Capítulo 4

El lunes no escribí ninguna entrada en el blog porque me tocaba hablar de los libros que estoy leyendo, y ahora mismo no tengo ningún nuevo del que hablar. Preferí ponerme a lavar el coche. El pobre necesitaba un buen repaso. Si mamá hubiera estado despierta, hubiera estado orgullosa de mí al ver que no me quedaba encerrada en mi habitación, encadenada al ordenador, en pleno verano. Yo soy de las que siempre están en su cuarto, excepto por cuando me da por la jardinería.

El cielo estaba despejado y el aire transportaba un ligero aroma a almizcle y a pino. Sólo llevaba un rato con la limpieza del coche, pero me sorprendió la cantidad de bolígrafos y de gomas de pelo que había encontrado. Me estremecí al ver mi mochila en el asiento de atrás: en un par de semanas estaría en el instituto de nuevo y Dee estaría allí con sus amigos, esos que a Daemon sí les parecían adecuados, porque yo debía parecerle una traficante de droga o algo peor.

Me hice con un cubo y una manguera y enjaboné casi todo el coche, pero, al llegar al techo, lo único que conseguí fue acabar empapada y que se me cayera la esponja al suelo una docena de veces. Daba igual por qué lado intentara llegar al techo: mi estrategia no funcionaba.

Solté una palabrota mientras me ponía a quitar la gravilla y la hierba que se habían pegado a la esponja. Tenía ganas de lanzarla bien lejos, hacia los árboles. Al final, frustrada, terminé tirándola dentro del cubo.

—Me parece que no te vendría mal un poco de ayuda.

Di un respingo. Daemon estaba a solo unos pasos de mí. Tenía las manos metidas en los bolsillos de sus tejanos desgastados. Sus ojos claros brillaban bajo los rayos del sol.

Aquella aparición repentina me había sobresaltado. Ni siquiera lo había oído llegar. ¿Cómo era posible que se moviera sin hacer ruido, con lo alto que era? Y, oye, esta vez si que llevaba una camiseta puesta. Qué detalle. No sabía si alegrarme o lamentarme. Estaba como un queso. Si no abriera la boca… Decidí quitarme aquellas ideas de la cabeza en vista del más que previsible enfrentamiento verbal.

No sonreía, pero por lo menos esta vez no parecía que quisiera asesinarme. Como mucho, parecía resignado. Tenía la misma cara que pongo yo cuando me veo en la situación de darle una valoración floja a un libro que cogí con muchas expectativas.

—Parecía que quisieras mandar la esponja a tomar viento. —Señaló hacia el cubo con el codo, donde flotaba la esponja entre la espuma—. Pensé que podría hacer mi buena obra del día y tomar parte antes de que alguna inocente esponja saliera malparada.

Me aparté de los ojos algunos mechones húmedos, sin saber bien que decir.

Daemon se arrodillo en un abrir y cerrar de ojos para coger la esponja y escurrirla.

—Me da a mí que te has mojado tú más que el coche. Nunca pensé que lavar un coche pudiera ser tan complicado pero, después de observarte durante los últimos quince minutos, creo que deberían convertirlo en deporte olímpico.

—¿Estabas observándome? —Qué grima. Y qué morbo. ¡No! De morboso, nada.

Se encogió de hombros.

—Siempre puedes llevarlo al túnel de lavado; creo que seria más fácil.

—Es tirar el dinero.

—Tienes razón —dijo despacio. Se arrodilló y se puso a lavar un trozo del guardabarros que había olvidado limpiar, cerca de la rueda, antes de ponerse con el techo del coche—. Necesita neumáticos nuevos; estos están gastadísimos y el invierno es una locura en este pueblo.

Los neumáticos no podían darme más igual. No sabía que hacía allí, ni por qué me hablaba. La última vez que nos habíamos visto, había actuado como si yo fuera el anticristo y me había arrinconado contra un árbol mientras me decía cómo podía ensuciarme. ¿Por qué he salido de casa sin peinarme hoy?

—Bueno, de todos modos me alegro de encontrarte aquí. —Acabó de lavar el techo en un tiempo récord. Cogió la manguera y me dedicó una media sonrisa antes de rociar de agua el coche. La espuma se deslizaba por todos los costados del coche como el agua que se derrama de un vaso que está demasiado lleno—. Se supone que te debo una disculpa.

—¿Cómo que «se supone»?

Daemon me miró, entrecerrando los ojos por la claridad del sol, y esquivé por muy poco el chorro de agua que me lanzó mientras se dirigía al otro lado del coche.

—Sí. Dee me ha dicho que tenía que venir y pedirte perdón por haberme cargado todas su posibilidades de tener una amiga «normal».

—Pero ¿qué tipo de amigos tiene?

—Amigos que no son normales —respondió.

¿Aquel tío prefería que su hermana tuviera amigos que no fueran «normales»?

—Bueno, disculparse y no sentirlo digamos que anula el sentido mismo de la disculpa.

—Cierto —respondió, reforzando su respuesta con un tono severo.

—¿Estás de broma o qué? —Lo miré fijamente.

—No —respondió arrastrando la palabra mientras dala la vuelta al coche para aclarar los restos de espuma—. La verdad es que no tengo alternativa. Tengo que quedar bien contigo.

—No me pareces el tipo de persona que hace cosas que no quiere hacer.

—No suelo hacerlo, es verdad. —Se dirigió a la parte de atrás del coche—. Pero mi hermana me ha quitado las llaves del coche, y hasta que arregle las cosas contigo no me las devolverá. Conseguir copias de las llaves es un coñazo.

Intenté aguantarme la risa, pero no pude.

—¿Te ha quitado las llaves del coche?

Me fulminó con la mirada mientras volvía a mi lado.

—No tiene gracia.

—¡Ya lo creo que sí! —Me reí—. Es la bomba.

Daemon me dedicó una mirada asesina.

Me crucé de brazos.

—Bueno, es una pena porque siento no aceptar tus disculpas forzadas y nada sinceras.

—¿Ni siquiera aunque te lave el coche?

—Va a ser que no. —Sonreí al ver que entrecerraba los ojos—. Puede que nunca más vuelvas a ver esas llaves.

—Pues vaya. Esea mi único plan. —Vi que se le escapaba una sonrrisilla—. Pensé que, ya que no me arrepentía, por lo menos podía compensarte de alguna manera.

Aquella actitud en parte me molestaba en parte me divertía (aunque me negara a admitirlo).

—¿Siempre estás así de animado?

Pasó por mi lado y cerró la llave del agua.

—Pues sí. ¿Y tú siempre te quedas mirando a los tíos cuando llamas a su puerta para preguntar por una dirección?

—¿Siempre abres la puerta medio desnudo?

—Pues sí. Y no has respondido a mi pregunta. ¿Siempre pegas esos repasos?

Las mejillas me ardían.

—No te estaba pegando ningún repaso.

—¿Ah, no? —preguntó. Otra vez se le escapó la risa. Se le dibujaron unos hoyuelos—. Bueno, no tengo un buen despertar.

—No era tan temprano.

—Pues estaba durmiendo. Estamos en verano, por si no lo sabías. ¿Tú no duermes hasta tarde?

Me aparté un mechón que se me había escapado de la coleta.

—No. Siempre me levanto pronto.

Refunfuñó.

—Eres igualita que mi hermana. No me extraña que te haya cogido tanto cariño.

—Dee tiene buen gusto, no como otros —respondí. Los labios le temblaron—. Además, es estupenda y me cae genial. Así que si tienes pensado jugar al hermano mayor, ya puedes ir olvidándote.

—No estoy aquí por eso. —Recogió el cubo y los limpiadores. Podría haberle ayudado a recoger, pero era fascinante verlo ocuparse de mi pequeño proyecto de limpieza. Aunque a veces me soltara alguna sonrisilla, podía ver que este cambio de papeles hacía que se sintiera incómodo, cosa de la que me alegraba.

—Entonces ¿a qué has venido? ¿No era para darme esa disculpa penosa? —No podía apartar los ojos de su boca cuando hablaba. Seguro que sabía besar muy bien. Debían ser unos besos perfectos; no de esos húmedos y asquerosos, sino de los que te hacen volar a la luna.

Tenía que dejar de mirarlo. A todo él, en general.

Daemon colocó las cosas en los escalones del porche y después estiró los brazos por encima de la cabeza. La camiseta se le levantó y por un instante se le vieron los abdominales. Me aguantó la mirada y sentí un calor repentino en el estómago.

—Puede que sienta curiosidad y quiera saber por qué a Dee le gustas tanto. No lleva bien lo de conocer a gente nueva. Ninguno de nosotros los lleva bien.

—Yo tenía un perro al que no le gustaban los extraños.

Daemon me miró un instante antes de echarse a reír. Tenía una risa ruidosa y grave. Bastante sexy. Ay, Dios. Tuve que apartar la vista. Seguro que era de ese tipo de chico que iba rompiendo corazones por ahí. Tenía mucho peligro. Y no de ese peligro que es divertido, porque además era un imbécil. Y a mí los imbéciles no me van. No quiero tener nada con ellos. En realidad, no es que yo tenga nada con nadie, pero…

Carraspeé.

—Bueno, pues gracias por lo del coche.

Sin darme cuenta, volvía a tenerlo delante otra vez. Estábamos tan cerca que nuestros dedos de los pies casi se tocaban. Respiré hondo para poder dar un paso atrás. Tenía que dejar de hacer eso.

—¿Cómo es posible que te muevas tan rápido?

No me hizo caso.

—A mi hermana pequeña le caes bien —me dijo, como si fuera incapaz de entenderlo.

Me alteré y eché la cabeza hacia atrás, pero esta vez miré hacía el infinito, por encima de su hombro.

—No es tu hermana pequeña: sois gemelos.

—Nací cuatro minutos y treinta segundos antes que ella —presumió mientras me buscaba con los ojos—. Técnicamente es mi hermana pequeña.

Tenía la garganta seca.

—Así que ella es la pequeña de la familia…

—Sí, ella se lleva todas las atenciones a mí nadie me las dedica.

—Supongo que eso explica que tengas esa actitud de chulito —sentencié.

—Puede, aunque hay quien me encuentra bastante encantador…

Empecé a contestarle, pero cometí el error de mirarle a los ojos. Enseguida caí presa de aquel color tan irreal que solo podía encontrarse en las zonas más oscuras de las más remotas selvas…

—Ya… No me lo creo.

En sus labios, un movimiento casi imperceptible.

—Pues deberías creerme, Kat. —Cogió un mechón que se me había escapado de la horquilla y se lo enredó en el dedo—. ¿De qué color tienes el pelo? No parece castaño, y tampoco rubio.

Las mejillas me ardían al rojo vivo. Aparté el mechón.

—Se llama castaño claro.

—Tú y yo tenemos planes —dijo mientras asentía con la cabeza.

—¿Perdona? —Esquivé su cuerpo y respiré hondo cuando vi que había ganado algo de distancia. El corazón me iba a mil por hora—. Tú y yo no tenemos ningún plan.

Daemon se sentó en los escalones de la entrada, estiró las largas piernas y apoyó los codos mientras se echaba hacia atrás.

—¿Qué, estás cómodo? —le espeté.

—Pues sí. —Me miró entrecerrando los ojos—. Los planes que te comentaba…

Me quedé allí de pie, a unos pasos de él.

—¿De qué narices hablas?

—¿Te acuerdas de lo que te he explicado antes sobre las disculpa y las llaves de mi coche? —Puso una pierna encima de la otra mientras dirigía la vista hacia los árboles—. Los planes de los que te hablo también tienen que ver con las llaves de mi coche.

—Como no me des más detalles no voy a enterarme de nada.

—Claro. —Suspiró—. Dee ha escondido mis llaves. Es algo que se le da especialmente bien. He puesto la casa patas arriba y no he conseguido encontrarlas.

—Bueno, pues haz que te diga dónde las ha metido. —Doy gracias a Dios por no tener un hermano gemelo.

—Se lo pediría si estuviera en casa, pero se ha marchado y no volverá hasta el domingo.

—¿Qué? —No me había dicho que pensaba marcharse unos días. Ni que tienen familiares en la zona—. No lo sabía.

—Ha sido una decisión de última hora. —Volvió a estirar las piernas. Se puso a dar golpecitos con el pie siguiendo un ritmo bastante peculiar—. Y el único modo de que me diga dónde están las llaves es haciendo méritos. Desde primaria, mi hermana tiene una obsesión con lo de hacer méritos que…

Sonreí.

—Vale, ¿y?

—Bueno, pues que tengo que hacer méritos para recuperar las llaves —explicó—. Solo puedo lograrlo si hago algo por ti.

Se me escapó otra vez la risa. La cara de Daemon era un poema.

—Perdona, pero es que esto es bastante divertido.

Daemon suspiró profundamente, disgustado.

—Ya, claro, divertidísimo.

Dejé de reírme.

—Se supone que tengo que llevarte a nadar mañana. Si lo hago, me dirá donde ha escondido mis llaves. Ah, y tengo que ser amable contigo.

Tenía que ser una broma. Sin embargo, cuanto más lo miraba, más me daba cuenta de que lo decía en serio. No daba crédito.

—¿La única manera que tienes de recuperar las llaves es llevándome a nadar y siendo amable conmigo?

—Vaya, que rápida eres pillando las cosas.

Me reí otra vez.

—Bueno, ya te estás despidiendo de tus llaves.

—¿Por qué? —preguntó sorprendido.

—Porque no pienso ir contigo a ninguna parte —le respondí.

—Pues no hay otra alternativa.

—No; tú eres el que no tiene otra alternativa, no yo. —Le eché un vistazo a la puerta, que estaba cerrada detrás de Daemon. Me pregunté si mamá estaría escuchando—. No soy yo la que se ha quedado sin llaves.

Daemon me miró unos instantes antes de sonreír.

—¿No quieres quedar conmigo?

—Pues no.

—¿Por qué?

Puse los ojos en blanco.

—Para empezar porque eres un imbécil.

Asintió.

—A veces lo soy, sí.

—Y no tengo ganas de quedar con alguien que lo hace porque su hermana lo ha obligado. No estoy tan desesperada.

—¿Ah, no?

Sentí que la rabia se apoderaba de mí, y di un paso adelante.

—Sal de mi porche.

Se quedó pensativo un momento.

—No.

—¿Qué? —le solté—. ¿Cómo que no?

—No pienso marcharme hasta que me digas que vas a venir a nadar conmigo.

Yo estaba que echaba humo por las orejas.

—Bueno, pues quédate aquí sentadito, porque preferiría tragar clavos antes que quedar contigo.

Se rió.

—Que drástica.

—Ni te lo imaginas —le espeté mientras subía por los escalones.

Daemon se volvió y me cogió por el tobillo. No me apretaba con fuerza y su tacto era increíblemente cálido. Lo miré, y me sonrió como si nunca hubiera roto un plato.

—Me quedare todo el día y toda la noche aquí sentado, en tu porche. Y no me marcharé. Tenemos toda la semana, gatita. O te das por vencida y acabas con esto mañana o estaré aquí plantado hasta que me digas que sí. No podrás salir de casa.

Lo miré, boquiabierta.

—Estás de broma, ¿no?

—Todo lo contrario.

—Pues dile que fuimos a nadar y que me lo pasé muy bien. —Quise apartar el pie pero él no me lo soltaba—. Miente.

—Sabrá que estoy mintiéndole. Somos gemelos: esas cosas las sabemos. —Se quedó callado un instante—. ¿O quizás eres demasiado vergonzosa y no quieres que te vea casi sin ropa? ¿Esa idea te incomoda?

Me agarré a la barandilla y estiré el pie para zafarme de su mano. El muy cretino apenas apretaba, pero yo no podía sacarlo de allí.

—Soy de Florida, idiota. Me he pasado media vida en bañador.

—¿Entonces qué pasa?

—Que no me caes bien. —Dejé de hacer fuerza y me quedé quieta. Parecía que su mano vibraba contra mi piel. Era la sensación más rara del mundo—. Suéltame ya el tobillo.

Despegó muy despacio un dedo, después otro y así sucesivamente mientras me sostenía la mirada.

—No voy a marcharme, gatita. Vendrás a nadar conmigo.

Abrí la boca justo en el momento en que se abrió la puerta de casa, detrás de nosotros. Se me hizo un nudo en el estómago. Allí estaba mamá con su pijama de conejitos. Por el amor de Dios…

Mamá me miró a mí primero y después a Daemon. Estaba claro que estaba malinterpretándolo todo. El brillo que vi en sus ojos hizo que quisiera vomitar encima de Daemon.

—¿Tú eres nuestro vecino de al lado?

Daemon se dio la vuelta y sonrió. Tenía los dientes blancos y perfectos.

—Sí, me llamo Daemon Black.

Mamá sonrió.

—Yo soy Kelly Swartz. Encantada de conocerte. —Me miró—. Podéis pasar si queréis. No tenéis porque estar aquí fuera con el calor que hace.

—Es muy amable por su parte. —Se puso de pie y me dio un codazo; bastante fuerte, a decir verdad—. Quizás podríamos entrar y seguir hablando de nuestros planes.

—No —respondí clavándole la mirada—. No hace falta, en serio.

—¿Qué planes? —preguntó mamá con una sonrisa—. Me encantan los planes.

—Estoy intentando convencer a su preciosa hija para que venga a nadar conmigo mañana, pero creo que le preocupa que a usted no le guste la idea. —Me tiró del brazo con tal fuerza que pensé que iba a darme contra la barandilla—. Además, creo que es bastante tímida.

—¿Cómo? —Mamá negó con la cabeza—. No me importa en absoluto que se vaya a nadar contigo. Me parece una excelente idea. Llevo mucho tiempo diciéndole que tiene que salir más. Es genial que quede con tu hermana, pero…

—Mamá —le dije con cara de circunstancias—. No hace falta que…

—Yo estaba diciéndole exactamente lo mismo a Katy. —Daemon me pasó un brazo por los hombros—. Mi hermana va a estar fuera toda la semana. Y pensé que era buena idea quedar con su hija.

Mi madre sonrió, contenta.

—Qué detalle.

Le pasé la mano por la estrecha cintura y le clavé los dedos en el costado.

—Sí; que detalle por tu parte, Daemon.

Respiró hondo y exhaló despacio.

—Bueno, ya sabes, para eso estamos los vecinos.

—Estoy segura de que Katy no tiene ningún plan para mañana. —Me miró y la vi allí, observándonos. Parecía que hasta se había imaginado ya sus futuros nietos. Lo de mi madre no era normal—. Puede ir mañana perfectamente a nadar.

Aparté el abrazo y me zafé de Daemon.

—Mamá…

—No te preocupes de nada, cielo. —Se volvió para entrar en casa, no sin antes guiñarle un ojo a Daemon—. Me alegro de conocerte por fin.

Daemon sonrió.

—Lo mismo digo.

Cuando mi madre cerró la puerta, me volví y le di un empujón a Daemon, pero no se movió ni un centímetro. Era como una pared de ladrillos.

Sonrió y bajó los escalones.

—Te odio —resoplé.

El sentimiento es mutuo. —Me miró por encima del hombro—. Me juego veinte pavos a que llevas bañador y no biquini.

Era insufrible.