupada de verdad, ¿no?
—¡Cómo para no estarlo! ¿Qué parte de «pensaba que habías muerto» no has entendido?
—Katy, salí a la superficie. Supongo que no me has visto. Y luego volví a meterme.
Mentía. Lo sabía: mi cuerpo no me engañaba. ¿Era capaz de pasar tanto tiempo sin respirar? ¿Y por qué no quería admitirlo?
—¿Esto te pasa muy a menudo? —me preguntó.
Lo miré enfadada.
—¿El qué?
—Que te imagines cosas. —Agitó la mano—. O quizá te lías un poco con los segundos y los minutos.
—¡No me he imaginado nada! ¡Y sé distinguir perfectamente los segundos de los minutos, idiota!
—Pues entonces no sé que decirte. —Dio un paso adelante en la limitada superficie de la roca—. Desde luego, yo no he sido el que se ha imaginado que he pasado diez minutos bajo el agua, cuando no han pasado de dos. Creo que la próxima vez que vaya a la ciudad te compraré un reloj. Cuando haya recuperado mis llaves, claro.
Por alguna estúpida razón, se me había olvidado el motivo por el que estábamos allí. En algún momento intermedio entre la exhibición de sus abdominales y creer que estaba muerto supongo que se me fue la pinza.
—Bueno, pues no olvides decirle a Dee que lo pasamos de coña. Así seguro que recuperas tus estúpidas llaves —le dije mirándolo a los ojos—. De ese modo no tendremos que repetir más encuentros como este.
Otra vez se le dibujó en el rostro aquella sonrisa petulante.
—Eso tendrás que decírselo tú, gatita. Seguro que te llamará más tarde para preguntártelo.
—No te preocupes, recuperarás tus llaves. Por mi parte… —Resbalé y perdí el equilibrio, moviendo los brazos en el aire.
Daemon reaccionó rápido como el rayo. Me cogió de la mano y tiró de mí. Lo siguiente que recuerdo es estar apoyada contra su pecho mojado y tener la cintura rodeada por su brazo.
—Ten cuidado, gatita. Dee se enfadaría mucho conmigo si te abrieras la cabeza y te ahogaras.
Qué considerado. Seguro que Dee pensaría que su hermano lo había hecho a propósito. Quise contestarle pero no pude. Estábamos demasiado cerca, y apenas llevábamos nada puesto. La sangre me bombeaba a cien por hora por el cuerpo. Supongo que por los nervios de pensar que podía haberse ahogado…
Sentí una extraña tensión mientras nos mirábamos. La suave brisa acariciaba nuestros cuerpos húmedos en aquellos lugares en los que no se rozaban, en los que el calor era abrasador.
Ninguno habló.
El pecho le subía y le bajaba y el color verde de sus ojos ganaba en intensidad por minutos. Me recorría el cuerpo un sentimiento electrizante y muy intenso. ¿Quizá como respuesta a algo que sucedía en su cuerpo?
Que situación tan extraña, absurda e ilógica. Si él me odiaba…
Entonces Daemon me soltó la cintura y dio un paso atrás. Carraspeó y habló con un tono grave:
—Creo que tendríamos que regresar.
Asentí, decepcionada sin saber por qué. Por culpa de sus cambios de humor me sentía como en una de esas montañas rusas interminables. Pero aquel chico… tenía algo.
Nos secamos y nos vestimos sin mediar palabra. Regresamos a casa en silencio. Parecía que ninguno de los dos tenía nada que decir, cosa que era bastante agradable, la verdad. Daemon me gustaba más cuando estaba calladito.
Cuando llegamos al vado de delante de casa, soltó un exabrupto. Sentí que una corriente de frío ártico se interponía entre nosotros. Seguí su mirada: tenía la vista clavada en el coche que había aparcado delante de su casa. Era uno de esos Audi que cuesta un riñón. Mi madre habría tenido que trabajar años para poder pagarlo… Me pregunté si sería el de sus padres y si estaría a punto de empezar el Kat-mageddon parte 2.
Daemon tensó la mandíbula.
—Kat, yo…
Una puerta se abrió y se cerró con estruendo en el lateral de la casa. Un hombre que debía de tener apenas treinta años apareció en el porche. Tenía el pelo castaño claro; muy diferente de los mechones oscuros y ondulados de Dee y Daemon. Quienquiera que fuera, era guapo e iba bien vestido.
Y parecía enfadado.
El hombre bajó los escalones de dos en dos. No me miró ni una sola vez.
—¿Se puede saber qué pasa aquí?
—Nada. —Daemon se cruzó de brazos—. Me gustaría saber qué haces en casa, si mi hermana no está.
Vaya, pues familia no eran.
—He entrado sin preguntar —respondió—. ¿Algún problema?
—Ahora si que lo hay, Matthew.
Matthew. Recordaba ese nombre de la llamada telefónica que tenía que hacer Dee. Al fin, el hombre me miró. Tenía los ojos de un asombroso azul claro. Me miró de arriba abajo mientras torcía el labio. No me estaba pegando ningún repaso; yo diría que me estaba evaluando.
—Y yo que pensaba que tú eras el que tenía más sentido común de todos.
Vaya por Dios, ya empezamos con lo de siempre. ¿Tanta pinta de friki tengo? ¡Ni que llevara una bandera que lo anunciara! El aire se podía cortar con un cuchillo, y todo por mi culpa. Aquello no tenía sentido. ¡Si ni siquiera conocía a aquel tipo!
Daemon entrecerró los ojos.
—Matthew, si valoras tu capacidad de caminar, yo no seguiría por ahí.
Me aparté. Aquello ya era demasiado.
—Bueno, yo me voy.
—Creo que el que tiene que irse es Matthew —dijo Daemon, interponiéndose entre aquel hombre y yo—, a menos que haya venido a algo más que a meter las narices donde no le llaman.
Aunque tenía a Daemon delante vi perfectamente la mirada de repugnancia que me dedicó el hombre.
—Lo siento —dije con voz temblorosa—, pero no sé de qué va todo esto. Solo hemos ido a nadar, nada más.
Matthew miró a Daemon, que se puso tenso.
—No es lo que crees; confía en mí. Dee me escondió las llaves y me obligó a quedar con ella para recuperarlas.
Me puse roja como un tomate. ¿De verdad tenía que contarle a aquel tío que había quedado conmigo por obligación?
El hombre se rió.
—Así que esta es la amiguita de Dee.
—Pues sí —le respondí cruzándome de brazos.
—Pensaba que tenías la situación bajo control. —Hizo un gesto en dirección a mí que me hizo sentir como si fuera un psicópata homicida—. Que conseguirías que tu hermana recapacitara.
—Ya, bueno, ¿por qué no lo intentas tú? —le respondió Daemon—. No es tan fácil como parece.
La expresión de Matthew se volvió tensa.
—Los dos tendríais que ser más sensatos.
Me sobresaltó el retumbar de un trueno cuando se miraron fijamente a los ojos. En el cielo se dibujó un relámpago que me cegó un instante. Cuando la claridad remitió, se abrieron paso unos densos nubarrones oscuros. Sentía que la electricidad me rodeaba y chisporroteaba cerca de mi piel.
Y entonces Matthew se dio la vuelta, no sin antes dedicarme otra severa mirada, y entró en casa de Daemon. Cuando sonó el portazo, las nubes desaparecieron. Miré fijamente a Daemon, boquiabierta.
—¿Qué ha pasado? Yo…
Pero él ya había empezado a caminar hacia su casa. Cerró la puerta de un portazo, que retumbó como un disparo en un acantilado. Me quedé allí quieta, sin entender nada de lo que había sucedido. Miré hacia el cielo, totalmente despejado. No quedaba ni rastro de la violenta tormenta. Había visto tormentas así en Florida, miles de veces, pero lo que acababa de pasar me daba escalofríos. Volví a pensar en el lago. Tampoco comprendía lo que había sucedido allí, pero sabía que Daemon había pasado demasiado tiempo debajo del agua. Aquel chico no era normal.
Ninguno de ellos lo era.