Una respuesta
La shatayan, una mujer alta y atractiva que rebozaba dignidad y gelidez por haberla hecho esperar, aguardaba en la antesala. Los ojos color avellana podrían haber congelado el vino. Cualquier reina que se ganara la antipatía de una shatayan era una necia, así que Moraine se mostró muy agradable mientras la mujer la escoltaba por los pasillos. Creía que había adelantado algo en derretir aquella escarcha, pero le resultaba difícil concentrarse. ¿Un lacayo joven? Ignoraba si Siuan había estado alguna vez con un hombre, pero ¡seguro que no lo haría simplemente para llegar hasta los criados de Inés! ¡Y no con un lacayo!
Estatuas y tapices jalonaban los pasillos; los motivos eran realmente sorprendentes, por lo que Moraine sabía de las Tierras Fronterizas. Esculturas de mármol que representaban mujeres con flores o niños jugando, tapices de seda con campos de flores y nobles en jardines y sólo unas pocas escenas de caza, pero ni una sola batalla. A intervalos, a lo largo de los pasillos había ventanales en arco que se asomaban a muchos más jardines de los que había esperado ver, así como patios enlosados, algunos de ellos con una cantarina fuente de mármol. En uno de ellos vio algo que la hizo olvidarse por completo de Siuan y de su lacayo.
Era un patio sencillo sin fuente ni pórtico de columnas y a lo largo de las paredes se alineaban hombres en fila para observar a otros dos que, desnudos de cintura para arriba, luchaban con espadas de práctica hechas con tiras de madera. Eran Ryne y Bukama. A pesar de ser una sesión de entrenamiento la lucha era real; los golpes se descargaban con bastante contundencia para que Moraine oyera los impactos, todos propinados por Ryne. Moraine tendría que evitar a esos dos; y a Lan, si se encontraba allí también. Ese hombre ni siquiera se había molestado en disimular sus dudas y podría dar pie a preguntas que Moraine no deseaba que se hicieran. ¿Era Moraine o Alys? O, peor aún, ¿era Aes Sedai o una espontánea que fingía serlo? Preguntas que se estarían comentando en las calles a la noche y que cualquier hermana podría oír, y la última era del tipo que una Aes Sedai investigaría. Por suerte, tres soldados errabundos difícilmente se encontrarían en los sitios a los que iría ella.
El príncipe Brys, un hombre recio de ojos verdes, la recibió con familiaridad en una gran habitación cubierta de paneles rojos y dorados. Dos de las hermanas casadas del príncipe se hallaban presentes con sus esposos, así como una de las de Ethenielle, con el suyo. Los hombres vestían sedas de tonos discretos en tanto que las ropas de las mujeres eran de colores intensos e iban ceñidas por debajo del busto y con bordados en las mangas y en el repulgo de la falda. Criados con uniforme ofrecieron frutos secos y dulces. Moraine creyó que acabaría con tortícolis de estar mirando hacia arriba; la mujer más baja era más alta que Siuan, y todos mantenían una postura muy erguida. Habrían doblado el cuello un poco por una hermana, tanto ellos como ellas, pero se sabían iguales a lady Moraine.
La conversación versó sobre música y los mejores músicos entre los nobles que estaban en la corte, de los rigores del viaje, de dar o no crédito a los rumores sobre un hombre que encauzaba y del motivo de que hubiera tantas Aes Sedai en movimiento, y a Moraine le resultó muy difícil mantener la charla con la ligereza y el ingenio esperados. Le importaba poco la música y aún menos quién tocaba los instrumentos; en Cairhien, a los músicos se los contrataba y tras la actuación caían en el olvido. Todo el mundo sabía que viajar era arduo, sin garantía de encontrar cama o comida decentes al final de una jornada de cuarenta o cincuenta kilómetros; y eso contando con buen tiempo. Obviamente, algunas de las hermanas debían de estar en movimiento por los rumores sobre ese hombre, y otras para estrechar lazos que podrían haberse aflojado durante la Guerra de Aiel, para asegurarse de que tronos y casas comprendieran que aún se esperaba de ellos que cumplieran con sus obligaciones para con la Torre, tanto públicas como privadas. Si una Aes Sedai no había llegado todavía a Aesdaishar, no tardaría en hacerlo; razón de más para que a Moraine le incomodara mantener charlas insustanciales. Aparte de imaginar otras razones por las que las hermanas anduvieran de un sitio para otro. Los hombres pusieron buena cara, pero le dio la impresión de que las mujeres la encontraban muy aburrida.
Moraine sintió un gran alivio cuando entraron los hijos de Brys. Presentarle a sus hijos era señal de aceptación en su casa y, mejor aún, indicaba el final de la audiencia. El mayor, Antol, se encontraba en el sur con Ethenielle como el heredero, lo que dejaba a una encantadora muchachita de doce años y de ojos verdes, llamada Jarene, a la cabeza de sus otros cinco hermanos, una chica y cuatro chicos, situados en fila conforme a su edad, aunque a decir verdad los dos niños más pequeños aún llevaban faldones e iban en brazos de sus niñeras. Reprimiendo la impaciencia de saber lo que Siuan había descubierto, Moraine felicitó a los niños por su comportamiento y los animó a seguir aprendiendo sus lecciones. Debieron considerarla tan aburrida como sus mayores. Pensó en algo un poco menos insulso.
—¿Cómo os hicisteis esas contusiones, milord Diryk? —preguntó, y apenas prestó atención al relato expuesto sobriamente por el jovencito sobre una caída hasta que…
—Mi padre dice que fue la suerte de Lan el motivo de que no me matara, milady —comentó Diryk, olvidando la formalidad—. Lan es el rey de Malkier y el hombre más afortunado del mundo y el mejor espadachín. Excepto mi padre, naturalmente.
—¿El rey de Malkier? —repitió Moraine, que parpadeó. Diryk asintió con un vigoroso cabeceo y empezó a explicar con un torrente de palabras las proezas de Lan en La Llaga y de los malkieri que habían acudido a Aesdaishar para seguirlo, hasta que su padre le hizo un gesto para que se callara.
—Lan es un rey si quiere, milady —dijo Brys. Eso era algo muy extraño, y su tono dubitativo lo hizo más raro aún—. Apenas sale de sus aposentos —Brys también parecía preocupado por eso—, pero lo conoceréis antes de que os… Milady, ¿os sentís bien?
—No demasiado —contestó. Había esperado tener otro encuentro con Lan Mandragoran, incluso lo había planeado, pero ¡no allí! Parecía como si se le estuvieran haciendo nudos en el estómago—. También yo permaneceré en mis habitaciones unos cuantos días. Si me disculpáis…
Brys la disculpó, naturalmente, y todos expresaron su pesar por no disfrutar de su grata compañía a causa de la tensión que el viaje debía de haberle supuesto. Pero oyó a una de las mujeres comentar que las sureñas debían de ser muy delicadas.
Una joven de cabello claro vestida de rojo y verde la esperaba para conducirla a sus aposentos. Elis hacía una reverencia cada vez que hablaba, lo que significaba que hizo bastantes al principio. Le habían informado del «desmayo» de Moraine y le fue preguntando cada veinte pasos si deseaba sentarse y recobrar el aliento o si quería que le llevaran paños mojados a su cuarto o ladrillos calientes para los pies o sales aromáticas o una docena más de remedios para «los mareos», hasta que Moraine le dijo secamente que se callara. La necia muchacha la condujo en silencio, el semblante inexpresivo.
A Moraine le importaba poco si se había ofendido. Lo único que quería era encontrar a Siuan con buenas noticias. Lo ideal sería encontrarla con el niño nacido en el Monte del Dragón en sus brazos y la madre preparada para viajar. Sin embargo, lo que más deseaba era desaparecer de los pasillos antes de que pudiera toparse con Lan Mandragoran.
Preocupada por el hombre, giró en una esquina detrás de la criada y se dio de bruces con Merean. La shatayan en persona la guiaba, y detrás de la hermana Azul con aire de matrona venía una hilera de criados. Una llevaba los guantes rojos de montar; otra, la capa forrada de piel, y una tercera, el sombrero de terciopelo oscuro. Parejas de hombres portaban los canastos de mimbre que podría haber cargado uno solo, y otros llevaban montones de flores en los brazos. A una Aes Sedai se la recibía con más honores que a una simple noble, por importante que fuese su casa. Merean entrecerró los ojos al ver a Moraine.
—Qué sorpresa encontrarte aquí —dijo lentamente—. A juzgar por tu vestido deduzco que has renunciado al disfraz. Ah, no. Veo que sigues sin llevar el anillo.
Moraine estaba tan estupefacta por la repentina aparición de la mujer que apenas oyó lo que decía.
—¿Estás sola? —barbotó.
Durante un instante los ojos de Merean se redujeron a rendijas.
—Larelle decidió ir por su cuenta. Hacia el sur, creo. Y no sé nada más.
—Me refería a Cadsuane —respondió Moraine, que parpadeó sorprendida.
Cuanto más pensaba en Cadsuane más convencida estaba de que esa mujer debía de pertenecer al Ajah Negro. Lo que la sorprendía era lo de Larelle, que había manifestado una firme decisión de llegar a Chachin, y sin demora. Se podía cambiar de planes, claro, pero de repente Moraine cayó en la cuenta de algo que tendría que haber sido obvio: las hermanas Negras podían mentir. Era imposible —¡los Juramentos no se podían quebrantar!—, pero debía de ser así.
Merean se acercó a Moraine y, cuando ésta retrocedió un paso, ella adelantó otro. Moraine se irguió todo lo posible, pero aun así sólo le llegaba a la barbilla a la otra mujer.
—¿Tantas ganas tienes de ver a Cadsuane? —inquirió Merean, sin quitarle la vista de encima. Su voz sonaba agradable, el gesto de la cara era plácido y reconfortante, pero sus ojos parecían de frío acero—. La última vez que la vi dijo que cuando se encontrara contigo te daría azotes en el trasero hasta que no pudieras sentarte durante una semana. Y lo hará.
De repente, miró a los criados y pareció darse cuenta de que no estaban solas. La dureza del acero menguó, pero no desapareció.
—Cadsuane tenía razón, ¿sabes? Una joven que cree que sabe más de lo que realmente sabe puede acabar metida en un gran problema. Te sugiero que no hagas nada ni digas nada hasta que podamos hablar. —El gesto que le hizo a la shatayan para que siguiese adelante fue perentorio, y la digna mujer obedeció de inmediato. Un rey o una reina se buscaría problemas con una shatayan por algo así, pero no una Aes Sedai.
Moraine siguió con la vista a Merean hasta que ésta desapareció por un recodo del pasillo. Todo lo que la otra Azul acababa de decir podría haber salido de una de las elegidas de Tamra. Las hermanas Negras podían mentir. ¿Había cambiado de parecer Larelle sobre Chachin o estaría muerta en alguna parte, como Tamra y las demás? De repente, cayó en la cuenta de que se estaba alisando la falda. Parar las manos fue fácil, pero no pudo frenar el ligero temblor. Elis la miraba boquiabierta.
—¡También sois Aes Sedai! —chilló, y entonces dio un brinco al interpretar como un gesto agrio la mueca de Moraine—. Debéis de estar de incógnito —farfulló—. No le diré nada a nadie, Aes Sedai. ¡Lo juro por la Luz y por la tumba de mi padre! —Como si todos los que seguían a Merean no hubieran oído todo lo que había oído ella. Y no se callarían.
—Llévame a los aposentos de Lan Mandragoran —ordenó. Lo que era válido al amanecer podía dejar de serlo a mediodía. Y tornarse necesario lo que antes carecía de importancia. Sacó el anillo de la Gran Serpiente de la escarcela y se lo puso en la mano derecha. A veces había que jugársela.
Tras una larga caminata —por suerte en silencio—, Elis tocó con los nudillos en una puerta roja y anunció a la mujer canosa que la abrió que lady Moraine Damodred Aes Sedai deseaba hablar con el rey al'Lan Mandragoran. La criada había dado su propio toque a lo que había dicho Moraine. ¡Rey, vaya! Increíblemente, la respuesta de lord Mandragoran fue que no quería hablar con ninguna Aes Sedai. La mujer canosa parecía escandalizada, pero cerró la puerta con firmeza. Elis miró a Moraine con los ojos muy abiertos.
—Si milady Aes Sedai gusta, la conduciré a sus aposentos ahora… —empezó con incertidumbre. Soltó un chillido cuando Moraine abrió la puerta de un empujón y entró.
La criada de pelo canoso y otra más joven, que remendaban camisas, se incorporaron con un brinco. Un joven huesudo que estaba junto a la chimenea se puso de pie torpemente y miró a las mujeres esperando instrucciones. Ellas se limitaron a mirarla hasta que Moraine enarcó una ceja en un gesto interrogante. Entonces la mujer canosa señaló una de las dos puertas que conducían a habitaciones interiores de los aposentos.
La puerta en cuestión la condujo a una sala de estar muy semejante a la suya, sólo que habían retirado todas las sillas doradas contra las paredes y enrollado las alfombras. Sin camisa, Lan practicaba con la espada en la zona despejada. Un pequeño guardapelo de oro se mecía en su cuello con los movimientos; la hoja de la espada era un borrón en el aire. Estaba empapado de sudor y las heridas que le había Curado habían sido reemplazadas por… ¿Marcas de zarpas de algún animal salvaje en la espalda? O marcas dejadas por las uñas de una mujer. ¿Sería capaz ese hombre frío de despertar semejante pasión en una mujer para que le…? Moraine sintió que las mejillas se le encendían ante la imagen que acudió a su mente. Que tuviese todas las mujeres que le placiera siempre y cuando hiciese lo que ella quisiera.
Se volvió con felina gracilidad para mirarla, con la punta de la espada dirigida a las baldosas del suelo. Seguía evitando mirarla a los ojos de ese modo especial que tenían de hacerlo Bukama y él. El cabello le colgaba húmedo, pegado a la cara a pesar del cordón de cuero, pero el ritmo de su respiración no era agitado.
—Vos —gruñó—. Hoy sois Aes Sedai y, además, una Damodred. No tengo tiempo para vuestros juegos, cairhienina. Estoy esperando a alguien. —Los fríos ojos azules se desviaron levemente hacia la puerta que había detrás de Moraine. Curiosamente, lo que parecía ser un cordón de cabello tejido estaba atado alrededor del picaporte interior en un nudo complejo—. No la complacerá encontrar a otra mujer aquí.
—Vuestra dilecta dama no tiene que temer nada de mí —le respondió secamente—. Para empezar, sois demasiado alto, y en segundo lugar, prefiero hombres que tengan al menos un poco de encanto. Y modales. Vine a pediros ayuda. Se hizo una promesa, mantenida desde la Guerra de los Cien Años, de que Malkier acudiría cuando la Torre Blanca llamara. ¡Yo soy Aes Sedai y ahora os pido ayuda!
—Sabéis que las colinas son altas, pero desconocéis su emplazamiento —masculló como si citara algún dicho malkieri. Cruzó la sala alejándose de ella, tomó la vaina y enfundó la espada con fuerza—. Os ayudaré si me respondéis una pregunta. Se la he hecho a varias Aes Sedai a lo largo de los años, pero se escurren como víboras para no contestar. Si sois Aes Sedai, responded.
—Si conozco la respuesta, lo haré. —No pensaba repetirle lo que era, pero abrazó el Saidar y movió una de las sillas doradas hasta ponerla en el centro de la sala. No habría podido levantar el mueble con las dos manos, pero con los flujos de Aire flotó suavemente, y lo habría hecho igual aunque hubiese pesado el doble. Se sentó, cruzó una pierna sobre otra, y apoyó las manos sobre la rodilla de manera que el anillo de la serpiente dorada en su dedo se viera perfectamente. La persona más alta tenía ventaja siempre si estaban de pie los dos, pero una persona de pie frente a otra que estuviera sentada debía de sentirse como si la estuviera juzgando, sobre todo si la otra era una Aes Sedai.
Sin embargo, él no parecía sentir nada por el estilo. Por primera vez desde que se conocieron, la miró directamente a los ojos, y era una intensa mirada como hielo azul.
—Cuando Malkier pereció —empezó en tono acerado—, Shienar y Arafel enviaron hombres. No podían frenar la avalancha de trollocs y de Myrddraal, pero acudieron. Acudieron soldados desde Kandor e incluso de Saldaea. Llegaron tarde, pero fueron. —El hielo azul se convirtió en fuego azul; el tono de su voz no varió, pero los nudillos se le pusieron blancos en torno a la espada—. Durante novecientos años cabalgamos para acudir a la llamada de la Torre Blanca, pero ¿dónde estaba la Torre cuando Malkier pereció? ¡Si sois Aes Sedai, respondedme a eso!
Moraine vaciló. La respuesta que él quería estaba Sellada para la Torre. A las Aceptadas se les contaba aquello en las lecciones de historia, pero era un tema prohibido para cualquiera que no fuese iniciada de la Torre. No obstante, ¿qué importaba otro castigo más considerando a lo que se enfrentaba ya?
—Más de un centenar de hermanas partieron hacia Malkier —repuso con más calma de la que sentía. Conforme a todo lo que le habían enseñado, debería pedir una penitencia por lo que le había dicho ya—. Sin embargo, ni siquiera las Aes Sedai pueden volar. Llegaron demasiado tarde. —Los ejércitos de Malkier estaban destrozados por incontables hordas de Engendros de la Sombra y la gente huía o había perecido para cuando llegaron las primeras. La muerte de Malkier había sido dura, sangrienta y rápida—. Eso ocurrió antes de que yo naciera, pero lo lamento profundamente. Y lamento que la Torre decidiera guardar en secreto su intento. —Más valía que se pensara que la Torre no había hecho nada que se supiera que las Aes Sedai lo habían intentado y habían fracasado. El fracaso era un golpe para el prestigio, y el misterio, una armadura que la Torre necesitaba. Las Aes Sedai tenían sus razones para hacer lo que hacían y lo que no hacían, y esas razones sólo las conocían ellas—. Es todo lo que puedo contestar. Más de lo que habría debido y, creo, más de lo que responderá nunca cualquier hermana. ¿Es suficiente?
Durante unos segundos él se limitó a mirarla mientras el fuego se convertía de nuevo en hielo. Apartó la vista.
—Casi puedo creerlo —murmuró finalmente, sin decir qué era lo que casi creía. Soltó una risa amarga—. ¿En qué puedo ayudaros?
Moraine frunció el entrecejo. Deseaba profundamente disponer de un rato a solas con ese hombre para meterlo en cintura, pero eso tendría que esperar. Quisiera la Luz que no fuera un Amigo Siniestro, deseó con todo fervor.
—Hay otra hermana en palacio, Merean Cerro Rojo. Necesito saber dónde va, qué hace, con quién se reúne. —Él parpadeó, pero no hizo las preguntas obvias, tal vez porque sabía que no tendría respuestas, pero aun así su silencio la complació.
—No he salido de mis habitaciones en los últimos días. —Miró de nuevo hacia la puerta—. Ignoro hasta qué punto podré llevar a cabo una vigilancia así.
A despecho de sí misma, Moraine resopló desdeñosa. El hombre le prometía ayuda y después aguardaba ansiosamente a su dama. Quizá no era como ella había pensado. Pero era lo único que tenía.
—Vos no —le dijo. A no tardar, su visita allí se sabría en Aesdaishar, si es que no se sabía ya, y si lo veían espiando a Merean… Eso significaría el desastre aun en el caso de que la otra Azul fuera tan inocente como un bebé—. Pensé que podríais pedírselo a uno de los malkieri que, según tengo entendido, se han reunido aquí para seguiros. Alguien con mucha vista y que sepa tener quieta la lengua. Esto ha de hacerse en absoluto secreto.
—Nadie me sigue —repuso secamente él. Echó otra ojeada a la puerta y de repente pareció fatigado. No es que encorvara la postura, pero se desplazó hacia la chimenea y soltó la espada junto al hogar con el cuidado de un hombre cansado. De espaldas a Moraine, añadió—: Le pediré a Bukama y a Ryne que la vigilen, pero no puedo hacer promesas en su nombre. Es todo cuanto puedo hacer por vos.
Moraine reprimió un sonido irritado. Tanto si era todo cuanto podía hacer o cuanto estaba dispuesto a hacer, no tenía influencia para obligarlo a nada más.
—Bukama, sólo él —dijo. A juzgar por cómo se había comportado con ella, Ryne estaría demasiado ocupado en mirar boquiabierto a Merean para ver u oír nada. Eso, si no le confesaba lo que hacía en el mismo momento en que Merean lo mirara—. Y no le digáis por qué.
Lan volvió rápidamente la cabeza, pero un instante después asintió. Y de nuevo no preguntó lo que la mayoría de la gente habría preguntado. Mientras le explicaba cómo mantenerla informada —con notas entregadas a su doncella, Suki— rezó para no estar cometiendo un grave error.
De vuelta en sus aposentos descubrió lo rápido que se propagaban las noticias. En la sala de estar, Siuan ofrecía una bandeja de dulces a una joven alta y de labios carnosos, poco mayor que una muchachita, vestida con seda verde clara. El negro cabello le caía más abajo de las caderas y llevaba un pequeño punto azul pintado en la frente, más o menos a la altura que colgaba la kesiera de Moraine. El semblante de Siuan era sosegado, pero su voz sonó tensa al hacer las presentaciones. La razón se hizo evidente en cuanto lady Iselle empezó a hablar.
—Todos en palacio dicen que sois Aes Sedai —comenzó al tiempo que miraba dubitativa a Moraine. No se levantó y, por supuesto, no hizo una reverencia; ni siquiera inclinó la cabeza—. Si es cierto, necesito vuestra ayuda. Deseo ir a la Torre Blanca y mi madre quiere que me case. No me importaría que Lan fuera mi carneira si mi madre no fuera la suya ya, pero cuando me case creo que será con uno de mis Guardianes. Seré del Ajah Verde. —Miró a Siuan con el ceño levemente fruncido—. ¿A qué esperas, muchacha? Ve allí y quédate hasta que se te necesite. —Siuan se puso junto a la chimenea, tiesa la espalda y cruzada de brazos. Ninguna criada de verdad habría tenido esa postura ni habría fruncido el ceño como ella, pero Iselle ya no le prestaba atención—. Sentaos, Moraine —continuó con una sonrisa—, y os diré lo que necesito de vos. Si sois Aes Sedai, naturalmente.
Moraine la miró de hito en hito. Invitada a tomar asiento en su propia sala de estar. Esa niña estúpida no tenía nada que envidiar a Lan en lo tocante a la arrogancia. ¿Su carneira? Eso significaba «primero» o «primera» en la Antigua Lengua, y aquí algo más, obviamente. No lo que parecía, por supuesto; ¡ni siquiera esos malkieri podían ser tan raros!
—Elegir un Ajah deberá esperar al menos hasta que os pruebe para ver si tiene sentido enviaros a la Torre —dijo secamente mientras se sentaba—. Unos pocos minutos bastarán para establecer si podéis aprender a encauzar y vuestra fuerza potencial si…
—Oh, ya se me hizo la prueba hace años —la interrumpió alegremente la chica—. La Aes Sedai afirmó que sería muy fuerte. Le dije que tenía quince años, pero descubrió la verdad. No entiendo por qué no podía ir a la Torre con doce años si quería. Madre se puso furiosa. Siempre ha dicho que estaba destinada a ser reina de Malkier algún día, pero eso significa casarme con Lan, cosa que no querría ni siquiera si madre no fuera su carneira. Cuando le digáis que me lleváis a la Torre tendrá que escucharos. Todo el mundo sabe que las Aes Sedai toman cualquier mujer que quieren para entrenarla y nadie puede impedírselo. —Los labios turgentes se fruncieron—. Sois Aes Sedai, ¿verdad?
Moraine realizó el ejercicio del capullo de rosa.
—Si queréis ir a Tar Valon, id, pero desde luego yo no dispongo de tiempo para escoltaros. Habrá otras hermanas por ahí de las que no dudaréis que lo son. Suki, acompaña a lady Iselle a la puerta. A buen seguro no querrá retrasar su marcha antes de que su madre la pille.
La mocosa estaba indignada, claro, pero Moraine quería que se marchara y Siuan casi la sacó a empujones al corredor sin que dejara de protestar a cada paso. Moraine sintió que Siuan abrazaba la Fuente, y las protestas se cortaron con un penetrante chillido.
—Ésa no durará ni un mes aunque iguale la fuerza de Cadsuane —comentó Siuan mientras regresaba limpiándose las manos como quien se sacude el polvo.
—Sierin en persona puede arrojarla desde lo alto de la Torre por lo que a mí respecta —rezongó Moraine—. ¿Te enteraste de algo?
—Bueno, he descubierto que el joven Cal sabe besar y, aparte de eso, he oído un montón de paparruchas. —Siuan frunció el entrecejo de repente—. ¿Por qué me miras así? Sólo lo he besado, Moraine. ¿Has besado a un hombre guapo desde el joven Cormanes la noche antes de que te marcharas para entrar en la Torre? Bueno, pues para mí ha sido igual de largo, demasiado, y Cal es muy apuesto.
—Estupendo —repuso secamente Moraine. Luz, ¿cuánto tiempo hacía que no pensaba en Cormanes? Qué guapísimo era.
Lo sorprendente fue que a Siuan la alteró más el hecho de que Moraine se pusiera en contacto con Lan que la aparición de Merean.
—Así me despellejen y me salen si no corres riesgos absurdos, Moraine. Un hombre que reclama el trono de una nación desaparecida es un necio redomado. ¡Podría estar dándole a la lengua sobre ti en este mismo instante con cualquiera que quiera escucharlo! Si Merean se entera de que la has hecho vigilar… ¡Maldición!
—Es un necio en muchos sentidos, Siuan, pero no creo que nunca le «dé a la lengua». Además, «no se gana si no se arriesga un cobre», como no dejas de repetir que decía tu padre. No tenemos más remedio que correr riesgos. Estando Merean aquí puede que se nos acabe el tiempo. Has de llegar hasta lady Inés lo antes posible.
—Haré lo que pueda —murmuró su amiga, y salió cuadrando los hombros como si se encaminara a una batalla. Pero también se iba alisando la falda sobre las caderas. Moraine esperaba que las cosas no llegaran más allá de unos besos. Bueno, si llegaban, era asunto de Siuan, pero caer en ese tipo de cosas era una estupidez. ¡Sobre todo con un lacayo!
La noche estaba avanzada y Moraine intentaba leer a la luz de la lámpara, cuando Siuan regresó. Dejó el libro a un lado; llevaba mirando la misma página hacía una hora. Esta vez Siuan sí tenía noticias, que fue dándole mientras revolvía entre los vestidos de paño y la ropa interior.
Para empezar, en el camino de vuelta a los aposentos de Moraine se había dirigido a ella un «carcamal zanquilargo» que le preguntó si era Suki, y después le contó que Merean se había pasado casi todo el día con el príncipe Brys antes de retirarse a sus aposentos para dormir. Ninguna pista ahí. Lo más importante era que Siuan había sacado a relucir a Rahien en una charla intrascendente con Cal. El lacayo no había estado con lady Inés cuando el niño nació, pero sabía el día de nacimiento: el siguiente al día en que los Aiel iniciaron su retirada de Tar Valon. Moraine y Siuan compartieron una larga mirada. Un día después de que Gitara Moroso hiciera la Predicción del renacimiento del Dragón y se desplomara muerta por la impresión. Contemplar el alba sobre el Monte del Dragón y el nacimiento dentro de los diez días anteriores al repentino deshielo.
—Sea como sea —continuó Siuan, que empezaba a hacer un fardo con ropas y medias—, le hice creer a Cal que me habías despedido por derramar vino en tu vestido, y me ha ofrecido una cama con el cuerpo de servicio de lady Inés. Cree que podrá conseguirme un puesto con su señora. —Resopló divertida; entonces reparó en la mirada de Moraine y volvió a resoplar, con más fuerza—. No es en su puñetera cama, Moraine. Y, aun en el caso de que lo fuera, bueno, es muy dulce y tiene los ojos marrones más bonitos que hayas visto nunca. Cualquier día de éstos vas a encontrarte dispuesta a hacer algo más que soñar con algunos hombres ¡y espero estar allí para verlo!
—No digas estupideces —replicó Moraine.
La tarea que tenían por delante era demasiado importante para pensar en hombres. Al menos en el sentido al que se refería Siuan. Así que Merean había pasado todo el día con Brys. ¿Sin acercarse a lady Inés? Ya fuera una de las elegidas por Tamra o una Negra, eso no tenía sentido, y era de todo punto inconcebible pensar que Merean no era lo uno o lo otro. Se le estaba escapando algo y eso la preocupaba. Lo que no supiera podía matarla. Peor aún, podía matar al Dragón Renacido en su cuna.