____ 17 ____

Me puse de pie de inmediato.

—No —me advirtió con un oscuro susurro—. Todavía no vas a salir corriendo. No hemos terminado.

—No sabes de lo que hablas. —Estar dominada por alguien… ¡Perder mi derecho a decir no! Eso no iba a volver a ocurrir—. Sabes por lo que he pasado. Necesito el control tanto como tú.

—Siéntate, Eva.

Me quedé de pie, sólo por demostrar que tenía razón.

Su sonrisa se amplió y yo me derretí por dentro.

—¿Tienes idea de lo loco que estoy por ti? —murmuró.

—Sí que estás loco, si crees que voy a aceptar que me estén dando órdenes, sobre todo en el sexo.

—Vamos, Eva. Sabes que no quiero golpearte, castigarte, hacerte daño, degradarte ni darte órdenes como si fueras un perro. Eso no son cosas que ninguno de los dos necesitamos. —Gideon se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre el escritorio—. Tú eres lo más importante que hay en mi vida. Quiero protegerte y hacer que te sientas segura. Por eso estamos hablando de esto.

Dios mío. ¿Cómo podía ser tan maravilloso y, a la vez, estar tan loco?

—¡Yo no necesito que me dominen!

—Lo que necesitas es alguien en quien confiar. No. Cierra la boca, Eva. Vas a esperar hasta que yo haya terminado.

Seguí protestando mientras balbuceaba hasta quedar en silencio.

—Me has pedido que vuelva a familiarizar tu cuerpo con actos que anteriormente habían utilizado para hacerte daño y aterrorizarte. No sabes cuánto significa para mí tu confianza y lo que me pasaría si yo traicionara esa confianza. No puedo arriesgarme, Eva. Tenemos que hacerlo bien.

Me crucé de brazos.

—Supongo que estoy tonta perdida. Creía que nuestra vida sexual era alucinante.

Dejando la copa sobre el escritorio, Gideon continuó hablando como si yo no hubiese dicho nada.

—Me has pedido que satisfaga una necesidad tuya y yo he aceptado. Ahora tenemos que…

—Si no soy lo que quieres, ¿por qué no lo dices de una vez? —Dejé el marco de fotos y la copa antes de hacer con ellos algo de lo que me pudiese arrepentir—. No trates de arreglarlo con…

Rodeó el escritorio y se acercó a mí antes de que yo pudiese dar dos pasos atrás. Su boca selló la mía y sus brazos me aprisionaron. Tal y como había hecho antes, me llevó hasta una pared y me contuvo contra ella, agarrándome las muñecas con las manos y subiéndolas por encima de mi cabeza.

Atrapada, no pude hacer nada mientras doblaba sus piernas y me golpeaba la vagina con su larga y rígida erección. Una vez, dos. La seda provocaba un sonido áspero sobre mi clítoris hinchado. El mordisco de sus dientes sobre mi pezón cubierto hizo que sintiera un escalofrío. Ahogando un grito, me hundí en su abrazo.

—¿Ves lo fácil que te entregas cuando yo tomo el control? —Sus labios recorrieron el arco de mi frente—. Y te gusta, ¿verdad? Te hace sentir bien.

—Esto no es justo —dije mirándole fijamente. ¿Cómo podía esperar que reaccionara de otro modo? Por muy preocupada y confundida que estuviera, sentía una atracción desesperada por él.

—Por supuesto que lo es. Y también es verdad.

Pasé la mirada por aquella espléndida melena de cabello negro y las líneas cinceladas de su rostro incomparable. El deseo que yo sentía era tan intenso que dolía. El daño que se ocultaba en su interior hacía que no pudiera hacer otra cosa más que amarle más. Había veces en las que creía que en él había encontrado mi otra mitad.

—No puedo evitar que me excites —murmuré—. Se supone que fisiológicamente mi cuerpo debe ablandarse y relajarse para que puedas meter tu polla grande dentro de mí.

—Eva, seamos sinceros. Tú quieres que yo tenga todo el control. Para ti es importante que puedas confiar en que yo voy a cuidar de ti. No hay nada malo en ello. Para mí es importante lo contrario. Necesito que confíes en mí lo suficiente como para dejarme ese control.

Yo no podía pensar cuando él se apretaba contra mí, cuando mi cuerpo era ansiosamente consciente de cada centímetro de su piel.

No soy sumisa.

—Estás conmigo. Si echas la vista atrás te darás cuenta de que has estado rindiéndote ante mí todo el tiempo.

—¡Eres bueno en la cama! Y tienes más experiencia. Claro que voy a dejar que me hagas lo que quieras. —Me mordí el labio inferior para impedir que siguiera temblando.

—Gilipolleces, Eva. Sabes cuánto disfruto haciéndote el amor. Si pudiera hacer lo que me diera la gana, no podría hacer otra cosa. No estamos hablando de juegos que me den morbo.

—Entonces, ¿estamos hablando de lo que me da morbo a mí? ¿Es eso?

—Sí, eso creo. —Frunció el ceño—. Estás enfadada. No he pretendido… Mierda. Creía que hablarlo nos ayudaría.

Sentí un escozor en los ojos y, a continuación, se inundaron de lágrimas. Él parecía tan herido y confuso como yo.

—Gideon, me estás partiendo el corazón.

Soltándome las muñecas, dio un paso atrás y me tomó en brazos, sacándome de su despacho y recorriendo el largo pasillo hasta una puerta cerrada.

—Ábrela —dijo en voz baja.

Entramos en una habitación iluminada por velas que seguía oliendo ligeramente a recién pintada. Durante unos segundos, me sentí desorientada, incapaz de entender cómo habíamos salido del apartamento de Gideon y entrado en mi dormitorio.

—No lo entiendo. —Al decir aquello me quedaba corta, pero mi cerebro seguía tratando de superar la sensación de haber sido teletransportada de una casa a la otra—. Tú… ¿me he mudado a vivir contigo?

—No del todo. —Me dejó en el suelo, pero mantuvo un brazo alrededor de mí—. He recreado tu habitación basándome en la fotografía que te hice mientras dormías.

¿Por qué?

¿Qué demonios? ¿Quién era capaz de hacer algo así? ¿Todo aquello era para evitar que yo presenciara sus pesadillas?

Aquella idea me destrozó aún más el corazón. Sentí como si Gideon y yo nos estuviéramos separando cada vez más por momentos.

Pasó sus manos por mi pelo húmedo, lo cual no hizo más que acrecentar mi inquietud. Me dieron ganas de apartarle la mano y alejarme de él, al menos, lo que medía la habitación. O quizá dos habitaciones.

—Si sientes la necesidad de salir corriendo —dijo con voz suave—, puedes venirte aquí y cerrar la puerta. Prometo no molestarte hasta que estés lista. Así tendrás tu lugar seguro y sabré que no me has dejado.

Por mi mente pasaron un millón de preguntas y conjeturas, pero la que más resaltaba era:

—¿Vamos a seguir compartiendo la cama para dormir?

Los labios de Gideon me acariciaron la frente.

—Cada noche. ¿Cómo puedes pensar lo contrario? Háblame, Eva. ¿Qué está pasando por esa preciosa cabecita tuya?

—¿Que qué está pasando por mi cabeza? —pregunté con brusquedad—. ¿Qué cojones pasa por la tuya? ¿Qué te ha pasado en los cuatro días en que rompimos?

Apretó la mandíbula.

—Nunca hemos roto, Eva.

El teléfono sonó en la otra habitación. Maldije entre dientes. Yo quería que habláramos y quería que se fuera, las dos cosas a la vez.

Me apretó los hombros y, a continuación, me soltó.

—Es nuestra cena.

No le seguí cuando salió. Estaba demasiado nerviosa como para comer. En lugar de eso, me arrastré hasta la cama, que era exactamente como la mía, y me acurruqué alrededor de una almohada cerrando los ojos. No oí a Gideon volver, pero lo sentí cuando se detuvo al borde de la cama.

—Por favor, no me hagas comer solo —dijo tras mi espalda tensa.

—¿Y por qué no simplemente me ordenas que coma contigo?

Suspiró y, después, se tumbó sobre la cama abrazándome por detrás. Agradecí su calor, que ahuyentó el frío que me había puesto la piel de gallina. Él no dijo nada durante un buen rato. O quizá fuera que se sentía a gusto conmigo.

Sus dedos acariciaron mi brazo cubierto de seda.

—Eva, no puedo soportar que seas infeliz. Háblame.

—No sé qué decir. Creía que por fin estábamos llegando a un punto en que las cosas entre nosotros se suavizarían. —Me abracé con más fuerza a la almohada.

—No te pongas tensa, Eva. Me duele ver que te apartas de mí.

Yo sentía que era él quien me apartaba.

Dándome la vuelta, lo empujé para que se pusiera de espaldas; después, me subí encima de él y la bata se me abrió cuando monté a horcajadas sobre él. Pasé la palma de mis manos por su fuerte pecho y arañé su piel bronceada con las uñas. Ondulé las caderas por encima de él mientras acariciaba mi coño desnudo sobre su polla. A través de la fina seda de sus pantalones pude sentir cada bulto y cada vena gruesa. Por el modo en que se oscurecieron sus ojos y su boca esculpida se abrió con una respiración acelerada, supe que él también podía notar el contorno y el calor húmedo de mi coño.

—¿Te resulta tan desagradable esto? —pregunté moviendo mi cadera—. ¿Estás ahí tumbado pensando que no me estás dando lo que quiero porque soy yo la que tiene el control?

Gideon puso las manos sobre mis muslos. Incluso aquella caricia inconsciente me pareció dominante.

La irritabilidad y la mirada afilada que detecté en él no mucho tiempo atrás de repente tuvo sentido. Ya no refrenaba su fuerza de voluntad.

La tremenda energía que se enroscaba dentro de él la dirigía ahora hacia mí como una oleada de calor.

—Ya te lo he dicho —dijo con voz ronca—. Te aceptaré del modo que sea.

—Sí, vale. No creas que no me estoy dando cuenta de que estás controlándome desde abajo.

Sonrió divertido y sin mostrar remordimiento.

Me deslicé hacia abajo y jugueteé con el disco liso de su pezón con la punta de mi lengua. Lo cubrí como había hecho él anteriormente, extendiendo mi cuerpo sobre su cadera y sus piernas y acariciando con mis manos su precioso culo para apretar la carne dura y atraerlo hacia mí. Su polla era una columna gruesa bajo mi vientre, renovando mi feroz apetito de él.

—¿Vas a castigarme dándome placer? —me preguntó en voz baja—. Porque puedes hacerlo. Puedes ponerme de rodillas, Eva.

Dejé caer la frente sobre su pecho y expulsé el aire de mis pulmones con un fuerte suspiro.

—Ojalá.

—Por favor, no te preocupes tanto. Superaremos esto junto a todo lo demás.

Entrecerré los ojos.

—Estás demasiado seguro de llevar la razón. Intentas demostrar que la tienes.

—Y tú podrías demostrar que la tienes tú. —Gideon se lamió el labio inferior y mi sexo se apretó con un deseo silencioso.

Había en sus ojos una profunda y brillante emoción. Ocurriera lo que ocurriera después en nuestra relación, no había duda de que estábamos enredados el uno en el otro.

Y yo estaba a punto de demostrarlo en vivo.

El cuello de Gideon se arqueó cuando moví mi boca por su torso.

—Ah, Eva.

—Tu mundo está a punto de sufrir una sacudida, señor Cross.

Así fue. Me aseguré de ello.

Sintiéndome tontorrona tras mi triunfo femenino, me senté en la mesa del comedor de Gideon y lo recordé tal y como había estado poco antes: mojado por el sudor y jadeante, maldiciendo mientras yo me tomaba mi tiempo para saborear su delicioso cuerpo.

Dio un bocado a su filete, que se había mantenido caldeado gracias a un calienta platos, y dijo con voz calmada:

—Eres insaciable.

—Obvio. Eres guapo, sexy y estás muy bien dotado.

—Me alegra que te guste. También soy tremendamente rico.

Moví una mano con aire despreocupado por todo lo que debía ser un apartamento de cincuenta millones de dólares.

—¿A quién le importa eso?

—Bueno, la verdad es que a mí sí.

Clavé el tenedor en una patata frita pensando que la comida del restaurante de Peter Luger era casi tan buena como el sexo. Casi.

—Sólo me interesa tu dinero si eso implica que puedes dejar de trabajar para andar por ahí desnudo como mi esclavo sexual.

—Podría permitírmelo económicamente, sí. Pero te aburrirías y me dejarías y, entonces, ¿qué haría yo? —Me miró con ojos cálidos y divertidos—. Crees que has demostrado tener razón, ¿no?

Mastiqué y, después, dije:

—¿Quieres que vuelva a demostrártelo?

—El hecho de que sigas estando bastante caliente como para querer hacerlo demuestra que soy yo quien tiene razón.

Me terminé el vino.

—Mmm. ¿Estás planeando algo?

Me lanzó una mirada y, con indiferencia, dio otro bocado al más tierno de los filetes que yo había comido nunca.

Impaciente y preocupada, respiré hondo y pregunté:

—Si nuestra vida sexual no te satisficiera, ¿me lo dirías?

—No seas ridícula, Eva.

¿Qué otra cosa podría haber provocado que él sacara aquella conversación tras nuestra ruptura de cuatro días?

—Estoy segura de que no ayuda el hecho de que no soy el tipo de chica con el que sueles estar. Y no hemos utilizado ninguno de esos juguetes que tenías en el hotel…

—Deja de hablar.

—¿Perdona?

Gideon dejó los cubiertos sobre la mesa.

—No voy a escuchar cómo haces trizas tu autoestima.

—¿Qué? Eres tú él único que consigue hablar siempre.

—Puedes buscar pelea conmigo, Eva, pero aun así, no vas a joderte.

—¿Quién ha dicho…? —Cerré la boca mientras él me fulminaba con la mirada. Tenía razón. Seguía deseándolo. Quería tenerlo encima de mí, con una lujuria explosiva, tomando el control absoluto tanto de mi placer como del suyo.

Levantándose de la mesa, dijo con sequedad:

—Espera aquí.

Cuando volvió un momento después, colocó una cajita de piel negra junto a mi plato y volvió a sentarse. Aquella visión me sacudió como si de un golpe físico se tratase. Al principio, sentí miedo, me quedé helada. A lo que rápidamente le siguió un deseo candente.

Las manos me temblaban en el regazo. Junté los dedos y me di cuenta de que todo el cuerpo me temblaba. Sin saber qué hacer, levanté la mirada hacia el rostro de Gideon.

Sentir sus dedos acariciándome la mejilla calmó gran parte de la palpitante inquietud que sentía en mi interior y dejó atrás la horrible ansiedad.

—No se trata de ese anillo —murmuró suavemente—. Todavía no. No estás preparada.

Algo en mi interior se marchitó. Después, el alivio me invadió. Era demasiado pronto. Ninguno de los dos estaba preparado. Pero si alguna vez me había preguntado si estaba profundamente enamorada de Gideon, entonces lo supe.

Asentí.

—Ábrelo —dijo.

Con dedos cautelosos, me acerqué la caja y abrí la tapa.

—Vaya.

Entre la piel negra y el terciopelo había un anillo como no había visto otro. Dos tiras de oro que imitaban una cuerda se entrelazaban y estaban adornadas con diamantes en forma de equis.

Murmuré:

—Cadenas unidas por cruces.

Gideon Cross.

—No exactamente. Para mí las cuerdas representan los muchos hilos que hay en ti, no implica nada de esclavitud. Pero sí, las equis son mi forma de aferrarme a ti. Como si fuese a través de mis uñas. —Se terminó la copa de vino y volvió a llenar las dos.

Yo me quedé sentada e inmóvil, sorprendida, tratando de asimilar todo aquello. Todo lo que había hecho mientras estábamos separados: las fotos, el anillo, el doctor Petersen, la réplica del dormitorio y quienquiera que hubiese estado siguiéndome. Todo ello me decía que nunca me había alejado de su mente, si es que alguna vez me había salido de ella.

—Me devolviste las llaves —susurré, recordando aún aquel dolor.

Estiró la mano y cubrió con ella la mía.

—Hay muchas razones por las que lo hice. Te fuiste sin llevar nada puesto más que una bata, Eva, y sin tus llaves. No puedo soportar pensar qué habría ocurrido si Cary no hubiese estado en casa para dejarte entrar en ese momento.

Levantando su mano hasta mi boca, la besé y luego la solté y cerré la tapa de la caja.

—Es precioso, Gideon. Gracias. Significa mucho para mí.

—Pero no te lo pones. —No era una pregunta.

—Después de la conversación que hemos tenido esta noche, me parece más como un collar de perro.

Unos segundos después, asintió.

—No te equivocas del todo.

Me dolía el cerebro y el corazón. Cuatro noches durmiendo inquieta no ayudaban. No podía comprender por qué pensaba que yo era tan necesaria aun cuando yo sentía lo mismo por él. Había miles de mujeres sólo en Nueva York que podrían ocupar mi puesto en su vida, pero solamente había un Gideon Cross.

—Siento como si te estuviera decepcionando, Gideon. Después de todo lo que hemos hablado esta noche… Creo que éste es el principio del fin.

Apartando su silla, se inclinó sobre mí y me acarició la mejilla.

—No lo es.

—¿Cuándo vamos a ver al doctor Petersen?

—Los martes iré yo solo. Después de que tú hables con él para la terapia de parejas, podemos ir juntos los jueves.

—Dos horas a la semana, todas las semanas. Sin incluir el camino de ida y el de vuelta. Eso es comprometerse mucho. —Levanté la mano y le aparté el pelo de la mejilla—. Gracias.

Gideon me cogió la mano y me besó en la palma.

—No es ningún sacrificio, Eva.

Entró en su despacho para trabajar un poco antes de irse a la cama y me llevé la caja del anillo al baño del dormitorio principal. Lo examiné con más atención mientras me cepillaba los dientes y el pelo.

Había cierta sensación de necesidad por debajo de mi piel, un persistente grado de excitación que no tenía lógica considerando la cantidad de orgasmos que ya había tenido a lo largo de ese día. Se trataba de una necesidad emocional de conectar con Gideon, de asegurarme de que estábamos bien.

Agarrando la caja en la mano, me dirigí a mi lado de la cama de Gideon y la dejé sobre la mesa de noche. Quería que estuviera donde pudiera verla nada más despertar, tras haber dormido toda la noche.

Con un suspiro, dejé mi preciosa bata nueva sobre los pies de la cama y me metí en ella.

Me desperté en mitad de la noche al notar un pulso acelerado y una respiración rápida y superficial. Desorientada, me quedé quieta un momento, mientras volvía en mí y recordaba dónde estaba. Me puse tensa cuando desperté del todo y agucé el oído para escuchar si Gideon estaba teniendo otra pesadilla. Cuando vi que estaba tumbado tranquilamente a mi lado respirando profundamente y con normalidad, me relajé con un suspiro.

¿A qué hora había vuelto por fin a la cama? Tras los días que habíamos pasado separados, me preocupó que quizá tuviera la necesidad de estar solo.

Entonces, lo sentí. Estaba excitada. Desesperadamente.

Tenía los pechos apretados y pesados y los pezones duros. Estaba ansiosa y tenía el sexo húmedo. Tumbada allí en la oscuridad iluminada por la luna, me di cuenta de que había sido mi propio cuerpo quien me había despertado con sus exigencias. ¿Había tenido algún sueño erótico? ¿O era suficiente con que Gideon estuviera tumbado a mi lado?

Apoyándome en los codos, lo miré. La sábana y el edredón se le habían bajado hasta la cintura y dejaban desnudos su esculpido pecho y sus bíceps. Tenía el brazo derecho extendido por encima de la cabeza, enmarcando la caída de su pelo oscuro alrededor de su rostro. Su brazo izquierdo yacía entre los dos sobre las mantas y la mano se cerraba en un puño que liberaba la red de gruesas venas que recorrían sus antebrazos. Incuso en reposo parecía feroz y poderoso.

Fui más consciente de la tensión que había en mi interior, la sensación de que me atraía hacia él el esfuerzo silencioso de su imponente voluntad. No era posible que estuviera exigiendo mi rendición mientras dormía y, sin embargo, yo lo sentía así, sentía cómo esa cuerda invisible que existía entre los dos tiraba de mí hacia él.

Las punzadas entre mis piernas se volvieron insoportables y apreté una mano contra aquella fuerte vibración, esperando aliviar el ansia. Pero la presión lo empeoró.

No podía quedarme quieta. Retirando la colcha, deslicé las piernas por fuera del colchón y pensé en probar a tomarme un vaso de leche caliente con el brandy que Gideon me había ofrecido antes. De repente, me detuve, fascinada por el reflejo de la piel de la caja del anillo que estaba en la mesilla. Pensé en la joya que había en su interior y el deseo aumentó. En ese momento, la idea de que Gideon me pusiera un collar de perro me llenó de una acalorada ansia.

Simplemente estás cachonda, me reprendí.

Una de las chicas del grupo había hablado de cómo su «amo» utilizaba el cuerpo de ella en el momento y del modo que él quería, buscando solamente su propio placer. No vi en ello nada que me pareciera erótico… hasta que introduje a Gideon en aquella imagen. Me encantaba darle morbo. Me encantaba hacer que se corriera. Simplemente porque sí.

Acaricié con los dedos la tapa de la diminuta caja. Con un suspiro tembloroso, la cogí y la abrí. Un momento después, me estaba deslizando el frío anillo por el dedo anular de la mano derecha.

—¿Te gusta, Eva?

Un escalofrío me recorrió el cuerpo al escuchar la voz de Gideon, más profunda y dura de lo que la había oído nunca. Estaba despierto, observándome.

¿Cuánto tiempo llevaba consciente? ¿Estaba sintonizado con mi sueño como yo parecía estarlo con el suyo?

—Me encanta.

«Te quiero».

Dejando la caja, giré la cabeza y vi que estaba sentado. Sus ojos brillaban de un modo que me excitó tremendamente, pero también me asustaban. Se trataba de una mirada desprotegida, como la que literalmente me había hecho caer de culo cuando nos conocimos. Abrasadora y posesiva, llena de oscuras amenazas de éxtasis. Su maravilloso rostro desprendía dureza entre las sombras y tensó la mandíbula mientras se llevaba mi mano derecha hasta la boca y besaba el anillo que me había regalado.

Me moví para ponerme de rodillas en la cama y le pasé los brazos alrededor del cuello.

—Tómame. Hazme lo que quieras.

Colocó las manos sobre mi culo y apretó.

—¿Qué se siente al decir eso?

—Casi tan bien como los orgasmos que vas a darme.

—Vaya, un desafío. —Pasó la punta de la lengua por mis labios, provocándome con la promesa de un beso que deliberadamente se reservaba.

—¡Gideon!

—Túmbate, cielo, y agárrate a la almohada con las dos manos. —Sonrió maliciosamente—. No te sueltes bajo ningún concepto, ¿entendido?

Tragué saliva e hice lo que me dijo, tan excitada que creí que me correría simplemente por los agitados espasmos de mi impaciente sexo.

Con una patada, lanzó el edredón a los pies de la cama.

—Extiende las piernas y levanta las rodillas.

Empecé a respirar con fuerza mientras los pezones se me ponían más duros, provocándome una profunda ansia en mi pecho. Dios, Gideon estaba buenísimo así. Yo jadeaba por la excitación y la cabeza me daba vueltas, llena de posibilidades. La carne entre mis piernas se estremecía de deseo.

Me habló con voz suave mientras recorría con el dedo índice mi resbaladizo coño:

—Ah, Eva. Estás muy deseosa de mí. Tener satisfecho este dulce coñito requiere dedicación completa.

Ese único dedo rígido se introdujo en mí, separando mis hinchados tejidos. Apreté mi cuerpo alrededor del suyo, tan a punto de correrme que casi podía saborearlo. Él se retiró y se llevó la mano a la boca, lamiendo mi sabor, que había quedado impregnado en su piel. Arqueé las caderas involuntariamente para acercar mi cuerpo al suyo.

—Tú eres el culpable de que esté tan caliente —dije jadeando—. Has descuidado tus obligaciones durante varios días.

—Entonces, más vale que recupere el tiempo perdido. —Poniéndose boca abajo, colocó los hombros debajo de mis piernas y lamió la temblorosa entrada de mi cuerpo con la punta de la lengua. Dando una vuelta tras otra a su alrededor, sin tocarme el clítoris y absteniéndose de follarme aun cuando yo se lo suplicaba.

—Por favor, Gideon.

—Calla. Primero tengo que prepararte.

—Lo estoy. Estaba lista para ti antes de que te despertaras.

—Entonces, deberías haberme despertado antes. Siempre cuidaré de ti, Eva. No vivo para otra cosa.

Con un quejido de angustia, levanté las caderas hacia esa lengua provocadora. Cuando estuve empapada por mi propia excitación, humedeciéndome desesperadamente, deseando que me introdujera cualquier parte de su cuerpo, se arrastró por encima de mí y se colocó entre mis piernas extendidas, apoyando los antebrazos sobre la cama.

Me miró fijamente. Su polla, tremendamente caliente y dura como una piedra, yacía sobre los labios de mi sexo. Deseé que estuviera dentro de mí más de lo que deseaba respirar.

—Ya —dije entre jadeos—. Ahora.

Con un experto movimiento de su cintura, se clavó dentro de mí, empujándome hacia la parte superior de la cama.

—¡Oh, Dios! —exclamé ahogando un grito, sacudiéndome eufórica alrededor de la gruesa columna de carne que me poseía. Eso era lo que yo necesitaba desde que habíamos hablado en su despacho de la casa, lo que ansiaba mientras me movía arriba y abajo montada sobre su férrea erección antes de la cena, lo que había necesitado cuando llegué al orgasmo rodeada por su fuerte cuerpo.

—No te corras —murmuró en mi oído, colocándome la palma de las manos sobre los pechos y frotando mis pezones con sus dedos pulgar e índice.

¿Qué? —Estaba segura de que simplemente con que él respirara hondo, yo me correría.

—Y no sueltes la almohada.

Gideon empezó a moverse con un ritmo lento y perezoso.

—Vas a querer hacerlo —susurró, rozando con la nariz el punto sensible que había bajo mi oreja—. Te encanta agarrarme el pelo y clavarme las uñas en la espalda. Y cuando estás a punto de correrte te gusta apretarme el culo para hacer que entre más profundo. Me pone muchísimo cuando te pones así de salvaje, cuando me demuestras lo mucho que te gusta sentirme dentro de ti.

—No es justo —me quejé, sabiendo que me estaba provocando deliberadamente. La cadencia de su voz áspera se acompasaba a la perfección con el incesante movimiento de su cadera—. Me estás torturando.

—Lo bueno se hace esperar. —Recorrió con la lengua el exterior de mi oreja y luego la metió dentro a la vez que tiraba de mis pezones.

Me sacudí con su siguiente empujón y casi me corrí. Gideon conocía bien mi cuerpo, conocía todos sus secretos y sus zonas erógenas. Daba embistes perfectos con su polla dentro de mí, frotando una y otra vez el tierno lío de nervios que se estremecían de placer.

Curvando la cintura, me penetró aún más e hizo estallar otros puntos. Yo solté otro sonido lastimero mientras ardía por él, con desesperada obsesión. Mis dedos se retorcían al agarrar la almohada y movía la cabeza ante la huracanada necesidad de llegar al orgasmo. Gideon podía llevarme a él mientras frotaba mi interior, el único hombre que había sabido provocarme un intenso orgasmo vaginal.

—No te corras —repitió con voz ronca—. Haz que dure.

—No… puedo. Me gusta mucho. Dios, Gideon… —Empezaron a salirme lágrimas por el rabillo de los ojos—. Me… vuelves loca.

Solté un pequeño grito, temiendo decir demasiado pronto la palabra «amor».

Él frotó su mejilla contra mi cara húmeda.

—Eva, he debido desearte tanto y tantas veces que, al final, no podías más que hacerte realidad.

—Por favor —supliqué—. Más despacio.

Gideon levantó la cabeza para mirarme, eligiendo ese momento para apretarme los pezones sólo con la fuerza suficiente como para infligirme un ligero dolor. Los músculos sensibles de mi interior se tensaron con tanta fuerza que su siguiente empujón me hizo gemir.

—Por favor —volví a suplicarle, temblando mientras me esforzaba por evitar el orgasmo que iba creciendo en mí—. Voy a correrme si no paras.

Miraba mi rostro con ojos ardientes y su cintura seguía con sus arremetidas a un ritmo cuidado que, poco a poco, iba haciendo que perdiera la cordura.

—¿No quieres correrte, Eva? —susurró con aquella voz que me llevaba al infierno con una sutil sonrisa—. ¿No es eso lo que has querido toda la noche?

Arqueé el cuello mientras sus labios lo recorrían.

—Sólo cuando digas que puedo hacerlo —respondí entre jadeos—. Sólo… cuando tú lo digas.

—Cielo. —Acercó una mano a mi cara, apartándome los pelos que se me quedaban pegados a la piel con el sudor. Me besó profundamente, con veneración, lamiendo el interior de mi boca.

Sí…

—Córrete para mí —me ordenó aligerando el ritmo—. Córrete, Eva.

Siguiendo sus órdenes, el orgasmo me golpeó como una explosión, sacudiendo mi cuerpo con una sobrecarga. Una oleada tras otra de ardiente calor me recorrió el cuerpo, contrayendo mi sexo y tensando todo mi ser. Grité, primero con un sonido inarticulado de placer agonizante y, después, con su nombre. Lo grité una y otra vez mientras él introducía su preciosa polla dentro de mí y prolongaba mi clímax antes de llevarme a otro orgasmo.

—Acaríciame —me espetó mientras yo caía debajo de él—. Abrázame.

Liberándome de su orden de agarrarme a la almohada, lo atraje hacia mi cuerpo resbaladizo y sudado con brazos y piernas. Él me machacó con fuerza mientras llegaba enérgicamente a su orgasmo.

Se corrió con un gruñido, echando la cabeza hacia atrás mientras se vaciaba dentro de mí durante un largo rato. Me agarré a él hasta que nuestros cuerpos se enfriaron y nuestra respiración se calmó.

Cuando por fin Gideon se salió de mí, no fue muy lejos. Me abrazó por la espalda y me susurró:

—Ahora, a dormir.

No recuerdo si me quedé despierta el suficiente tiempo para poder contestarle.