Un deseo cumplido
A pesar del radiante fuego que ardía en la chimenea de mármol verde, en la sala de estar de la Amyrlin hacía tanto frío que Moraine tiritaba, y si los dientes no le castañeteaban era porque los tenía apretados. Claro que así también evitaba bostezar, cosa que no debía hacer aunque hubiese pasado despierta la mitad de la noche. A no dudar, una capa de escarcha cubría los coloridos tapices de invierno que colgaban en las paredes con escenas alegres de primavera y de jardines, y de las cornisas adornadas con volutas debían de colgar carámbanos. Para empezar, la chimenea se encontraba al otro extremo de la habitación y el calor que irradiaba no llegaba lejos. En segundo lugar, las altas cristaleras de las ventanas en arco que había a su espalda y que conducían al balcón desde el que se veía el jardín privado de la Amyrlin no encajaban bien del todo, y el frío se colaba por los bordes. Cada vez que soplaba una ráfaga de viento fuera, el aire helado le daba en la espalda y traspasaba su vestido de paño. Lo mismo le ocurría a su mejor amiga, aunque Siuan jamás habría dejado ver que se estaba muriendo de frío, por más que fuera teariana. En el Palacio del Sol de Cairhien, donde Moraine se había criado, a menudo había hecho igual de frío en invierno, pero allí nunca se había visto obligada a permanecer de pie en medio de corrientes de aire. El helor calaba desde las baldosas de mármol, traspasaba la alfombra de flores illiana y también los zapatos de Moraine. El anillo dorado de la Gran Serpiente que llevaba en la mano izquierda, con el ofidio mordiéndose la cola como símbolo de la eternidad, la continuidad y un vínculo de la iniciada con la Torre, parecía un trozo de hielo. Sin embargo, cuando la Amyrlin le decía a una Aceptada que se quedara donde estaba y no la molestara, la Aceptada se quedaba donde le decía la Amyrlin e intentaba que ésta no se diera cuenta de que temblaba. En realidad, peor que el frío era el intenso olor a humo que ni siquiera las corrientes de aire conseguían disipar. No era humo de las chimeneas, sino de los pueblos incendiados en los alrededores de Tar Valon.
Concentrarse en el frío le impedía preocuparse por el humo. Y por la batalla. Al otro lado de los ventanales, el cielo tenía ahora el tono gris de la madrugada. A no tardar la lucha volvería a empezar, si es que no lo había hecho ya. Le habría gustado saber cómo iba la batalla. En cierto modo tenía derecho a saberlo ya que su tío había iniciado esta guerra. No es que disculpara en absoluto a los Aiel por la destrucción que habían desatado en Cairhien, capital y nación, pero sabía quién era el máximo responsable del desastre. No obstante, desde que los Aiel habían llegado, las Aceptadas habían permanecido confinadas en el recinto de la Torre con tanta rigurosidad como si fuesen novicias. El mundo fuera de esas paredes podría haber dejado de existir.
Llegaban informes a intervalos regulares de Azil Mareed, comandante de la Guardia de la Torre, pero lo que esos informes decían no se compartía con nadie a no ser las hermanas; si acaso. Con preguntas sobre los combates dirigidas a Aes Sedai lo único que se conseguía eran amonestaciones y advertencias de centrarse en los estudios. ¡Como si la batalla más importante que se dirimía desde la época de Artur Hawkwing, y prácticamente delante de sus narices, fuera una simple distracción! Moraine sabía que no podía implicarse de un modo significativo —de ningún modo, realmente—, pero aun así quería hacerlo, aunque sólo fuera enterándose de lo que pasaba. Eso podría ser ilógico, pero tampoco pensaba unirse al Ajah Blanco cuando obtuviera el chal.
Las dos mujeres vestidas con seda azul y sentadas a ambos lados del pequeño escritorio que había a un lado de la habitación no daban señales de que notaran el frío ni el humo a pesar de que se hallaban casi tan lejos de la chimenea como Moraine. Claro que eran Aes Sedai, con sus rostros intemporales, y en lo referente al humo sin duda habían visto los resultados de más batallas que cualquier general. Podían permanecer cual la serenidad personificada aunque un millar de pueblos se incendiaran justo delante de ellas. Nadie llegaba a Aes Sedai sin aprender a controlar las emociones a voluntad, interiormente y de cara al exterior. Tamra y Gitara no parecían cansadas, aunque sólo habían dado cabezadas desde que la lucha había empezado. Tal era la razón de que tuvieran Aceptadas como ayudantes durante toda la noche, por si acaso tenían que mandar algún recado o querían que alguien fuera conducido a su presencia. En cuanto al frío, ni éste ni el calor afectaban a las hermanas como le ocurría a cualquier persona. Siempre parecían no percatarse de ninguna de las dos cosas. Moraine había intentado descubrir cómo lo hacían; todas las Aceptadas lo intentaban antes o después. Funcionara como funcionara, no tenía nada que ver con el Poder Único o en tal caso habría visto los tejidos o al menos los habría sentido.
Tamra era algo más que una Aes Sedai; era la Sede Amyrlin, la dirigente de todas las Aes Sedai. Procedía del Ajah Azul, pero, naturalmente, la larga estola que le cubría los hombros tenía franjas con los colores de los siete Ajahs para mostrar que la Amyrlin pertenecía a todos los Ajahs y a ninguno. A lo largo de la historia de la Torre, algunas Amyrlin se habían tomado eso de un modo más literal que otras. La falda de Tamra lucía cuchilladas con los siete colores aunque tal cosa no era un requisito. Ningún Ajah podía sentirse en ventaja o desventaja con ella. Fuera de la Torre, cuando Tamra Ospenya hablaba reyes y reinas prestaban atención, tanto si tenían consejeras Aes Sedai como si odiaban a la Torre Blanca. Tal era el poder de una Sede Amyrlin. Podía ser que no siguieran sus consejos ni obedecieran sus instrucciones, pero la escuchaban. Y con cortesía. Hasta los Grandes Señores de Tear y el capitán general de los Hijos de la Luz lo hacían. El largo cabello de Tamra, surcado de canas y recogido en una redecilla de plata adornada con gemas, enmarcaba un rostro cuadrado de gesto decidido. Casi siempre se salía con la suya con los dirigentes, pero no se tomaba ese poder a la ligera ni lo utilizaba indiscriminadamente, ni dentro ni fuera de la Torre. Tamra era justa y ecuánime, que no siempre significaba lo mismo, y a menudo era amable. Moraine la admiraba mucho.
La otra mujer, la Guardiana de las Crónicas de Tamra, era totalmente distinta. Quizá la segunda mujer más poderosa de la Torre, y desde luego igual a las Asentadas como poco, Gitara Moroso siempre era justa y por lo general ecuánime, pero la amabilidad no era una de sus cualidades. También era lo bastante afectada y pomposa para parecer una Verde o una Amarilla. Alta y casi voluptuosa, lucía un collar ancho de gotas de fuego, pendientes de rubíes, grandes como huevos de paloma, y tres sortijas además del anillo de la Gran Serpiente. Su vestido de brocado tenía un tono azul más profundo que el de Tamra, y la estola de Guardiana que llevaba echada sobre los hombros —en azul, ya que también procedía del Ajah Azul— era tan ancha que más parecía un chal. Moraine había oído comentar que Gitara seguía considerándose una Azul, algo escandaloso de ser verdad. Ciertamente, la anchura de la estola parecía respaldar esos rumores; eso era una cuestión de elección personal.
Como les ocurría a todas las Aes Sedai después de haber trabajado con el Poder Único durante un período lo suficientemente largo, resultaba imposible ponerle edad al rostro de Gitara. A primera vista se podría pensar que no tenía más de veinticinco años, tal vez menos. Después, una segunda ojeada indicaría unos cuarenta y cinco o cincuenta muy bien llevados y todavía poco menos que bellísimos. Con un tercer vistazo se cambiaría completamente de parecer. Ese rostro terso e intemporal era la marca de las Aes Sedai para quien lo supiera. Para quienes lo ignorasen, y eran muchos, el cabello de Gitara acrecentaría la confusión. Recogido con peinetas de marfil tallado, era blanco como la nieve. Se rumoreaba que tenía más de trescientos años, una edad muy avanzada incluso para una Aes Sedai. Hablar de la edad de una hermana se consideraba una terrible grosería. Incluso a otra hermana se le impondría un castigo por hacerlo; una novicia o una Aceptada se encontraría con la orden de visitar a la Maestra de las Novicias para recibir una tunda de varazos. Pero pensarlo no contaba, claro.
Había algo más que hacía de Gitara alguien fuera de lo normal. A veces tenía la Predicción, el Talento de reseñar —de forma repentina e involuntaria— acontecimientos que aún estaban por llegar.
Era un Talento poco corriente y sólo le ocurría muy de vez en cuando, pero las hablillas —en los aposentos de las Aceptadas cundían los chismes— indicaban que Gitara había tenido más de una Predicción en los últimos meses. De hacer caso a lo que afirmaban algunos rumores, si los ejércitos que había alrededor de la ciudad se habían encontrado allí cuando llegaron los Aiel era gracias a una de sus Predicciones. Entre las Aceptadas nadie lo sabía con certeza, naturalmente. A lo mejor algunas hermanas sí. Tal vez. Aun llegado el caso de que todo el mundo supiera que Gitara había tenido una Predicción, el hecho era que a veces sólo Tamra estaba enterada de qué se trataba. Era absurdo albergar la esperanza de hallarse presente cuando Gitara tuviera una Predicción, pero a pesar de todo Moraine había confiado en que ocurriera. Sin embargo, en las cuatro horas transcurridas desde que Siuan y ella habían reemplazado a Temaile y Brendas como asistentes de la Amyrlin, Gitara se había limitado a sentarse allí para escribir una carta.
De repente se le ocurrió que casi cuatro horas para escribir una carta era mucho tiempo. Y Gitara no había llenado siquiera una hoja. Estaba sentada con la pluma suspendida sobre el papel de color crema. Como si lo que estaba pensando Moraine le hubiera llegado de algún modo, Gitara miró la pluma y soltó un quedo sonido de irritación antes de remover la punta de acero en un recipiente rojo que tenía alcohol para limpiar la tinta seca, cosa que no era la primera vez que hacía. El líquido del recipiente estaba tan negro como el que había en el tintero de cristal tallado y tapa de plata que se encontraba encima del escritorio. Delante de Tamra había abierta una carpeta de piel con cantos dorados, llena de papeles; la Amyrlin parecía examinar esos papeles con atención, pero Moraine no recordaba haber visto que la mujer pasara una sola hoja. Aunque el rostro de las dos Aes Sedai era la imagen de una fría calma, resultaba obvio que estaban preocupadas, y eso hacía que ella también se preocupara. Se mordisqueó el labio inferior mientras reflexionaba, pero tuvo que dejar de hacerlo cuando casi le provocó un bostezo. Morderse el labio, no el hecho de reflexionar.
Lo que les preocupaba tenía que ser algo ocurrido ese mismo día. Moraine había visto a Tamra por los pasillos el día anterior, y si alguna vez había visto a una persona rebosando seguridad en sí misma ésa había sido Tamra. Bien. La batalla había sido encarnizada durante los últimos tres días. Si Gitara la había pronosticado realmente, si era cierto que había hecho otras Predicciones, ¿sobre qué podrían haber sido? Conjeturar no llevaba a ninguna parte, pero razonar quizá sirviera de algo. ¿Acaso los Aiel habían cruzado los puentes y habían irrumpido en la ciudad? Imposible. En tres mil años, mientras nacían y caían naciones e incluso el imperio de Hawkwing sucumbía al fuego y al caos, ningún ejército había conseguido abrir brecha en las murallas de Tar Valon ni echar abajo las puertas, y unos cuantos lo habían intentado a lo largo de los siglos. ¿Acaso la batalla había sufrido un giro hacia el desastre de algún otro modo? ¿O era preciso hacer algo para evitar el desastre? Tamra y Gitara eran las únicas Aes Sedai presentes en la Torre en ese momento, a menos que alguna otra hubiese regresado por la noche. Habían corrido rumores sobre un número tan cuantioso de soldados heridos que se necesitaba a todas las hermanas que tuvieran un mínimo de habilidad en la Curación, si bien nadie había dicho claramente que era allí adonde habían ido. Las Aes Sedai no podían mentir, pero a menudo se expresaban de modo que, sin faltar a la verdad, sus palabras podían interpretarse de varias formas. Las hermanas tampoco podían usar el Poder como arma a menos que ellas o sus Guardianes corrieran peligro. Ninguna Aes Sedai había tomado parte en una batalla desde la Guerra de los trollocs, cuando se enfrentaron a Engendros de la Sombra y a ejércitos de Amigos Siniestros, pero quizá Gitara había predicho el desastre a menos que las Aes Sedai se sumaran a la lucha. Mas ¿por qué esperar hasta el tercer día? ¿Podía ser tan precisa una Predicción? Tal vez si las hermanas hubiesen entrado en liza antes, eso habría ocasionado…
Moraine vio con el rabillo del ojo que Siuan le sonreía. Ese gesto convertía en hermosa la atractiva cara de Siuan y hacía que le chispearan los ojos azules. Casi una mano[2] más alta que ella —Moraine había superado la irritación que le causaba antaño el hecho de ser más baja que casi todas las mujeres que la rodeaban, pero no podía evitar fijarse en ese detalle—, más alta y de tez casi tan pálida como la de ella, Siuan llevaba el vestido formal de Aceptada con un aire de seguridad que Moraine nunca había logrado dominar. Las Aceptadas llevaban un vestido de cuello alto hasta la barbilla y completamente blanco salvo por las bandas del repulgo y las bocamangas, que imitaban la estola de siete colores de la Amyrlin. Moraine no entendía cómo tantas hermanas del Ajah Blanco podían soportar vestir de blanco todo el tiempo, como si estuvieran siempre de luto. Para ella lo más duro de ser novicia había sido vestir de blanco día tras día. Bueno, lo más duro aparte de aprender a controlar su genio. Eso todavía la metía en un buen lío de vez en cuando, aunque no tan a menudo como durante el primer año de estancia en la Torre.
—Nos enteraremos cuando llegue el momento —le susurró Siuan a la par que echaba una ojeada rápida a Tamra y Gitara. Las dos mujeres permanecían muy quietas, sin mover un músculo. Gitara sostenía de nuevo la pluma sobre la hoja y la tinta se iba secando.
Moraine respondió con otra sonrisa sin poder evitarlo. Siuan tenía ese don, hacerla sonreír cuando lo que quería era fruncir el entrecejo, o reír cuando lo que quería era llorar. La sonrisa se transformó en un bostezo y Moraine miró rápidamente hacia el escritorio para ver si la Amyrlin o la Guardiana se habían dado cuenta. Ambas seguían absortas en sus pensamientos. Cuando volvió la vista hacia Siuan, ésta tenía la mano sobre la boca y la miraba de mala manera por ello. Lo cual casi la hizo soltar una risita.
Al principio le había sorprendido que Siuan y ella se hicieran amigas, pero entre novicias y Aceptadas parecía una norma que las amigas fueran muy parecidas o muy diferentes. Siuan y ella se parecían en algunas cosas. Ambas eran huérfanas; habían perdido a su madre de pequeñas y a su padre a raíz de haber abandonado el hogar. Y las dos habían nacido con la chispa del don, cosa que no era corriente. Habrían empezado a encauzar el Poder tanto si hubieran intentado aprender a hacerlo como si no; no todas las mujeres podían aprender, ni mucho menos.
Tener el don era precisamente lo que empezaba a marcar las diferencias entre ellas antes incluso de que llegaron a Tar Valon, y no sólo por el hecho de que Siuan hubiese nacido pobre y ella, rica. En Cairhien se respetaba a las Aes Sedai y en el Palacio del Sol se había celebrado un gran baile para festejar su ingreso en la Torre. En Tear la ley prohibía encauzar, y las Aes Sedai no estaban bien vistas allí. A Siuan la habían metido en un barco que se dirigía río arriba a Tar Valon el mismo día en que una hermana había descubierto que podía aprender a encauzar. Eran muchas las diferencias, aunque para ellas ninguna tenía importancia. Entre otras cosas, Siuan había llegado a la Torre sabiendo controlar el genio y era un lince para resolver enigmas, todo lo contrario que ella; no soportaba a los caballos, mientras que ella los adoraba, y aprendía a un ritmo pasmoso.
Bueno, no en lo referente al aprendizaje de encauzar el Poder Único. Se habían inscrito en el libro de novicias el mismo día y habían avanzado casi hombro con hombro en el Poder hasta el punto de pasar a Aceptadas al mismo tiempo. Sin embargo, ella había recibido la educación que se esperaba que tuviera una noble, desde historia hasta la Antigua Lengua, la cual hablaba y escribía lo bastante bien para que la dispensaran de algunas clases. Por su parte, Siuan, hija de un pescador teariano, había llegado con los conocimientos justos para leer con dificultad y las reglas básicas de aritmética, pero había absorbido las lecciones como la arena absorbía el agua. Ahora enseñaba la Lengua Antigua a novicias. Al menos las clases iniciales.
A Siuan Sanche se la ponía como ejemplo de aquello a lo que las novicias debían aspirar. Bueno, se las ponía a las dos. Únicamente otra mujer había conseguido acabar el adiestramiento como novicia en sólo tres años: Elaida a'Roihan, una mujer detestable, también había superado el período de Aceptada en tres años, lo que era otro récord. Parecía muy posible que ellas igualaran eso. Moraine era muy consciente de sus puntos flacos, pero creía que Siuan sería una Aes Sedai perfecta.
Abrió la boca para susurrar que la paciencia era para las piedras, pero el viento sacudió los ventanales y otra ráfaga de aire helado la alcanzó. Para lo que la abrigaba el vestido, tanto habría dado que sólo estuviera con la ropa interior. En lugar de susurrar dejó escapar un jadeo sonoro.
Tamra volvió la cabeza hacia los ventanales, pero no a causa de Moraine. El viento había traído el sonido lejano de docenas de trompetas. No, de cientos. Para que se oyeran dentro de la Torre tenían que ser cientos. Y era un sonido continuo, toque tras toque. Fuera cual fuese la causa, debía de tratarse de algo urgente. La Amyrlin cerró la carpeta que tenía delante con un golpe sordo.
—Ve a ver si hay noticias del campo de batalla, Moraine. —Tamra habló casi con normalidad, aunque en su voz había un tono indefinible, cierta brusquedad—. Siuan, prepara un poco de té. Deprisa, pequeña.
Moraine parpadeó, sorprendida. ¡La Amyrlin estaba preocupada! Sin embargo, a ellas sólo les tocaba obedecer.
—Como ordenéis, madre —dijeron al unísono Siuan y ella, sin vacilar.
Hicieron una reverencia y se encaminaron hacia la puerta que había junto a la chimenea y que daba a la antesala. En una mesa próxima a la puerta había una tetera de plata bañada en oro sobre una bandeja labrada, así como una lata de té, un tarro de miel, una pequeña jarra de leche y otra grande de agua, todo ello en plata labrada. En otra bandeja había copas de la delicada porcelana de los Marinos, en color verde. Moraine notó un leve cosquilleo cuando Siuan se abrió a la Fuente y abrazó el Saidar, la mitad femenina del Poder; la envolvió un brillo dorado que sólo vería otra mujer que encauzara. Usualmente estaba prohibido encauzar para realizar quehaceres, pero la Amyrlin había dicho que se diera prisa. Siuan preparaba ya un fino hilo de Fuego para que hirviera el agua del té, y ni Tamra ni Gitara se lo impidieron.
La antesala de los aposentos de la Amyrlin no era grande, ya que sólo tenía por objeto acoger a unos pocos visitantes hasta que se los pudiera anunciar. La Amyrlin recibía a las delegaciones en uno de los salones de audiencia o en su estudio, pero no en sus aposentos privados. Al estar la chimenea de la sala pared con pared, la temperatura de la antesala casi era cálida. Sólo había un sillón, de talla sencilla pero grande. Mas, a despecho del peso, se había corrido para situarlo más cerca de una de las lámparas de pie doradas a fin de que Elin Warrel, la esbelta novicia que estaba de servicio, tuviera más luz para leer. De espalda a la puerta de la sala e inmersa en el libro encuadernado con tapas de madera, no oyó a Moraine cruzar la alfombra ribeteada con flecos.
Elin tendría que haber percibido su presencia mucho antes de que Moraine estuviera lo bastante cerca para atisbar por encima del hombro de la pequeña. Bueno, no era precisamente una cría; llevaba siete años de novicia y había entrado en la Torre cuando tenía dieciocho, pero para referirse a una novicia siempre se utilizaba el término «pequeña» tuviera la edad que tuviese. En realidad, las Aes Sedai también llamaban «pequeña» a cualquier Aceptada. Moraine había percibido la habilidad de la pequeña para encauzar poco después de entrar en la habitación y, ciertamente, Elin tendría que haber notado la suya a esa corta distancia. Una mujer capaz de encauzar no podía acercarse a hurtadillas a otra si ésta estaba atenta.
Al asomarse por encima del hombro de la novicia, Moraine identificó el libro al instante: Corazones apasionados, una colección de novelas de amor. La biblioteca de la Torre era la más grande del mundo conocido y guardaba copias de casi cualquier libro que se hubiese imprimido, pero éste no era adecuado para una novicia. A las Aceptadas se les daba cierto margen de libertad —para entonces una sabía que, de tener esposo, lo vería envejecer y morir, así como a los hijos, a los nietos y a los bisnietos mientras que una no cambiaba nada—, pero con las novicias se intentaba que dejaran de pensar en hombres o en el amor y que no tuvieran ningún trato con ellos. Una novicia podía estar acabada si huía para casarse o, peor aún, si se quedaba embarazada. El adiestramiento de las novicias era intencionadamente duro; si alguna iba a desmoronarse, más valía que le ocurriera entonces que siendo ya una hermana. Ser Aes Sedai era realmente duro, y sumar la responsabilidad de un niño sólo haría más difíciles las cosas.
—Deberías buscar lectura más apropiada, Elin —dijo en voz átona Moraine—. Y prestar más atención a tus deberes.
Antes de que hubiera acabado de hablar, Elin se había levantado de un brinco al tiempo que soltaba una exclamación ahogada, dejaba caer el libro al suelo y giraba sobre sí misma. Para ser andoreña no era alta, pero aun así Moraine tuvo que levantar la vista para mirarla a los ojos. Cuando Elin la vio soltó un leve suspiro de alivio. Muy leve.
Para las novicias, las Aceptadas sólo estaban un pequeño peldaño más abajo que las Aes Sedai. Elin extendió la blanca falda al hacer una apresurada reverencia.
—Nadie habría podido entrar sin que lo viera, Moraine. Merean Sedai me dio permiso para leer. —Ladeó la cabeza a la par que jugueteaba con la cinta blanca que le sujetaba el cabello. Todo lo que llevaban las novicias era blanco, incluso las finas zapatillas de cuero—. ¿Por qué no es apropiado ese libro, Moraine? —Tenía tres años más que ella, pero el anillo de la Gran Serpiente y la falda con bandas de colores significaba una fuente de conocimientos a los ojos de las novicias. Por desgracia, había temas que a Moraine le incomodaba tratar con cualquiera. Y uno de ésos era el decoro.
Recogió el volumen y se lo entregó a la novicia.
—A las bibliotecarias les molestaría mucho si les devuelves uno de sus libros en malas condiciones.
Sintió cierta satisfacción con eso. Era el tipo de respuesta que habría dado una hermana en el caso de no querer contestar a una pregunta. Las Aceptadas practicaban la forma de hablar de las Aes Sedai con vistas al día en que obtuvieran el chal, pero con las únicas que podían hacer esas prácticas sin correr riesgos era con las novicias. Algunas lo intentaban con la servidumbre durante un corto tiempo, pero con ello sólo conseguían que se rieran de ellas. Los criados sabían que a los ojos de las Aes Sedai las Aceptadas no estaban un pequeño escalón por debajo de ellas, sino un pequeño escalón por encima de las novicias.
Como había esperado que hiciera, Elin se puso a examinar anhelantemente el libro en busca de algún daño, y Moraine continuó hablando antes de que la novicia tuviera ocasión de repetir la embarazosa pregunta.
—¿Ha habido mensajes del campo de batalla, pequeña?
Los ojos de Elin se abrieron con aire indignado.
—Sabes que lo habría llevado de inmediato si hubiera habido algún mensaje, Moraine. Sabes que sí.
Claro que lo sabía. Y Tamra también. Pero en tanto que la Guardiana o una Asentada podrían hacer notar que la Amyrlin había dado una orden tonta —al menos, eso creía ella—, a una Aceptada no le quedaba más que obedecer. A decir verdad, se suponía que las novicias no podían hacer notar que una Aceptada había hecho una pregunta tonta.
—¿Es ésa la manera correcta de responder, Elin?
—No, Moraine —dijo, contrita, Elin mientras hacía otra reverencia—. No ha habido ningún mensaje en el tiempo que llevo aquí. —Ladeó de nuevo la cabeza—. ¿Ha tenido una Predicción Gitara Sedai?
—Vuelve a tu lectura, pequeña.
Tan pronto como las palabras salieron de su boca, Moraine supo que había hecho mal, que contradecía lo que había dicho antes. Pero ya era demasiado tarde para retirarlas. Giró rápidamente y, confiando en que Elin no hubiese notado el repentino rubor que le teñía las mejillas, salió de la antesala con la mayor dignidad posible. Bueno, la Maestra de las Novicias le había dicho a la pequeña que podía leer y las bibliotecarias le habían permitido llevarse el libro, si es que no se lo había prestado una Aceptada. Pero Moraine detestaba quedar como una necia.
Un hilillo de vapor salía por el pitorro de la tetera y también de la jarra de agua cuando Moraine volvió a entrar en la sala y cerró la puerta. El brillo del Saidar ya no envolvía a Siuan. El agua hervía enseguida cuando se usaba el Poder Único; el truco estaba en no dejar que se evaporara de golpe. Siuan había llenado dos tazas verdes y removía miel en una de ellas. La otra tenía té con mucha leche.
Siuan empujó hacia Moraine la taza que había estado removiendo.
—Es la de Gitara —dijo en voz baja. Y después, en un susurro y con un gesto de asco, añadió—: Le gusta con tanta miel que parece almíbar.
¡Me dijo que no fuera cicatera!
La porcelana rozaba una temperatura excesiva entre los dedos de Moraine, pero estaría en su punto para cuando cruzara la habitación hasta el escritorio, donde Gitara seguía sentada, ahora tamborileando los dedos sobre el tablero con aire impaciente. El reloj de ébano que había sobre la repisa de la chimenea tocó el Primer Albor. Las trompetas seguían sonando; sus toques parecían frenéticos, aunque Moraine sabía que sólo eran imaginaciones suyas.
Tamra estaba de pie junto a los ventanales y observaba el cielo que se iba aclarando por momentos. Siguió mirando al exterior después de que Siuan hizo una reverencia y le ofreció la taza; finalmente se volvió y vio a Moraine.
—¿Qué noticias hay, Moraine? —preguntó en lugar de coger la taza—. ¿A qué esperas?
Vaya, sí que estaba tensa, por decirlo de algún modo. Tendría que saber que le habría comunicado de inmediato lo que fuera si hubiese habido alguna noticia. Moraine estaba ofreciendo la taza a Gitara; pero, antes de que tuviera ocasión de contestar, la Guardiana se incorporó bruscamente y propinó un golpe tan fuerte al escritorio que el tintero se volcó y derramó un charco de negra tinta sobre el tablero. Temblando, permaneció de pie, rígidos los brazos contra los costados y con la mirada fija en un punto por encima de la cabeza de Moraine, los ojos desorbitados por el terror. Era terror, puro y simple.
—¡Ha renacido! —gritó—. ¡Lo siento! ¡El Dragón viene al mundo en la ladera del Monte del Dragón! ¡Ya viene! ¡Ya viene! ¡La Luz nos ampare! ¡La Luz ampare al mundo! ¡Yace en la nieve y su llanto es como el trueno! ¡Arde como el sol!
Con la última palabra soltó un quedo jadeo y se desplomó en brazos de Moraine. Ésta tiró la taza para sostenerla, pero la otra mujer pesaba mucho y las dos cayeron sobre la alfombra. Todo lo más que Moraine pudo hacer fue caer de rodillas sosteniendo a la Guardiana y después tenderla en el suelo.
Tamra estuvo junto a las dos en un instante, arrodillada, sin importarle la tinta que goteaba del escritorio. El brillo del Saidar la envolvía y ya tenía preparado un tejido de Energía, Aire y Agua. Asió la cabeza de Gitara entre sus manos y dejó que el tejido penetrara en la figura inmóvil de la mujer. Pero el Ahondamiento, utilizado para comprobar el estado de salud del paciente, no se convirtió en Curación. Al mirar con impotencia los ojos fijos y abiertos de Gitara, Moraine supo la razón. Había confiado en que restara un minúsculo aliento de vida, algo con lo que Tamra pudiera trabajar. La Curación sanaba cualquier enfermedad, rehabilitaba cualquier herida, pero no resucitaba. El charco de tinta se había extendido y había estropeado lo que quiera que la Guardiana hubiera escrito. Era extraño en qué cosas se fijaba uno en un momento así.
—Ahora no, Gitara —musitó Tamra. Parecía exhausta—. Ahora no. No cuando más te necesito.
Lentamente, alzó la vista hasta que los ojos se encontraron con los de Moraine, y ésta dio un respingo y se echó hacia atrás. Se decía que la mirada de Tamra era capaz de hacer que una piedra se moviera y, en ese instante, Moraine lo creyó. La Amyrlin desvió la vista hacia Siuan, que seguía de pie junto a la ventana. Su amiga tenía las dos manos apretadas contra la boca, y la taza que antes sostenía estaba en la alfombra, a sus pies. También sufrió una sacudida bajo aquella mirada.
Moraine reparó en la taza que había tirado. «Qué suerte que no se ha roto —pensó—. La porcelana de los Marinos es muy cara». Oh, qué trucos se buscaba la mente cuando se quería evitar pensar en algo.
—Las dos sois inteligentes —dijo finalmente Tamra—. Y, por suerte, no sois sordas. Sabéis lo que Gitara acaba de predecir. —En esa última frase había el timbre inquisitivo justo para que ambas asintieran con la cabeza y dijeran que sí. Tamra suspiró como si hubiese esperado una respuesta distinta.
Tomando a Gitara de los brazos de Moraine, la Amyrlin la tendió sobre la alfombra y le acarició el cabello. Al cabo de un momento, tiró de la estola azul que rodeaba los hombros de Gitara, la dobló cuidadosamente y cubrió el rostro de la Guardiana con ella.
—Con vuestro permiso, madre. —La voz de Siuan sonaba enronquecida—. Mandaré a Elin que vaya a buscar a la criada de la Guardiana para que se encargue de lo necesario.
—¡Quieta ahí! —espetó Tamra. Aquella mirada acerada las estudió a las dos—. No le contaréis a nadie esto, por ninguna razón. Si es necesario, mentid. Incluso a una hermana. Gitara murió sin hablar. ¿Me habéis entendido?
Moraine asintió con bruscos cabeceos y reparó en que Siuan hacía otro tanto. Todavía no eran Aes Sedai —podían mentir, y lo hacían en ocasiones a pesar de sus esfuerzos por actuar como una hermana—, pero nunca había esperado que le ordenaran hacerlo. Y menos a las Aes Sedai. Y jamás que la orden viniera de la Sede Amyrlin.
—Bien —dijo cansinamente Tamra—. Decidle a… ¿La novicia que está de servicio se llama Elin? Decidle a Elin que entre. Yo le indicaré dónde puede encontrar a la sirvienta de Gitara. —Obviamente quería asegurarse de que Elin no había escuchado nada al otro lado de la puerta. En caso contrario, el encargo podrían haberlo hecho Siuan o ella—. Cuando la chica entre os podéis ir las dos. ¡Y recordad! ¡Ni una palabra! ¡A nadie! —El énfasis sólo consiguió hacer resaltar lo extraño de la situación. Una orden de la Amyrlin debía obedecerse como si fuese un juramento. No era necesario hacer hincapié en ello.
«Quería escuchar una Predicción —pensó Moraine mientras hacía una reverencia antes de salir—, y lo que se me ha dado ha sido el vaticinio de un porvenir fatídico». ¡Ojalá hubiese sido más cauta con sus deseos!