Capítulo 15

Me detengo en la puerta de entrada y pulso el botón del interfono. Por el altavoz oigo la voz de John y saludo a la cámara con la mano pero las puertas ya han empezado a abrirse. Inicio el largo recorrido por el camino de grava que lleva hasta La Mansión. Aparco en el patio circular y contemplo la casa de piedra caliza que se yergue en el centro y que parece gritar a los cuatro vientos lo que ocurre detrás de sus puertas.

Estaciono junto al coche de Jesse y me miro en el retrovisor. Teniendo en cuenta los acontecimientos de las últimas horas, de las últimas semanas, tampoco tengo tan mal aspecto.

John me abre la puerta antes de que coja la manija y me dedica una sonrisa para transmitirme confianza. Sin embargo, no consigue hacer que me sienta mejor.

Cruzamos juntos la imponente entrada, y dejamos atrás la escalera, el restaurante y el bar. Oigo risas y conversaciones pero no me molesto en mirar. Ya lo he visto antes, sólo que ahora sé lo que son realmente.

—¿Se ha tranquilizado? —pregunto al llegar al salón de verano.

Hay gente en los butacones, bebiendo y charlando, probablemente de lo que les depara la noche. Una docena de miradas curiosas me siguen y me pongo tensa. ¿Habrán visto el cabreo de Jesse?

—Muchacha, vuelves loco a ese hijo de perra. —John se ríe y vuelvo a ver el tímido diente de oro.

Suspiro. Estoy de acuerdo, pero él también me vuelve loca a mí. ¿Se dará cuenta John?

—Mi hombre es difícil —musito.

John me regala una de sus nada frecuentes sonrisas arrebatadoras, toda llena de dientes y de destellos dorados.

—¿Difícil? Bonita palabra. Yo le digo que es como un grano en el culo. Aunque admiro su decisión.

—¿Decisión? —Frunzo el ceño—. ¿Está decidido a ser difícil?

John se detiene cuando llegamos frente al despacho de Jesse.

—Nunca lo había visto tan decidido a vivir.

De repente quiero volver al inicio de nuestro recorrido para continuar con esta conversación.

—¿Qué quieres decir? —pregunto sin poder evitar el toque de confusión. Esa frase me ha dejado perpleja. Yo no lo veo en absoluto decidido a vivir. Lo veo decidido a tener un ataque provocado por el estrés. Es autodestructivo.

No puedo respirar.

Es autodestructivo. Jesse dijo eso mismo el día que me llevó en moto. ¿Qué quería decir?

—Es algo bueno, créeme. —John me mira con afecto—. No seas muy dura con él.

—¿Hace mucho que lo conoces, John? —Quiero que siga hablando.

—El tiempo suficiente, muchacha. Te dejo —dice, y su cuerpo de mastodonte se aleja por el pasillo.

—Gracias, John —añado.

—Está bien, muchacha. Está bien.

Me quedo en la puerta del despacho de Jesse con la mano a unos milímetros de la manija. La información que me ha dado John, aunque vaga, ha despertado aún más mi curiosidad. ¿De verdad era autodestructivo? Pienso en alcohol, picoteo, ir en moto sin protección y en cicatrices. Empujo la manija hacia abajo y, con cuidado, entro en su despacho.

Me siento insultada al instante. Jesse está en su enorme sillón mirando a Sarah, sentada en el borde de la mesa. Esa mujer es una sanguijuela. Me siento posesiva, y es como si recibiera una bofetada, pero la botella de vodka que descansa sobre la mesa es lo que de verdad me pone nerviosa. Puedo olvidarme de las atenciones de féminas no deseadas siempre que sigan siendo no deseadas. Lo del vodka es otra historia.

Me miran a la vez y ella me sonríe. Es una sonrisa realmente falsa. Luego veo la bolsa de hielo en la mano de Jesse. Se los ve muy cariñosos.

No me cabe la menor duda de que estos dos han tenido una relación sexual. Sarah lo lleva escrito en la cara. Quiero vomitar. Me siento posesiva y celosa.

La intrusa atrevida no hace siquiera amago de bajar el culo de la mesa de Jesse, sino que se queda ahí sentada, disfrutando con la tensión que causa su presencia. No obstante, es la botella transparente la que supone una amenaza. Puedo soportar a Sarah. No estoy de humor para jueguecitos con ex conquistas sexuales.

Miro a Jesse y él me mira. Todavía lleva puestos los pantalones gris marengo pero se ha arremangado la camisa negra. Tiene el pelo rubio ceniza despeinado pero, a pesar de toda su belleza, parece asustado e incómodo. No lo culpo. Acabo de pillarlo en plan cariñoso con otra y con una botella de la sustancia del mal delante. Es el dos por uno de mis peores pesadillas.

Hace girar la silla con los pies, alejándose de la intrusa y acercándose a mí.

—¿Has bebido? —Mi voz es fuerte y serena. No me siento así.

Niega con la cabeza.

—No —responde en voz baja.

No sé si habla tan bajo por la otra mujer o por el vodka. Deja caer la cabeza y el silencio es incómodo. Entonces Sarah le pone la mano en el brazo a Jesse y quiero correr hacia la mesa y arrancarle el pelo a tirones. Jesse parpadea y me clava la mirada.

¿Quién coño se cree que es? No soy lo bastante ingenua para tragarme que está siendo una buena amiga.

—¿Te importa? —La miro directamente, para que quede claro que le estoy hablando a ella.

Me mira como si no se hubiera enterado y deja la mano en el brazo de Jesse. De repente estoy furiosa conmigo misma por haberle dado a otra mujer la oportunidad de consolarlo, especialmente a esta mujer. Ése es mi trabajo. Jesse retira el brazo y la mano de Sarah acaba sobre el escritorio.

—¿Perdona? —masculla ella. Me cabrea aún más.

—Ya me has oído. —La miro con cara de pocos amigos y ella sonríe; es una sonrisa burlona y resulta casi imperceptible. Sabe que sé lo que está intentando hacer. Eso hará que nuestra relación sea mucho más fácil.

Jesse nos mira a una y a otra, dos mujeres enfrentándose en su despacho. Que Dios lo bendiga por no abrir la boca, pero entonces la zorra descarada se agacha y lo besa en la mejilla. Sus labios le acarician la piel más de lo necesario.

—Avísame si me necesitas, cielo —dice con el tono seductor más ridículo que he oído nunca.

Jesse se tensa de pies a cabeza y me mira con los ojos muy abiertos. Su hermoso rostro está en alerta. Tiene motivos para estar nervioso, y más aún después de toda la mierda que me ha hecho tragar por un cliente y por un ex novio. A Matt y a Mikael tendrían que haberlos identificado por la ficha dental si él me hubiera pillado con ellos como yo lo he pillado con Sarah.

Abro la puerta del despacho de par en par y miro al megazorrón rubio.

—Adiós, Sarah —digo en tono definitivo.

Ella me mira con sus morros carnosos, un toque de chulería y mucho aplomo antes de bajarse de la mesa y salir del despacho de Jesse meneando el trasero, aunque primero me lanza una mirada asesina. Le dedico mi mirada especial hasta que desaparece por la puerta. En cuanto ella y sus plataformas de doce centímetros han cruzado el umbral, cierro de un portazo. Espero haberle dado en el culo.

Ahora, vamos a lidiar con mi hombre imposible. De repente estoy decidida a solucionar esta mierda. Después de haberlo visto con Sarah sé perfectamente que eso es lo que quiero.

Es mío… Y punto.

Me vuelvo para mirarlo. No se ha movido de la silla y la botella de vodka sigue sobre su mesa. Jesse se muerde el labio inferior. Los engranajes echan humo.

Señalo la botella con un gesto de la cabeza.

—¿Qué hace eso ahí?

—No lo sé —responde.

Parece estar pasándolo fatal, y me da pena encontrarme al otro lado de la habitación.

—¿Te la quieres beber?

—Ahora que tú estás aquí, no. —Sus palabras me llegan altas y claras.

—Eres tú quien se ha marchado —le recuerdo.

—Lo sé.

—¿Y si no hubiera venido? —Ésa es la pregunta clave.

Le doy vueltas a lo mismo una y otra vez. Se comporta como si fuera facilísimo y me asegura constantemente que no necesita beber mientras me tenga a mí, pero ahora lo encuentro en compañía de una botella de vodka porque hemos discutido. Vale, ha sido más que una discusión pero eso no es lo importante. No puedo ponerme así cada vez que nos peleemos. Y tampoco se me olvida que el vodka no es lo único que le estaba haciendo compañía.

—No me la habría bebido. —La aparta.

Me fijo en la botella y veo que está sin abrir, aunque sigue ahí y algo hizo que la pusiera ahí… Yo. Yo soy la razón de que se haya vuelto loco, de sus exigencias absurdas y de sus pataletas. Es culpa mía. Lo he convertido en un controlador neurótico.

Seguimos mirándonos unos instantes. Yo no dejo de repasar todo lo que tenemos que aclarar y él se muerde el labio inferior porque no sabe qué decirme. Yo tampoco sé por dónde empezar.

—¿Qué hace eso ahí? —insisto.

Se encoge de hombros como si no fuera importante, lo que me cabrea. ¿Mi temor estaba justificado y ahora espera que me olvide como si nada con sus evasivas y su silencio?

—No iba a bebérmela, Ava —repite, un poco molesto.

Me deja de piedra.

—¿Te la beberías si te dejo?

Sus ojos vuelan en busca de los míos y el pánico se apodera de él.

—¿Vas a dejarme?

—Necesito que me des respuestas. —Lo estoy amenazando, pero siento que no tengo otra opción. Hay cosas que tiene que decirme—. ¿Por qué está Mikael tan interesado en nuestra relación?

—Su mujer lo ha dejado —se apresura a responder.

—Porque te acostaste con ella.

—Sí.

—¿Cuándo?

—Hace meses, Ava. —Sus ojos son sinceros—. Era la mujer que se presentó en el Lusso. Te lo contaré antes de que vuelvas a amenazar con dejarme. —Me encanta su sarcasmo.

—No estaba preocupada por ti…

—Puede que sí, pero también me desea.

—¿Y quién no? —digo, sorprendentemente tranquila.

Asiente.

—Se lo dejé muy claro, Ava. Volvió a Dinamarca y me acosté con ella hace meses. No sé por qué le ha dado por venir detrás de mí ahora.

Lo creo. Además, Mikael ha estado liado con su divorcio, así que tuvo que ser hace mucho. Divorciarse lleva tiempo. Todo empieza a cobrar sentido. Así que Mikael es el «nadie en particular» que va a intentar apartarme de Jesse.

—Quiere apartarte de mí, como hice yo con su mujer. —Deja caer la cabeza entre las manos—. Yo no se la robé, Ava. Ella decidió marcharse, pero sí, lo que él quiere es apartarte de mí.

—Pero erais todos amigos, le compraste el ático del Lusso. —Me duele la cabeza.

—Es pura fachada por su parte, Ava… No tenía por dónde pillarme, nada con lo que pudiera hacerme daño, porque a mí no me importaba nada ni nadie. Pero ahora te tengo a ti. —Me mira—. Ahora sabe dónde clavar el puñal.

Empiezan a picarme los ojos y lo veo poner cara de derrota. Ya no aguanto más estar lejos de él. Me acerco a su silla y me recibe con los brazos abiertos. Hago caso omiso de la mano hinchada y me siento en su regazo. Lo dejo que me arrope con sus brazos y que invada todos mis sentidos. Su tacto y su fragancia me calman al instante y ocurre lo inevitable, lo que pasa siempre cuando estamos así: todo lo que nos causa tanto malestar de repente carece de importancia. Solos él y yo, en nuestra pequeña burbuja de felicidad, apaciguándonos el uno al otro. El resto del mundo se interpone en nuestro camino o, para ser exactos, el pasado de Jesse se interpone en nuestro camino.

—Moriré queriéndote —dice con toda la emoción que sé que de verdad siente—. No puedo permitir que vayas a Suecia.

Suspiro.

—Lo sé.

—Y deberías haberme dejado que me ocupara de tus cosas. No quería que volvieras a verlo —añade.

Me someto a él.

—Lo sé. Sabe lo tuyo.

Se tensa debajo de mí.

—¿Lo mío?

—Me dijo que eras un alcohólico empedernido.

Se relaja y se echa a reír.

—¿Que soy un alcohólico empedernido?

Lo miro, sorprendida por su reacción ante algo tan duro.

—A mí no me parece divertiro. Además, ¿cómo es que lo sabe?

—Ava, no tengo ni idea, de verdad —suspira—. Además, está mal informado porque no soy alcohólico. —Levanta las cejas.

—Lo sé —concedo, pero estoy bastante segura de que el problema de Jesse con el alcohol encaja como alcoholismo—. ¿Qué voy a hacer, Jesse? Mikael es un cliente importante.

Un pensamiento muy desagradable se me pasa por la cabeza.

—¿Volvió a contratarme para la Torre Vida sólo por ti?

Sonríe.

—No, Ava. No sabía nada de lo nuestro hasta ayer. Te contrató porque eres una diseñadora con talento. El hecho de que seas tan increíblemente hermosa era un plus, y el hecho de que yo esté enamorado de ti ahora es un incentivo adicional para él.

—Te descubriste tú solo. —Si Jesse no hubiera saboteado mi reunión, Mikael nunca se habría enterado.

—Actué por impulso. —Se encoge de hombros—. Me entró el pánico cuando vi su nombre en tu agenda. Pensé que no ibas a volver a verlo después del Lusso. En cualquier caso, él habría ido detrás de ti aunque no fueras mía. Como dije, es implacable.

Me acuerdo de sus ojos desorbitados y la mandíbula tensa cuando vio el nombre de Mikael en mi agenda. No fue porque la hubiera cambiado por una nueva. Fue porque el nombre de Mikael se leía alto y claro.

—¿Cómo lo sabes? Está casado. Bueno, lo estaba.

—Eso nunca ha sido un obstáculo para él, Ava.

—¿No? —Yo pensaba que era un buen hombre, un caballero. Al parecer, no podía estar más equivocada.

Estoy hecha un lío. No puedo trabajar con Mikael, no después de lo que he descubierto. Para empezar, Jesse no va a dejar que me acerque a menos de un kilómetro de él. La verdad es que tampoco me apetece tenerlo cerca. Quiere utilizarme para hacerle daño a Jesse. Quiere vengarse de él y yo soy su único punto débil. Dios, tengo una reunión con él el lunes. Esto se va a poner muy feo. Quiero gritarle a mi hombre hasta desgañitarme por ser un picha brava, pero entonces mi mente vaga hacia el día en que descubrí lo que de verdad sucedía en La Mansión y aquel indeseable al que John tuvo que echar, el que decía que ni los maridos ni la conciencia se interponían en el camino de Jesse. ¿Cuántos matrimonios habrá roto? ¿Cuántos maridos sedientos de venganza habrá ahí fuera?

Jesse me coge la cara con la mano y me saca de mis ensoñaciones.

—¿Cómo has venido hasta aquí?

Sonrío.

—Distraje a tu carcelero a sueldo.

Se le ilumina la mirada y le bailan los labios.

—Voy a tener que despedirlo. ¿Cómo lo has hecho?

Mi sonrisa desaparece en cuanto pienso en la factura de mantenimiento que le va a llegar a Jesse.

—Jesse, es un sesentón. Desconecté su sistema telefónico para que no pudiera avisarte de que me había escapado de tu torre de marfil.

—De nuestra torre… ¿Cómo lo desconectaste? —inquiere, y se le marca ligeramente la arruga de la frente.

Escondo la cara en su pecho.

—Arranqué los cables.

—Ah —dice sin más, pero sé que se está aguantando la risa.

—¿A qué juegas obligando a un pobre pensionista a mantenerme encerrada? —Corro más rápido que Clive hasta con tacones.

Me acaricia el pelo.

—No quería que te fueras.

—Pues entonces tendrías que haberte quedado.

Le saco la camisa de los pantalones y deslizo las palmas por debajo. Necesito mi ración de calor corporal. Él me abraza con más fuerza y siento el latir de su corazón bajo las palmas de las manos. Es muy reconfortante.

—Estaba loco del cabreo. —Me besa en la sien y entierra la nariz en mi pelo.

Meneo la cabeza. No me lo puedo creer.

—Señorita, no se atreva a ponerme esa cara —dice, muy serio.

Que le den.

—¿Qué tal la mano?

—Estaría mejor si no me diera por estamparla contra todo.

Me libero de su abrazo.

—Déjame ver.

Me siento en su regazo y me la muestra. La cojo con cuidado. No hace ningún gesto de dolor, pero lo miro de reojo para asegurarme de que no finge.

—Estoy bien.

—Has roto la puerta del ascensor —digo acariciando el puño convaleciente. La puerta está hecha añicos y creía que su mano también iba a estarlo, pero no la veo tan mal como imaginaba.

—Me he cabreado.

—Eso ya lo has dicho. ¿Y qué hay de tu visita sorpresa a mi oficina de esta tarde? ¿También estabas enfadado como un loco? —Tal vez debería pasar por alto su pequeña rabieta, especialmente porque acabo de tener que echar a una mujer de su despacho.

—Lo estaba. —Me mira con cara de enfado pero luego sonríe—. Más o menos igual que tú hace un momento.

—No estaba enfadada, Jesse. —Observo su mano lastimada con la misma pena que me provoca su relación con la mujer patética a la que acabo de echar de su despacho—. Estaba marcando mi territorio. Te desea, no podría haberlo dejado más claro ni sentándose a horcajadas sobre ti y plantándote las tetas en la cara.

Hago una mueca de asco ante su desesperación, y veo que su media sonrisa se ha convertido en una sonrisa de oreja a oreja, una sonrisa de Hollywood. Es todavía más espectacular que la que se reserva sólo para mujeres. Es la que se reserva sólo para mí. No puedo evitar sonreír.

—Pareces muy contento contigo mismo.

Retira la mano lastimada.

—Lo estoy. Me encanta cuando te pones posesiva y protectora. Significa que estás locamente enamorada de mí.

—Lo estoy, a pesar de que eres imposible. Y te prohíbo que llames «cielo» a Sarah. —Me burlo de su tono meloso.

Me da un beso de esquimal y luego me acerca la boca.

—No lo haré.

—Te has acostado con ella. —No es una pregunta. Retrocede, sus estanques verdes asustados y recelosos. Pongo los ojos en blanco—. ¿Un picoteo?

Agacha la cabeza.

—Sí. —Su expresión y su lenguaje corporal dicen a gritos que no está cómodo. No le gusta el tema de conversación.

Lo sabía. En fin, puedo vivir con ello siempre y cuando mantenga a ese zorrón a un metro de distancia, o más. No obstante, sé que va a ser difícil, teniendo en cuenta que la mujer trabaja para él y lo sigue a todas partes como un perrito faldero.

—Sólo quiero decir una cosa —insisto. Necesito dejarlo claro si es que voy a socializar y a trabajar con hombres en el futuro, aunque soy consciente de que la vena posesiva de Jesse nunca va a desaparecer del todo—. Sólo tengo ojos para ti —digo, y lo beso en la boca para enfatizar mi declaración.

—Sólo para mí —susurra contra mis labios.

Sonrío.

Se aparta y me acaricia el cuello, satisfecho.

—¿Por qué llevas el pelo mojado?

—Me duché pero no tuve tiempo de secármelo. Te necesitaba.

Me sonríe.

—Te quiero, Ava.

Apoyo la cabeza en su hombro.

—Lo sé.

No hemos dejado las cosas claras del todo. Tengo que competir con una mujer despechada y lidiar con la vena posesiva de Jesse. Esto último va a ser un trabajo de por vida. Además, está el problemón de Mikael y sus ansias de venganza. No sé cómo vamos a solucionarlo, pero sé que no voy a trabajar más para él. ¿Cómo se lo tomará Patrick?

—Cógete el día libre mañana —me suplica.

Ni siquiera le he comentado a Patrick que mañana tengo una reunión con el señor Ward, pero necesito descansar, y un fin de semana largo con Jesse es difícil de rechazar. No tengo más citas y llevo todo lo demás al día. Patrick me debe unos cuantos días libres. No le va a importar.

Me aparto para mirarlo.

—Vale.

Frunce el ceño como si me fuera a retractar de lo que acabo de decir o a añadir un «pero». Para nada. Quiero tomarme el día libre y pasarlo con él. Tal vez pueda darle toda la seguridad que necesita. No voy a ir a ninguna parte si no es con él. Le mandaré un mensaje a Patrick, sé que no se enfadará.

—¿En serio? —Le brillan los ojos y está sonriente—. Estás siendo muy razonable. No es propio de ti.

Parpadeo ante ese comentario. Sé que sabe que él es el poco razonable. Está bromeando pero no pico.

—Pues ya no te ajunto —gruño.

—No por mucho tiempo. Voy a llevarte a nuestra torre de marfil. Ya hace demasiado que no estoy dentro de ti. —Se levanta y me pone de pie—. ¿Nos vamos?

Me ofrece el brazo y lo acepto. Tengo mariposas en el estómago porque sé lo que me espera en casa.

—Me apetece remar un poco —dejo caer.

Me levanta una ceja sardónica.

—Otro día, nena. Hoy quiero hacerte el amor —dice con dulzura mirándome a los ojos. Sonrío.

Me lleva por el salón de verano en dirección a la entrada. Ignoro las caras de decepción de todas las mujeres que dejamos atrás y que esperaban que nos marcháramos cada uno por su lado. John nos espera en la puerta y me dirige su sonrisa característica.

—Nos vemos mañana —le dice Jesse mientras abre para que yo pase.

—Todo bien. —John le da a Jesse una palmada en el hombro y desaparece en dirección al bar.

Jesse me pone la mano en la cintura y, al volverme, veo a Sarah en la entrada del bar. Saluda a John pero no me quita ojo de encima mientras salgo de La Mansión con Jesse. Sus ojos y sus morros destilan amargura. Me huelo que acabaremos a bolsazos. Parece la clase de mujer que consigue lo que quiere. Me saca mi lado cabrón y, en silencio, la reto a intentarlo con una mirada de advertencia. No hago caso de la pequeña parte de mi cerebro que me dice que me estoy preparando para aplastarla. Se me están pegando las costumbres de mi señor neurótico.

—Deja aquí tu coche, lo recogeremos mañana —dice al abrirme la puerta de su Aston Martin.

—Prefiero llevármelo ahora. —Estoy aquí, y sería una tontería no hacerlo.

Pone mala cara y señala el asiento del acompañante del suyo. Niego con la cabeza pero me subo. Ya hemos discutido suficiente por hoy. Además, no necesito el coche. Se sienta a mi lado y arranca el motor.

Por el largo camino de grava nos cruzamos con el coche de Sam, que va hacia La Mansión. Doy un brinco.

—¡Pero si es Kate!

Sam toca la bocina y le muestra una mano con el pulgar levantado a Jesse. Asomo la cabeza por la ventanilla y Kate me saluda de mala gana.

—¿Qué hace Kate aquí? —pregunto mirando a Jesse, que tiene la vista fija en la carretera. ¡Ay, Dios!—. Es socia, ¿verdad? —inquiero.

—No puedo hablar de los socios. Confidencialidad —dice él, completamente inexpresivo.

—Entonces es que es socia… —Me estremezco. Esto es increíble.

Se encoge de hombros, aprieta un botón y las puertas se abren. ¡La muy zorra! ¿Por qué no me ha dicho nada? ¿Le gusta por todas las perversiones en general o es sólo por Sam? Y yo que pensaba que mi feroz pelirroja no podría sorprenderme más. Tiene mucho que contarme.

Jesse ruge por la carretera y juguetea con un par de botones del volante. Una voz masculina me envuelve desde el estéreo. La conozco.

—¿Quién es?

Marca el ritmo con los dedos sobre el volante.

—John Legend. ¿Te gusta?

Mucho. Llevo la mano al volante y Jesse baja las suyas para darme acceso a los mandos. Encuentro el que quiero y subo aún más el volumen.

—Me tomaré eso como un «sí» —sonríe, y me pone la mano en la rodilla. La cubro con la mía.

—Me gusta. ¿Qué tal la mano?

—Bien. Deja de preocuparte, señorita.

—Tengo que mandarle un mensaje a Patrick.

—Hazlo. Me muero por tenerte sólo para mí todo el día y todo el fin de semana. —La mano sobre mi rodilla vuelve al volante.

Le mando un mensaje rápido a mi jefe, que, tal y como esperaba, responde al instante diciéndome que disfrute de mi merecido día libre.

Perfecto.