Capítulo 5

Cuando los primeros rayos del sol se colaron a través de la ventana, me volví para ponerme de lado. Todavía estaba medio dormida.

Refunfuñé.

Hoy me tocaba quedar con Daemon. Y no había pegado ojo en toda la noche, porque no dejaba de soñar con un chico de increíbles ojos verdes y con la parte de arriba de un biquini que se aflojaba todo el rato. Cogí de la mesilla de noche la última novela sobre la que iba a escribir en el blog y me pasé toda la mañana ganduleando en la cama y leyendo. Quería pensar en cualquier cosa menos en la aventura que me esperaba.

Cuando el sol estaba ya en su punto más alto, dejé el libro, aparté las sábanas y me metí en la ducha.

Unos minutos más tarde estaba de pie envuelta en una toalla, pensando en que ponerme. Sentía pánico. Daemon tenía razón. La idea de estar medio desnuda cerca de él hacía que me entraran ganas de vomitar. No lo soportaba y seguramente fuera la primera persona a la que odiara en toda mi vida, pero… aquel chico era un dios. Quién sabía cómo eran las chicas a las que solía ver en biquini…

Aunque no pensaba tocarlo ni con un palo, era mayorcita y me daba cuenta de que una parte de mí quería que me deseara.

Solo tenía tres opciones de vestuario: la primera, un bañador de natación. Sencillo y aburrido. La segunda, un biquini con una braguita boxer, y la tercera, un biquini rojo.

Iba a sentirme incómoda aunque llevara puesta una tienda de campaña.

Lancé el bañador en el armario y me quede mirando los dos biquinis. Mi reflejo me devolvió la mirada: allí estaba yo, con un biquini en cada mano. El pelo me llegaba a la mitad de la espalda. Me daba miedo cortármelo. Mis ojos tienen un color gris anodino; no desprenden el magnetismo de los de Dee, ni son cautivadores como los de ella. Tengo los labios carnosos, pero no son tan expresivos como los de mi madre.

Me quede mirando el biquini rojo. Soy mucho más reservada y precavida de lo que mi madre ha sido en toda su vida. Desde luego, aquel biquini rojo de precavido no tenía nada. Era coqueto. Incluso sexy. Algo que yo, obviamente, no era; cosa que me molestaba. Yo era Katy, la reservada, la práctica; la aburrida. Por esa misma razón, a mi madre no le daba miedo dejarme sola todo el tiempo: yo nunca haría nada que le quitara el sueño.

El tipo de chica que era presa fácil de las intimidaciones y los abusos de Daemon. Seguro que pensaba que iba a aparecer con un bañador y que no iba a quitarme los pantalones cortos ni la camiseta porque me tomaría el pelo. ¿Qué fue lo que me dijo cuando me conoció? ¡Qué parecía una niña de trece años!

Sentí que la rabia me embargaba.

Que le den.

Quería ser atrevida y dejarme de soserías. Quizá lo que quería era impresionar a Daemon; que se diera cuenta de que se equivocaba conmigo. Sin pensármelo dos veces, tiré el biquini de braguita boxer a una esquina y puse el rojo sobre el escritorio.

La decisión estaba tomada.

Me puse el minúsculo conjunto en un tiempo récord, además de unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta de tirantes estampada de flores para tapar mi osadía. Busqué las zapatillas, cogí una toalla y bajé las escaleras.

Mi madre estaba en la cocina, haciendo tiempo, con una taza de café en la mano.

—Sí que te levantas tarde. ¿Has dormido bien? —me preguntó expectante.

A veces me preguntaba si mi madre era médium. Me encogí de hombros, pasé a su lado y cogí un vaso de zumo de naranja. Me afané demasiado en preparar la tostada mientras notaba que seguía mirándome.

—He estado leyendo.

—Katy… —me dijo tras un silencio que pareció una eternidad.

—¿Sí? —La mano me tembló un poco mientras le ponía mantequilla a la tostada.

—¿Te… te va todo bien por aquí? ¿Te gusta vivir aquí?

Asentí.

—Sí, está bien.

—Me alegro. —Suspiró hondo—. ¿Te hace ilusión lo de hoy?

Se me hizo un nudo en el estómago al mirarla. Una parte de mí deseaba estrangularla por haber ayudado a Daemon a que cayera en su trampa. Pero ella lo había hecho con buena intención. Yo sabía que le preocupaba haberme arrancado de todo lo que conocía y haber insistido para que viniéramos a vivir aquí.

—Supongo que sí —mentí.

—Creo que te lo pasarás muy bien —me dijo—. Pero ten cuidado.

La miré, adivinando sus pensamientos.

—Dudo mucho que vaya a meterme en líos yendo a nadar.

—¿Adónde vais a ir?

—No lo sé; no me lo ha dicho. Supongo que por aquí cerca.

Mi madre se fue hacia la puerta.

—Ya sabes a lo que me refiero. Es un chico muy guapo. —Y entonces me dedicó la mirada de «sé de lo que te hablo» antes de marcharse.

Suspiré aliviada y lavé la taza de café. No estaba mentalizada para que me diera otra charla sobre como papá puso una semilla en mamá… Y especialmente menos en aquel momento. La primera charla ya me había traumatizado bastante.

Me estremecí al recordarlo.

Estaba tan metida en el recuerdo de aquel momento que me sobresalté al oír que alguien llamaba a la puerta. El corazón me dio un vuelco al ver la hora.

Eran las 11.46.

Después de respirar hondo para tranquilizarme, fui a trompicones hacia la puerta. Alli estaba Daemon, con una toalla echada al hombro.

—He llegado antes de lo previsto.

—Ya lo veo —le respondí sin alterarme—. ¿Has cambiado de idea? Siempre puedes mentirle a Dee…

—No soy un mentiroso —añadió, arqueando una ceja.

Me quedé mirándolo.

—Dame un momento para que pueda coger mis cosas. —No esperé a que me respondiera y le cerré la puerta en las narices. Por muy infantil que parezca, para mí fue una pequeña victoria. Fui a la cocina a por mis zapatillas y el resto de las cosas antes de volver a abrir la puerta. Daemon seguía en el mismo sitio.

Sentí un extraño nerviosismo en la barriga al cerrar la puerta y seguir a Daemon por el camino.

—Bueno, ¿adónde vamos, si se puede saber?

—Si te lo digo pierde la gracia —me respondió—. No habría ningún factor sorpresa.

—Soy nueva en el pueblo, por si no lo sabías. Todo será una sorpresa.

—Pues entonces, ¿para qué preguntas? —me dijo, petulante.

Puse los ojos en blanco.

—¿No vamos en coche?

Daemon se rió.

—No. Vamos a un lugar al que no se llega con coche. No es demasiado conocido, mucha gente de la zona no sabe ni que existe.

—Ah, entonces soy especial.

—¿Sabes lo que creo, Kat?

Lo miré y vi que me estaba mirando con tal intensidad que me puse colorada.

—Creo que no quiero saberlo.

—Creo que sí eres especial para mi hermana. Me pregunto si al final tendrá razón.

Sonreí, burlona.

—Claro, pero hay muchas cosas que pueden ser «especiales», ¿no, Daemon?

Pareció sorprenderle que dijera su nombre. Un instante más tarde aquella intensidad había desaparecido. Me llevó carretera abajo, cruzando la carretera principal. Cuando llegamos al principio de la zona arbolada, no podía aguantarme de curiosidad.

—¿Me llevas al bosque para engañarme? —le pregunté medio en serio.

Me miró por encima del hombro. Las pestañas le ocultaba los ojos.

—¿Y qué te haría allí, gatita?

Me estremecí.

—Las posibilidades son infinitas.

—¿De verdad? —Se abría paso con facilidad entre la maleza que cubría el suelo del bosque.

Me estaba costando Dios y ayuda no partirme el cuello por culpa de la cantidad de raíces que quedaban a la vista y las que estaban medio ocultas por el musgo.

—¿Podemos fingir que fuimos a nadar?

—A mí tampoco me apetece nada hacer esto, créeme. —Saltó por encima del tronco de un árbol caído—. Aunque te quejes las cosas no serán más fáciles. —Se dio la vuelta y me ofreció la mano.

—Hablar contigo es una alegría. —Pensé por un instante en no hacerle caso, pero al final la acepté. Sentí que la electricidad pasaba de su piel a la mía. Me mordí el labio mientras me cogía de la mano para ayudarme a pasar por el árbol caído.

—Gracias.

Daemon apartó la vista y siguió caminando.

—¿Tienes ganas de que empiencen las clases?

¿Por qué me lo preguntaba? Seguro que le importaba una mierda.

—Bueno, ser la nueva no me hace mucha gracia. No me gusta ser el centro de atención.

—Ya lo veo.

—¿Ah, sí?

—Pues sí. Ya queda poco para llegar.

Quería preguntarle más, pero ¿para qué malgastar energía? Seguro que me respondería con alguna indirecta o me daría una respuesta vaga.

—¿Poco? ¿Cuánto rato llevamos caminando?

—Unos veinte minutos, quizás un poco más. Ya te he dicho que era un sitio que quedaba escondido.

Pasábamos por encima de otro árbol caído cuando por fin vi un claro más allá de los árboles.

—Bienvenida a nuestro pequeño paraíso. —En sus labios se dibujaba una sonrisa irónica.

No le hice caso y caminé hacia el claro. Aquello era increíble.

—¡Vaya! ¡Este sitio es precioso!

—Sí que los es. —Se quedó de pie junto a mí. Se puso la mano a modo de visera para protegerse los ojos de los rayos del sol, que se reflejaban sobre la lisa superficie del agua.

Por la rigidez de sus hombros, supe que aquel lugar era especial para él. Aquello hizo que sintiera un revoloteo en el estómago. Estiré el brazo y apoyé la mano en su brazo. Él se volvió para mirarme.

—Muchas gracias por traerme aquí.

Antes de que Daemon pudiera abrir la boca y arruinar aquel momento, aparté la mano y miré al infinito.

Un riachuelo, que acababa convirtiéndose en un pequeño lago natural, dividía en dos el claro. La dulce brisa dibujaba hondas sobre la superficie, en cuyo centro sobresalían unas rocas llanas y lisas. Curiosamente, el terreno formaba una circunferencia perfecta alrededor del agua. Los verdes retazos de hierba y las flores silvestres florecían felices bajo el sol. Era un remanso de paz.

Me acerqué a la orilla.

—¿Cubre mucho?

—Unos tres metros, menos al otro lado de las rocas, donde el agua alcanza los seis. —Otra vez lo tenía muy cerca; a mi espalda. Había vuelto a poner en práctica su truquito de moverse rápido y sin hacer ruido—. A Dee le encanta. Antes de que vinieras se pasaba los días aquí.

Para Daemon, mi llegada había sido el principio del fin. El apocalipsis. El Kat-mageddon.

—Oye, no tengo ninguna intención de meter a tu hermana en líos.

—Ya veremos.

—No soy una mala influencia —insistí. Todo sería mucho más sencillo si nos lleváramos bien—. No soy de ese tipo de persona.

Me rodeó sin apartar la vista de las aguas.

—No necesita tener una amiga como tú.

—Oye, que no soy ningún bicho raro —le espeté—. Mira, ¿sabes qué? Dejémoslo estar.

Suspiró.

—¿Por qué te gusta la jardinería?

Me quedé quieta y apreté con fuerza los puños.

—¿Qué?

—Que por qué te gusta la jardinería —repitió sin dejar de mirar al lago—. Dee me dijo que es porque así no piensas en nada más. ¿En que evitas pensar?

Aquello era muy raro. ¿Había llegado la hora de compartir experiencias y de preocuparse por el prójimo?

—No es asunto tuyo.

Daemon se encogió de hombros.

Entonces vámonos a nadar.

Nadar era lo último que me apetecía hacer con él. Ahogarle, quizá. Pero entonces se quitó las zapatillas y los vaqueros. Debajo llevaba un bañador. Con un gesto rápido se deshizo de la camiseta. «Madre mía». No era la primera vez que veía a un chico sin camiseta (antes vivía en Florida, donde los chicos tenían por norma pasearse medio desnudos); y, además, ya lo había visto antes así, por lo que no habría tenido que llamarme demasiado la atención…

Pero, Dios, que equivocada estaba.

Tenía una complexión espectacular. No era demasiado corpulento, pero sí tenía muchos más músculos de los que tenía cualquier chico de su edad. Los movimientos de Daemon en el agua era muy gráciles: flexionaba y estiraba los músculos con cada brazada.

No sabía cuánto tiempo llevaba mirándolo cuando finalmente se sumergió. Las mejillas me ardían. Al expirar me di cuenta de que había contenido la respiración. Necesitaba recuperar la compostura. O conseguir una cámara e inmortalizar ese momento: seguro que me pagarían un buen dinero por un vídeo de él. Seguro que me haría rica… Siempre que Daemon no abriera la boca, claro.

Emergió a varios metros de distancia del lugar en el que se había sumergido. Las gotas de agua le brillaban en el pelo y en las puntas de las pestañas. Llevaba el oscuro cabello echado hacia atrás, por lo que se veían todavía más aquellos ojos verdes que me daban escalofríos.

—¿No vas a meterte?

Al recordar el biquini rojo que había decidido ponerme, me entraron ganas de salir corriendo de allí. Mi confianza previa se había esfumado. Me quité las zapatillas despacio, fingiendo que estaba concentrada disfrutando del paisaje mientras mi corazón quería salirse del pecho.

Me miró, curioso.

—Eres muy tímida, ¿verdad, gatita?

Me quedé quieta.

—¿Por qué me llamas así?

—Porque te pones en guardia y el pelo se te eriza como si fueras una gata. —Daemon se estaba riendo de mí. Se adentró aún más en el lago. El agua le golpeaba el pecho—. ¿Qué, vas a meterte o no?

Madre mía, ¿es que no pensaba darse la vuelta? Además, me desafiaba con la mirada, como si estuviera esperando que me acobardara. Quizá eso era lo que quería. O lo que esperaba que sucediera. Ni por un momento dudé que supiera perfectamente la impresión que causaba en cualquier chica.

La aburrida de Katy que se habría metido en el lago vestida.

Pero yo no quería ser esa Katy. Precisamente eso era lo que quería conseguir poniéndome aquel biquini rojo. Quería demostrarle que a mí nadie me intimidaba a la primera de cambio. Estaba decidida: iba a ser yo quien ganara el primer asalto.

Daemon empezaba a aburrirse.

—Te doy un minuto más para que te metas.

Me aguanté las ganas que tenía de responderle y respiré hondo. Aquello no era como desnudarse delante de alguien…

—¿Y si no, qué?

Se acercó más a la orilla.

—Si no, iré a buscarte y te meteré yo mismo en el agua.

Lo miré con cara de pocos amigos.

—Ya, claro. Pues me gustaría ver como lo intentas.

—Cuarenta segundos. —A medida que se acercaba, sentía que me atravesaba más y más con la mirada.

Me froté la cara y suspiré.

—Treinta. —Me provocaba desde una distancia cada vez más corta.

—Por el amor de Dios —dije entre dientes mientras me quitaba la camiseta. Se me pasó por la cabeza tirársela. Me quité los pantalones a toda prisa; justo antes de que aquella tonta cuenta atrás tocara a su fin.

Me acerqué a la orilla con los brazos en jarras.

—¿Contento?

Daemon dejó de sonreír y me miró fijamente.

—Cuando estás cerca, nunca estoy contento.

—¿Perdona? —Lo miré entrecerrando los ojos. Espero que no dijera lo que me había parecido entender.

—Olvídalo. Métete antes de que te pongas más colorada, anda.

Noté que me ruborizaba todavía más ante aquel escrutinio. Me volví para ir a una zona más apartada del lago, donde el desnivel bajo el agua no era tan pronunciado. Me encantaba notar la caricia del agua, que calmaba aquel calor repentino fruto de la vergüenza.

No sabía que decir.

—Esto es muy bonito.

Me miró un instante y, gracias a Dios, desapareció bajo el agua. Cuando salió, esta le resbalaba por el rostro. Sentí que volvía a ponerme roja y decidí zambullirme. Aquella corriente fría me dio nuevas energías y me permitió aclararme las ideas. Emergí a la superficie, apartándome los mechones mojados de pelo de la cara.

Daemon me observaba detenidamente a unos metros de distancia. Los pómulos le sobresalían del agua y de vez en cuando aparecía alguna burbuja en la superficie. Había algo en su mirada que me invitaba a acercarme a él.

—¿Qué? —pregunté, rompiendo el silencio.

—¿Por qué no te acercas?

No pensaba acercarme a él ni en broma. Ni aunque me enseñara una galletita. No podía fiarme de él, eso estaba claro. Me di la vuelta, me zambullí y buceé hacia las rocas que había en medio del lago.

Llegué hasta ellas dando unas pocas brazadas y salí del agua para estirarme sobre la superficie llana y cálida. Empecé a secarme el agua del pelo. Él se quedó quieto en mitad del lago.

—Pareces decepcionado.

Daemon no contestó. Parecía confuso.

—Bueno… ¿Y aquí qué pasa?

Metí los pies en el agua y lo miré con cara de circunstancias.

—¿De qué hablas ahora?

—De nada. —Se acercó más a mí.

—Acabas de decir algo.

—Sí, es verdad.

—Mira que eres rarito.

—No eres como esperaba —dijo en voz baja.

—¿Y eso qué quiere decir? —le pregunté mientras evitaba que me cogiera el pie con un movimiento rápido de la pierna—. ¿No puedo ser amiga de tu hermana porque no estoy a su altura?

—No tienes nada en común con ella.

—¿Y eso cómo lo sabes? —Me moví rápido para evitar que me cogiera el otro pie.

—Lo sé, y punto.

—Tenemos muchas cosas en común. Y me cae bien. Es simpática y divertida. —Me aparté para que no pudiera alcanzarme—. Y tú tendrías que dejar de portarte como un cretino con sus amigos.

Daemon se quedó callado un instante antes de echarse a reír.

—La verdad es que no eres como ellos.

—¿Cómo quienes?

Otra vez se hizo el silencio. El agua chocaba contras sus hombros y formaba pequeñas olas al apartar el cuerpo.

Negué con la cabeza mientras lo vi sumergirse de nuevo y desaparecer bajo el agua. Me eché hacia atrás y cerré los ojos. El sol me acariciaba el rostro y el calor que desprendía la piedra me recorría la piel: me sentía como si estuviera en la playa, echando un sueñecito. El agua fría jugueteaba con los dedos de mis pies. Podría quedarme así todo el día, tostándome al sol. Si Daemon no estuviera allí, todo sería perfecto.

No sabía que había querido decir con lo de que yo no era como ellos. Tampoco entendía por qué decía que su hermana no necesitaba tener una amiga como yo. Allí había gato encerrado: aunque era un hermano muy protector y todo eso, o quizá un psicópata, allí pasaba algo. Me incorporé y esperé verlo en la superficie del agua, bañándose, pero no había nadie. Daemon había desaparecido. Me puse de pie con cuidado para no resbalar y observé el lago en busca de una mata de pelo negro ondulado.

Me di la vuelta nerviosa sobre la roca. ¿Me había dejado allí tirada? Creo que me habría enterado…

Esperé unos instantes, pensando en que en cualquier momento iba a emerger del agua, inhalando una buena bocanada de aire. Pero los segundos se convirtieron en minutos. Seguí escudriñando la superficie del lago en busca de algún rastro de Daemon, sin poder contener el nerviosismo, cada vez mayor.

Me pasé el pelo por detrás de las orejas y puse la mano a modo de visera para protegerme del sol inclemente. Era imposible que pudiera llevar tanto rato debajo del agua.

Casi no podía respirar. Notaba que me faltaba el aire. Algo malo pasaba. Me agazapé en la roca y miré bajo la superficie del agua.

¿Y si se había hecho daño?

—¡Daemon! —grité.

Por toda respuesta, el silencio.