Son casi las seis cuando empiezo a ordenar mi mesa. Los demás ya se han ido, así que me toca cerrar la oficina y conectar la alarma. Kate se acerca con Margo Junior y me subo a la furgoneta.
—No puedo creer que dijeras lo de la noche de chicas delante de Jesse —disparo en cuanto me he abrochado el cinturón de seguridad. A pesar de lo enfurruñada que estoy, me maravillo de lo cómoda que es su nueva furgoneta.
—Yo también me alegro de verte —responde adentrándose en el mar de coches—. Ha dicho que podías ir. ¿Qué problema hay?
—El problema es que no me va a dejar beber porque le ha dado por pensar que voy a acabar muerta o algo así si él no está ahí para protegerme.
Kate se echa a reír.
—Qué tierno.
—No, no es tierno. Es ridículo.
—Bah, no tiene por qué enterarse. ¡Podemos rebelarnos!
—¿Estás de coña? —Me río, aunque ahora mismo quiero ser una rebelde. Me apetece emborracharme pero eso sería muy desconsiderado—. Acaba de tener una pataleta por un cliente, un hombre. De hecho, me ha fastidiado la reunión con Mikael Van Der Haus y ha marcado su territorio. Ha sido horrible. —Lo suelto todo, y eso que aún le estoy dando vueltas al hecho de por qué Mikael cree que mi relación con Jesse es muy interesante.
—¡Puaj!
—Lo bueno es que ya sé cuántos años tiene.
Los ojos azules de Kate brillan de la emoción.
—¿De verdad?
Asiento:
—De verdad.
—Oigámoslo. Revela el misterio de la edad.
—Treinta y siete.
—¡No! —exclama en plan teatral—. ¿En serio? No los aparenta. ¿Cómo lo has descubierto?
—Ayer por la mañana le enseñé a Jesse el polvo de la verdad.
No sé por qué se lo he dicho, ya que ahora querrá que le dé detalles.
—Lo sabías desde ayer, ¿y no me lo habías contado?
—Perdona. —Me encojo de hombros. Es que la edad es sólo una parte. Hay mucho más, pero necesito vino para hablar de esa mierda. Tengo que salir una noche para poder contárselo todo a Kate.
—¿Qué es un polvo de la verdad? —Frunce el ceño.
Ya lo sabía yo.
—Pues consiste en esposar a Jesse a la cama, un vibrador y servidora. —La miro—. No le gusta compartirme, ni siquiera con una máquina.
Se echa a reír a mandíbula batiente y da un volantazo. Me agarro a la puerta.
—¡Kate!
—Lo siento —dice entre risas—. ¡Cómo me gusta!
Tengo tanto que contarle… Aunque su situación me preocupa.
—¿Qué pasa contigo y con Sam?
Deja de reírse en el acto.
—Nada.
Pongo los ojos en blanco y suspiro de manera exagerada.
—Claro. Nada.
—Oye, ¿qué te vas a poner para la superfiesta? —Está claro que quiere cambiar de tema.
Gruño para mis adentros. ¿Voy a ir, a pesar de todo?
—No lo sé. Se supone que Jesse va a llevarme de compras.
—¿En serio? —dice—. Pues exprime al máximo a ese ricachón.
—Aunque no tengo ganas de ir. No he vuelto desde aquel domingo, y doña Morritos estará allí —murmuro.
Seguro que recibo otra advertencia. Me hundo en mi asiento y pienso en todas las cosas que preferiría hacer mañana por la noche, y el hecho de que Jesse esté tan cabreado conmigo no mejora mi entusiasmo. Soy yo la que debería estar echando pestes. A juzgar por lo que ha dicho antes Mikael, Jesse tiene mucho por lo que darme explicaciones.
Aparcamos delante de mi antiguo apartamento y de inmediato veo el BMW blanco de Matt. Qué depresión. En fin, alguien tiene que abrirme la puerta.
—¿Quieres que te acompañe? —me pregunta Kate.
Me lo planteo unos segundos pero decido que lo mejor será que ella me espere con Margo. Kate puede ser muy cabrona cuando quiere, y en realidad sólo tengo que entrar, ser educada y salir lo más rápidamente posible.
—No, ya lo traigo yo todo.
Abro la puerta de la furgoneta y salgo. Me estoy poniendo enferma. Jesse ya está loco de rabia por la estúpida llamada telefónica. Diría que se le va la olla, pero no lo tengo tan claro por los derroteros por los que Mikael ha llevado la conversación. Jesse no la ha oído pero su reacción hablaba por sí sola.
Subo los escalones de la entrada y pulso el botón del portero automático. Me da pena no vivir ya aquí.
—Hola. —La voz feliz de Matt me saluda por el interfono.
—Hola —digo lo más informal que puedo. No quiero hablar con él. Sigo enfadada porque llamó a mis padres.
—Ya te abro.
Se abre la puerta y miro a Kate. Le hago un gesto con la mano para que sepa que voy a entrar y me muestra el pulgar de una mano levantado y el móvil con la otra. Asiento y paso al vestíbulo del edificio.
Mientras subo la escalera respiro hondo y me digo que todo irá bien. No debo mencionar la llamada a mis padres y tampoco debo quedarme a charlar.
La puerta está abierta. Hago de tripas corazón y entro. No cierro del todo, no voy a quedarme mucho. Busco a Matt en la cocina y en la sala de estar pero no lo encuentro. En el dormitorio están mis cosas, empaquetadas en cajas y bolsas. Sin Matt a la vista, cojo unas cuantas bolsas y me dispongo a salir cuando lo veo en el umbral de la puerta con una copa de vino tinto en la mano. Lleva el traje beige. Siempre he odiado ese traje, aunque nunca se lo he dicho. Se ha peinado el pelo oscuro con la raya al lado, como siempre.
—Hola —dice con una sonrisa demasiado exagerada para la ocasión.
—Hola. Te he estado buscando —le explico mientras cargo con las bolsas—. Kate me está esperando en la furgoneta.
No puede ocultar su hostilidad cuando menciono a Kate, pero hago caso omiso y me encamino hacia la puerta. Tengo que pararme cuando no se aparta de mi camino.
—Perdona —digo; mis buenos modales me están matando.
Me sonríe y le da un trago al vino con chulería antes de apartarse lo justo para que yo pueda pasar.
Cuando mi amiga me ve salir del edificio, salta de la furgoneta para abrirme las puertas traseras.
—Qué rápida —dice ayudándome con las bolsas.
—Matt lo tenía todo empaquetado.
Sonríe.
—Muy civilizado por su parte.
Vuelvo al apartamento a por más cosas. Sería más rápido si Kate subiera a ayudarme, pero de momento la cosa va bien y está siendo indolora. Si añado a Kate a la ecuación, seguro que se desata la anarquía, así que voy y vengo y acarreo mis posesiones terrenales yo sola. Matt ni siquiera se ofrece a echarme una mano.
Le paso a Kate la novena y décima bolsa.
—¿Cuántas quedan? —pregunta metiéndolas en la furgoneta.
—Sólo una caja más —digo dando media vuelta. Más le vale haberlo empaquetado todo, porque no quiero tener que volver.
Subo la escalera y cojo la última caja, lista para salir pitando, pero Matt vuelve a cortarme el paso.
—Ava, ¿podemos hablar? —pregunta, esperanzado.
«Ay, no».
—¿De qué? —digo, aunque sé perfectamente de qué. Tengo que salir de aquí. No puedo volver a pasar por esta mierda. La última vez que rechacé su oferta de volver a intentarlo, se portó como un cerdo.
—De nosotros.
—Matt, no voy a cambiar de opinión —replico con seguridad, pero antes de que me dé cuenta, está intentando meterme la lengua en la garganta. Se me cae la caja y lo empujo con todas mis fuerzas—. Pero ¡¿qué coño haces?! —chillo, incrédula.
Jadea un poco y me mira enfadado.
—Recordarte por qué estamos hechos para estar juntos —me espeta.
Me da por echarme a reír. Es una carcajada profunda. ¿Intenta hacerme recordar? ¿Qué?, ¿lo gilipollas que es? ¡Por favor! Desde luego, no es un recordatorio como los de Jesse.
—¿Todavía sales con alguien?
—Eso no es asunto tuyo.
—No, pero tus padres parecían muy interesados.
Respiro hondo para no soltarle un guantazo. No pienso contestarle. Después del día que he tenido, esto es lo último que necesito.
—Aparta, Matt. —Estoy muy orgullosa de mí misma por haberlo dicho con calma.
—Zorra estúpida —sisea.
Me deja atónita. Sabía que tenía un lado hijo puta, pero ¿hacía falta llegar a esto? Me hierve la sangre.
—Sí, estoy saliendo con alguien. Y ¿sabes qué, Matt? —No espero a que me conteste—. Es el mejor con el que he estado. —Se lo restriego, aunque sea una idiotez.
Suelta una risa estúpida, de las que se merecen una bofetada.
—Es un alcohólico empedernido, Ava. ¿Lo sabías? Probablemente va ciego cada vez que te folla.
Titubeo y la sonrisa chulesca de Matt se hace más amplia. ¿Cómo sabe con quién estoy saliendo? Se cree que estoy sorprendida porque ha soltado lo del alcohol. No es eso. Lo que me sorprende es que sabe con quién estoy saliendo. ¿Cómo es posible?
Dios, quiero darle una hostia con la mano abierta y borrarle esa sonrisa de capullo de la cara.
—Bueno, incluso borracho folla mucho mejor que tú. —Toma castaña.
Adiós a su expresión satisfecha: ahora parece confuso. El muy hijo de puta creía que me había pasado la mano por la cara. Con mis palabras he conseguido mucho más que con una hostia bien dada. Me alegro de haber sido tan aguda y tan rápida. Siempre se creyó maravilloso en la cama. Bueno, pues no lo era.
Le ha dolido. Se pregunta qué debe hacer ahora. Me mantengo firme pero siento curiosidad por saber cómo se ha enterado de lo de Jesse.
—Eres patética —escupe.
—No, Matt. Estoy resarciéndome de cuatro años de sexo de mierda contigo.
Se queda pasmado. No sabe qué decir. Recojo la caja del suelo y levanto la cabeza cuando oigo unos pasos atronadores en la escalera.
«¡Mierda!»
—¡Ava! —ruge.
Me ha chafado toda esperanza de dejar a Matt y su expresión de perplejidad libre de violencia. ¿Cómo sabe que estoy aquí? Mataré a Kate como me haya delatado ella.
Entra como una apisonadora y me doy cuenta de que he sido una ingenua por pensar que ya había visto todo lo imposible que podía ponerse. Está fuera de sí y tengo miedo. No temo por mí, sino por Matt, y lo odio. Jesse parece capaz de matar a alguien.
No obstante, ni siquiera repara en él. Me clava una mirada furibunda y me encojo.
—¡¿Qué cojones haces aquí?! —grita.
Me echo a temblar. Es como si le hubiera puesto un trapo rojo delante y está resoplando como un toro bravo. No debería saber dónde estoy. ¿Cómo se ha enterado? ¿Me ha puesto un transmisor? Decido no preguntárselo y cerrar el pico.
—¡Contéstame! —ruge.
Pestañeo. Está claro lo que he venido a hacer, no necesita que se lo confirme, y debe de haber visto las bolsas en la parte trasera de la furgoneta de Kate.
Matt, sabiamente, decide apartarse y mantener su boca de gallito cerrada. Su mirada va de Jesse a mí, y sé que está pensando que un hombre que sólo se está follando a una tía no se pone así.
«¡Hola, saluda a mi dios!»
—¡Te lo he dicho mil veces! No lo llames, no vayas a su casa. ¡Te dije que iba a venir John! —exclama gesticulando como un enajenado mental—. ¡Métete en el puto coche!
A Matt se le escapa una risita disimulada y le doy un latigazo con la mirada. Está muy satisfecho con la escena. Lo que me faltaba. No voy a quedarme aquí mientras me grita delante del gilipollas de mi ex novio. Cojo la caja y salgo echando humo del apartamento, dando las gracias a lo más sagrado porque Jesse no entrara unos segundos antes.
—Nos hemos besado —dice Matt la mar de contento antes de comerse el puño de Jesse.
Voy a echarme a llorar. ¿Es que mi ex no sabe cuándo cerrar la puta boca? Oigo los pasos furiosos de Jesse detrás de mí mientras salgo a la calle. Ahí están Sam y Kate. Anda, y también ha venido John.
John está apoyado en su Range Rover, con las gafas de sol puestas; da tanto miedo como siempre, pero tiene el rostro impasible. Kate da vueltas de un lado a otro junto a la furgoneta y Sam está a un lado, circunspecto. ¿De verdad hacía falta que viniera todo el mundo? Miro a mi amiga con cara de «No preguntes».
Me coge la caja.
—Joder, Ava… —susurra lanzándola a la parte trasera de la furgoneta.
—¿Le dijiste a Sam que yo estaba aquí? —inquiero, directa al grano.
—¡No! —chilla.
La creo. Ella no me haría eso.
—¡John! —grita Jesse al salir del edificio—. Pon sus cosas en el Rover.
Sacude la mano en recuperación y de repente me preocupo. El muy idiota. ¿No podía pegarle con la zurda? Y entonces proceso lo que ha dicho.
«¿Sus cosas?»
—¡No las toques, John! —grito, y John se queda quieto en el sitio—. No voy a irme con él. Vamos, Kate.
Me dirijo a la puerta del acompañante de la furgoneta y, cuando llego a la puerta, veo que Sam tiene a Kate cogida del brazo. Ella mira a Sam y niega débilmente con la cabeza. Luego me mira a mí. Está entre la espada y la pared.
—¡Coge sus cosas, John! —Jesse baja los escalones como un rayo.
—¡No las toques! —repito.
John deja escapar un suspiro de exasperación y mira a Jesse, esperando una respuesta, pero al parecer decide que mi ira es el menor de sus males, porque empieza a meter mis cosas en el Range Rover. Bueno, que se las lleve. Yo no me voy con él. Subo en la furgoneta de Kate y me hundo en el asiento, más ofendida que nunca.
A los dos segundos, se abre la puerta.
—¡Sal! —La voz le tiembla a causa de la ira, pero me importa una mierda.
Cojo la manija y tiro para cerrarla, pero él interpone su cuerpo.
—¡Jesse, vete a la mierda!
—¡Esa boca!
—¡Que te jodan! —grito. Estoy afónica, y mis cuerdas vocales me suplican que me calme. Nunca había gritado tanto. Estoy temblando de la rabia. ¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreve a portarse así después de todo lo que me ha hecho pasar?
—¡Vigila esa puta boca! —Se acerca y me coge.
Me resisto y peleo, pero no tengo fuerza alguna comparada con él. Me saca a la fuerza de Margo Junior y me sujeta por la espalda. Sigo pataleando y dando codazos. Me rodea la cintura con el brazo y me levanta del suelo sin esfuerzo, y a continuación me lleva a su coche mientras grito y pataleo como una cría de tres años.
—¡Suéltame!
—Cierra esa boca tan sucia que tienes, Ava —gruñe entre dientes, cosa que sólo me anima a seguir pataleando y dando manotazos.
Me está secuestrando a la fuerza en pleno Notting Hill, bajo la atenta mirada de mi mejor amiga, de su novio y de John. ¡Me muero de la vergüenza! No me puedo creer que la cosa se haya ido tanto de madre. Todo iba bien. Estaba a punto de marcharme, y entonces aparece este cabrón neurótico y lo llena todo de mierda. Quiero levantar la cabeza y gritarle al cielo.
Me resisto un poco más y voy a por el brazo con el que me sujeta por la cintura.
—Estás montando un espectáculo, Ava —me advierte.
Miro alrededor y veo que hay muchísimos peatones que han dejado de hacer lo que estuvieran haciendo para ver la dramática escena que acontece ante sus ojos. Dejo de resistirme, más que nada porque estoy exhausta. Permito que me meta en el coche, aunque le doy un par de manotazos cuando intenta ponerme el cinturón de seguridad.
Me coge de la barbilla y me acerca la cara.
—¡Haberte portado bien! —Sus ojos verdes lanzan rayos furibundos, pero lo miro desafiante antes de apartar el rostro.
Me incorporo sobre el cuero negro y cálido e intento recobrar el aliento.
Mañana no pienso ir a La Mansión, y el sábado me iré al pub. También tengo intención de marcharme del Lusso. Aunque tampoco es que ya me haya mudado allí, a pesar de que Jesse piense lo contrario.
Se acerca a John, a Kate y a Sam. Están hablando pero no sé qué dicen. Jesse agacha la cabeza y Kate le pone una mano en el brazo para consolarlo. ¡Es una puta traidora! ¿Por qué todo el mundo lo mima a él cuando soy yo la que ha sido secuestrada por un loco peligroso?
John sacude la cabeza y roza la mandíbula de Jesse con los nudillos, pero él lo aparta de mala manera. Puedo leer «tranquilízate» en los labios de John. Jesse los deja, alza los brazos al cielo y se tira del pelo rubio despeinado con frustración. John sacude la cabeza y sé que esta vez se limita a decir: «Hijo de perra».
¡Muy bien! John está de acuerdo conmigo. «Cualidades desagradables», creo que fueron las palabras de John. La verdad es que no veo cómo podría ponerse mucho más desagradable. Esta vez se le ha ido la pinza del todo.
Cuando sube al coche, le doy la espalda y miro por la ventanilla del acompañante. No pienso dirigirle la palabra. Se ha pasado de la raya. Pone el coche en marcha y arranca a tal velocidad que me estampo contra el asiento. Como si su forma habitual de conducir no diera ya bastante miedo. No me apetece nada ser su pasajera hoy.
—¿Cómo has sabido dónde estaría? —pregunto mirando aún por la ventanilla.
Con el rabillo del ojo lo veo hacer una mueca. Agita la mano. Se la ha lastimado.
—Eso no importa.
—Sí que importa. —Me vuelvo y contemplo su perfil ceñudo. Hasta cabreado sigue siendo una bestia hermosa—. Iba todo bien hasta que has aparecido.
Gira la cabeza y yo le devuelvo una mirada iracunda.
—Estoy muy cabreado contigo. ¿Lo has besado?
—¡No! —aúllo—. Él ha intentado besarme y le di un empujón. Estaba a punto de irme. —Me duele la frente de tanto fruncir el ceño.
Me sobresalto cuando empieza a pegarle puñetazos al volante.
—No vuelvas a decirme que soy posesivo, celoso y que exagero, ¿me has oído?
—¡Eres más que posesivo!
—Ava, en dos días te he pillado con dos hombres que estaban intentando meterse en tus bragas. Dios sabe qué habrá pasado cuando no estaba presente.
—No seas imbécil. Estás paranoico. —Sé que no lo está. Tiene razón, pero lo que yo quiero saber es por qué, de repente, a Mikael le interesa mi relación con Jesse—. ¿De qué conoces a Mikael?
—¿Qué?
—Ya me has oído.
Sé que se lo está pensando porque el labio inferior ha desaparecido entre sus dientes.
—Le compré el ático, Ava. ¿De qué crees que lo conozco?
—Le pareció muy interesante que le dijera que hacía más o menos un mes que salía contigo. ¿Por qué será?
Se vuelve otra vez para mirarme.
—Y ¿por qué carajo hablas con él sobre nosotros?
—No hablo con él de nada. ¡Me hizo una pregunta y le contesté! ¿Por qué le parece tan interesante, Jesse?
Estoy perdiendo el control. Aparto la mirada y respiro hondo, intentando calmarme.
—Ese hombre te desea, créeme.
—¡¿Por qué?! —grito mirándolo fijamente.
Se niega a mirarme.
—¡Porque sí, joder! —ruge.
Salto hacia atrás en mi asiento, asustada y frustrada por su respuesta iracunda y vaga. Esta conversación no lleva a ninguna parte. Él tiene que tranquilizarse y yo también. Le preguntaré lo que tenga que preguntarle cuando no parezca estar a punto de romper la ventanilla de un puñetazo.
Aparca en la entrada del Lusso y salgo del coche con el motor en marcha. John deja el Range Rover en el aparcamiento. Me meto en el vestíbulo. Clive sale de detrás del mostrador pero lo ignoro por completo y voy directa al ascensor.
Espero que Jesse suba antes de que las puertas se cierren pero no lo hace. Está claro que también ha llegado a la conclusión de que los dos necesitamos tranquilizarnos.
Salgo del ascensor, saco la llave rosa del bolsillo interior del bolso, abro la puerta, la cierro de un portazo y de la rabia tiro el bolso al suelo.
—¡Hijo de puta! —maldigo para mí.
—Hola —dice una vocecita.
Levanto la cabeza y veo a una mujer de mediana edad con el pelo cano delante de mí. Supongo que debería preocuparme que haya una desconocida en el ático de Jesse, pero estoy demasiado cabreada.
—¿Y tú quién coño eres? —le suelto de mala manera.
La mujer da un paso atrás y entonces reparo en el paño y el abrillantador de muebles que lleva en la mano.
—Cathy —contesta—. Trabajo para Jesse.
—¿Qué? —pregunto, alterada. La furia que me domina no me deja entender nada…, hasta que entre su comentario y el abrillantador de muebles… lo pillo.
«¡Mierda!»
Se abre la puerta detrás de mí, me vuelvo y entra Jesse. Me mira a mí y luego a la mujer.
—Cathy, creo que deberías irte. Hablamos mañana —dice con calma, aunque todavía detecto un punto de enfado en su voz.
—Por supuesto. —La mujer deja el trapo y el abrillantador sobre la mesa, se quita el delantal y lo dobla de prisa pero perfectamente—. La cena está en el horno. Estará lista dentro de media hora.
Coge un bolso de loneta del suelo y guarda el delantal. Que Dios la bendiga. Me sonríe antes de irse. Es más de lo que me merezco. Menuda primera impresión le habré causado…
Jesse le pellizca la mejilla y le da un pequeño apretón en los hombros. La veo atravesar el vestíbulo, y a John y a Clive saliendo del ascensor cargados con mis bártulos. Están perdiendo el tiempo porque no voy a quedarme aquí. Me dirijo a la cocina y abro la nevera de un tirón deseando que mágicamente aparezca una botella de vino. Pero me llevo una gran decepción.
Cierro de nuevo de un portazo y subo escaleras arriba echando humo. Es que no puedo ni mirarlo. Entro en el dormitorio y doy otro portazo… ¿Ahora qué? Debería irme para que los dos pudiéramos pensar. Esto es demasiado intenso y va demasiado rápido. Es venenoso e incapacitante.
Me encierro en el cuarto de baño. Este ático me es más familiar de lo que debería. Después de haberme pasado meses diseñándolo y coordinando las obras, me siento como en casa. Seguramente, me siento más en casa que Jesse. Él ni siquiera lleva aquí un mes, del cual se ha pasado una semana entera borracho e inconsciente.
Vago hacia el asiento de la ventana y contemplo los muelles. La gente sigue con su vida, sale de paseo o está de copas. Todos parecen felices y relajados. Seguro que no es así, pero tal y como me encuentro, pienso egoístamente que nadie puede tener tantos problemas como yo. Estoy completamente enamorada de un hombre temperamental en extremo y de carácter imposible. Por otro lado, es el hombre más cariñoso, sensible y protector del universo. Si John está en lo cierto, y sólo es así conmigo, ¿deberíamos seguir juntos? Al paso que vamos, morirá de un infarto a los cuarenta y será culpa mía. Con Jesse, cuando las cosas van bien, son increíbles, pero cuando van mal, son insoportables.
Haberlo conocido es una bendición y una maldición al mismo tiempo.
Suspiro, agotada, me cubro la cara con las manos y noto cómo las lágrimas me desbordan y se me hace un nudo en la garganta. Y yo que creía que había empezado a averiguar lo que necesitaba saber… Sin embargo, a medida que pasa el tiempo se hace más evidente que no es así y, como Jesse se empeña en no abrir el pico y en darme evasivas, no parece que vaya a averiguarlo en un futuro próximo… A menos que le pregunte a Mikael.
Se abre la puerta y Jesse entra en el baño como una apisonadora. Parece como si lo hubieran electrocutado. Está temblando y tiene hinchada y palpitante la arteria carótida. Yo me he tranquilizado bastante, pero da la impresión de que él no. Lleva algo en la mano.
—¿Qué coño es esto? —Es como si fuera a entrar en combustión espontánea.
Frunzo el ceño pero entonces caigo en la cuenta de que lo que lleva en la mano es la lista de vuelos que me ha dado Patrick.
Me va a caer una buena.
Un momento… Eso estaba en mi bolso.
—¡Me has registrado el bolso! —Estoy atónita. No sé por qué me sorprende, si me lo registra siempre. No parece estar avergonzado en lo más mínimo, ni tampoco que vaya a pedirme disculpas. Se limita a agitar el papel delante de mis narices mientras su pecho sube y baja a intervalos irregulares.
Le doy un empujón y bajo la escalera en busca de mi bolso. Me sigue y el volumen de su respiración supera el de sus pasos. Recojo el bolso del suelo y me lo llevo a la cocina.
—¡¿Qué demonios haces?! —me grita—. ¡No está ahí, está aquí! —Vuelve a ponerme el papel frente a la cara mientras vacío el contenido de mi bolso en la isleta.
No sé qué estoy buscando.
—¡No vas a irte a Suecia, ni a Dinamarca ni a ninguna parte! —Su voz es una mezcla de miedo y de ira.
Lo miro. Sí, veo miedo.
—No vuelvas a registrarme el bolso. —Cada palabra transmite mi frustración, que va en aumento, y le lanzo una mirada acusadora.
Retrocede un poco y aplasta el papel contra la isleta sin perder ni un gramo de ira.
—¿Qué más me escondes?
—¡Nada!
—Te diré una cosa, señorita. —Se acerca como un animal y me planta la cara a milímetros de la mía—. Antes muerto que dejarte salir del país con ese cerdo mujeriego.
Una oleada de puro terror le cruza la cara.
—¡Él no va a ir! —le grito dejando caer mi bolso para darle más efecto. La verdad es que no estoy segura, y sospecho que sí irá. Tiene un plan y tiene un móvil, pero ¿por qué?
—Irá. Te seguirá hasta allí, créeme. Es implacable cuando persigue a una mujer.
Me echo a reír.
—¿Como tú?
—¡Eso fue distinto! —me ruge.
Cierra los ojos y se lleva las puntas de los dedos a las sienes para intentar aliviar la tensión con un masaje.
—Eres imposible —escupo. He perdido las ganas de vivir.
—¿Y qué haces tomando vitaminas? —me espeta con una mirada de reproche—. Estás embarazada, ¿no?
¿Es que quiere sacarme de quicio? Saco las vitaminas del bolso y se las tiro a la cabeza. Las esquiva, me mira sorprendido y las vitaminas se estrellan contra la pared antes de caer al suelo de la cocina. Necesito recuperar el control. Lo estoy perdiendo del todo.
—¡Las compré para ti! —le grito, y él me mira como si me hubiera vuelto loca. Estoy a punto de hacerlo.
—¿Por qué? —Mira el frasco en el suelo.
—Porque abusaste de tu cuerpo, ¿ya no te acuerdas?
Suelta una risa burlona.
—No necesito pastillas, Ava. Ya te lo dije. —Me coge de los brazos y me acerca a su cara—. No soy un puto alcohólico. Si bebo, ¡será porque me has hecho enloquecer de ira! —Esto último me lo grita pegado a mi cara.
—Y me culpas de todo a mí. —Es una afirmación, no una pregunta, porque ya me lo ha gritado a la cara.
Me suelta y se aparta.
—No, no lo hago. —Se tira del pelo, frustrado—. ¿Qué me estás ocultando? Viajes de negocios con daneses ricos…, visitas cariñosas a tu ex novio…
—¿Cariñosa? —exploto. ¿Acaso cree que me gustó ver a Matt?—. ¡Eres un puto imbécil!
—¡Esa boca!
—¡Jódete! —le grito.
De verdad que vive en otro planeta. Si me conociera tan bien como cree, no me estaría soltando semejantes gilipolleces.
Alza las manos al cielo en un gesto de: «¡Señor, dame fuerzas!»
—Ahora mismo no puedo estar a tu lado —aúlla. Aprieta los dientes y los músculos de la mandíbula le tiemblan—. Te quiero, Ava. Te quiero muchísimo pero ni siquiera puedo mirarte a la cara. ¡Esto es una mierda!
Sale zumbando de la cocina. A los pocos instantes, la entrada principal se cierra de un portazo, un señor portazo. Corro al vestíbulo del ático, no hay rastro de Jesse, si exceptuamos que la puerta de espejo del ascensor está hecha añicos. A pesar de mi enajenación, pienso en el daño que le habrá causado a su pobre mano. Entonces me echo a llorar. Aúllo a la luna, sin esperanza, hecha un mar de lágrimas. Estoy desesperada y fuera de control. Es como si me estuviera poniendo a prueba, como si Jesse tratara de ver si soy lo bastante fuerte como para sacarlo de toda esta mierda y, además, tengo que luchar contra la molesta sensación de que soy yo la que lo hace ponerse así. No es sano.
Vuelvo al interior y veo mis cosas ordenadas en fila a un lado de la escalera. ¿Qué hago con ellas? ¿Voy a quedarme?
Las dejo donde están porque no sé qué hacer y me siento en una tumbona en la terraza para poder llorar a gusto, bien fuerte. Intento encontrar una solución, un camino que seguir. No se me ocurre nada entre las lágrimas incesantes. Miro al vacío y no siento más que abandono. Es una sensación conocida que no quería volver a experimentar… Y ahora vuelve a mí. Es la sensación de vacío, de pérdida y de soledad, todas las emociones que me tuvieron sumida en un infierno mientras Jesse no estaba en mi vida. ¿Cómo he llegado a necesitarlo tanto? ¿Cómo me ha pasado esto? Se ha marchado y ahora sé cómo se sintió cuando yo le hice lo mismo. No es nada agradable. Es como si me faltara buena parte de mi ser.
Me falta.
El corazón me da un vuelco ante la idea de vivir sin él. No puedo respirar y el pánico se apodera de mí. No hay remedio. Vuelvo al interior, subo al cuarto de baño del dormitorio principal y me doy una ducha. Me quedo ausente bajo el agua, enjabonándome. Nos veo a Jesse y a mí por todas partes: en el lavabo, contra la pared, en el suelo, en la ducha. Estamos en todas partes.
Salgo. De repente necesito escapar del recuerdo de nuestros encuentros íntimos. Me tiro en la cama pero pronto vuelvo a estar sentada, presa del pánico. Cuando nos hemos separado, le ha dado por beber. ¿Volverá a hacerlo? El corazón galopa dolorosamente en mi pecho y asciende hacia mi boca. La idea de Jesse bebiendo basta para hacerme bajar corriendo a por mi móvil.
Entro en la cocina y huele realmente bien. ¡Ay!… Corro al horno, lo apago, cojo el móvil y marco el número de John.
Su voz grave suena de inmediato a través del teléfono.
—Está aquí, Ava.
—¿En La Mansión? —Qué alivio, aunque a la vez me pregunto qué está haciendo allí.
—Sí. —John parece arrepentido.
—¿Debería ir? —No sé por qué se lo pregunto. Ya estoy camino del dormitorio para vestirme.
Dice por teléfono:
—Creo que sí, muchacha. Ha ido directo a su despacho.
Cuelgo, me recojo el pelo mojado y vuelvo a ponerme la ropa que llevaba antes. Las llaves del coche, Jesse no me las ha devuelto. Vuelo escaleras abajo y me pongo a rebuscar entre mis cosas, rezando para encontrar el segundo juego. Al final, lo consigo.
Introduzco el código en el ascensor, y pienso que a Clive no le va a gustar encontrarse con el espejo roto. Desde que llegué, el mantenimiento debe de salir por un pico.
Corro por el vestíbulo con tacones y todo. Clive está arrodillado detrás de su mostrador. Paso junto a él sin decir nada. Hoy no tengo tiempo. El pobre hombre debe de estar preguntándose qué ha hecho para que me haya enfadado con él.
—¡Ava! —me grita. No me detengo pero parece que algo va mal. Tal vez la mujer misteriosa haya vuelto.
—¿Qué pasa, Clive?
Corre hacia mí, espantado.
—¡No puedes irte!
¿De qué está hablando?
—El señor Ward… —jadea— ha dicho que no debes salir del Lusso. Ha insistido mucho.
«¡¿Cómo?!»
—Clive, no tengo tiempo para esto.
Echo a andar de nuevo pero me coge del brazo.
—Ava, por favor. Tendré que llamarlo.
No me lo puedo creer. ¿Ahora el conserje es mi carcelero?
—Clive, ése no es tu trabajo —recalco—. Por favor, suéltame.
—Eso mismo le he dicho yo, pero el señor Ward puede ser muy insistente.
—¿Cuánto, Clive?
—No sé de qué me hablas —dice rápidamente mientras se arregla la gorra con la mano libre. No podría parecer más culpable ni queriendo.
Me suelto y me dirijo al mostrador de conserjería.
—¿Dónde guardas los números de contacto del señor Ward? —pregunto examinando las pantallas. El móvil de Clive también está en el mostrador.
Él se acerca, confuso.
—El sistema introduce todos los datos en el teléfono. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Tienes guardado el teléfono del señor Ward en tu móvil?
—No, Ava. Todo está programado en el sistema, por la confidencialidad de los residentes y todo eso.
—Estupendo. —Doy un tirón a los cables que unen el teléfono con el ordenador y los dejo hechos una maraña en el suelo, junto con la mandíbula de Clive.
El pobre hombre no logra articular palabra, y la verdad es que me siento culpable cuando salgo del edificio. Otra factura de mantenimiento más, cortesía de la esclava del ático.
Me meto en el coche y veo un pequeño aparato negro en el salpicadero. Sé lo que es. Aprieto el botón y, en efecto, las puertas del Lusso se abren.
De camino a La Mansión, rezo para no encontrar a Jesse con una copa en la mano. Será la primera vez que pise el lugar desde que descubrí su oferta de ocio, pero la necesidad que siento de ver a Jesse es más fuerte que mis nervios o mis reticencias.