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Los lunes por la mañana podían ser estupendos si se empezaban con Gideon Cross. Fuimos al trabajo con mi espalda apoyada a su lado y su brazo echado por encima de mi hombro, de modo que sus dedos se entrelazaban con los míos.

Mientras él jugueteaba con el anillo que me había regalado, yo extendí las piernas y vi los tacones que me había comprado junto con otra ropa para ponerme cuando me quedara a dormir en su casa. Para empezar la nueva semana, me había decidido por un vestido de tubo de raya diplomática con un cinturón fino de color azul que me recordaba a sus ojos. Tenía un gusto excelente, eso había que reconocerlo.

A no ser que estuviera enviando a una de sus «conocidas» morenas a que fuera de tiendas…

Alejé ese desagradable pensamiento de mi cabeza.

Cuando miré los cajones que él había dejado libres para mí en su baño, encontré todos mis cosméticos y artículos de tocador habituales con los tonos que yo solía utilizar. No me molesté en preguntarle cómo lo sabía, porque eso podría haber hecho que me asustara. Por el contrario, decidí verlo como una prueba más de su carácter detallista. Pensaba en todo.

El punto culminante de mi mañana había sido ayudar a Gideon a ponerse uno de sus trajes enormemente atractivos. Le abotoné la camisa y él se la remetió entre los pantalones. Yo le subí la cremallera y él se apretó la corbata. Él se colocó el chaleco y yo le alisé el tejido elegantemente confeccionado por encima de su igual de elegante camisa, sorprendiéndome al descubrir que podía ser tan erótico verle ponerse la ropa que quitársela. Era como envolver mi propio regalo.

Todo el mundo vería lo bonito que resultaba el envoltorio, pero sólo yo conocía al hombre que había dentro y su verdadero valor. Sus íntimas sonrisas y su profunda y ronca risa, la suavidad de su tacto y la fiereza de su pasión quedaban reservadas para mí.

El Bentley se sacudió un poco al pasar por un bache de la carretera y Gideon me apretó la mano.

—¿Qué planes tienes después del trabajo?

—Hoy empiezo mis clases de Krav Maga. —No pude evitar la excitación que se desprendió de mi voz.

—Ah, es verdad. —Puso los labios sobre mi sien—. Sabes que voy a tener que vigilar que haces tus ejercicios. Sólo con pensarlo se me pone dura.

—¿No habíamos quedado ya en que a ti todo te la pone dura? —bromeé, dándole un suave golpe con el codo.

—Todo lo que tenga que ver contigo. Lo cual es una suerte para los dos, puesto que eres insaciable. Envíame un mensaje cuando hayas terminado y nos vemos en tu casa.

Miré en mi bolso, saqué el móvil para ver si todavía tenía batería y vi un mensaje de Cary. Lo abrí y encontré un video junto con un mensaje: «¿Sabe X que su hermano es un ser despreciable? Mantente alejada de CV, nena. Besitos».

Puse en marcha la reproducción pero tardé un momento en saber qué estaba viendo. Cuando lo comprendí, me quedé helada.

—¿Qué es? —preguntó Gideon con los labios en mi pelo. Entonces, se puso tenso, por lo que supe que estaba mirando por encima de mi hombro.

Cary había grabado un vídeo en la fiesta del jardín de los Vidal. Desde los setos de dos metros y medio de alto del fondo, cuando estaba en el laberinto, y desde las hojas que enmarcaban la pantalla, escondido. Las estrellas del espectáculo eran una pareja fundida en un abrazo pasional. La mujer sollozaba y hablaba con desesperación mientras él la besaba y la tranquilizaba con suaves caricias de sus manos.

Estaban hablando de Gideon y de mí, de cómo yo estaba utilizando mi cuerpo para meter las manos en su dinero.

—No te preocupes —le susurraba Christopher a una desconsolada Magdalene—. Ya sabes que Gideon se aburre enseguida.

—Ha cambiado con ella. Creo que se ha enamorado.

Él la besó en la frente.

—Ella no es su tipo.

Los dedos que tenía entrelazados con los de Gideon se tensaron.

Mientras veíamos el vídeo, la conducta de Magdalene fue cambiando poco a poco. Ella empezó a frotarse contra Christopher, su voz se suavizó y su boca empezó a buscarlo. Para cualquier observador, estaba claro que él conocía bien el cuerpo de ella, dónde acariciar y dónde restregarse. Cuando ella reaccionó a la hábil seducción de él, éste le levantó el vestido y se la folló. Era obvio que se estaba aprovechando de ella. Se podía ver en la mirada triunfal y desdeñosa que había en su rostro mientras la penetraba hasta que ella se quedó sin fuerzas.

Yo no reconocía al Christopher que veía en la pantalla. Su cara, su gesto, su voz… era como si se tratase de un hombre distinto.

Me sentí aliviada cuando el móvil se quedó sin batería y la pantalla se apagó de repente. Gideon me envolvió en sus brazos.

Suspiró con fuerza.

—Así es Christopher.

—Un gilipollas. Ese engreimiento en su rostro… ¡Uf! —Sentí un escalofrío.

Apretando sus labios contra mi pelo, murmuró:

—Yo creía que Maggie estaría a salvo de él. Nuestras madres se conocen desde hace años. Se me olvida lo mucho que él me odia.

—¿Por qué?

Durante un breve momento me pregunté si las pesadillas de Gideon estaban relacionadas con Christopher pero, después, aparté esa idea de mi mente. Ni hablar. Gideon era varios años mayor y mucho más fuerte. Le podría dar a Christopher una paliza.

—Piensa que yo recibía toda la atención cuando éramos más jóvenes —me explicó Gideon con voz cansina—, porque todos estaban preocupados por cómo estaba llevando yo el suicidio de mi padre. Así que, él quiere lo que es mío. Todo aquello a lo que pueda echar mano.

Giré la cabeza hacia él y metí los brazos por debajo de su chaqueta para acercarme más. Había algo en su voz que hizo que me preocupara por él. La casa familiar era un lugar que, según dijo, aparecía en sus pesadillas y estaba muy alejado de su familia.

Nunca lo habían querido. Era así de simple… y complicado.

—¿Gideon?

—¿Sí?

Me retiré para mirarlo. Extendí la mano y recorrí con ella el marcado arco de su ceja.

—Te quiero.

Un violento estremecimiento lo recorrió, lo suficientemente fuerte como para que yo también me estremeciera.

—No quiero asustarte —le aseguré enseguida, apartando la cara para darle algo de privacidad—. No tienes que decir nada al respecto. Simplemente, no quería que pasara un minuto más sin que supieras lo que siento. Ahora, olvídalo.

Con una de sus manos me agarró la nuca. La otra la escondió casi con violencia en mi cintura. Gideon me sostuvo así, inmóvil, apretada contra él como si el viento pudiera llevárseme. Su respiración era entrecortada y el corazón le latía con fuerza. No dijo una palabra más durante el resto del camino hacia el trabajo, pero tampoco me soltó.

Pensé en volver a decírselo una vez más en el futuro, pero, para ser la primera vez, pensé que los dos lo habíamos hecho bien.

A las diez en punto mandé que enviaran dos docenas de rosas rojas y tallo largo al despacho de Gideon con una nota:

PARA CELEBRAR LOS VESTIDOS ROJOS Y LOS VIAJES EN LIMUSINA.

Diez minutos después, recibí un sobre interno con una tarjeta que decía:

HAGÁMOSLO OTRA VEZ, PRONTO.

A las once, envié un ramo de calas blancas y negras a su despacho con la nota:

EN HONOR A LOS VESTIDOS DE FIESTA BLANCOS Y NEGROS Y POR SER LLEVADA A RASTRAS A LA BIBLIOTECA.

Diez minutos después, obtuve su respuesta:

DENTRO DE UN MOMENTO TE VOY A ESTAR ARRASTRANDO POR EL SUELO

A mediodía me fui de compras. A comprar un anillo. Fui a seis tiendas antes de encontrar el que me pareció absolutamente perfecto. Hecho de platino y tachonado con diamantes negros, se trataba de un anillo de apariencia industrial que me hizo pensar en poder y esclavitud. Era un anillo para alguien dominante, muy llamativo y masculino. Tuve que abrir una nueva cuenta de crédito en la tienda para poder cubrir su considerable precio, pero pensé que los meses de pagos que tenía por delante merecían la pena.

Llamé al despacho de Gideon y hablé con Scott, quien me ayudó a encontrar un descanso de quince minutos en el ocupado día de Gideon para pasarme por ahí.

—Muchas gracias por tu ayuda, Scott.

—De nada. He disfrutado viendo cómo recibía tus flores hoy. Creo que nunca le había visto sonreír así.

Una cálida oleada de amor fluyó por mi cuerpo. Quería hacer feliz a Gideon. Al igual que había dicho él, yo vivía para ello.

Volví al trabajo con una sonrisa. A las dos mandé que enviaran un ramo de lirios atigrados al despacho de Gideon y, a continuación, una nota privada a través de una comunicación interna:

COMO AGRADECIMIENTO POR TODO EL SEXO SALVAJE.

Su respuesta:

«NO VAYAS A KRAV MAGA. YO TE DARÉ TU DOSIS DE EJERCICIO».

Cuando dieron las cuatro menos veinte, cinco minutos antes de mi cita con Gideon, me puse nerviosa. Me levanté de la silla con piernas temblorosas y me dirigí al ascensor para subir a su planta. Ahora que había llegado el momento de darle mi regalo, me preocupaba que quizá no le gustaran los anillos… Al fin y al cabo, no llevaba ninguno.

¿Era demasiado presuntuoso y posesivo por mi parte querer que él llevara uno sólo porque yo sí lo tenía?

La recepcionista pelirroja no puso problema alguno para que yo entrara y cuando Scott me vio aparecer por el pasillo, me saludó con una amplia sonrisa. Cuando entré en el despacho de Gideon, Scott cerró la puerta detrás de mí.

Inmediatamente me sorprendió la encantadora fragancia de las flores y la calidez que aportaban a aquel despacho moderno y austero.

Gideon levantó la mirada de su monitor, sorprendido de verme. Se levantó con fluidez.

—Eva, ¿ocurre algo?

Vi cómo cambiaba su actitud profesional hacia la personal.

—No, sólo que… —Tomé aire y me acerqué a él—. Tengo una cosa para ti.

—¿Más? ¿Me he olvidado de alguna ocasión especial?

Coloqué la caja del anillo en el centro de su escritorio. Entonces, aparté la mirada con una sensación de intranquilidad. Dudaba seriamente de lo acertado de mi impetuoso regalo. Ahora me parecía una idea estúpida.

¿Qué podía decir yo para absolverle de toda culpa por no quererlo? Por si eso fuera poco, ese mismo día yo había dejado caer sobre él la bomba de la palabra «amor», y ahora había tenido que venir con el maldito anillo. Probablemente él estaría ya sintiendo los grilletes, arrastrándome con él en su huida. Y el lazo se iba tensando…

Oí cómo se abría rápidamente la caja y cómo a Gideon se le cortaba la respiración.

Eva.

Su voz sonó oscura y peligrosa. Me giré con cautela, estremeciéndome ante la severidad de sus rasgos y la crudeza de su mirada. Sostenía la caja con fuerza.

—¿Es demasiado? —pregunté con aspereza.

—Sí. —Dejó la caja en la mesa y la rodeó—. Demasiado. No puedo quedarme sentado, no puedo concentrarme. No puedo sacarte de mi cabeza. Estoy jodidamente inquieto, y eso nunca me ha pasado en el trabajo. Estoy demasiado ocupado. Pero tú me tienes sitiado.

Yo sabía muy bien lo exigente que debía ser su trabajo, pero no lo había tenido en cuenta cuando me entraron ganas de sorprenderle, una y otra vez.

—Lo siento, Gideon. No se me había ocurrido.

Él se acercó con un paso sensual, que insinuaba lo genial que era en la cama.

—No lo sientas. Hoy ha sido el mejor día de mi vida.

—¿De verdad? —Vi cómo se ponía el anillo en el dedo anular de su mano derecha—. Quería agradarte. ¿Se ajusta bien? He tenido que adivinar…

—Es perfecto. Tú eres perfecta. —Gideon me agarró de las manos y me besó el anillo y, después, me miró mientras yo repetía el mismo gesto—. Lo que tú me haces sentir, Eva… duele.

Me dio un vuelco el corazón.

—¿Tan malo es?

—Es maravilloso. —Colocó mi cara entre sus manos y el frío del anillo sobre mi mejilla. Me besó apasionadamente, con sus labios solícitos contra los míos y hundiendo la lengua en mi boca con gran habilidad.

Yo quería más, pero me contuve, pensando que ya me había pasado suficiente para un día. Además, él se había distraído con mi inesperada aparición y no cubrió la pared de cristal para que tuviéramos algo de privacidad.

—Vuelve a decirme lo que me dijiste en el coche —susurró.

—Pues… no sé. —Le pasé la mano que tenía libre por el chaleco. Tenía miedo de volver a decirle que le quería. La primera vez le había afectado mucho y yo no estaba segura de que él hubiese comprendido del todo lo que eso significaba para los dos. Para él—. Eres terriblemente guapo, ¿sabes? Cada vez que te veo supone para mí un golpe a traición. De todos modos… No quiero arriesgarme a espantarte.

Inclinándose hacia mí, acarició mi frente con la suya.

—Te arrepientes de lo que has dicho, ¿no? Todas esas flores, el anillo…

—¿Te ha gustado de verdad? —pregunté inquieta, dando un paso hacia atrás para examinar su cara y ver si decía la verdad—. No quiero que lo lleves si no te gusta.

Pasó los dedos por mi oreja.

—Es perfecto. Es tal y como me ves. Estaré orgulloso de llevarlo.

Yo estaba encantada de que lo tuviera. Por supuesto, era así porque él me tenía a mí.

—Si estás tratando de suavizar el golpe por retirar lo que has dicho… —empezó a decir, mientras su mirada delataba una sorprendente inquietud.

No pude resistir la ligera súplica que había en sus ojos.

—Cada palabra era real, Gideon.

—Te obligaré a decirlo otra vez —amenazó con seductor ronroneo—. Vas a gritarlo cuando haya acabado contigo.

Sonreí y di un paso atrás.

—Vuelve al trabajo, malo.

Me miró mientras yo me acercaba a la puerta.

—Te llevaré a casa a las cinco. Quiero tu coño desnudo y húmedo cuando bajes al coche. Si te tocas antes, no vayas a correrte o habrá consecuencias.

Consecuencias. Un pequeño escalofrío me atravesó el cuerpo, pero era capaz de soportar ese temor. Confiaba en que Gideon supiera cuánto podía presionarme.

—¿La tendrás dura y dispuesta?

Una sonrisa sardónica se formó en sus labios.

—¿Cuándo no lo estoy contigo? Gracias por el día de hoy, Eva. Por cada minuto.

Le lancé un beso y vi cómo sus ojos se oscurecían. Su mirada permaneció conmigo durante el resto del día.

Dieron las seis antes de que me pusiera en marcha hacia mi apartamento en un estado de desaliño tras haber sido bien follada. Sabía lo que se me venía encima cuando al salir del trabajo vi en la acera la limusina de Gideon en lugar del Bentley. Él casi me abordó cuando subí a la parte de atrás y, a continuación, procedió a demostrar sus fenomenales habilidades orales antes de clavarme al asiento con un enérgico entusiasmo.

Menos mal que yo me mantenía en forma. De lo contrario, el insaciable apetito sexual de Gideon mezclado con su resistencia aparentemente infinita podrían haber acabado ya conmigo. No es que me quejara. Simplemente se trataba de una observación.

Clancy me estaba esperando en el vestíbulo de mi edificio cuando entré a toda prisa. Si vio mi vestido espantosamente arrugado, mis mejillas enrojecidas y mi cabello revuelto, no lo demostró. Yo esperaba que la clase empezara tranquilamente porque seguía teniendo las piernas un poco temblorosas por los dos orgasmos increíblemente placenteros.

Cuando llegamos al almacén reacondicionado de Brooklyn, yo estaba emocionada y preparada para aprender. Había alrededor de una docena de alumnos ocupados en distintos ejercicios y Parker los supervisaba y los animaba desde el borde de la colchoneta. Cuando me vio, se acercó y me llevó al otro extremo de la zona de entrenamiento donde podríamos trabajar individualmente.

—Bueno… ¿qué tal te va? —pregunté para deshacer mi propia tensión.

Él sonrió, haciendo resaltar una cara interesante y llamativa.

—¿Nerviosa?

—Un poco.

—Vamos a trabajar en tu fuerza y resistencia físicas, así como en tu nivel de atención. También voy a empezar a entrenarte para que no te quedes inmóvil ni vaciles ante un enfrentamiento inesperado.

Antes de empezar, yo creía que tenía una fuerza y resistencia físicas bastante buenas, pero me di cuenta de que las dos cosas podían mejorar. Empezamos con una breve introducción sobre el equipo y la composición del espacio y, después, pasamos a una explicación tanto de posturas de ofensiva como neutrales o pasivas. Hicimos calentamiento con calistenia básica de peso corporal y, después, pasamos a la «marcación», donde tratamos de marcar los hombros y rodillas de cada uno mientras estábamos cara a cara y hacíamos contraataques de bloqueo.

A Parker se le daba muy bien la marcación, claro, pero yo empecé a cogerle el tranquillo. La mayor parte del tiempo, sin embargo, la pasamos en preliminares y me metí de lleno en ello. Sabía muy bien lo que era estar en el suelo y en desventaja.

Si Parker notó mi violencia subyacente, no lo dijo.

Cuando Gideon apareció en mi apartamento esa misma noche, me encontró empapando mi dolorido cuerpo en la bañera. Aunque estoy segura de que se acababa de duchar tras haber hecho ejercicio con su entrenador personal, se desnudó y se metió en la bañera detrás de mí, acunándome con sus brazos y piernas. Gemí mientras me mecía.

—Ha estado bien, ¿eh? —bromeó mordiéndome la oreja.

—¿Quién iba a saber que revolcarte durante una hora con un tío bueno podría ser tan agotador? —Cary tenía razón al decir que el Krav Maga provocaba cardenales. Pude verme ya unas cuantas sombras que me aparecían por debajo de la piel y ni siquiera habíamos empezado aún con lo más duro.

—Me pondría celoso —murmuró Gideon apretándome los pechos—, si no fuera porque sé que Smith está casado y tiene hijos.

Resoplé ante aquella nueva muestra de conocer algo que no tenía por qué saber.

—¿Sabes también su número de pie y de sombrero?

—Todavía no. —Se rio ante mi gruñido exasperado y no pude evitar sonreír al escuchar aquel extraño sonido.

Algún día de ésos hablaríamos sobre su obsesión por obtener información, pero éste no era el día de ocuparse de ello. Últimamente habíamos tenido muchas discusiones y en mi mente estaba siempre presente el consejo de Cary de que nos aseguráramos de que nos divertíamos.

Jugueteando con el anillo del dedo de Gideon, le hablé de la conversación que había mantenido con mi padre el sábado y de cómo sus compañeros policías le habían estado tomando el pelo con los cotilleos sobre mi relación con el famoso Gideon Cross.

Dejó escapar un suspiro.

—Lo siento.

Me di la vuelta para mirarle a la cara.

—No es culpa tuya que hablen de ti. No puedes evitar ser increíblemente atractivo.

—Algún día de éstos sabré si mi cara es una maldición o no —me respondió con un tono seco.

—Bueno, si mi opinión te sirve de algo, a mí me gusta mucho.

Gideon retorció los labios y me acarició la mejilla.

—Tu opinión es lo único que cuenta. Y la de tu padre. Quiero gustarle, Eva, que no piense que estoy exponiendo a su hija a que invadan su privacidad.

—Le vas a gustar. Sólo quiere que esté bien y sea feliz.

Se calmó visiblemente y se acercó más a mí.

—¿Te hago feliz?

—Sí. —Apoyé la cara en su corazón—. Me encanta estar contigo. Cuando no estamos juntos, deseo que lo estemos.

—Habías dicho que no querías que nos peleáramos más —murmuró sobre mi pelo—. Le he estado dando vueltas a eso. ¿Te estás cansando de que la esté cagando cada dos por tres?

—Tú no la estás cagando cada dos por tres. Yo también he metido la pata. Las relaciones son difíciles, Gideon. La mayoría de ellas no tienen un sexo estupendo como nosotros. Creo que somos de los afortunados.

Cogió agua entre sus manos y me la echó por la espalda, una y otra vez. Tranquilizándome con su calor serpenteante.

—La verdad es que no recuerdo a mi padre.

Intenté no ponerme tensa para no mostrar mi sorpresa. Ni mi agitada emoción ni mi deseo desesperado por saber más de él. Nunca antes me había hablado de su familia. Me moría por inundarlo a preguntas, pero no quise presionar por si no estaba preparado…

Su pecho se elevó y se rebajó al respirar profundamente. Había algo en el sonido de sus susurros que hizo que yo levantara la cabeza y echara a perder mis intenciones de ser cautelosa.

Pasé la mano por sus fuertes pectorales.

—¿Quieres hablar de lo que recuerdas?

—Son sólo… impresiones. No aparecía mucho por casa. Trabajaba mucho. Supongo que he salido a él.

—Quizá tengáis en común la adicción al trabajo, si es que eso existe, pero sólo eso.

—¿Cómo lo sabes? —Me miró desafiante.

Extendí la mano, y le aparté el pelo de la cara.

—Perdona, Gideon, pero tu padre era un farsante que tomó la salida más fácil y egoísta. Tú no eres así.

—No, así no. —Hizo una pausa—. Pero creo que nunca aprendió a conectar con la gente, a ocuparse de nada que no fueran sus necesidades más inmediatas.

Lo observé.

—¿Crees que tú eres igual en eso?

—No lo sé —respondió en voz baja.

—Pues yo sí, y no lo eres. —Le di un beso en la punta de la nariz—. Tú cuidas a la gente.

Estrechó los brazos a mi alrededor.

—Más vale que sea así. No puedo pensar en ti con otra persona, Eva. La simple idea de que otro hombre te vea como lo hago yo, viéndote así… colocando sus manos sobre ti… Me lleva a un lugar oscuro.

—Eso no va a suceder, Gideon. —Sabía cómo se sentía. Yo sería incapaz de soportarlo si lo viera en una actitud íntima con otra mujer.

—Lo has cambiado todo en mí. No podría soportar perderte.

Lo abracé.

—Esa sensación es mutua.

Incliné mi cabeza hacia atrás y Gideon me besó la boca con intensidad.

Pocos momentos después, quedó claro que pronto íbamos a derramar agua por todo el suelo. Me aparté.

—Necesito comer si quieres que nos pongamos de nuevo a ello, maníaco sexual.

—Dijo la novia frotando todo su cuerpo desnudo contra el mío. —Apoyó la espalda con una sonrisa pecaminosa.

—Vamos a pedir comida china barata y a comerla directamente de la caja con palillos.

—Hagamos lo mismo con comida china buena.