Capítulo 25

Escupo pasta de dientes por todo el espejo al dejar escapar un grito de sorpresa. El cepillo se me cae de las manos y forma un pequeño estrépito en el lavabo. Me miro la mano izquierda, que de repente siento pesada, y me agarro al borde del mueble para no caerme al suelo. Parpadeo unas cuantas veces y sacudo la cabeza. Debería dejarlo pasar, tal vez estoy alucinando o algo. Pero no. Delante de mí, cegándome, tengo un diamante tremendamente enorme, que luce orgulloso en mi dedo anular.

—¡Jesse! —chillo, y empiezo a desplazarme a tientas sin soltar el borde del mueble hasta que estoy lo bastante cerca del diván como para dejarme caer sobre él.

Hundo la cabeza entre las piernas para intentar controlar la respiración, así como los frenéticos latidos de mi corazón. Creo que voy a desmayarme.

Oigo cómo cruza la puerta del baño a la carrera pero no consigo levantar la cabeza.

—Ava, nena, ¿qué pasa? —Parece aterrado. Se postra de rodillas delante de mí y me apoya las manos en los muslos.

Soy incapaz de hablar. Tengo un nudo en la garganta del mismo tamaño que el diamante de mi mano izquierda.

—¡Ava, por el amor de Dios! ¿Qué ha pasado?

Me levanta la cabeza con suavidad y me busca la mirada. Su rostro está cargado de desesperación, mientras que el mío está cubierto de lágrimas. No sé qué me ha llevado a decir que sí, pero con la repentina aparición de este anillo en mi dedo acabo de ser tremendamente consciente de la realidad de lo que está sucediendo.

—¡Por favor! ¡Háblame! —ruega con desespero.

Trago saliva en un intento de escupir algunas palabras, pero no funciona, así que recurro a levantar la mano. Joder, pesa una barbaridad.

Observo a través de mis ojos húmedos cómo se forman arrugas en su frente y desvía su mirada confundida de mis ojos a mi mano.

—Vaya, por fin lo has visto —dice secamente—. Sí que has tardado. Joder, Ava. Acaban de darme mil infartos. —Me coge la mano y pega los labios en ella al lado de mi nuevo amigo—. ¿Te gusta?

—¡Joder! —grito sin poder creerlo. Ni siquiera voy a preguntar cuánto ha costado. Esto es demasiada responsabilidad. Un suspiro escapa de mis labios mientras me llevo rápidamente la mano al pecho en busca de mi otro amigo.

—Está a salvo. —Me coge la mano y me la baja hasta colocarla sobre la otra en mi regazo desnudo. Suspiro de alivio mientras él me acaricia el dorso de ambas con los pulgares y sonríe—. Dime, ¿te gusta?

—Sabes que sí. —Miro el anillo. Es de platino, sin lugar a dudas, un aro plano coronado con un reluciente diamante cuadrado. Me están entrando sofocos—. Un momento. —Lo miro con la frente arrugada por la confusión. Puede que vaya a necesitar el vale del bótox después de todo—. ¿Cuándo me lo has puesto?

Sus labios forman una línea recta.

—Justo después de esposarte.

Abro unos ojos como platos.

—Demasiado seguro estabas.

Se encoge de hombros.

—Uno puede ser optimista.

¿Lo dice en serio?

—Yo llamo engreimiento a eso que tú llamas optimismo.

Sonríe.

—Llámalo como quieras. Ella ha dicho que sí. —Se abalanza sobre mí, arrastra mi cuerpo desnudo al suelo frío y duro del baño y entierra el rostro entre mis tetas. Me echo a reír mientras él me fuerza.

—¡Para!

—¡No! —Me muerde una teta y empieza a absorberla en su boca—. Voy a hacerte un chupetón —farfulla alrededor de mi piel.

Incluso si pudiera detenerlo no lo haría. Lo dejo que haga lo que quiera y hundo los dedos en su pelo. Me quedo con la boca abierta una vez más al ver de nuevo el anillo. No me puedo creer que me lo haya puesto antes de preguntarme, el muy arrogante. ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta hasta ahora?

Estaba distraída…

—Ya está —anuncia, e imprime un beso casto sobre su marca—. Ya estamos empatados.

Desciendo la mirada hacia el círculo perfecto que acaba de hacerme en el pecho y después a Jesse, que observa su obra con satisfacción.

—¿Contento? —pregunto.

—Sí. ¿Y tú?

—Encantada.

—Bien, mi misión aquí ha terminado. Siguiente trabajo: alimentar a mi seductora. Arriba. —Me pone en pie—. ¿Tardarás mucho en bajar?

—Unos cinco minutos más o menos.

—Más o menos —repite con tono burlón, y se inclina para morderme la oreja—. Date prisa. —Me da una palmada en el culo y vuelve a dejarme sola.

Una enorme sonrisa se dibuja en mi rostro sonrojado. He dicho que sí. Y no tengo ninguna duda. Ninguna. Mi sitio está con Jesse, lo tengo claro. Qué locura.

Termino de cepillarme los dientes, me doy una ducha rápida y me afeito las piernas. Cojo su camisa de la puerta y me la pongo con unos shorts deportivos. Atravieso el descansillo y recuerdo el correo que todavía no le he dado. Me desvío hacia la habitación color crema, cojo el correo y bajo la escalera, pasando por alto el hecho de que hace apenas unos veinte minutos que me ha dejado en el baño y ya lo echo de menos.

Está en la cocina, con el dedo en el tarro de mantequilla de cacahuete, mientras observa concentrado la pantalla de su portátil. Miro con el mismo asco de siempre el bote de mantequilla de cacahuete y con el mismo embelesamiento de siempre a ese hombre tan hermoso y me siento en el taburete frente a él.

—Toma. Se me olvidó darte esto. —Le paso el correo y me sirvo un poco de zumo de naranja.

—Ábrelas tú.

De repente veo las llaves de mi coche sobre la encimera.

—¿Mi coche está aquí?

—Lo ha traído John —dice, y continúa observando la pantalla del ordenador. Sonrío para mis adentros al imaginar al grandullón de John conduciendo mi Mini—. ¿Eres religiosa? —pregunta de pronto como si tal cosa.

Arrugo la frente mientras me bebo el zumo.

—No.

—Yo tampoco. ¿Prefieres alguna fecha en particular?

—¿Para qué? —inquiero. Parezco confundida, y lo estoy.

Levanta la vista y me mira con el ceño fruncido.

—¿Quieres convertirte en la señora Ward en alguna fecha en concreto?

Vaya.

—No sé —digo encogiéndome de hombros—. ¿El año que viene? ¿El otro?

Cojo una tostada y empiezo a extender la mantequilla. Sólo hace media hora que me lo ha pedido; necesito espabilarme un poco todavía. Ya tendremos tiempo para decidir eso, y aún tengo que hablar con mis padres.

El tarro de mantequilla de cacahuete cae de repente sobre la isla de mármol con un fuerte impacto y doy un brinco.

—¡¿El año que viene?! —exclama Jesse con un gesto de puro disgusto.

—Vale, pues el otro. —Supongo que el año que viene es un poco pronto. Parto la tostada por la mitad y le doy un bocado a una de las esquinas.

—¿El otro? —dice con indignación.

Lo miro y veo su hermoso semblante desfigurado de incredulidad. La verdad es que me da igual. El siguiente, entonces, lo mismo me da. Me encojo de hombros y continúo masticando la tostada.

Frunce el ceño, cabreado.

—Nos casaremos el mes que viene —espeta. Coge el tarro de nuevo y mete el dedo con agresividad—. El año que viene… —farfulla sacudiendo la cabeza.

Casi me atraganto con la tostada, y empiezo a masticar frenéticamente para vaciar rápidamente la boca. ¿El mes que viene? ¿Se ha vuelto loco?

—¡Jesse, no puedo casarme contigo el mes que viene!

—Puedes y lo harás —dice sin mirarme.

Me paro a pensar un momento. Aún no les he dicho a mis padres que estoy viviendo con él, y menos todavía que vaya a casarme. Necesito tiempo.

—No, no puedo —repongo, medio riendo. Debe de estar de broma.

Me mira con ojos feroces y vuelve a dejar el tarro con un golpe. Doy otro brinco.

—¿Perdona? —inquiere, realmente estupefacto.

—Jesse, mis padres ni siquiera te conocen. No puedes esperar que los llame y que les dé una noticia como ésa por teléfono. —Ruego para mis adentros que sea razonable. He visto esa cara muchas otras veces y siempre indica que no va a ceder.

—Iremos a visitarlos. No voy a andarme con tonterías, Ava.

Bebo nerviosa otro trago de zumo mientras él sigue atravesándome con la mirada. La idea de presentárselo a mis padres me llena de temor. ¿A qué les digo que se dedica? Su sugerencia de decirles que regenta un hotel no colará eternamente.

Vacilo bajo su dura mirada, pero he de mantenerme firme en esto.

—No estás siendo razonable —protesto con voz tranquila.

De todos modos, no se puede organizar una boda en un mes. Le doy otro mordisco a mi tostada y absorbo el resentimiento que emana de cada poro de mi hombre exigente.

—¿Me amas? —pregunta de repente.

Lo miro con el ceño fruncido.

—No preguntes tonterías. —A veces se pone imposible.

—Bien —gruñe con total irrevocabilidad mientras vuelve a centrar la atención en el portátil—. Yo también te amo. Nos casaremos el mes que viene.

Dejo caer la tostada con exasperación.

—Jesse, no voy a casarme contigo el mes que viene. —Me levanto del taburete, acerco mi plato a la basura y tiro la mitad de mi desayuno. Se me ha quitado el apetito.

—Ven aquí —gruñe a mi espalda.

Me vuelvo para mirarlo y veo de nuevo su expresión de fiereza. ¿Qué problema hay en esperar? Sólo serán un año o dos. No pienso huir a ninguna parte.

—No —le contesto. Abre los ojos como platos—. Y no vas a conseguir que acepte con un puto polvo. Olvídalo. —No pienso ceder. Dicen que se debe empezar como se pretende continuar. Sé que no las tengo todas conmigo, pero haré todo lo posible por mantener mi postura.

—Esa boca, Ava. —Su rostro se torna severo y sus labios forman una línea recta mientras me atraviesa con la mirada—. Tres.

—¡No! —Me echo a reír—. ¡Ni se te ocurra! —Empiezo a inspeccionar la cocina buscando una vía de escape, pero él está más cerca de la salida que yo, así que no podré evitar que me atrape.

—Dos. —Se levanta y empieza a frotarse las manos.

—¡No!

—Uno.

—¡Jesse, vete a la mierda! —Me reprendo a mí misma por mi lenguaje, que seguramente no ha hecho sino alimentar su enfado. Decir tacos y desafiarlo no es una buena combinación.

—¡Esa boca! —ladra—. Cero. —Empieza a rodear la isla en dirección hacia mí, y yo comienzo a girar por instinto hacia el otro lado—. Ven aquí —dice con los dientes apretados, y se detiene un momento antes de venir a por mí en la otra dirección.

Me aseguro de estar siempre al otro lado de la isla.

—No. ¿Qué prisa hay? No voy a irme a ninguna parte. —Intento que entre en razón. Sé que en cuanto me ponga las manos encima habré perdido.

—Ya, claro. ¿Por qué lo estás retrasando, entonces? —dice mientras continúa persiguiéndome con calma.

—No lo estoy retrasando. Se tarda más o menos un año en organizar una boda.

—No la nuestra. —Empieza a avanzar de prisa con expresión amenazadora y yo corro en la dirección opuesta—. Deja de huir de mí, Ava. Sabes que me pone muy furioso.

—¡Pues sé razonable! —Casi me echo a reír cuando de repente cambia de dirección y yo tiro hacia el otro lado.

—¡Ava!

—¡Jesse! —lo imito burlonamente calculando las posibilidades que tengo de llegar al pasillo y de subir la escalera sin que me atrape. No son muchas.

—¡Ya está bien! —grita, y echa a correr hacia mí.

Salgo pitando en dirección al pasillo. Sé que no lograré llegar a la escalera, así que pongo rumbo hacia el gimnasio e intento cerrar la puerta de cristal. Él está pegado al otro lado, empujándola contra mí, pero con cuidado para no hacerme daño. Podría tirarme al suelo si quisiera con un golpe de su meñique.

—Suelta la puerta —grita.

—¿Qué vas a hacer?

Al instante disminuye la presión contra la puerta y me mira a través del cristal con aire de preocupación.

—¿Tú qué crees que voy a hacer?

—No lo sé —miento. Sé perfectamente lo que va a hacer. Va a echarme un polvo para hacerme entrar en razón.

Las manos pegadas a la puerta evitan que me lleve los dedos al pelo. Su inquietud parece aumentar y la presión disminuye aún más. Aprovechando la situación, cierro la puerta y corro el pestillo.

Se queda con la boca abierta.

—No me puedo creer que hayas hecho eso. —Intenta abrir y yo retrocedo—. Ava, abre —ordena. Niego con la cabeza. Su pecho desnudo empieza a agitarse con violencia—. Ava, ya sabes cómo me hace sentir no poder tocarte. Abre la puerta.

—No. Dime que vamos a hablar sobre «nuestra» boda de manera razonable.

—Eso hacíamos. —Intenta abrir de nuevo y la puerta tiembla—. Ava, por favor, abre.

—No, no estábamos hablando de ello, Jesse. Tú me estabas diciendo cómo iba a ser. Nunca antes habías tenido una relación de pareja, ¿verdad?

—No. Eso ya te lo he dicho.

—Se nota. Se te da como el culo.

Me mira con sus ojos verdes y ansiosos.

—Te quiero —dice suavemente, como si eso lo explicara todo—. Abre la puerta, por favor.

—¿Vamos a hablarlo? —pregunto. Nunca había tenido tanto poder sobre él. Sé lo mucho que detesta no poder tocarme y me estoy aprovechando de su debilidad, pero es la única que le conozco, así que si tengo que usarla, lo haré, sobre todo en asuntos de esta magnitud.

Se muerde el labio inferior con nerviosismo mientras reflexiona sobre mi exigencia. Suspira.

—Está bien. Abre la puerta. —Pone la mano sobre la manija, pero entonces me viene otra cosa a la mente, algo que podría provocar otra cuenta atrás más tarde. Será mejor que mate dos pájaros de un tiro.

—Voy a salir con Kate esta noche —le digo, desafiante.

Él abre unos ojos como platos, tal y como imaginaba.

—¿Qué?

—Anoche te dije que iba a salir con Kate —le recuerdo.

—¿Y? Abre la puerta.

—No puedes evitar que vea a mi amiga. Si me caso contigo no es para que controles cada uno de mis movimientos. Voy a salir con Kate esta noche, y tú me dejarás hacerlo… sin montarme una escena —digo con voz tranquila y asertiva mientras, por dentro, me preparo para un polvo que me haga entrar en razón que supere todos los anteriores.

—Te estás pasando, señorita. —Aprieta la mandíbula y yo exhalo un suspiro de agotamiento.

¿Me estoy pasando porque quiero salir con mi amiga? Le doy la espalda y me acerco al banco de pesas, me siento y me pongo cómoda. No pienso abrir la puerta hasta que ceda, así que puede que tenga que pasarme aquí un buen rato.

—Ava, ¿qué haces? Abre la maldita puerta. —Observo cómo la sacude con violencia. Joder, lo amo, pero tiene que dejar de ser tan irracional y tan protector.

—No voy a abrir la puerta hasta que empieces a ser más razonable. Si quieres casarte conmigo, tendrás que relajarte.

Me mira como si fuera estúpida.

—Es razonable que me preocupe por ti.

—Jesse, tú no te preocupas, te torturas.

—Abre la puerta. —Vuelve a sacudir la manija.

—Voy a salir con Kate esta noche.

—Vale, pero no vas a beber. ¡Abre la puta puerta!

Ah, sí, también deberíamos hablar de eso, pero creo que ya le he dado suficientes disgustos en una sola mañana. Está muy agobiado, lo cual es bastante absurdo porque estoy justo aquí delante. Me levanto y empiezo a acercarme a la puerta. Quito el pestillo y me quedo delante de él antes de que le dé algo. Corre hacia mí y me estrella contra su pecho. Después nos baja al suelo sobre una de las colchonetas.

Me aprisiona con su cuerpo y respira con fuerza en mi cabello.

—Por favor, no vuelvas a hacerme esto —ruega, y de repente me siento tremendamente culpable. La ansiedad que siente cuando hago estas cosas es la parte más irracional de su manera de ser—. Prométemelo.

—Es la única manera que tengo de hacer que me escuches. —Intento apaciguarlo acariciándole la espalda mientras siento los fuertes latidos de su corazón contra mi pecho.

—Te escucharé. Pero no vuelvas a interponer barreras físicas entre nosotros.

—No puedes estar conmigo todo el tiempo.

—Lo sé, pero cuando no lo esté será bajo mis propias condiciones.

Me echo a reír y me llevo las manos a la cabeza.

—¿Y qué hay de mí?

Se aparta ligeramente hacia atrás y me mira con el ceño fruncido.

—Te escucharé —masculla a regañadientes—. Estás siendo una futura esposa muy desafiante —dice, y entierra de nuevo la cabeza en mi cuello enfurruñado.

No ha pillado por dónde iba. Aunque no me molesto en rebatirle eso. Esperaba que me empotrara contra la pared y que me follara hasta que sólo me quedara un hálito de vida después de mi rebeldía, así que el hecho de que esté aquí abrazándome me sorprende bastante. Puede que haya encontrado mi herramienta de negociación.

Se sienta y me coloca sobre su regazo.

—¿Por qué no os venís a La Mansión a tomar algo?

—¡De eso, nada! —exclamo.

—¿Por qué no? —Parece sentirse insultado.

—¿Para que estés controlándome?

—Es lógico. Así puedes beber, y yo me aseguro de que estás bien, y después puedo traerte a casa.

Hace que suene lo más lógico del mundo, pero no pienso caer en la trampa. Si accedo no volveré a pisar un bar en la vida.

—No. Fin de la historia —digo con firmeza.

Hace un mohín y yo sacudo la cabeza para reafirmar mi respuesta. Además, la tía esa estará allí, mirándome mal y soltando sus comentarios desagradables. De eso, nada.

—Eres imposible —dice, frustrado, y se levanta conmigo en brazos. Me pone de pie y me da un beso inocente—. Voy a ducharme. Acompáñame. —Enarca una ceja sugerentemente y me sonríe con malicia. Que me exija cosas como ésta no me molesta tanto.

—Yo ya me he duchado.

—Pues vuelve a ducharte conmigo.

—Subiré dentro de un minuto. Tengo que llamar a Kate. —Me aparto de él y me dirijo a la cocina—. ¿Y mi teléfono?

—Cargándose. ¡No tardes! —me grita.

Encuentro el móvil y llamo a Kate.

—¿Sí? —responde con voz ronca al otro lado de la línea. Parece resacosa.

—Hola. ¿Te encuentras mal? —pregunto.

—No, cansada. ¿Qué hora es?

Miro el reloj del horno.

—Las once.

—¡Mierda! —exclama, y oigo ruidos de fondo—. Samuel, eres un capullo. ¡Llego tarde! ¡Ava, debería estar en Chelsea entregando una tarta! Luego te llamo.

—Oye, ¿vamos a salir hoy al final? —digo antes de que me cuelgue.

—Claro. ¿Te dan permiso? —bromea.

—¡Sí! Te recojo a las siete.

—¡Vale! Hasta luego.

Cuelgo, y mi teléfono me alerta inmediatamente de que tengo un mensaje de texto. Lo abro y en ese instante el videoportero del ático empieza a sonar. Mientras me acerco al dispositivo inalámbrico que me conectará con Clive, ojeo la pantalla.

Se me hiela la sangre. Es de Mikael.

No quiero leerlo, pero el pulgar pulsa la tecla y abre el mensaje antes de que logre convencer a mi cerebro de que lo borre sin leerlo.

No podré quedar el lunes. Regreso a Dinamarca temporalmente. Te llamaré a mi vuelta para reorganizar nuestra reunión.

El corazón se me sale por la boca y me ahoga. De repente el teléfono empieza a vibrar en mi mano. ¿Qué hago? Ni siquiera se me pasa por la cabeza comentárselo a Jesse. Sé que montará en cólera. Elimino el mensaje inmediatamente. De lo contrario, conociendo su mala costumbre de fisgonearme el móvil, seguro que lo encuentra. Tampoco contesto. Al menos, tengo un poco más de tiempo para pensar sobre el tema y hablar con Patrick. ¿Cuánto pasará fuera? ¿Cuánto tiempo tengo para prepararme para esa reunión? Me planteo contestarle y decirle que sé lo de su mujer y Jesse, pero el videoportero suena de nuevo y me sobresalta.

Contesto a Clive.

—Ava, ha llegado una entrega para ti. Subiré dentro de un minuto.

Cuelga sin darme tiempo a preguntar qué o de quién es. Vuelvo a la cocina, ansiosa y nerviosa, y empiezo a buscar en mi teléfono la opción de cambiar el PIN para evitar que Jesse intercepte más mensajes que Mikael pueda enviarme. Sospechará cuando descubra que lo he bloqueado, pero prefiero lidiar con el hecho de que se sienta ofendido a enfrentarme a un huracán de un metro noventa azotando toda la casa. Sabe que no me gusta que me coja el teléfono, así que no me costará mucho restarle importancia. No tengo elección.

Me dirijo hacia la puerta. Ya me encargaré de esto el lunes por la mañana, cuando Jesse no esté tan cerca de mí y de mi teléfono. Hasta entonces, tengo que fingir que estoy tranquila y relajada, y tengo que hablar con Patrick sin falta.

Abro la puerta, oigo la llegada del ascensor y el inconfundible sonido de los gruñidos de Clive, y me encuentro al conserje levantando caja tras caja y bolsa tras bolsa.

—Ava, tienes un grave problema. Creo que eres adicta a las compras o algo así. ¿Lo meto todo en el piso? —resopla.

—Eh…, sí.

Miro y veo bolsas de Harrods y cajas de regalos por todas partes. Pero ¿qué coño…? Me quedo como un pasmarote y sujeto la puerta con la boca abierta mientras Clive lo saca todo y lo mete en el ático.

No puedo creer que haya hecho esto. Debería haber sospechado que tramaba algo cuando me ha dejado salirme con la mía tan fácilmente. O, mejor dicho, cuando me ha hecho creer que me salía con la mía. Ese tío debió de gastarse una fortuna absurda ayer.

Clive deja la última bolsa y se dirige de nuevo hacia la puerta.

—Eso es todo. ¿Dejaste algo?

Miro desconcertada hacia la espalda de Clive.

—¿Cómo?

Se vuelve y frunce el ceño.

—En la tienda. ¿Los dejaste sin existencias?

—Eh…, sí. Gracias, Clive.

—Ah, ha venido una joven —me informa, pero cierra la boca de repente al darse cuenta del error que acaba de cometer.

Eso me saca inmediatamente de mi estado de aturdimiento.

—¿Ah, sí? —espeto.

Sus viejos ojos están abiertos como platos.

—Eh…, bueno, no sé… —farfulla, y empieza a retroceder—. Ahora que lo pienso creo que venía buscando a otra persona. No estoy seguro. —Le da la risa nerviosa—. Cosas de la edad.

—Sí, venga ya, Clive. ¿Tenía el pelo corto y negro? —pregunto. Calificó de «madurita» a la mujer rubia de pelo ondulado que resultó ser la mujer de Mikael (o ex mujer).

—No estoy seguro, Ava.

La verdad es que me da lástima. El pobre hombre no tiene por qué pasar por esto.

—Mantendremos esto en secreto, ¿de acuerdo?

—¿Sí? —dice, y parece aliviado.

—Sí. No le cuentes a Jesse nada sobre esa joven, y yo no le hablaré a nadie sobre las costumbres de nuestros vecinos.

Deja escapar un grito ahogado. Sí. Me gusta jugar sucio, viejo. Entro en casa y cierro la puerta en sus narices. Bastante tiene ya mi pobre cerebro. No voy a contárselo a Jesse. No quiero que hable con Coral, ni que la ayude, ni que la vea. Tengo un montón de inseguridades y de temores, estoy intentando superar unos celos inmensos y acabo de comprometerme a pasar una vida entera así. He accedido a casarme con él. ¿Acaso soy idiota?

El teléfono de Jesse empieza a sonar en la cocina y sigo la melodía hasta que me encuentro delante de la isla mirando la pantalla. Sabía quién era antes de mirarla. Para bien o para mal, respondo, haciendo caso omiso de los gritos de mi conciencia, que me dicen que soy una hipócrita.

—¿Coral? —digo, alto y claro. Ella guarda silencio, pero no cuelga—. Coral, ¿qué quieres?

—¿Está Jesse? —pregunta con timidez, y me quedo sorprendida al ver que sigue sin colgar. Entonces me doy cuenta de que esperaba que lo hiciera al oír mi voz. Puede que sólo quisiera que fuera consciente de que lo sé, no estoy segura, pero sin duda tiene agallas.

—Se está duchando. ¿Puedo ayudarte yo? —digo con tono amable, pero con una pizca de irritación.

—No, necesito hablar con él. —Ella no se muestra amistosa. Parece sentirse insultada.

—Coral, quiero que dejes de molestarlo. —Tengo que ser clara, ahora que parece que Jesse ha desarrollado una conciencia.

—Eres Ava, ¿verdad? —pregunta.

No sé cómo calificar su tono.

—Sí. —Intento mantener la serenidad, pero no tengo ni idea de adónde se dirige esta conversación, y estoy empezando a ponerme de los nervios.

—Ava, va a hacer que lo necesites, y después te abandonará. Aléjate de él ahora que aún puedes —dice, y cuelga.

Me quedo ahí plantada con el teléfono de Jesse todavía suspendido junto a mi oreja, mirando hacia todas partes totalmente saturada de nuevo. No puedo alejarme. Ni ahora ni nunca. Además, él no me lo permitiría. Y no quiero hacerlo. Intento convencer a mi cerebro de que sólo está celosa, de que todas esas mujeres se sienten despechadas porque Jesse las rechazó a todas, las utilizaba y las dejaba cuando se aburría o se cansaba de ellas. Ésa es la razón más lógica. Sé cómo me sentí los días que estuve sin él, y si es así como se sienten todas esas mujeres, lo entiendo perfectamente. Y me sabe mal por ellas, pero yo no tengo la culpa de que no puedan asumir el hecho de que haya cambiado su manera de ser por mí; no por ninguna de ellas…, sino por mí. Ha dejado de beber por mí. Ha dejado sus correrías sexuales por mí. Todo eso forma parte de su pasado, un pasado desagradable, pero pasado al fin y al cabo. Todo quedó atrás, y no puedo recriminárselo.

Me pongo derecha para mostrarme a mí misma mi determinación. No pienso alejarme de él jamás. Ha hecho que lo necesite, pero sé que él también me necesita a mí. No pienso irme a ninguna parte.

Dejo el teléfono sobre la encimera, regreso a la sala de estar y recuerdo al instante lo que ocupaba mi mente antes de la llamada de Coral. Me quedo de pie cruzada de brazos, mirando la montaña de bolsas y cajas que tengo delante. No sé si emocionarme o ponerme furiosa. No respeta nunca mis opiniones ni mis deseos, con su manera de ser neurótica e imposible, y ahora empiezo a temer que yo también me estoy volviendo así. Saca lo peor de mí, y sé perfectamente que yo saco lo peor de él. John también lo dijo. ¿Un Jesse Ward tranquilo y despreocupado? Ese hombre no existe. Bueno, sí, cuando lo obedeces sin rechistar. Anoche lo comprobé, pero en momentos como éste se me olvida que puede ser ese hombre.

Me arrodillo en el suelo y, a regañadientes, cojo una de las bolsas y miro dentro con cautela, como si fuese a saltarme algo encima. ¿Qué? Esto no estaba en el montón de cosas que quería. Saco un vestido de seda azul marino de Calvin Klein. Estaba en el montón de cosas que tenía que pensarme. Abro una caja y veo un vestido de tubo en negro y crema de Chloé. Esto estaba en el montón de cosas que no quería. Se pasaba demasiado del presupuesto que me había marcado.

Qué mal. Lo han mezclado todo. Me acerco otra bolsa y dentro descubro un par de vaqueros anchos de Diesel. Vale, esto no estaba en ningún montón. Sigo inspeccionando todas las bolsas y cajas y también encuentro lencería de encaje de todos los diseños y colores imaginables.

A saber cuánto rato después, me veo sentada en el suelo, rodeada de una montaña de ropa, zapatos, bolsos y accesorios. Todos los artículos que me probé están aquí, menos el traje de fiesta. Todo lo que había en el montón de cosas que quería, en el de cosas que no quería y en el de cosas que tenía que pensarme, además de muchas otras que no me había probado. Debe de ser un error, porque está incluso el vestido escotado de Chloé, y Jesse jamás me habría comprado algo así voluntariamente. Aunque la verdad es que me encanta.

¡Madre mía! Me dejo caer sobre la ropa y me quedo mirando los techos altos del ático. Esto es demasiado; el traje, el collar, el anillo, y ahora todo esto. Me siento totalmente abrumada, y algo asfixiada. No quiero todo esto. Sólo lo quiero a él, sin el pasado, sin las demás mujeres y sin Mikael dando por saco.

—Hola, nena. —El rostro atractivo y húmedo de Jesse aparece flotando ante mis ojos—. Te estaba esperando. ¿Qué hacías? —dice con voz tristona.

Rebufo y señalo el mercadillo de ropa de marca que tengo a mi alrededor. ¿Es que acaso no la ve? Mira en la dirección que indico sin inmutarse al ver los montones y montones de ropa femenina que me rodean.

—Ah, ¿ya ha llegado? —se limita a decir. Echo los brazos hacia atrás exasperada y él exhala imitando mi gesto dramático antes de echarse a mi lado—. Mírame —me ordena con voz suave. Me vuelvo hacia su rostro y una bocanada de su aliento fresco golpea mi cara—. ¿Qué problema hay?

—Esto es demasiado —protesto—. Sólo te quiero a ti.

Sonríe y sus ojos brillan de placer.

—Me alegro, pero nunca he tenido a nadie con quien compartir mi dinero, Ava. Por favor, dame ese gusto.

—La gente va a pensar que me caso contigo por tu dinero —replico. Ya he oído algo parecido.

—Me importa una mierda lo que la gente piense. Sólo lo que pensemos tú y yo. —Se pone de lado y me tira de la cadera para que haga lo propio de cara a él—. Así que cállate.

—No te va a quedar dinero si sigues gastándotelo como lo hiciste ayer —gruño. Si Zoe trabaja a comisión, probablemente pueda retirarse después del despilfarro de Jesse.

—Ava, he dicho que te calles.

—Oblígame —lo desafío con una media sonrisa.

Y lo hace.

Se echa sobre mí y me devora entre media tienda de ropa de mujer de Harrods.