____ 20 ____

Gideon llegó justo cuando sacaba la cena del horno. Traía una bolsa de ropa en una mano y una funda de ordenador portátil en la otra. Me preocupaba que se fuera solo a casa tras su sesión con el doctor Petersen y sentí alivio cuando me llamó para decirme que venía de camino. Aun así, cuando abrí la puerta y le vi allí, un escalofrío de inquietud me recorrió el cuerpo.

—Hola —me saludó en voz baja, siguiéndome después a la cocina—. Huele de maravilla aquí dentro.

—Espero que tengas hambre. Hay mucha comida y me sorprendería que Cary apareciera para ayudarnos a comérnosla.

Gideon dejó sus cosas sobre el mostrador y se acercó a mí con recelo, buscando mis ojos con los suyos a medida que se acercaba.

—Me he traído unas cuantas cosas para pasar la noche, pero me puedo ir a casa si quieres. Cuando sea. Simplemente dímelo.

Dejé escapar el aire de mi pecho con fuerza, decidida a no dejar que el miedo dictara mis acciones.

—Quiero que te quedes.

—Y yo quiero quedarme. —Se detuvo delante de mí—. ¿Puedo abrazarte?

Me giré hacia él y lo apreté con fuerza.

—Por favor.

Presionó su mejilla contra la mía y me abrazó. Aquel abrazo no fue tan natural y relajado como los que solíamos darnos. Había entre nosotros un nuevo recelo diferente a todo lo que habíamos sentido antes.

—¿Qué tal estás? —murmuró.

—Mejor, ahora que estás aquí.

—Pero aún nerviosa. —Apretó sus labios contra mi frente—. Yo también. No sé cómo vamos a poder quedarnos dormidos de nuevo el uno junto al otro.

Apartándome un poco, lo miré. Eso es también lo que yo temía, y mi anterior conversación con Cary no había ayudado en nada. Es una bomba de relojería en marcha…

—Lo superaremos —dijo.

Se quedó callado un largo rato.

—¿Alguna vez se ha puesto Nathan en contacto contigo?

—No. —Aunque tenía auténtico pánico a encontrármelo de nuevo algún día, ya fuera por casualidad o deliberadamente. Estaba en algún lugar, ahí afuera, respirando el mismo aire—. ¿Por qué?

—Porque hay mucho bagaje que se interpone entre nosotros dos.

—¿Crees que es demasiado?

Gideon negó con la cabeza.

—No pienso eso.

Yo no supe qué hacer o decir. ¿Qué garantías darle, si ni siquiera estaba segura de mi amor y de si el hecho de necesitarle sería suficiente para que nuestra relación funcionara?

—¿En qué estás pensando? —preguntó.

—En la comida. Estoy hambrienta. ¿Por qué no vas a ver si Cary quiere comer? Luego podemos ponernos a cenar.

Gideon encontró a Cary durmiendo, así que cenamos él y yo a la luz de las velas en la mesa del comedor, una especie de comida formal vestidos con las camisetas y pantalones de pijama que nos habíamos puesto tras nuestras respectivas duchas. Yo estaba preocupada por Cary, pero tener un respiro tranquilo a solas con Gideon me pareció que era justo lo que necesitábamos.

—Ayer comí con Magdalene en mi despacho —dijo después de que disfrutáramos de los primeros bocados.

—¿Ajá? —¿Mientras yo había ido a comprar el anillo, Magdalene había disfrutado de un tiempo a solas con mi hombre?

—No uses ese tono —me reprendió—. Estuvo comiendo en un despacho rodeada de tus flores mientras me lanzabas besos desde mi escritorio. Tú estabas tan presente como ella.

—Perdona. Ha sido un acto reflejo.

Levantó mi mano hacia su boca y le dio un beso rápido y fuerte.

—Me alivia ver que aún puedes sentir celos por mí.

Solté un suspiro. Mis emociones llevaban todo el día desperdigadas, no podía saber cuáles eran mis sentimientos con respecto a nada.

—¿Le has dicho algo sobre Christopher?

—Ése era el motivo de la comida. Le enseñé el vídeo.

—¿Qué? —Fruncí el ceño, recordando que mi teléfono se había quedado sin batería en su coche—. ¿Cómo lo has hecho?

—Subí tu teléfono a mi despacho y saqué el vídeo con un USB. ¿No te diste cuenta de que lo traje anoche con toda la batería?

—No. —Dejé el cubierto sobre la mesa. Con dominación o no, Gideon y yo íbamos a tener que hablar sobre qué límites cruzar para que yo no perdiera los papeles—. No puedes piratear mi teléfono sin más, Gideon.

—No lo pirateé. Aún no le has puesto una contraseña.

—¡Ésa no es la cuestión! Se trata de una grave invasión de mi puñetera privacidad. Dios mío… —¿Por qué en mi vida nadie comprendía que yo tenía unas fronteras?—. ¿Te gustaría que yo hurgara en tus cosas?

—No tengo nada que ocultar. —Sacó su teléfono del bolsillo de sus pantalones y lo sostuvo en el aire ante mí—. Y tú tampoco lo tendrás.

No quería discutir en ese momento. Las cosas estaban demasiado frágiles tal y como estaban, pero ya había permitido lo suficiente que aquello siguiera adelante.

—No importa si yo tengo algo que no quiero que veas. Tengo derecho a un espacio y a una privacidad y tú debes preguntar antes de acceder por tu cuenta a mi información y mis pertenencias. Tienes que dejar de coger todo lo que quieres sin pedir permiso.

—¿Qué tenía eso de privado? —me preguntó frunciendo el ceño—. Tú misma me lo enseñaste.

—¡No seas como mi madre, Gideon! —grité—. Sólo puedo aguantar cierto grado de locura.

Dio un respingo hacia atrás ante mi vehemencia, claramente sorprendido al ver lo enfadada que estaba.

—De acuerdo. Lo siento.

Me bebí el vino de un trago tratando de refrenar mi genio y desasosiego.

—¿Sientes que me haya enfadado o sientes lo que has hecho?

Tras un silencio que duró varios latidos del corazón, Gideon respondió:

—Siento que te hayas enfadado.

Vi que no lo había entendido.

—¿Por qué no ves lo raro que es todo esto?

Dejó escapar un suspiro y se pasó la mano por el pelo.

—Eva, paso una cuarta parte de cada día dentro de ti. Cuando estableces límites fuera, no puedo evitar verlos como algo arbitrario.

—Pues no lo son. Son importantes para mí. Si hay algo que quieras saber, tendrás que preguntármelo.

—De acuerdo.

—No lo hagas más —le advertí—. No estoy bromeando, Gideon.

Apretó la mandíbula.

—Vale, ya lo he entendido.

Entonces, como realmente no quería discutir, seguí con la conversación.

—¿Qué dijo ella al verlo?

Él se relajó visiblemente.

—Le resultó difícil, desde luego. Aún más al saber que yo lo había visto.

—Ella nos vio en la biblioteca.

—No hablamos de eso directamente, pero de todos modos, ¿qué iba a decirle? No pienso disculparme por hacerle el amor a mi novia en una habitación cerrada. —Apoyó la espalda en su silla y exhaló con fuerza—. Ver la cara de Christopher en el vídeo, ver lo que realmente piensa de ella, le ha dolido. Es duro ver cómo te utilizan así. Sobre todo, si lo hace alguien que se supone que te quiere.

Para ocultar mi reacción, me ocupé de rellenar las dos copas. Él hablaba como si se tratara de una experiencia propia. ¿Qué era exactamente lo que le habían hecho?

Tras un rápido sorbo de vino, le pregunté:

—¿Y cómo lo llevas ?

—¿Qué puedo hacer? Con el paso de los años he hecho todo lo posible por hablar con Christopher. Lo he intentado dándole dinero. Lo he intentado amenazándolo. Nunca se ha mostrado dispuesto a cambiar. Hace tiempo me di cuenta de que lo único que puedo hacer es poner paños fríos. Y mantenerte todo lo lejos de él que me sea posible.

—Ahora que yo ya lo sé, te ayudaré con ello.

—Bien. —Dio un trago y me miró por encima del borde de la copa—. No me has preguntado por mi cita con el doctor Petersen.

—No es de mi incumbencia. A menos que quieras hablarme de ello. —Lo miré a los ojos, deseando que lo hiciera—. Estaré dispuesta a escucharte siempre que lo necesites, pero no voy a fisgonear. Cuando estés listo para dejarme entrar, házmelo saber. Dicho lo cual, me encantaría saber si te ha gustado.

Respondió sonriendo.

—Hasta ahora sí. Me habla con rodeos. No mucha gente sabe hacer eso.

—Sí. Te habla haciéndote volver a un asunto para que lo enfoques desde otra perspectiva diferente a la que estás pensando, en plan «¿Cómo es que no lo había visto así?».

Gideon subía y bajaba los dedos por el pie de su copa.

—Me ha recetado que tome una cosa por la noche antes de acostarme. Lo he comprado antes de venir.

—¿Qué piensas sobre el hecho de tomar medicación?

Me lanzó una mirada oscura y angustiada.

—Creo que es necesario. Tengo que estar contigo y debo hacer que sea seguro para ti, cueste lo que cueste. El doctor Petersen dice que esta medicación combinada con la terapia ha sido un éxito en otros pacientes que sufren «parasomnia sexual atípica». Tengo que creer que es cierto.

Extendí la mano para agarrar la suya. Tomar la medicación era un gran paso, sobre todo para alguien que había evitado enfrentarse a sus problemas durante mucho tiempo.

—Gracias.

Gideon me apretó la mano.

—Al parecer, hay bastante gente con este problema a la que han estudiado. Me ha hablado de un caso documentado en el que un hombre estuvo atacando sexualmente a su mujer en sueños durante doce años antes de buscar ayuda.

—¿Doce años? Dios mío.

—Parece que, en parte, esperaron tanto porque el hombre era mejor en la cama cuando estaba dormido —dijo fríamente—. Y si eso no constituye un golpe mortal para el ego, no sé qué otra cosa puede serlo.

Me quedé mirándolo.

—Vaya mierda.

—Lo sé, ¿vale? —Su sonrisa irónica se desvaneció—. Pero no quiero que te sientas obligada a compartir la cama conmigo, Eva. No existe ninguna pócima mágica. Puedo dormir en el sofá o irme a casa, aunque de las dos opciones preferiría el sofá. Mis días son mejores si me preparo contigo para ir a trabajar.

—Para mí también.

Extendiendo la mano, Gideon cogió la mía y se la llevó a los labios.

—Nunca imaginé que podría tener esto… Alguien en mi vida que sepa lo que tú sabes sobre mí. Alguien con quien poder hablar de mis cagadas durante la cena porque me acepta tal cual soy… Te estoy muy agradecido, Eva.

Mi corazón se retorció al sentir un dulce dolor en el pecho. Sabía decir cosas hermosas, cosas perfectas.

—Yo siento lo mismo por ti. —Puede que más, porque yo le quería. Pero no lo dije en voz alta. Algún día le llegaría el momento. No iba a rendirme hasta que fuera absoluta e irrevocablemente mío.

* * *

Con los pies desnudos sobre la mesa del café y el ordenador en su regazo, Gideon parecía tan cómodo y relajado, que estuvo todo el tiempo distrayéndome de mis programas de la televisión.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?, me pregunté. ¿Este hombre tan desmesuradamente atractivo y yo?

—Me estás mirando —murmuró, con los ojos puestos en la pantalla de su portátil.

Le saqué la lengua.

—¿Es eso una provocación sexual, señorita Tramell?

—¿Cómo puedes verme si estás mirando lo que sea eso en lo que estás trabajando?

Levantó en ese momento la vista y me miró fijamente. Sus ojos azules resplandecían de energía y calor.

—Siempre te veo, cielo. Desde el momento en que me encontraste, no he visto otra cosa más que a ti.

El miércoles empezó con la polla de Gideon tratando de penetrarme por detrás, mi nueva forma preferida de despertarme.

—Vaya —dije con voz ronca, quitándome el sueño de los ojos mientras pasaba el brazo por mi cintura y me acercaba a su cálido y fuerte pecho—. Esta mañana estás juguetón.

—Estás preciosa y sexy por las mañanas —susurró, acariciándome el hombro con la nariz—. Me encanta despertar contigo.

Celebramos una noche de sueño ininterrumpido con unos cuantos orgasmos entre los dos.

Horas después, almorcé con Mark y Steven en un encantador restaurante mexicano escondido bajo el nivel de la calle. Bajamos unas escaleras de cemento y entramos en un restaurante sorprendentemente espacioso con camareros vestidos con chaleco negro y mucha luz.

—Tienes que volver aquí con tu chico para que te invite a un margarita de granada —dijo Steven.

—¿Están buenos? —pregunté.

—Desde luego.

Cuando vino la camarera a por la comanda, flirteó descaradamente con Mark agitando unas pestañas envidiablemente largas. Mark también flirteó con ella. A medida que avanzó la comida, la exuberante pelirroja, en cuya solapa lucía el nombre de Shawna, se volvió más atrevida, y tocaba el hombro y la nuca de Mark cada vez que se acercaba. A cambio, las bromas de Mark se hicieron más sugerentes hasta que me fijé en que Steven se ponía nervioso, con la cara enrojecida y el ceño cada vez más fruncido. Me revolvía incómoda y conté los minutos hasta que terminó aquella comida cargada de tensión.

—Veámonos esta noche —le dijo Shawna a Mark cuando trajo la cuenta—. Una noche conmigo y te curaré.

Yo ahogué un grito. ¿De verdad?

—¿Te viene bien a las siete? —susurró Mark—. Te voy a destrozar, Shawna. Ya sabes lo que pasa, que una vez que se ha catado lo bueno…

El agua me entró por el otro lado y me atraganté.

Steven se puso en pie de un brinco, rodeó la mesa y empezó a darme golpes en la espalda.

—Por Dios, Eva —dijo riéndose—. Sólo estábamos gastándote una broma. No te nos mueras.

—¿Qué? —jadeé con los ojos llenos de lágrimas.

Riéndose, se dio la vuelta y pasó el brazo por encima de la camarera.

—Eva, ésta es mi hermana, Shawna. Shawna, Eva es la que hace que la vida de Mark sea más fácil.

—Eso está bien —respondió Shawna—, porque seguro que él te la hace más difícil.

Steven me guiñó un ojo.

—Por eso es por lo que me tiene cerca.

Al ver a los hermanos juntos, por fin me di cuenta del parecido que antes se me había pasado por alto. Me hundí en mi asiento y miré a Mark con odio.

—Ha sido terrible. Creía que Steven iba a explotar.

Mark levantó las manos, mostrando su arrepentimiento.

—Ha sido todo idea suya. Es la reina de los dramas, ¿recuerdas?

Dándose la vuelta, Steven sonrió y dijo:

—No, Eva, ya sabes que en esta relación quien tiene las ideas es Mark.

Shawna sacó una tarjeta de visita de su bolsillo y me la entregó.

—Mi número está por el otro lado. Llámame. Tengo información jugosa sobre estos dos. Puedes vengarte bien de ellos.

—¡Traidora! —la acusó Steven.

Shawna se encogió de hombros.

—Oye, las chicas debemos permanecer unidas.

Después del trabajo, Gideon y yo fuimos al gimnasio. Angus nos dejó en la calle y entramos. El lugar estaba lleno y los vestuarios abarrotados. Me cambié, guardé mis cosas y luego me encontré con Gideon en el vestíbulo.

Saludé con la mano a Daniel, el entrenador que había hablado conmigo la primera vez que fui a CrossTrainer, y recibí un azote en el culo.

—Oye —protesté intentando dar un manotazo sobre la mano castigadora de Gideon—. ¡No hagas eso!

Tiró de mi cola de caballo moviendo suavemente mi cabeza hacia atrás, inclinándome la boca hacia arriba, de modo que pudiera marcar su territorio con un beso profundo y largo.

Su forma de tirarme del pelo hizo que una oleada de electricidad me recorriera la piel.

—Si esta es tu idea de elemento disuasorio, debo decirte que es mucho más un incentivo —le susurré ante sus labios.

—Estoy dispuesto a hacerlo más fuerte. —Me mordió el labio inferior—. Pero te sugiero que no pongas a prueba mis límites con estas cosas, Eva.

—No te preocupes, prefiero hacerlo con otras.

Gideon se dirigió primero a la cinta de correr, lo cual me permitió tener el placer de ver cómo su cuerpo brillaba con el sudor… en público. Por mucho que lo viera así en privado, nunca dejaba de volverme loca.

Dios mío, me encantaba su aspecto con el pelo recogido por detrás. Y la flexión de sus músculos bajo la piel ligeramente bronceada. Y la grácil fuerza de sus movimientos. Ver a un hombre urbano tan elegante despojarse de sus trajes y mostrar su lado animal ponía en marcha todos los resortes de mi excitación.

No podía dejar de mirarle y me alegraba no tener que hacerlo. Al fin y al cabo, era mío, un hecho que provocaba que un cálido placer me recorriera el cuerpo. Además, las demás mujeres del gimnasio se habían fijado también en él. Mientras se movía de un aparato a otro, docenas de ojos de admiradoras le seguían.

Cuando me sorprendía comiéndomelo con los ojos, le lanzaba una mirada sugerente y me pasaba la lengua por el labio inferior. Su ceja levantada y su sonrisa compungida hacían que mi cuerpo se estremeciera. No recordaba la última vez que me había sentido tan estimulada mientras hacía ejercicio. La hora y media se pasó volando.

Cuando volvimos al Bentley y nos dirigíamos al ático, yo me retorcía en el asiento. Miré repetidamente a Gideon con una silenciosa provocación.

Él entrelazó sus dedos con los míos.

—Tendrás que esperar.

Aquella declaración me sorprendió.

¿Qué?

—Ya me has oído. —Me besó los dedos y tuvo el valor de dedicarme una sonrisa maliciosa—. Se llama demora de la gratificación, cielo.

—¿Por qué vamos a tener que hacerlo?

—Piensa en lo locos que vamos a estar el uno por el otro después de la cena.

Me acerqué más de modo que Angus no me oyera, aunque sabía que era lo suficientemente profesional como para no hacernos caso.

—Hay dos opciones: esperar o no. Yo voto por el no.

Pero no cedió. Al contrario, nos torturó a los dos, haciendo que nos desvistiéramos el uno al otro para darnos una ducha caliente, acariciando y rozando con nuestras manos las curvas y depresiones del cuerpo del otro y, después, vistiéndonos para cenar. Él se vistió de etiqueta pero sin corbata. Llevaba el cuello de su almidonada camisa blanca sin abotonar, mostrando un destello de su piel. El vestido de cóctel que había elegido para mí era un Vera Wang de seda de color champán, con un corpiño de bustier sin tirantes, espalda abierta y una falda de tejidos superpuestos que terminaba unos cuantos centímetros por encima de la rodilla.

Sonreí al verlo, sabiendo que le volvería loco verme con ese vestido toda la noche. Era precioso y me encantó, pero se trataba de un estilo más apropiado para modelos altas y delgadas, no chicas bajitas y llenas de curvas. En un lamentable intento de aparentar modestia, dejé que el pelo me cayera sobre el pecho, pero no sirvió de mucho si debía tener en cuenta la expresión de Gideon.

—Dios mío, Eva —dijo ajustándose los pantalones—. He cambiado de idea con respecto a ese vestido. No deberías llevarlo en público.

—No tenemos tiempo para que cambies de opinión.

—Creía que tenía más tela.

Me encogí de hombros sonriendo.

—¿Qué puedo decir yo? Has sido tú quien lo ha comprado.

—Me lo estoy pensando mejor. ¿Cuánto tiempo hará falta para quitártelo?

Deslizando mi lengua por el labio inferior, contesté:

—No lo sé. ¿Por qué no lo descubres por ti mismo?

Sus ojos se oscurecieron.

—No vamos a salir nunca de aquí.

—Yo no me quejaría.

Estaba tremendamente atractivo y yo lo deseaba con todo mi cuerpo, como siempre.

—¿No habrá alguna chaqueta u otra cosa que puedas ponerte por encima? ¿Un anorak, quizá? ¿O un impermeable?

Riéndome, cogí mi bolso de mano de la cómoda y pasé mi brazo por el suyo.

—No te preocupes. Todos estarán muy ocupados observándote a ti como para siquiera darse cuenta de que yo estoy allí.

Frunció el ceño mientras yo lo sacaba a rastras del dormitorio.

—En serio, ¿se te han puesto las tetas más grandes? Sobresalen por encima de esa cosa.

—Tengo veinticuatro años, Gideon —contesté con sequedad—. Dejé de desarrollarme hace años. Lo que ves es lo que hay.

—Sí, pero se supone que soy yo el único que lo tiene que ver, porque soy yo el único al que se le permite tenerlo.

Entramos en la sala de estar. En el corto espacio de tiempo que tardamos en atravesar el vestíbulo, saboreé la calmada belleza de la casa de Gideon. Me gustaba lo cálida y acogedora que era. El encanto del Viejo Mundo en la decoración era muy elegante, pero también extraordinariamente agradable. La imponente vista desde las ventanas en arco se complementaba con el interior, pero no distraía la atención de él.

La mezcla de maderas oscuras, piedra envejecida, colores cálidos y vívidos toques de piedras preciosas era claramente cara, al igual que las obras de arte que colgaban de las paredes, pero se trataba de una exhibición de riqueza de buen gusto. No podía imaginar que nadie se sintiera incómodo sin saber qué se podía tocar o dónde sentarse. No se trataba de ese tipo de espacios.

Tomamos el ascensor privado y Gideon me miró mientras las puertas se cerraban. Inmediatamente trató de subirme el corpiño.

—Si no tienes cuidado, vas a dejarme al aire la entrepierna —le advertí.

—Maldita sea.

—Podemos divertirnos con esto. Puedo interpretar el papel de una rubia guapa y tonta que va detrás de tu polla y tu dinero y tú puedes hacer de ti mismo: el conquistador millonario con su último juguete. Aparenta aburrimiento e indulgencia mientras yo me cuelgo de ti y hago gorgoritos diciendo lo brillante que eres.

—Eso no tiene gracia. —Y entonces, se le iluminó la cara—. ¿Y un pañuelo?

Cuando entramos en la cena de gala para recaudar fondos para un centro de acogida para mujeres y niños, tuvimos que aguantar el acoso de la prensa, lo que provocó mi miedo a la exposición. Me concentré en Gideon, pues nada distraía tanto mi atención como él. Y al fijarme en él, pude observar el cambio del hombre que era en privado con respecto al personaje público.

La máscara se fue colocando en su sitio poco a poco. El iris de sus ojos pasó a un gélido color azul y su boca sensual perdió cualquier atisbo de curvatura. Casi pude sentir cómo su fuerza de voluntad nos cercaba. Había una pantalla protectora entre los dos y el resto del mundo, simplemente porque así lo deseaba él. De pie a su lado, supe que nadie se acercaría ni me hablaría hasta que él les diera alguna señal de que podían hacerlo.

Aun así, aquella sensación de no tocar no se extendió a la de no mirar. Gideon hacía que las cabezas se giraran a medida que nos adentrábamos en la sala de baile y los ojos le seguían. A mí me dio un tic nervioso al ver toda la atención que él cosechaba, pero él parecía ajeno y completamente sereno.

Si yo estaba empeñada en hacerle gorgoritos y aferrarme a él, tendría que hacer cola. En el momento en que nos detuvimos lo empezaron a asediar. Yo me aparté para dejar paso a quienes competían por captar su atención y fui a por una copa de champán. Waters Field & Leman habían hecho la publicidad gratis para la gala y vi a algunas personas que conocía.

Había conseguido enganchar una copa de la bandeja de un camarero que pasaba cuando escuché que alguien decía mi nombre. Me giré y vi al sobrino de Stanton acercándose con una amplia sonrisa. De pelo oscuro y ojos verdes, tenía más o menos mi edad. Yo lo conocía de las veces que había ido a visitar a mi madre en vacaciones y me alegré de verle.

Lo saludé con los brazos abiertos y agradecida.

—¡Martin! ¿Cómo estás? Tienes un aspecto estupendo.

—Yo estaba a punto de decir lo mismo. —Miró mi vestido con admiración—. Me he enterado de que te has mudado a Nueva York y quería ir a visitarte. ¿Cuánto tiempo llevas en la ciudad?

—No mucho. Unas cuantas semanas.

—Tómate el champán y vamos a bailar —me dijo.

Aún sentía el agradable burbujeo del alcohol en mi cuerpo cuando entramos en la pista de baile al ritmo de Billie Holiday cantando «Summertime».

—Y bien, ¿estás trabajando? —preguntó.

Mientras bailábamos, le hablé de mi trabajo y le pregunté en qué andaba él. No me sorprendió saber que trabajaba para la compañía de inversiones de Stanton y que le iba muy bien.

—Me gustaría ir por tu barrio y llevarte a comer algún día —propuso.

—Eso sería estupendo. —Me aparté cuando terminó la música y choqué contra alguien detrás de mí. Llevó las manos a mi cintura para sujetarme y miré hacia atrás para descubrir que era Gideon.

—Hola —susurró, con su mirada gélida sobre Martin—. Preséntanos.

—Gideon, éste es Martin Stanton. Nos conocemos desde hace unos años. Es sobrino de mi padrastro. —Respiré hondo y seguí adelante—. Martin, éste es el hombre más importante de mi vida, Gideon Cross.

Martin sonrió abiertamente y extendió la mano.

—Cross. Sé quién eres, por supuesto. Un placer conocerte. Si todo marcha bien, quizá te vea en algún encuentro familiar.

El brazo de Gideon se deslizó por encima de mis hombros.

—Cuenta con ello.

A Martin lo llamó un conocido suyo y se acercó para besarme en la mejilla.

—Te llamaré para ir a comer. ¿Quizá la semana que viene?

—Genial. —Yo era muy consciente de la energía que desprendía Gideon a mi lado, pero cuando lo miré, su rostro parecía tranquilo e impasible.

Me sacó a bailar mientras Louis Armstrong cantaba «What a wonderful world».

—No estoy seguro de que me guste —murmuró.

—Martin es un chico muy simpático.

—Siempre que tenga claro que eres mía. —Presionó su mejilla contra mi sien y colocó la mano dentro del corte de la espalda de mi vestido, piel contra piel. No había lugar a dudas de que yo le pertenecía mientras me agarraba así.

Saboreé la oportunidad de estar tan cerca de su delicioso cuerpo en público. Respirándolo, me dejé llevar por sus expertos brazos.

—Me gusta esto.

Acariciándome con su nariz, murmuró:

—Ésa es la idea.

Felicidad absoluta. Duró lo que dio de sí el baile.

Salíamos de la pista de baile cuando vi a Magdalene a un lado. Tardé un poco en reconocerla porque se había cortado el pelo a lo garçon y se lo había alisado. Tenía un aspecto esbelto y elegante con su sencillo vestido negro de cóctel, pero la eclipsaba la llamativa morena con la que estaba hablando.

El paso de Gideon vaciló, aminorando mínimamente antes de recuperar el ritmo habitual. Yo bajé la mirada pensando que él había esquivado algo del suelo.

—Tengo que presentarte a alguien —dijo en voz baja.

Fijé mi atención hacia donde nos dirigíamos. La mujer que estaba con Magdalene había visto a Gideon y se giró para saludarle. Sentí cómo su antebrazo se tensaba bajo mis dedos en el momento en que sus miradas se cruzaron.

Y vi por qué.

La mujer, quienquiera que fuese, estaba profundamente enamorada de Gideon. Lo vi en su rostro y en sus ojos azules claros y fantasmales.

Era de una belleza despampanante, tan exquisita como surrealista. Tenía el cabello negro como la tinta y le colgaba denso y recto hasta la cintura. Su vestido era del mismo color gélido que sus ojos, tenía la piel dorada por el sol y su cuerpo era largo y perfectamente curvado.

—Corinne —la saludó Gideon, y el habitual tono áspero de su voz se pronunció aún más. Me soltó y la agarró de las manos—. No me habías dicho que habías vuelto. Habría ido a recogerte.

—Te dejé unos cuantos mensajes en el buzón de voz de tu casa —dijo con voz refinada y suave.

—Ah, no he pasado mucho tiempo allí últimamente. —Como si eso le hiciera recordar que yo estaba a su lado, la soltó y me acercó a su lado—. Corinne, ésta es Eva Tramell. Eva, Corinne Giroux. Una vieja amiga.

Extendí la mano hacia ella para que la estrechara.

—Cualquier amiga de Gideon es amiga mía —dijo con una agradable sonrisa.

—Espero que eso sirva también para las novias.

Cuando me miró a los ojos, lo hizo con un aire de complicidad.

—Sobre todo, las novias. Si puedes prescindir de él cinco minutos, me gustaría presentárselo a un socio mío.

—Por supuesto —respondí con voz calmada, aunque yo no lo estaba.

Gideon me dio un beso mecánico en la sien antes de acercarse a Corinne para ofrecerle su brazo, dejando a una incómoda Magdalene a mi lado.

Lo cierto es que sentí compasión por ella. Parecía muy abatida.

—Tu nuevo corte de pelo es muy favorecedor, Magdalene.

Ella me miró con la boca apretada y, después, la suavizó con un suspiro que parecía lleno de resignación.

—Gracias. Había llegado el momento de cambiar. El momento de muchos cambios, creo. Además, no había razones para imitar a la que se había ido ahora que ha vuelto.

Yo la miré con el ceño fruncido y confundida.

—Me he perdido.

Estudió mi cara.

—Hablo de Corinne. ¿No lo sabes? Ella y Gideon estuvieron comprometidos durante más de un año. Ella lo dejó, se casó con un acaudalado francés y se mudó a Europa. Pero se separaron. Ahora se están divorciando y ella ha vuelto a Nueva York.

Comprometidos. Sentí que la sangre se escurría de mi cara y miré hacia donde estaba el hombre al que yo quería con la mujer que debió amar, moviendo la mano hacia la espalda de ella para agarrarla mientras ésta se inclinaba sobre él con una carcajada.

Mientras el estómago se me retorcía lleno de celos y miedo, pensé que yo había dado por supuesto que él nunca había tenido ninguna relación romántica seria antes que yo. Qué tonta. Con lo guapo que era, debí habérmelo imaginado.

Magdalene me puso la mano en el hombro.

—Deberías sentarte, Eva. Estás muy pálida.

Noté que estaba respirando muy fuerte y que el pulso se me había acelerado peligrosamente.

—Tienes razón.

Me acerqué a la silla vacía más cercana y me senté. Magdalene se sentó a mi lado.

—Estás enamorada de él —dijo—. No me había dado cuenta. Lo siento. Y siento lo que te dije la primera vez que nos vimos.

—Tú también estás enamorada de él —contesté con voz acartonada y con la mirada perdida—. Y en aquel momento yo no lo quería, todavía.

—Eso no me justifica, ¿no?

Acepté agradecida otra copa de champán cuando me la ofrecieron y cogí otra más para Magdalene antes de que el camarero se incorporara para marcharse. Chocamos nuestras copas con una lamentable muestra de solidaridad de mujeres desdeñadas. Quise marcharme. Quise levantarme y salir de allí. Quería que Gideon se diera cuenta de que yo me había ido y se viera obligado a salir en mi busca. Quería que sintiera algo del dolor que yo sentía. Fantasías estúpidas, inmaduras e hirientes que me hacían sentir pequeña.

Me consoló que Magdalene se quedara sentada en silencio, compadeciéndose. Sabía lo que se sentía cuando se ama a Gideon y se le desea demasiado. El hecho de notar que ella estaba tan amargada como yo confirmaba la amenaza que Corinne podría suponer.

¿Había estado él suspirando por ella durante todo este tiempo? ¿Era ella la razón por la que se había cerrado a otras mujeres?

—Aquí estás.

Levanté la mirada cuando Gideon llegó a mi lado. Por supuesto, Corinne seguía enganchada a su brazo y yo tuve la completa sensación de que parecían una pareja. Estaban increíblemente guapos los dos juntos, así de simple.

Corinne se sentó a mi lado y Gideon me pasó los dedos por la mejilla.

—Tengo que hablar con una persona —dijo—. ¿Quieres que te traiga algo?

—Vodka con zumo arándanos. Que sea doble. —Necesitaba algo que me animara. Muchísimo.

—De acuerdo. —Pero antes de alejarse me miró extrañado por lo que le había pedido.

—Me alegro mucho de conocerte, Eva —dijo Corinne—. Gideon me ha hablado mucho de ti.

—No puede haber sido mucho. No habéis estado por ahí tanto rato.

—Hablamos casi todos los días. —Sonrió, y no había nada de falso ni malicioso en su expresión—. Somos amigos desde hace mucho tiempo.

—Más que amigos —intervino Magdalene con una clara indirecta.

Corinne miró a Magdalene frunciendo el ceño y me di cuenta de que se suponía que yo no debía saberlo. ¿Había sido ella, Gideon o los dos quienes habían decidido que lo mejor era no contármelo? ¿Por qué ocultar algo si no había nada que ocultar?

—Sí, es cierto —admitió con clara renuencia—. Aunque de eso hace ya algunos años.

Me giré en mi asiento para ponerme enfrente de ella.

—Todavía lo quieres.

—No puedes culparme por ello. Cualquier mujer que pase un tiempo con Gideon se enamora de él. Es guapo e intocable, una combinación irresistible. —Su sonrisa se atenuó—. Me ha dicho que le has servido de inspiración para que se abra. Te doy las gracias por ello.

Estuve a punto de decir: «No lo he hecho por ti», pero, entonces, una duda insidiosa me atravesó la mente, haciendo que un punto sensible dentro de mí se plegara sobre sí mismo.

¿Lo había estado haciendo por ella sin saberlo?

Di una vuelta tras otra a la base de mi copa de champán sobre la mesa.

—Iba a casarse contigo.

—Y alejarme de él fue el mayor error de mi vida. —Se llevó la mano al cuello, moviendo nerviosamente sus delgados dedos, como si juguetearan con un collar que normalmente llevara ahí—. Era joven y, en ciertos aspectos, él me asustaba. Era muy posesivo. Hasta después de casarme no me di cuenta de que ese afán de posesión es mucho mejor que la indiferencia. Al menos, para mí.

Aparté la mirada, conteniendo las náuseas que se abrían paso en mi garganta.

—Estás muy callada —dijo.

—¿Qué voy a decir? —espetó Magdalene.

Todas lo amábamos. Todas estábamos disponibles para él. Al final, él tendría que decidir entre nosotras.

Corinne me habló mirándome con sus ojos claros de aguamarina.

—Eva, debes saber que me ha dicho lo especial que eres para él. Tardé un tiempo en reunir el valor para volver aquí y enfrentarme a vosotros dos juntos. Incluso cancelé un vuelo que había reservado para hace un par de fines de semana. Le interrumpí en un evento benéfico en el que él daba un discurso, pobrecito, para decirle que venía para acá y para pedirle que me ayudara a instalarme.

Me quedé helada, sintiéndome tan quebradiza como un cristal roto. Ella debía referirse a la cena del centro de beneficencia. La noche en que bautizamos la limusina y él se retrajo de inmediato, apartándose de mí de repente.

—Cuando me devolvió la llamada —continuó—, me dijo que había conocido a alguien. Que quería que tú y yo nos conociéramos cuando estuviera en la ciudad. Al final, yo me acobardé. Nunca antes me había pedido que conociera a ninguna mujer.

Dios mío. Miré a Magdalene. Gideon me había dejado de repente aquella noche por ella. Por Corinne.