Briznas de serenidad
Tampoco pudieron eludir las lecciones privadas con las hermanas. Y no es que Moraine ni Siuan lo desearan, pero las largas horas que pasaban sentadas y escribiendo las dejaban increíblemente cansadas, además de que sólo disponían de tiempo libre de anochecida, después de cenar. Las Aceptadas que seguían saliendo a diario hasta la puesta del sol hacían lo mismo, aunque muchas rezongaban por ello; cuando no había cerca Aes Sedai que pudieran oírlas, claro. O, más bien, tomaban lecciones cuando se les ofrecían. Algunas hermanas se negaban, alegando que volverían a enseñar a las Aceptadas cuando no tuvieran que dar a las novicias las clases que deberían impartir las Aceptadas. Eran muchas las Aes Sedai a las que no les gustaba la situación. Según los rumores se habían presentado peticiones a la Amyrlin requiriendo que se volviera a la rutina normal, pero, de ser cierto, Tamra las había rechazado. Los rostros de las Aes Sedai seguían siendo máscaras de serenidad, pero hasta en los ojos de las más amables surgía con frecuencia un destello de enojo que sobresaltaba a las novicias y hacía ir con pies de plomo a las Aceptadas. En el frío de pleno invierno, la Torre parecía febril.
Siuan nunca hablaba de sus experiencias, pero Moraine se dio cuenta enseguida de que ella atraía miradas particularmente iracundas de casi todas las Aes Sedai con las que se encontraba, y entendía el porqué. A diferencia de las otras, Siuan y ella podrían haber dado clases a las novicias y asistir a las suyas a una hora más razonable. Unas cuantas hermanas que enseñaban a otras de noche alegaban estar muy ocupadas cuando cualquiera de las dos intentaba concertar una lección. En ciertos aspectos, las Aes Sedai eran tan mezquinas como cualquier persona, aunque eso era algo que ninguna Aceptaba osaba decir en voz alta. Moraine confiaba en que esas pequeñas enemistades desaparecieran pronto. A veces las irritaciones cicateras acababan enquistándose y se convertían en antagonismos durante toda la vida. Mas ¿qué podía hacer ella para evitarlo? Disculparse humildemente con aquellas que parecían más enfadadas, suplicar su indulgencia y confiar. No renunciaría a las listas.
No todas las hermanas eran tan reacias. Kerene se reunió con ella para discutir los hechos conocidos por los historiadores sobre Artur Hawkwing y su imperio, que en realidad eran relativamente pocos; Meilyn le hizo una prueba referente al antiguo escritor Willim de Manaches y su influencia en la filósofa saldaenina Shivena Kayenzi; y Aisha le preguntó exhaustivamente sobre las diferencias en la estructura de las leyes en Shienar y en Amadicia. Ése era el tipo de lecciones que tomaba ahora. Lo que podían enseñarle del Poder, lo que ella podía aprender —que no era siempre lo mismo— ya le había sido impartido meses atrás. De haberse atrevido, habría preguntado la razón de que siguieran en la Torre. ¿Por qué no estaban rastreando ya los nombres de las listas? ¿Por qué?
Y, sin embargo, sabía la respuesta; o lo que debía de ser la respuesta. Ninguna otra cosa encajaba. Lo cierto es que no tenían prisa. Separar al niño de la madre inmediatamente sería cruel, y quizá pensaban que disponían de años para encontrarlo, pero, de ser ése el caso, ni siquiera habían mirado las listas todavía, con tantas entradas carentes hasta del nombre de un pueblo. A lo mejor esperaban que estuvieran completas. Moraine confiaba en que hubiera más buscadoras, porque Siuan le informó que Valera y Ludice seguían en la Torre.
¡Ni pizca de urgencia! A Moraine la consumía la impaciencia. Corría el rumor de que la lucha continuaba a muchas lenguas hacia el sur, pero sólo como refriegas, si bien se decía que algunas eran feroces. Al parecer ninguno de los comandantes de los ejércitos de la Coalición quería presionar demasiado a enemigos peligrosos que, después de todo, estaban en retirada. Al menos esto último era seguro, pues lo habían informado las Aes Sedai. Se rumoreaba que muchos murandianos y altaraneses ya habían recogido sus cosas y se dirigían hacia el sur, de vuelta a casa, y que amadicienses y ghealdanos planeaban hacerlo dentro de poco. El mismo rumor hablaba de problemas a lo largo de La Llaga, así que las tropas de las Tierras Fronterizas se pondrían en camino hacia el norte dentro de poco. Por lo visto, las Aes Sedai no hacían caso de los rumores. Moraine intentó sacar a colación el tema con ellas, pero…
—Los rumores son irracionales y no tiene cabida aquí, pequeña —le dijo firmemente Meilyn, serena la mirada por encima del borde de la taza de té que sostenía entre las puntas de los dedos—. Bien, cuando Shivena afirma que la realidad es ilusión, ¿hasta qué punto saca la idea de los textos de Willim, o bien es una concepción propia?
—Si quieres hablar de rumores, que sean sobre Artur Hawkwing —dijo Kerene con voz cortante. Siempre jugueteaba con uno de sus cuchillos mientras daba la lección y lo utilizaba como puntero. Esa noche era el cuchillo de un hombre pobre, tan viejo que el mango de madera estaba agrietado y combado—. La Luz sabe que la mitad de lo que sabemos de él son simples rumores.
Aisha suspiró y la apuntó con el regordete índice mientras los dulces ojos marrones se volvían repentinamente duros. De rostro tan corriente que podría pasar por ser una granjera, llevaba encima una fortuna en joyas —pendientes con gotas de fuego, largos collares de esmeraldas y rubíes—, pero en los dedos sólo lucía el anillo de la Gran Serpiente.
—Si no puedes centrarte sólo en el asunto que estamos tratando, quizás una visita a Merean te vendría bien. Sí, ya me parecía a mí que dirías eso.
¡Era imposible hacerles entender la urgencia del tema! Lo único que podía hacer era esperar. Y practicar sin rechinar los dientes. Luz, ojalá la sometieran pronto a la prueba. Con el chal en los hombros, saldría de la Torre como una flecha volando del arco y buscaría al niño. Pronto, pero no antes de que tuviera todos los nombres. ¡Oh, qué terrible dilema!
Los alojamientos de las Aceptadas bullían con más hablillas de lo habitual, aunque no respecto a quién había tenido una discusión con quién o qué Verde se rumoreaba que estaba teniendo un comportamiento escandaloso con un Guardián. Estos otros rumores procedían de los guardias, de soldados, de hombres y mujeres de los campamentos, y se referían a la lucha, a hombres que habían muerto heroicamente y a aquellos que habían sido héroes y seguían vivos. De ésos se hablaba más; alguien así podría tener cualidades para Guardián, un tema que se discutía mucho entre las Aceptadas, a excepción de unas pocas que ya sabían que querían entrar en el Ajah Rojo. Se hablaba de campamentos que se estaban levantando, aunque nadie sabía si se dirigían hacia el este, en pos del ejército, o si regresaban a su casa; y otros sobre grupos pequeños que se quedaban a fin de que los nombres de las mujeres se anotaran en la lista para la recompensa de la Torre. Por lo menos eso reducía las posibilidades de que la mujer indicada se marchara sin saber nada de ella; pero, si ya estaba incluida en la lista y se había ido, ¿se encontraría entre aquellas que sería fácil localizar? Moraine habría gritado de frustración.
Ellid Abareim tenía un chisme procedente de una Aes Sedai, aunque insistía en que no era un rumor.
—Oí a Adelorna decírselo a Shemaen —comentó con una sonrisa.
Ellid siempre sonreía cuando se veía en un espejo, y cuando sonreía daba la impresión de estar mirándose en uno. Una ráfaga de viento nocturno sopló en el patio interior y agitó las ondas del rubio cabello que enmarcaba su cara perfecta. Sus ojos eran cual grandes zafiros, su piel, cremosa. La única falta que Moraine le encontraba a su aspecto era un busto demasiado opulento. Y era muy alta, casi tanto como la mayoría de los hombres. Éstos le sonreían a Ellid; cuando no le lanzaban miradas lascivas. Las novicias rondaban tras ella, y demasiadas necias entre las Aceptadas la envidiaban.
—Adelorna dijo que Gitara tuvo una Predicción de que el Tarmon Gai'don tendrá lugar durante la vida de las hermanas que existen ahora —prosiguió Ellid—. Me muero de impaciencia. Tengo intención de elegir el Verde, ¿sabéis? —Todas las Aceptadas lo sabían—. Me propongo tener seis Guardianes cuando cabalgue hacia la Última Batalla. —Eso también lo sabían todas las Aceptadas. Ellid no dejaba de repetirte lo que se proponía hacer. Y casi siempre lo hacía. Era injusto.
—Bien —susurró Moraine cuando Ellid se reunió con las otras que iban a cenar—. Así que Gitara tuvo otras Predicciones. Al menos otra, y si hubo una, bien podría haber más.
—Nosotras ya sabíamos que la Última Batalla se aproximaba. —Siuan tenía fruncido el entrecejo. Guardó silencio mientras Katerine y Sarene pasaban a su lado comentando con voz cansina si no estaban demasiado agotadas para cenar, y prosiguió cuando se hallaron lo bastante lejos para que no la oyeran—. ¿Qué importa si Gitara tuvo una docena de Predicciones, o un centenar?
—Siuan, ¿no te has preguntado cómo podía estar segura Tamra de que el momento era ahora, de que el niño nacería ahora? Yo diría que es muy probable que al menos una de esas otras Predicciones hablara de él. Algo que, uniéndolo a lo que le oímos decir, le indicó a Tamra que había llegado el momento. —Ahora le llegó el turno a Moraine de fruncir el entrecejo—. ¿Sabes cómo funcionaba la Predicción con Gitara? —Dependiendo de las mujeres ocurría de forma diferente, incluido el modo en que formulaban una Predicción—. Por la forma en que habló, el niño podría haber estado naciendo en ese instante. Quizá la impresión fue lo que la mató.
—La Rueda gira según sus designios —pronunció Siuan con pesadumbre, y luego se estremeció—. ¡Luz! Vayamos a cenar. Todavía necesitas practicar.
También habían reanudado las prácticas, al menos por la noche, y Myrelle seguía ayudándolas cuando no se sentía tan cansada que se iba derecha a la cama después de cenar. O a veces antes. Y eran bastantes las Aceptadas que hacían lo uno o lo otro puesto que el silencio reinaba en las galerías mucho antes de que las lámparas se apagaran. Las prácticas no le habían ido bien a Moraine, sobre todo al principio. La primera noche Elaida entró en su cuarto mientras soportaba los tormentos de Siuan y de Myrelle sobre la alfombra de flores. Aunque el fuego ardía todo lo alto que permitía el pequeño hogar, sólo conseguía quitar lo más intenso del frío. Por lo menos no helaba.
—Me alegra ver que no aprovechas como excusa tu trabajo para evitar las prácticas —dijo la hermana Roja. Su tono revelaba todo lo contrario, que sí la sorprendía, y pronunció la palabra «trabajo» con desdén. De nuevo, su vestido era de un rojo intenso, y llevaba el chal como si estuviera realizando una tarea oficial. Se desplazó hasta un rincón desde donde veía de frente a Moraine y se cruzó de brazos—. Continúa. Quiero observarte.
No le quedaba más remedio que obedecer. Tal vez espoleadas por la presencia de Elaida, Siuan y Myrelle recurrieron a los peores trucos para sobresaltarla con azotes y pellizcos, estampidos junto al oído y golpes en las piernas que parecían varazos. Y siempre cuando más necesitaba estar concentrada. Moraine intentó no mirar a Elaida, pero la hermana se había situado justo donde era imposible no verla. La mirada crítica de Elaida la ponía nerviosa, aunque, tal vez, también la inspiraba. O la azuzaba. Centrada en sí misma, concentrándose con todas sus fuerzas, logró completar sesenta y un tejidos antes de que el sesenta y dos se desmoronara en un revoltijo de Tierra, Aire, Agua y Energía que le puso la piel pegajosa hasta que lo dejó disiparse. No era una actuación maravillosa, pero tampoco tan terrible. En muchas ocasiones había estado muy cerca de completar los cien, pero sólo lo había conseguido dos veces, una de ellas por los pelos.
—Lastimoso —dijo Elaida con voz de hielo—. Jamás la pasarás así. Y quiero que la pases, pequeña. La pasarás o haré que te desprendas de la piel y bailes con los huesos al aire antes de que se te expulse. Vosotras dos sois lamentables como amigas si es así como la ayudáis. Cuando yo era Aceptada sí sabíamos cómo practicar. —Hizo que Siuan y Myrelle se movieran al rincón donde había estado ella y ocupó su sitio en la mesa—. Esto os enseñará a hacerlo debidamente. Empieza, pequeña.
Moraine se humedeció los labios y se dio la vuelta. Myrelle le dirigió una sonrisa de ánimo y Siuan asintió con seguridad, pero la preocupación de ambas era evidente. ¿Qué iba a hacer Elaida? Moraine empezó. Tan pronto como abrazó el Poder, unas ráfagas de luz comenzaron a destellar delante de sus ojos y le dejaron motitas negras y plateadas grabadas en la retina. Estallidos y silbidos penetrantes consiguieron que los oídos le zumbaran. Golpes como si los propinaran correas o varas le llovieron encima sin pausa. Todo era constante, sin cesar hasta que completaba un tejido y aun entonces la pausa sólo duraba lo que tardaba ella en comenzar a tejer otra vez.
Y durante todo el tiempo Elaida la arengaba en un tono frío e impasible.
—Más deprisa, pequeña. Debes tejer más deprisa. El tejido casi debe surgir completo al momento. Más rápido. Más rápido.
Aferrada a la serenidad con uñas y dientes, Moraine llegó sólo al duodécimo tejido antes de perder completamente la concentración. Parpadeó intentando librarse de las danzantes motas que le empañaban la vista. Y, con más éxito, contener las lágrimas. El dolor la cubría desde los hombros hasta los tobillos, los moretones le ardían, los verdugones le palpitaban y le escocían con el sudor. Los oídos le seguían pitando con un repique.
—Gracias, Aes Sedai —se apresuró a decir Siuan—. Ahora entendemos lo que debemos hacer.
Myrelle se asía la falda con las manos crispadas; tenía el semblante ceniciento y los ojos desorbitados por el horror.
—Otra vez —ordenó Elaida.
Moraine tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para darse media vuelta de nuevo. La única diferencia fue que en esta ocasión acabó a los nueve tejidos.
—Otra vez —repitió Elaida.
En el tercer intento, completó seis tejidos, y sólo tres en el cuarto. El sudor le corría por la cara. Al cabo de un rato, las luces centelleantes y los silbidos ensordecedores casi no eran una molestia. Sólo los golpes incesantes tenían importancia. Sólo la interminable paliza y el insoportable dolor. En el quinto intento, cayó de rodillas, sollozando, bajo la primera lluvia de golpes. Éstos cesaron al punto, pero Moraine, encogida sobre sí misma, siguió llorando como si nunca fuera a parar. ¡Oh, Luz!, jamás había sentido tanto dolor. Jamás.
Ni siquiera se dio cuenta de que Siuan se arrodillaba a su lado hasta que su amiga le habló con suavidad.
—¿Puedes ponerte de pie, Moraine?
Alzando la cabeza de la alfombra, miró el rostro de Siuan, rebosante de preocupación. Con un esfuerzo que no se creía capaz de hacer, consiguió controlar el llanto a duras penas y asintió con la cabeza antes de incorporarse trabajosamente. Los músculos magullados no la sostenían. Cada movimiento hacía que la ropa le rozara en los verdugones irritados por el sudor, y la asaltaba un dolor abrasador.
—Vivirá —dijo secamente Elaida—. Un poco de dolor esta noche hará que aprenda la lección. ¡Hay que ser rápida! Volveré por la mañana para Curarla. Y ahora tú, Siuan. Ayúdala a meterse en la cama y empieza.
Siuan se puso pálida, pero cuando una Aes Sedai daba una orden…
Moraine no quería verlo, pero Siuan había tenido que presenciarlo, así que mantuvo los ojos abiertos merced a un esfuerzo de voluntad. Y verlo la hizo desear romper a llorar de nuevo. A menudo, cuando practicaban, Siuan conseguía completar hasta el último tejido a despecho de cualquier cosa que hiciera Moraine. Nunca fallaba a menos de dos tercios de la totalidad. Esa noche, bajo el estricto tutelaje de Elaida, logró llegar a veinte la primera vez. La segunda, a diecisiete, y catorce en la tercera. Tenía la cara cenicienta y chorreando de sudor. Respiraba con irregularidad. Pero no había derramado una sola lágrima. Y, cuando un tejido fallaba, comenzaba desde el principio sin un instante de pausa. En el cuarto intento, acabó doce. Y doce en el quinto y en el sexto. Obstinadamente, comenzó a tejer una vez más.
—Es suficiente por esta noche —dijo Elaida. Ni un atisbo de lástima teñía su voz. Lenta, dolorosamente, Siuan se volvió, desvanecido el brillo del Saidar. Su rostro estaba por completo inexpresivo. Elaida prosiguió sosegadamente mientras se ajustaba el chal—: Incluso si consiguieseis terminar, tal como estáis, seguiríais fracasando en la prueba. No hay una brizna de serenidad en vosotras. —Clavó la mirada severa primero en Siuan y después en Moraine—. Recordad: tenéis que estar serenas os hagan lo que os hagan. Y tenéis que ser rápidas. Si sois lentas, fracasaréis tan seguro como si os domina el pánico o el miedo. Mañana por la noche veremos si sabéis hacerlo mejor.
Siuan esperó hasta que la puerta se cerró detrás de la Aes Sedai y entonces echó la cabeza hacia atrás.
—¡Oh, Luz! —gimió. Cayó de rodillas con un sordo golpe, y las lágrimas que había contenido salieron como un torrente.
Moraine se levantó de la cama de un brinco y corrió hacia Siuan. Bueno, intentó hacerlo. Más bien fue un doloroso renquear, y Myrelle llegó primero. Las tres se quedaron arrodilladas allí, abrazadas unas a otras y llorando, Myrelle con tantas ganas como Siuan. Al cabo, dando sorbidos de nariz y limpiándose las lágrimas con los dedos, Myrelle se apartó.
—No os mováis de aquí —dijo, como si estuvieran en condiciones de ir a alguna parte, y salió corriendo de la habitación. Poco después regresaba con un gran tarro de barro vidriado en rojo, y acompañada por Sheriam y Ellid para ayudarla a desvestir a Siuan y a Moraine y aplicarles el ungüento del tarro.
—¡Esto está mal! —manifestó ferozmente Ellid mientras abría el tarro, una vez que las dos estuvieron desnudas y cesaron los gemidos por los roces de la ropa contra los verdugones y las moraduras. Sheriam y Myrelle se mostraron de acuerdo con sendos cabeceos—. ¡La ley prohíbe utilizar el Poder para disciplinar a una iniciada!
—¿Sí? —gruñó Siuan—. ¿Y nunca te ha dado una hermana un golpe en la oreja o un correazo en el trasero con el Poder? —Soltó una exclamación ahogada—. No hace falta frotar hasta llegar al hueso, ¿verdad?
—Lo siento —se disculpó Ellid en tono contrito—. Intentaré tener más cuidado. —La vanidad era un gran defecto, pero era el único que tenía. El único. Resultaba difícil que Ellid no te gustara—. Las dos deberíais informar de esto. Todas podríamos ir a hablar con Merean.
—No —dijo roncamente Moraine. Al principio el ungüento escocía más que los verdugones; después la cosa mejoraba. Un poquito—. Creo que Elaida intenta realmente ayudarnos. Dijo que quería que pasáramos la prueba.
Siuan la miró de hito en hito como si de pronto le hubiesen crecido plumas.
—No recuerdo que dijera tal cosa. ¡Yo opino que lo que intenta es que fracasemos!
—Además —añadió Moraine—, ¿se sabe de alguna Aceptada que…? ¡Oh! ¡Ay! —Sheriam masculló una disculpa, pero el ungüento seguía escociendo—. ¿Se sabe de alguna Aceptada que haya protestado sin pagar por ello?
En respuesta, las tres negaron con la cabeza. Aun de mala gana, tuvieron que darle la razón. Las novicias que protestaban recibían una afable pero firme explicación de por qué las cosas eran como eran. De las Aceptadas se esperaba que no cayeran en ese error. Se les exigía aprender a tener aguante tanto como aprender historia o el Poder.
—Quizá decida dejaros en paz —comentó Sheriam, pero lo dijo como si estuviera convencida de lo contrario.
Cuando finalmente se marcharon, Myrelle les dejó el tarro del ungüento. Sólo gracias a la horrible infusión de Verin pudieron dormir, encogidas debajo de las mantas en la cama de Moraine. Y era el lúgubre recordatorio de aquel tarro en la repisa de la chimenea lo que les impedía conciliar el sueño tanto como los moretones y verdugones.
Elaida no hablaba por hablar, y apareció antes del alba para utilizar la Curación con ellas. Y la usó, no la ofreció. Simplemente tomó la cabeza de las jóvenes entre sus manos y tejió sin preguntar. Cuando el intrincado tejido de Energía, Aire y Agua la tocó, Moraine soltó un jadeo y sufrió una convulsión. Por un instante sintió como si estuviera totalmente sumergida en agua helada, pero cuando el tejido se desvaneció los cardenales amarillentos habían desaparecido. Por desgracia, Elaida se ocupó de proporcionarles otros nuevos esa noche; y otros a la siguiente. Moraine aguantó siete intentos la segunda noche y diez la tercera antes de que el dolor y las lágrimas la superaran. Siuan llegó a diez la segunda vez y a doce la tercera. Y nunca lloró hasta que Elaida se hubo marchado. Ni una lágrima.
Sheriam, Myrelle y Ellid debían de haber estado vigilando, porque cada noche, después de que Elaida se marchaba, aparecían para ofrecerles conmiseración mientras las desvestían y extendían el ungüento sobre las heridas. Ellid incluso intentó hacer bromas, pero nadie tenía ganas de reír. Moraine empezó a preguntarse si en el tarro habría suficiente ungüento. ¿Se habría equivocado? ¿Tendría razón Siuan y Elaida quería que fracasaran? Un frío terror se alojó en su estómago como una bola de hielo. Tenía miedo de que la próxima vez pudiera suplicarle a Elaida que parara. Pero Elaida no pararía; de eso estaba segura, y la idea le daba ganas de llorar.
La mañana siguiente a la tercera visita de Elaida, sin embargo, fue Merean quien las despertó en la cama de Siuan y realizó la Curación.
—No os molestará de este modo nunca más —les dijo la maternal Aes Sedai una vez que los verdugones desaparecieron.
—¿Cómo os habéis enterado? —preguntó Moraine mientras se ponía rápidamente la ropa interior. Dormidas como troncos gracias al efecto de la infusión de Verin, habían dejado que el fuego se apagara y sólo quedaban cenizas, por lo que hacía frío en el dormitorio, aunque no tanto como unos días atrás. No obstante, el suelo estaba helado. Moraine cogió las medias que había dejado sobre el respaldo de una silla.
—Tengo mis métodos, como deberíais saber —respondió vagamente Merean. Moraine sospechaba que se lo había contado Myrelle o Sheriam o Ellid o tal vez las tres, pero Merean era Aes Sedai, lo que significaba que nunca habría una respuesta clara cuando una ambigua era suficiente y quizá más conveniente—. En cualquier caso, su actuación casi le ha valido un castigo y le he informado que le pediría a la Amyrlin la Mortificación de la Carne. Y le he recordado que lo que he de administrar a una hermana es más severo que lo que doy a novicias o Aceptadas. Ha captado la idea.
—¿Y por qué no recibe un castigo por lo que nos hizo? —preguntó Siuan mientras echaba las manos hacia atrás para abrocharse los botones del vestido.
La Maestra de las Novicias enarcó una ceja al oír el tono empleado por Siuan, que rayaba en la exigencia. Pero posiblemente pensó que merecían un poco de condescendencia después de lo de Elaida.
—Si hubiese utilizado el Saidar para castigaros o coaccionaros, me habría ocupado de que se la atara al triángulo para ser azotada, pero no quebrantó ninguna ley por lo que hizo. —De repente, los ojos de Merean chispearon y los labios se curvaron en una ligera sonrisa—. Tal vez no debería decíroslo, pero lo haré. Su castigo habría sido por ayudaros a hacer trampas en la prueba del chal. Lo único que la salvó fue el interrogante de si era realmente hacer trampas. Confío en que aceptaréis su regalo con la intención que se hizo. Después de todo, pagó el precio de la humillación cuando me encaré con ella.
—Lo haré Aes Sedai, creedme —contestó Siuan con voz monótona. El sentido de sus palabras era obvio. Merean suspiró y meneó la cabeza, pero no añadió nada más.
La bola de hielo que se había deshecho en el estómago de Moraine al saber que no habría más lecciones de Elaida reapareció y esta vez era el doble de grande. ¿Que casi las había ayudado a hacer trampas? ¿Es que les había dado un anticipo de lo que era la prueba para obtener el chal? ¡Luz, si la prueba consistía en recibir golpes todo el tiempo…! Oh, Luz ¿cómo iba a superarla? No obstante, consistiera en lo que consistiese la prueba, todas las mujeres que llevaban el chal se habían sometido a ella y la habían pasado. También ella la pasaría. ¡Fuera como fuese lo haría! Presionó a Myrelle y a Siuan para que fueran más duras con ella, pero aunque algunas veces la hicieron llorar se negaron a repetir lo que había hecho Elaida. Aun así, fracasó una y otra vez en completar los cien tejidos. Aquella bola de hielo aumentaba día a día.
No vieron a Elaida durante dos días; al tercero se la encontraron cuando se dirigían al comedor a mediodía. La hermana Roja se paró junto a una lámpara de pie al verlas y no dijo palabra cuando le hicieron una reverencia. Sin romper el silencio se volvió para seguirlas con la mirada mientras continuaban pasillo adelante. Su rostro era una severa máscara de serenidad, pero sus ojos ardían. Fue una mirada que tendría que haberles chamuscado el paño del vestido.
A Moraine se le cayó el alma a los pies. Obviamente, Elaida creía que habían ido personalmente a la Maestra de las Novicias. Y había «pagado un precio de humillación». A Moraine se le ocurrían varias formas de utilizar la amenaza de una penitencia para conseguir que Elaida renunciara, y todas la habrían hecho retorcerse de vergüenza. La pregunta era hasta qué punto había retorcido Merean. Seguramente, con mucha fuerza; consideraba a novicias y Aceptadas como grupos de su competencia. ¡Oh!, eso no era una pequeña enemistad que pudiera enconarse con el tiempo. Lo que había en los ojos de Elaida era animosidad en toda la extensión de la palabra. Se habían hecho una enemiga de por vida.
Cuando se lo comentó a Siuan, junto con su razonamiento, la mujer más alta gruñó amargamente.
—Bueno, nunca quise tenerla de amiga, ¿verdad? Te aseguro que, una vez que haya obtenido el chal, si vuelve a intentar hacerme daño se lo haré pagar.
—¡Oh, Siuan! —Moraine se echó a reír—. Las Aes Sedai no van por ahí haciéndose daño unas a otras. —Pero su amiga no se apaciguó.
Justo una semana después de la Predicción de Gitara, la temperatura subió de repente. El sol se alzó en un cielo despejado que parecía el de un fresco día de primavera, y antes de que se pusiera el sol gran parte de la nieve se había derretido. Alrededor del Monte del Dragón había desaparecido por completo excepto en el propio pico. El terreno en torno a la montaña tenía su propio calor y la nieve siempre se derretía allí primero. El límite se había establecido. Era un niño nacido en aquellos diez días el que buscaban. Dos días después, el número de los que cumplían el criterio empezó a disminuir radicalmente, y casi al cabo de una semana habían pasado cinco días sin que añadieran otro nombre en los pequeños libros. Sin embargo, sólo podían esperar que no se encontraran más.
Nueve días después de fundirse la nieve, cuando Siuan y Moraine salían de sus cuartos para ir a desayunar, Merean apareció en la galería envuelta en la tenue luz que precedía al amanecer. Llevaba el chal puesto.
—Moraine Damodred —dijo formalmente—, se te convoca a la prueba para alcanzar el chal de Aes Sedai. Que la Luz vele por ti y te preserve sana y salva.