18

Una calleja estrecha

Varias personas volvieron la vista hacia Moraine cuando ésta salió a la sala común, algunas con una expresión de lástima en los ojos. Sin duda, imaginaban lo que suponía ser el centro de atención de tres Aes Sedai y no veían nada bueno en ello. En el rostro de ninguna de las otras hermanas había conmiseración. La mayoría ni siquiera se fijó en ella, pero Felaana exhibía una sonrisa complacida. Probablemente pensaba que podía darse por hecho que el nombre de lady Alys se inscribiría en el libro de novicias. Al menos no sabía la verdad, o no tendría esa sonrisa. Todavía quedaba alguna esperanza de seguir oculta para Sierin durante un tiempo más. Ni a Cadsuane ni a las otras dos se las veía por ninguna parte.

Mientras avanzaba entre las mesas, Moraine se sentía como una peonza que hubiera estado dando vueltas. Había muchas preguntas y no tenía respuesta a ninguna. ¡Ojalá estuviera Siuan, con su habilidad de resolver enigmas! Además, Siuan no perdía los nervios por nada. Le habría venido bien la presencia de su amiga aunque sólo fuera por el efecto tranquilizador que ejercía sobre ella.

Una mujer joven se asomó por la puerta de la calle y después se retiró rápidamente. Moraine dio un traspié. Cuando uno deseaba mucho algo hasta imaginaba verlo. La mujer se asomó otra vez; llevaba la capucha caída sobre el bulto que cargaba a la espalda y era realmente Siuan, robusta y guapa con uno de los trajes de montar de Tamore, en color azul. Esa vez vio a Moraine, pero en lugar de correr a saludarla, Siuan señaló con la cabeza hacia la calle y volvió a desaparecer.

Con el corazón en la garganta, Moraine se echó la capa y salió. Calle abajo, Siuan caminaba entre el tráfico y echaba ojeadas hacia atrás cada tres pasos. Un carretero tiró de las riendas con fuerza para no arrollarla y después hizo restallar el látigo por encima de la cabeza de Siuan, pero ésta parecía ajena al resoplido que lanzaron los caballos por el tirón de riendas y al látigo y a los gritos furiosos del carretero. Moraine la siguió deprisa, cada vez más preocupada. Tendrían que pasar otros tres o cuatro años antes de que Siuan adquiriera fuerza suficiente para decirle a Cetalia que dejaba el puesto como su ayudante, y, en cualquier otro caso, esa mujer la permitiría irse cuando nevara en el Día Solar. La única posibilidad que quedaba para que Siuan estuviera en Canluum… Moraine gimió, y un tipo de orejas grandes que vendía alfileres en una bandeja le dirigió una mirada preocupada. Ella le respondió con otra mirada tan feroz que el tipo apartó la vista.

Quizás a Siuan se le había escapado algo o tal vez habían encontrado su libro de apuntes o… No. Lo importante no era cómo había ocurrido. Sierin debía de haberlo descubierto; todo. Sería muy propio de esa mujer enviar a Siuan a llevarla de vuelta a la Torre para que así la preocupación de una alimentara la de la otra durante el largo viaje de regreso. A lo mejor estaba dando rienda suelta a su imaginación, pero es que no se le ocurría otra explicación.

A cien pasos de la posada, Siuan volvió a mirar hacia atrás, se paró hasta estar segura de que Moraine la había visto y después entró disparada en un callejón. Moraine apretó el paso y la siguió.

Su amiga paseaba bajo las lámparas de aceite que aún no se habían encendido en aquella calleja estrecha y polvorienta. El vestido azul oscuro tenía las marcas de un viaje duro: arrugas, manchas, polvo. Nada asustaba a Siuan, pero ahora el miedo brillaba en los penetrantes ojos azules. Moraine abrió la boca para confirmar sus propios temores sobre Sierin, pero su amiga se adelantó.

—Luz, creí que no iba a dar contigo, maldita sea. Dime que lo has encontrado, Moraine. Dime que el niño Najima es el que buscamos y podemos entregárselo a la Torre para que lo guarden cien hermanas y que todo ha acabado.

¿Cien hermanas?

—No, Siuan, no es él. —Eso no le sonaba a Sierin—. ¿Qué pasa? ¿Por qué has venido tú en lugar de enviar un mensaje?

Siuan se echó a llorar. Siuan, que tenía el corazón de un león. Las lágrimas le corrieron por las mejillas. Rodeó a Moraine con los brazos y la estrechó con tanta fuerza que le hizo daño en las costillas. Estaba temblando.

—No podía confiar esto a una paloma —murmuró—. Ni a ninguno de los informadores. No me habría atrevido. Todas han muerto. Aisha, Kerene, Valera, Ludice, Meilyn… Dicen que a Aisha y a su Guardián los mataron unos bandidos en Murandy. Se supone que Kerene se cayó de un barco en el Alguenya durante una tormenta y se ahogó. Y Meilyn…, Meilyn… —Los sollozos no la dejaron continuar.

Moraine la abrazó al tiempo que le decía palabras tranquilizadoras y miraba por encima del hombro de Siuan, consternada.

—Ocurren accidentes —dijo despacio—. Bandidos, tormentas… Las Aes Sedai mueren como cualquier otra persona.

Le costaba trabajo creer sus propias palabras. ¿Todas ellas? Su padre solía decir que una vez era casualidad, y dos, tal vez coincidencia, pero tres o más indicaban la intervención de un enemigo. Decía que lo había leído en algún sitio. Pero ¿qué enemigos? Le vino una idea, pero la rechazó con determinación. Había cosas que daba miedo hasta pensarlas.

Siuan se soltó del abrazo de Moraine.

—No lo entiendes ¡Meilyn! —Torció el gesto y se frotó los ojos—. ¡Tripas de pescado! No estoy siendo nada clara. ¡Contrólate, estúpida! —Eso último iba dirigido a ella misma. Condujo a Moraine hacia un barril sin tapa, puesto boca abajo, sentó a Moraine en él y descargó el bulto que llevaba a la espalda. Si eso era todo con lo que viajaba, seguramente ni siquiera llevaba un vestido de repuesto—. No querrás estar de pie cuando oigas lo que tengo que decirte. A decir verdad, maldito si quiero estar de pie yo.

Arrastró una caja con las tablas rotas desde donde estaba, un poco más adentro del callejón, se sentó en ella y se arregló la falda mientras echaba ojeadas a la calle y mascullaba sobre gente que miraba al pasar. Su renuencia no contribuyó precisamente a calmar el nerviosismo de Moraine. Y tampoco a ella, por cierto. Cuando empezó de nuevo lo hizo a saltos, tragando saliva, como si tuviera ganas de vomitar.

—Meilyn regresó a la Torre hace casi un mes. Ignoro por qué. No dijo dónde había estado ni adónde iba, pero su intención era quedarse sólo unas cuantas noches. Yo… Me había enterado de lo de Kerene la mañana en que Meilyn regresó, y antes había sabido lo de las otras, así que decidí hablar con ella. ¡No me mires así! ¡Sé cuando tengo que ser precavida!

»Sea como sea, me colé en sus aposentos y me escondí debajo de la cama para que los criados no me vieran cuando fueran a abrirle la cama. —Siuan gruñó amargamente—. Me quedé dormida y la luz del amanecer me despertó. No había dormido en su cama, así que salí a hurtadillas, algo nada fácil a esa hora de la mañana, pero estoy segura de que nadie me vio. Bajé al segundo turno de desayuno y mientras me comía las gachas entró Chesmal Emry y… Anunció… Anunció que se había encontrado muerta a Meilyn en su cama, que había fallecido durante la noche —terminó precipitadamente, fija la vista en Moraine.

Moraine se alegró de estar sentada, desde luego. Las rodillas no habrían aguantado ni el peso de una pluma. Era una locura. Se había cometido un asesinato.

—¿El Ajah Rojo? —murmuró al cabo. Una Roja podría matar a una hermana si pensaba que intentaba proteger a un hombre que encauzaba. Era posible. Aunque no lo diría en voz alta, porque realmente no lo creía. Siuan resopló.

—Meilyn no tenía ninguna marca. Las Amarillas le practicaron el Ahondamiento, claro está. No detectaron veneno ni asfixia. No encontraron nada y certificaron muerte natural, pero yo sé que no lo fue. No pudo serlo por cómo la encontraron. Ninguna marca, Moraine. Eso significa el Poder. ¿Sería capaz incluso una Roja de algo así? —Su voz era feroz, pero cogió el bulto de viaje y lo estrechó en su regazo, como si se escondiera tras él. Con todo, ahora en su semblante había más rabia que miedo.

»Piensa, Moraine. Se supone que Tamra también murió mientras dormía, sólo que ahora sabemos que Meilyn no murió así aunque la encontraran en la cama. Primero, Tamra, y después las demás empezaron a morir. La única explicación que tiene sentido es que alguien advirtió que llamaba a esas hermanas a su estudio y esas personas tenían tanto empeño en descubrir el motivo que se atrevieron incluso a someter a interrogatorio a la mismísima Amyrlin. Debían de tener algo que ocultar para hacer una cosa así, algo que necesitaban mantener en secreto tan imperiosamente que justificaba cualquier riesgo. La mataron para tapar lo que habían hecho y después empezaron a matar a las demás. Lo que significa que no quieren que se encuentre al niño; al menos, vivo. No quieren que el Dragón Renacido esté presente en la Última Batalla. Contemplar este asunto desde cualquier otra perspectiva es tirar el cubo de aguas sucias al aire y rezar para que no sople en tu dirección.

En un gesto inconsciente Moraine escrutó la entrada del callejón. Algunas personas que pasaban por la calle echaban una ojeada, pero sin interés, y nadie se paró al verlas sentadas allí. Había ciertas cosas de las que era más fácil hablar si se hacía de forma ambigua. Se había sometido a interrogatorio a «la Amyrlin»; «la» habían matado. No a Tamra; nada de un nombre que evocara un rostro conocido. «Alguien» la había asesinado. «Esas personas» no querían que se encontrara al Dragón Renacido. Someter a interrogatorio a alguien utilizando el Poder no violaba ninguno de los Tres Juramentos, pero matar con el Saidar ciertamente era una trasgresión, incluso para… Para quienes Moraine no quería nombrar, como tampoco quería hacerlo Siuan.

Obligándose a sosegar el gesto, obligándose a sosegar la voz, se obligó a pronunciar las palabras que no deseaba.

—El Ajah Negro.

Siuan se encogió y después asintió con la cabeza al tiempo que su gesto se tornaba ceñudo.

Podía decirse que todas las hermanas se enfurecían ante la sugerencia de que existía un Ajah secreto infiltrado en los otros, un Ajah dedicado al Oscuro. La mayoría de las hermanas se negaban a escuchar cualquier mención de tal cosa. La Torre Blanca había estado del lado de la Luz durante más de tres mil años. Pero algunas hermanas no negaban tajantemente la existencia del Negro. Algunas lo creían, pero muy pocas lo admitirían siquiera ante otra hermana. Moraine ni siquiera quería admitirlo ante sí misma.

Siuan daba tirones al nudo de su fardo con desasosiego, pero siguió hablando en tono enérgico.

—No creo que tengan nuestros nombres. Tamra no nos consideró realmente parte del tema. Nos dijo que guardáramos silencio, nos apartó y se olvidó de nosotras. En caso contrario, también habríamos sufrido un «accidente». Poco antes de marcharme metí una nota por debajo de la puerta de Sierin indicando mis sospechas. No sobre el niño, sino sobre el…, el Ajah Negro. Aunque lo cierto es que no sabía hasta qué punto confiar en ella incluso en ese tema. ¡La Sede Amyrlin! Pero si existe realmente, entonces cualquiera puede pertenecer a él. ¡Cualquiera! Escribí la nota con la mano izquierda, pero estaba temblando tanto que nadie habría reconocido la letra aunque hubiese escrito con la derecha. ¡Malditos sean mis hígados! Aunque supiéramos en quién confiar, las pruebas que tenemos valen menos que el agua del pantoque.

—Para mí es suficiente. —¡Luz, el Ajah Negro!—. Si lo saben todo, si descubrieron los nombres de las mujeres que eligió Tamra, entonces es posible que sólo quedemos nosotras. Tendremos que movernos deprisa si queremos albergar la esperanza de dar con el niño. —Todo parecía perdido, considerando que ignoraban cuántas hermanas Negras había. ¿Veinte? ¿Cuarenta? ¿Tal vez más? Pero Moraine también intentó dar un tono enérgico a su voz y fue gratificante ver que Siuan asentía con la cabeza. Evidentemente, no se daría por vencida por mucho que hablara de haberle temblado la mano, y tampoco se le había pasado por la imaginación que Moraine pensara rendirse. Sí, era muy gratificante, sobre todo cuando todavía dudaba de que las rodillas pudieran sostenerla—. Tal vez sepan nuestros nombres y tal vez no. Cabe la posibilidad de que hayan pensado dejar a las dos hermanas nuevas para el final. En cualquier caso, no podemos fiarnos de nadie aparte de nosotras mismas. —De repente, se quedó pálida y se sintió mareada—. ¡Oh, Luz! Acabo de tener un encuentro en la posada, Siuan.

Intentó recordar cada palabra dicha, cada matiz, desde el primer momento en que Merean había hablado. Siuan la escuchó con actitud distante, como si nada de aquello tuviera que ver con ella y se limitara a tomar nota y a clasificar la información.

—Cadsuane podría pertenecer al Ajah Negro —convino con Moraine cuando ésta acabó de relatar lo ocurrido, sin titubear con las palabras—. Quizá sólo intenta dejarte a un lado hasta que pueda librarse de ti sin levantar sospechas. O podría ser una de las elegidas por Tamra. El hecho de que no se la haya visto en Tar Valon desde hace dos años no basta para descartarla. —A veces las hermanas entraban y salían de la Torre discretamente, sin dejarse ver, pero Moraine pensaba que allí donde apareciera Cadsuane había una sacudida como si hubiese habido un terremoto—. El problema es que cualquiera de ellas podría serlo. —Se inclinó sobre el fardo y tocó a Moraine en la rodilla—. ¿Puedes sacar tu caballo del establo y traerlo sin que te vean? Dispongo de una buena montura, pero no sé si podría llevarnos a las dos. Tenemos que estar a horas de distancia de aquí cuando descubran que nos hemos ido.

Moraine sonrió a su pesar. Dudaba mucho que la montura de Siuan fuese «buena». Cualquier comerciante de caballos le colaría un jamelgo de tiro acabado como un corcel de batalla; su amiga tenía tan poco ojo para los caballos como habilidad para sostenerse en la silla. El viaje hacia el norte debía de haber sido un sufrimiento para ella; además de aterrador.

—Nadie sabe que te encuentras aquí, Siuan —dijo Moraine—. Y más vale que siga siendo así. ¿Has traído tu libro? Estupendo. Si me quedo hasta por la mañana tendremos un día de ventaja sobre ellas en lugar de unas horas. Tú sigue viaje a Chachin ahora, y llévate parte de mi dinero. —A juzgar por el estado de su vestido, Siuan había dormido entre arbustos la última parte del viaje. No habría sacado una cantidad alta del banco de la Torre para no llamar la atención—. Empieza por buscar a lady Inés y yo te alcanzaré en Chachin y de camino allí aprovecharé para buscar a Avene Sahera.

Ni que decir tiene que no fue fácil convencer a Siuan, que tenía una vena de testarudez tan ancha como el Erinin.

—Llevo suficiente para cubrir mis necesidades —rezongó, pero Moraine insistió en darle la mitad del dinero que llevaba en la bolsa, y cuando le recordó la promesa que se habían hecho en los primeros meses de su estancia en la Torre de que lo que tenía una también era de la otra, murmuró—: También nos prometimos encontrar príncipes jóvenes para vincularlos, amén de casarnos con ellos. Las chicas jóvenes dicen todo tipo de tonterías. En fin, ten mucho cuidado. Como me dejes sola en esto te romperé el cuello.

A Moraine le costó mucho romper el abrazo de despedida. Una hora antes su mayor preocupación había sido cuánto tiempo podría escapar de la justicia de Sierin y de la vara de azotes, lo que ahora era tanto como preocuparse por un golpe en el dedo del pie. El Ajah Negro. Tenía ganas de vomitar. Ojalá tuviera tanto coraje como Siuan. Mientras seguía con la vista a su amiga, que se alejaba callejón adelante mientras se colocaba el fardo a la espalda, deseó ser una Verde. Le habría gustado tener tres o cuatro Guardianes como poco para que la protegieran.

Salió a la calle y no pudo evitar observar a cualquiera que se cruzaba con ella, ya fuera hombre o mujer. Si el Ajah Negro —se le revolvía el estómago cada vez que pensaba ese nombre— estaba involucrado, entonces también lo estaban los Amigos Siniestros. Nadie negaba que algunas personas descarriadas creían que el Oscuro les otorgaría la inmortalidad, gente que mataría y haría cualquier maldad con tal de obtener esa ansiada recompensa. Y, si cualquier hermana podía pertenecer al Ajah Negro, cualquier persona con la que se cruzara podía ser un Amigo Siniestro. Esperaba que Siuan tuviera eso bien presente.

Se acercaba a Las Puertas del Cielo cuando una hermana apareció en la puerta de la posada. Mejor dicho, se asomó parcialmente, ya que Moraine sólo vio un brazo con el chal de flecos encima, y sólo fue durante un instante. Un hombre muy alto, con el cabello recogido en dos trenzas rematadas con campanillas, que acababa de salir se volvió para decir algo, pero una mano hizo un gesto perentorio y el hombre echó a andar; estaba ceñudo cuando se cruzó con Moraine. No le habría dado importancia si no hubiese estado pensando en el Ajah Negro y en Amigos Siniestros. La Luz sabía que las Aes Sedai hablaban con hombres y algunas hacían algo más que hablar con ellos. Pero estaba pensando en Amigos Siniestros y en hermanas Negras. Ojalá hubiese alcanzado a ver el color de los flecos de aquel chal. Apretó el paso los últimos veinticinco metros que la separaban de la puerta de la posada, fruncido el entrecejo.

Merean y Larelle estaban sentadas juntas a una mesa cercana a la puerta, y las dos llevaban puesto el chal. Pocas hermanas lo lucían excepto por conveniencia social o para hacerlo ostensible de forma deliberada. Las dos mujeres seguían con la vista a Cadsuane, que entraba en el reservado seguida por un par de hombres enjutos y canosos de aspecto endurecido como roble antañón. También ella llevaba puesto el chal con la Llama de Tar Valon resaltando en el centro, entre las enredaderas. Podría haber sido cualquiera de las tres. Era posible que Cadsuane buscara otro Guardián, cosa que las Verdes parecían estar haciendo siempre, aunque cabía la posibilidad de que Merean o Larelle estuvieran buscando uno. Ninguna de las dos tenía Guardián, a menos que hubiesen vinculado a un hombre desde que Moraine había salido de Tar Valon. El gesto ceñudo del tipo de la puerta podría deberse a haber sido rechazado por no dar la talla. Había cien explicaciones posibles, de modo que Moraine se quitó de la cabeza lo ocurrido con ese hombre. Había peligros reales de sobra para además imaginarse otros.

Antes de que hubiese dado tres pasos en la sala común, el señor Helvin, calvo y casi tan ancho como alto, se acercó afanosamente envuelto en su delantal de rayas verdes y le dio otro motivo de irritación.

—Ah, lady Alys, justo la persona que buscaba. Se han alojado otras tres Aes Sedai y me temo que he de repartir de nuevo las camas. Dadas las circunstancias, sin duda no os importará compartir la vuestra. La señora Palan es una mujer muy agradable.

¿Dadas las circunstancias? En ninguna circunstancia jamás se habría atrevido a sugerir a una noble que compartiera su cuarto, aunque hubiese tenido que meter a varios mercaderes en una misma cama. Pero lo que realmente quería decir era que no le importaría dado que pronto partiría hacia la Torre Blanca. De hecho, no era sólo una sugerencia. ¡Ya había instalado a la mujer en el cuarto! Y cuando Moraine protestó…

—Si no os complace el arreglo, os sugiero que habléis con una de las Aes Sedai —indicó en voz firme. ¡En voz firme! ¡A ella!—. Y ahora, si me disculpáis, tengo muchas cosas que atender. Estamos muy ocupados en este momento. —Y se alejó con aire ajetreado sin más. ¡Sin hacerle siquiera una reverencia!

Moraine tenía ganas de gritar y casi encauzó para darle un buen tortazo.

Haesel Palan era una comerciante de alfombras de Murandy con acento lugardeño, y Moraine tuvo que oír ese acento más de lo que habría querido desde el momento en que entró en el cuartito que hasta entonces sólo había ocupado ella. Habían sacado sus vestidos del armario para colgarlos en perchas de la pared, y desplazado su peine y su cepillo del lavabo para dejar sitio a los de la señora Palan. La regordeta y canosa mujer, vestida con ropas de fino paño marrón, se habría mostrado comedida con «lady Alys», pero no con una espontánea de quien todo el mundo decía que partiría a la mañana siguiente para entrar de novicia en la Torre Blanca. Le soltó un sermón sobre los deberes de una novicia, con lo que hizo evidente su ignorancia y mala información. Algunas de sus sugerencias habrían causado la muerte a la mayoría de las novicias al cabo de una semana o puede que el primer día, mientras que las otras eran simplemente imposibles. ¿Aprender a volar? ¡Esa mujer estaba loca! Siguió a Moraine cuando ésta bajó a cenar y llamó a otras comerciantes que conocía para que se reunieran con ellas a la mesa, todas ansiosas por compartir lo que sabían de la Torre Blanca. Que era exactamente nada, pero que sin embargo explicaron con todo lujo de detalles. ¡Si Moraine hubiese sido realmente una novicia en ciernes la habrían asustado de tal modo que no se habría acercado a la Torre! Se retiró pronto para escapar de aquellas mujeres, pero no bien acababa de quitarse el vestido cuando apareció la señora Palan, que no dejó de hablar hasta quedarse dormida.

No fue una noche fácil. La cama era estrecha y la mujer le clavaba los codos, además de tener los pies helados a pesar de las gruesas mantas que conservaban el calor de la pequeña estufa revestida de azulejos que había debajo de la cama. Hacer caso omiso del frío era una cosa, y otra muy distinta sentir unos pies helados. La tormenta que había estado amenazando todo el día acabó por estallar, y el viento y los truenos sacudieron los postigos durante horas. En cualquier caso, Moraine no creía que hubiera podido dormirse; no dejaba de dar vueltas a la cabeza al Ajah Negro y a los Amigos Siniestros. Veía a Tamra, sacada a rastras de la cama y conducida a un lugar secreto para ser torturada por mujeres que manejaban el Poder. A veces las mujeres tenían el rostro de Merean, el de Larelle, el de Cadsuane, y el de todas las hermanas que conocía. A veces el rostro de Tamra se transformaba en el de ella.

Cuando la puerta se abrió despacio, entre quedos crujidos, en las horas precedentes al amanecer, Moraine abrazó la Fuente al instante y el Saidar la hinchió hasta el punto en el que la dulzura y el gozo rayaban en el dolor. No era tanto Poder como podría manejar al cabo de un año, y mucho menos que dentro de cinco, pero una partícula más habría consumido su capacidad de encauzar o la habría matado. Lo uno era tan malo como lo otro, pero deseaba absorber más y no sólo porque el Poder siempre hacía que una deseara más.

Cadsuane asomó la cabeza. Moraine había olvidado la promesa de la mujer, su amenaza. Ni que decir tiene que la Verde vio el brillo del Saidar y percibió la cantidad que había absorbido.

—Muchacha necia —fue todo lo que dijo antes de marcharse.

Moraine contó despacio hasta cien y después sacó las piernas de debajo de la manta. Ese momento era tan bueno como cualquier otro. La señora Palan se puso de costado y empezó a roncar; sonaba como si se estuviera desgarrando un trozo de lona. Aun así, Moraine procuró moverse en silencio. Encauzó Fuego para encender una de las lámparas, y se vistió deprisa; esta vez se puso un traje de montar de seda color azul oscuro, con bordados de color dorado en el cuello y en las mangas que imitaban el dibujo del encaje maldinés. Aunque de mala gana, decidió dejar las alforjas junto con todo lo demás que debía dejar. Cualquiera que la viera no le daría mucha importancia, aun a una hora tan temprana, pero sería distinto si llevaba las alforjas al hombro. Sólo cogió lo que podía guardarse en los bolsillos interiores de la capa, como el cepillo, el peine y el costurero, unas medias de repuesto y una muda limpia. No había sitio para nada más, pero bastaba, ya que tenía las cartas de pago y algo de oro en la escarcela. La señora Palan seguía roncando cuando Moraine cerró la puerta a sus espaldas.