El viernes empezó con Trey desayunando con Cary y conmigo tras haber pasado la noche juntos. Mientras me bebía la primera taza de café del día, le vi interactuar con Cary y me estremeció enormemente ver las sonrisas íntimas y las caricias disimuladas que se hacían el uno al otro.
Yo había disfrutado de relaciones fáciles como aquélla y en su momento no las había sabido apreciar. Habían sido cómodas y sencillas, pero también superficiales en lo esencial.
¿Cómo se puede profundizar en una relación amorosa si no se conocen los secretos del alma de la persona a la que amas? Ése era el dilema al que me enfrentaba con Gideon.
Había comenzado el segundo día sin Gideon. Me descubrí deseando ir a verle y pedirle disculpas por haberle dejado. Quería decirle que seguía estando con él, lista para escuchar o simplemente ofrecerle un consuelo silencioso. Pero estaba demasiado implicada emocionalmente. Me herían con facilidad. Tenía demasiado miedo al rechazo. Y saber que no me dejaría acercarme demasiado no hacía más que intensificar ese miedo. Aunque llegáramos a arreglar las cosas, terminaría destrozada, tratando de vivir simplemente con los restos y los retazos que él decidiera compartir conmigo.
Al menos, en el trabajo me iba bien. El almuerzo al que la directiva nos había invitado para celebrar que se hubiese conseguido la cuenta de Kingsman me puso realmente contenta. Me sentía afortunada por trabajar en un ambiente tan positivo. Pero cuando me enteré de que habían invitado a Gideon —aunque nadie esperaba que apareciera— regresé en silencio a mi mesa y me concentré en el trabajo durante el resto de la tarde.
Fui al gimnasio de camino a casa, luego compré algunas cosas para preparar unos fettuccini alfredo para cenar y crème brûlée para el postre. Estaba segura de que una buena comida casera me dejaría en un coma de carbohidratos. Esperaba que el sueño diera un respiro a los infinitos «¿y si…?» a los que daba vueltas mi cerebro, con suerte hasta bien entrada la mañana del sábado.
Cary y yo cenamos en la sala de estar con palillos chinos. Ésa era su idea de alegrarme. Dijo que la cena estaba estupenda, pero yo no estaba tan segura. Levanté el ánimo cuando vi que él también se quedaba en silencio y me di cuenta de que no estaba siendo una amiga ejemplar.
—¿Cuándo sale el anuncio de Grey Isles? —le pregunté.
—No estoy seguro, pero… —Sonrió—. Ya sabes lo que pasa con los modelos masculinos. Se nos zarandea de un lado a otro como a los condones en plena orgía. Es difícil sobresalir entre la multitud a menos que estés saliendo con alguien famoso, lo cual se dice que estoy haciendo de repente, desde que salieron en todos sitios esas fotos de nosotros dos juntos. Soy el otro en tu relación con Gideon Cross. Has sido una gran ayuda al convertirme en un personaje popular.
Me reí.
—No necesitabas mi ayuda para eso.
—Bueno, lo que está claro es que no me ha hecho ningún mal. De todos modos, me han llamado para un par de sesiones más. Creo que es posible que me utilicen para algo más de cinco minutos.
—Tendremos que celebrarlo —bromeé.
—Por supuesto. Cuando quieras.
Terminamos pasando el rato juntos y viendo la primera versión de Tron. Su teléfono sonó cuando llevábamos veinte minutos de película y escuché que hablaba con su agente.
—Claro. Estoy ahí en quince minutos como mucho. Te llamo en cuanto llegue.
—¿Te han dado un trabajo? —le pregunté cuando colgó.
—Sí. El modelo para una sesión nocturna ha llegado tan borracho que no les sirve. —Se me quedó mirando—. ¿Quieres venir?
Estiré las piernas sobre el sofá.
—No. Estoy bien aquí.
—¿Seguro que estás bien?
—Lo único que necesito es entretenerme sin pensar en nada. La simple idea de volver a vestirme me agota. —Me sentiría feliz con mis pantalones de pijama de franela y mi agujereada camiseta de tirantes durante todo el fin de semana. Por muy dolida que me sintiera por dentro, la comodidad exterior me parecía imprescindible—. No te preocupes por mí. Sé que últimamente he sido un desastre, pero me pondré bien. Ve y pásatelo bien.
Después de que Cary se fuera, paré la película y fui a la cocina a por una copa de vino. Me detuve junto a la barra y deslicé los dedos por las rosas que Gideon me había enviado el fin de semana anterior. Los pétalos caían sobre la barra como si fuesen lágrimas. Pensé en cortar los tallos y utilizar el envase en el que venía el ramo, pero no tenía sentido aferrarse a aquello. Lo tiraría a la basura al día siguiente, el último recuerdo de una relación igual de condenada.
Había llegado más lejos en mi relación con Gideon en una semana de lo que había llegado con cualquier otra relación que me hubiese durado dos años. Le querría siempre por ello. Quizá le querría siempre y punto.
Y quizá un día no me dolería tanto.
—Arriba, dormilona —canturreó Cary mientras me quitaba el edredón.
—¡Uf! ¡Vete!
—Tienes cinco minutos para levantar tu culo de ahí y meterte en la ducha o la ducha vendrá hasta ti.
Abrí un ojo y le di un besito. No llevaba camiseta y vestía unos pantalones anchos que le caían de la cintura. En lo referente a los despertares, era el mejor.
—¿Por qué tengo que levantarme?
—Porque estás tumbada y no estás de pie.
—Vaya, me has convencido, Cary Taylor.
Se cruzó de brazos y me lanzó una mirada maliciosa.
—Tenemos que ir de compras.
Yo enterré la cara en la almohada.
—No.
—Sí. Recuerdo que en una misma frase hablaste de una fiesta al aire libre el domingo y una reunión de estrellas de rock. ¿Qué demonios voy a ponerme para algo así?
—Ah, vale. Una buena razón.
—¿Que vas a ponerte tú?
—Yo… No sé. Me había decantado por el look de merienda inglesa con sombrero, pero ya no estoy tan segura.
—Eso es —asintió con energía—. Vamos a quemar las tiendas y buscarte algo sensual, elegante y guay.
Protesté entre gruñidos, salí de la cama dándome la vuelta y caminé hasta el baño. Era imposible ducharse sin pensar en Gideon, sin imaginar su cuerpo perfecto y recordar los ruidos de desesperación que hizo cuando se corrió en mi boca. Allá donde mirara, estaba Gideon. Incluso empecé a ver coches Bentley negros por toda la ciudad. Creía ver uno cerca adondequiera que fuera.
Cary y yo almorzamos y, después, dimos brincos por toda la ciudad, llegando a las mejores tiendas de segunda mano del Upper East Side y a las boutiques de Madison Avenue antes de tomar un taxi hacia el SoHo. Por el camino, Cary se topó con dos chicas adolescentes que le pidieron un autógrafo y que creo que me hicieron más gracia a mí que a él.
—Te lo dije —se pavoneó.
—¿Que me dijiste?
—Me han reconocido por un blog de noticias de entretenimiento. Una de las entradas era sobre Cross y tú.
Solté un bufido.
—Me alegro de que mi vida amorosa sirva de algo a alguien.
Él tenía que ir a otro trabajo a eso de las tres y yo le acompañé, y pasamos unas cuantas horas en el estudio de un presuntuoso fotógrafo que hablaba a voces. Al recordar que era sábado, me deslicé a un rincón apartado e hice mi llamada semanal a mi padre.
—¿Sigues siendo feliz en Nueva York? —me preguntó por encima del ruido de fondo que procedía de los mensajes de la radio de su coche de policía.
—Hasta ahora sí. —Era mentira, pero la verdad no iba a beneficiar a nadie.
Su compañero dijo algo que no entendí. Mi padre resopló y dijo:
—Oye, Chris insiste en que te vio el otro día en la televisión. En un canal de pago, algún programa de cotilleos. Los chicos no paran de decírmelo.
Suspiré.
—Diles que ver esos programas es malo para las neuronas.
—¿Entonces no estás saliendo con uno de los hombres más ricos de Estados Unidos?
—No. ¿Y qué tal tu vida amorosa? —le pregunté cambiando rápidamente de tema—. ¿Estás saliendo con alguien?
—Nada serio. Espera —respondió a una llamada de la radio y, a continuación, dijo—: Lo siento, cariño. Tengo que irme. Te quiero. Te echo muchísimo de menos.
—Yo también te echo de menos, papá. Cuídate.
—Siempre. Adiós.
Corté la llamada y volví a mi sitio anterior para esperar que Cary recogiera sus cosas. En aquel paréntesis, mi mente empezó a torturarme. ¿Dónde estaba Gideon en ese momento? ¿Qué estaba haciendo?
¿Recibiría el lunes un correo lleno de fotografías de él con otra mujer?
El domingo por la tarde le pedí a Stanton que me prestara a Clancy y una de sus limusinas para que me llevara a la casa de los Vidal en el condado de Dutchess. Apoyada en el respaldo del asiento, miré por la ventanilla, admirando distraída la vista serena de las praderas ondulantes y los bosques verdes que se extendían hacia el lejano horizonte. Me di cuenta de que estaba viviendo el cuarto día sin Gideon. El dolor que había sentido los primeros días se había convertido en una vibración sorda que se parecía casi a una gripe. Me dolía cada parte del cuerpo, como si estuviera sufriendo algún retraimiento físico, y la garganta me quemaba por las lágrimas que no había derramado.
—¿Nerviosa? —me preguntó Cary.
Le miré.
—La verdad es que no. Gideon no va a estar.
—¿Estás segura?
—No iría si creyera lo contrario. Tengo algo de orgullo, ¿sabes? —Vi que golpeteaba los dedos contra el brazo que había entre los dos asientos. En todo el rato que habíamos estado de compras el día anterior, él sólo había comprado una cosa: una corbata de piel negra. Yo me burlé de él sin piedad por ello. Él, con su perfecto sentido de la moda, llevando una cosa así.
Me sorprendió mirándola.
—¿Qué? ¿Sigue sin gustarte mi corbata? Creo que va muy bien con mis vaqueros de estilo emo y mi chaqueta lounge de calle.
—Cary —dije arqueando los labios—, tú puedes ponerte cualquier cosa.
Era cierto. Cary podía atreverse con cualquier estilo, gracias a su cuerpo esculpido, alto y delgado y una cara que podría hacer llorar a los ángeles.
Coloqué la mano sobre sus inquietos dedos.
—¿Y tú? ¿Estás nervioso?
—Trey no me llamó anoche —murmuró—. Me dijo que lo haría.
Le apreté la mano para tranquilizarlo.
—Sólo es una llamada, Cary. Estoy segura de que no implica nada serio.
—Podría haberme llamado esta mañana —continuó—. Trey no es raro, como los otros con los que he salido. No se le pasaría llamarme, lo cual quiere decir que no ha querido hacerlo.
—Esa rata asquerosa. Me aseguraré de hacerte muchas fotos pasándolo en grande con un aspecto sexy, elegante y estupendo para torturarle con ellas el lunes.
Hizo una mueca con la boca.
—Ah, lo enrevesada que es la mente femenina. Es una pena que Cross no te vea hoy. Creo que casi me he empalmado cuando te he visto salir de tu habitación con ese vestido.
—¡Puaj! —Le di un manotazo en el hombro y lo miré con fingido enfado cuando se rio.
El vestido nos había parecido perfecto a los dos. Tenía un corte clásico, típico de fiestas al aire libre, con un corpiño ajustado y una falda a la altura de la rodilla con vuelo desde la cintura. Era liso con flores blancas. Pero ahí es donde terminaba el estilo de té y bollos.
Lo atrevido estaba en el escote, las capas de color negro y carmesí que se alternaban y le daban volumen y las flores de piel negra que parecían siniestros molinos. Cary había sacado de mi armario las sandalias rojas de Jimmy Choo y los pendientes de rubí para darle el toque final. Habíamos decidido que llevaría el pelo suelto sobre los hombros, en caso de que llegáramos y nos dijeran que era obligado llevar sombrero. En general, me sentía guapa y segura.
Clancy nos condujo a través de unas imponentes puertas de entrada con unas iniciales incrustadas y entramos a un camino circular siguiendo las indicaciones de un mayordomo. Cary y yo nos bajamos en la entrada y él me agarró del brazo, pues mis tacones se hundieron en la gravilla azul grisácea del camino que conducía a la casa.
Al entrar en la enorme mansión de estilo Tudor de los Vidal, la familia de Gideon, colocada en fila, nos saludó afectuosamente. Su madre, su padrastro, Christopher y su hermana.
Capté aquella visión y pensé que la familia Vidal sólo podía tener un aspecto más perfecto si Gideon estuviera en la fila con ellos. Su madre y su hermana tenían su mismo tono y presumían las dos del mismo pelo de obsidiana lustrosa y ojos azules de abundantes pestañas. Las dos tenían una belleza como si hubieran sido finamente cinceladas.
—¡Eva! —La madre de Gideon me atrajo hacia sí y, a continuación, me besó en ambas mejillas sin rozarme—. Estoy muy contenta de conocerte por fin. ¡Qué chica tan preciosa eres! Y tu vestido. Me encanta.
—Gracias.
Sus manos me acariciaron el pelo y se ahuecaron alrededor de mi cara y, después, se deslizaron por mis brazos. Me resultó difícil aguantar aquello porque, a veces, las caricias constituían para mí un desencadenante de ansiedad si me las hacía una persona desconocida.
—¿Tu cabello es rubio natural?
—Sí —contesté, sorprendida y confundida por la pregunta. ¿Quién le hacía a una extraña una pregunta como aquélla?
—¡Fascinante! En fin, bienvenida. Espero que lo pases de maravilla. Estamos muy contentos de que hayas podido venir.
En medio de una extraña inquietud, me sentí aliviada cuando se fijó en Cary y dirigió su atención hacia él.
—Y tú debes de ser Cary —canturreó—. Estaba segura de que mis dos hijos eran los más atractivos del mundo. Ahora veo que me equivocaba. Eres simplemente divino, jovencito.
Cary mostró su sonrisa más luminosa.
—Vaya, creo que me he enamorado, señora Vidal.
Ella se rio con un deleite gutural.
—Por favor, llámame Elizabeth. O Lizzie, si eres lo suficientemente valiente.
Aparté la mirada y me encontré con que Christopher Vidal, padre, me agarraba la mano. En muchos aspectos me recordó a su hijo, con sus ojos verdes pizarra y su sonrisa juvenil. En otros, supuso una agradable sorpresa. Vestido con pantalón caqui, mocasines y una chaqueta de punto de cachemira, parecía más un profesor universitario que el ejecutivo de una discográfica.
—Eva. ¿Puedo tutearte?
—Desde luego.
—Llámame Chris. Hace que resulte un poco más fácil para diferenciarnos a Christopher y a mí. —Inclinó la cabeza a un lado mientras me contemplaba a través de unas extravagantes gafas doradas—. Ya entiendo por qué le gustas tanto a Gideon. Tus ojos son de un gris borrascoso y, sin embargo, muy claros y directos. Creo que son los ojos más bonitos que he visto nunca, aparte de los de mi esposa.
Me ruboricé.
—Gracias.
—¿Va a venir Gideon?
—No, que yo sepa. —¿Por qué no sabían sus padres la respuesta a esa pregunta?—. Siempre esperamos que venga. —Hizo una señal a un criado—. Por favor, pasad al jardín. Estáis en vuestra casa.
Christopher me saludó con un abrazo y un beso en la mejilla, mientras que la hermana de Gideon, Ireland, me examinó con un mohín que sólo una adolescente podría adoptar.
—Eres rubia —dijo.
Pues sí. ¿La preferencia de Gideon por las mujeres de cabello oscuro era una maldita norma o algo así?
—Y tú una morena preciosa.
Cary me ofreció su brazo y yo lo acepté agradecida.
Mientras nos alejábamos, me preguntó en voz baja:
—¿Son como te los esperabas?
—Puede que su madre sí. Su padrastro, no. —Miré hacia atrás para ver el elegante vestido de tubo color crema que le llegaba hasta los pies y que se ajustaba a la esbelta figura de Elizabeth Vidal. Pensé en lo poco que sabía yo de la familia de Gideon—. ¿Cómo puede un niño llegar a ser un empresario que toma el control del negocio familiar de su padrastro?
—¿Cross tiene acciones de Vidal Records?
—Participación mayoritaria.
—Pues… Quizá esté ayudándolo —sugirió—, echando una mano durante una época difícil para la industria musical.
—¿Por qué no le da el dinero? —me pregunté.
—¿Porque es un astuto hombre de negocios?
Con una fuerte exhalación, descarté aquel pensamiento con un movimiento de la mano para borrarlo de mi mente. Asistía a esa fiesta por Cary, no por Gideon, y esa idea iba a ser la primera y más importante en mi cabeza.
Cuando salimos, nos encontramos en una carpa grande y muy bien decorada levantada en el jardín de atrás. Aunque el día era lo bastante bonito como para estar al sol, encontré un asiento en una mesa circular cubierta con un mantel blanco adamascado.
Cary me dio una palmada en el hombro.
—Tú relájate. Yo voy a hacer contactos.
—Ve a por ellos.
Se fue con el propósito de cumplir con su orden del día.
Yo di unos sorbos de champán y charlé con todo el que se detenía a mi lado para entablar una conversación. Había muchos artistas de la discográfica en la fiesta cuya música yo había escuchado y a quienes observé en secreto, igual que a la cantidad infinita de criados. La atmósfera en general era informal y relajada.
Empezaba a pasarlo bien cuando salió de la casa al jardín alguien a quien no esperaba ver: Magdalene Perez, con un aspecto fenomenal con su vestido de gasa de tonos rosa que flotaba alrededor de sus piernas.
Alguien me colocó una mano en el hombro y lo apretó haciendo que el corazón se me disparara, pues me recordó a la noche en que Cary y yo habíamos ido al local de Gideon. Pero esta vez, quien me dio la vuelta era Christopher.
—Hola, Eva. —Se sentó en la silla que había al lado de la mía y apoyó los codos en sus rodillas inclinándose hacia mí—. ¿Te lo estás pasando bien? No estás alternando mucho con la gente.
—Lo estoy pasando en grande. —Al menos, así había sido—. Gracias por invitarme.
—Gracias a ti por venir. Mis padres están encantados de que estés aquí. Y yo también, claro. —Su amplia sonrisa provocó la mía, al igual que su corbata, que estaba entera cubierta de viñetas de discos de vinilo—. ¿Tienes hambre? Los pasteles de cangrejo están estupendos. Coge uno cuando se acerque la bandeja.
—Lo haré.
—Dime si necesitas cualquier cosa. Y resérvame un baile. —Me guiñó un ojo y, a continuación, se levantó de un brinco y se marchó.
Ireland ocupó su asiento, arreglándose el vestido con la maña de una graduada en un colegio femenino. El pelo le caía hasta la cintura y me gustaban sus preciosos ojos, que miraban con franqueza. Tenía un aspecto más sofisticado que las chicas de diecisiete años, edad que supuse que tendría según los recortes de prensa que Cary había recopilado.
—Hola.
—Hola.
—¿Dónde está Gideon?
Me encogí de hombros ante aquella pregunta tan directa.
—No estoy segura.
Ella asintió sabiamente.
—Le gusta estar solo.
—¿Siempre ha sido así?
—Supongo que sí. Se fue de casa cuando yo era pequeña. ¿Le quieres?
La respiración se me cortó durante un segundo. La solté rápidamente y simplemente contesté:
—Sí.
—Eso pensé cuando vi el vídeo de vosotros dos en Bryant Park. —Se mordió su exuberante labio inferior—. ¿Es divertido? Ya sabes… para salir con él y eso.
—Ah, bueno… —Dios mío. ¿Había alguien que conociera a Gideon?—. Yo no diría que es divertido, pero nunca es aburrido.
La banda de música empezó a tocar «Come fly with me» y Cary apareció a mi lado como por arte de magia.
—Es hora de dejarme en buen lugar, Ginger.
—Haré lo que pueda, Fred.
Miré a Ireland con una sonrisa.
—Discúlpame un momento.
—Tres minutos y diecinueve segundos. —Me corrigió, mostrando parte de los conocimientos de su familia sobre música.
Cary me llevó a la pista de baile vacía y me puso a bailar un rápido foxtrot. Tardé un poco en seguir el paso porque durante días la tristeza me había entumecido y me había puesto tensa. Entonces, la sinergia de dos amigos de toda la vida entró en juego y nos deslizamos por la pista con amplios pasos.
Cuando la voz del cantante se desvaneció con la música, nos paramos, sin aliento. Tuvimos la grata sorpresa de recibir unos aplausos. Cary hizo un saludo elegante y yo me agarré a su mano para mantener el equilibrio mientras hacía una reverencia.
Cuando levanté la cabeza y me incorporé, vi a Gideon delante de mí. Sobresaltada, di un traspiés. Iba vestido de una forma nada apropiada, con vaqueros y una camisa blanca por fuera del pantalón abierta por el cuello y con las mangas subidas. Pero era tan guapo que aun así hacía que los demás casi dieran pena.
La tremenda ansia que sentí al verle me abrumó. Vagamente me di cuenta de que el cantante de la banda se llevaba a Cary, pero yo no podía apartar la mirada de Gideon, cuyos ojos completamente azules atravesaban los míos.
—¿Qué haces aquí? —soltó frunciendo el ceño.
Yo retrocedí ante su brusquedad.
—¿Cómo dices?
—No deberías estar aquí. —Me agarró por el brazo y empezó a arrastrarme hacia la casa—. No te quiero aquí.
Si me hubiese escupido en la cara no me habría destrozado más. Tiré del brazo para soltarme de él y caminé con paso enérgico hacia la casa con la cabeza en alto, rezando por poder llegar a la intimidad de la limusina y la vigilancia protectora de Clancy antes de que empezaran a caer las lágrimas.
Por detrás de mí, escuché que una voz femenina llamaba a Gideon por su nombre y rogué porque esa mujer lo entretuviera lo suficiente como para que yo pudiera salir sin más enfrentamientos.
Creí que estaba a punto de conseguirlo cuando pasé al fresco interior de la casa.
—Eva, espera.
Mis hombros se encorvaron al escuchar la voz de Gideon y me negué a mirarle.
—Déjame. Conozco el camino de salida.
—No he terminado…
—¡Yo sí! —Me di la vuelta para mirarle—. No te atrevas a hablarme así. ¿Quién te crees que eres? ¿Crees que he venido por ti? ¿Que esperaba verte para que me lanzaras un maldito hueso o un trozo de comida… algún patético reconocimiento de mi existencia? ¿Que quizá podría acosarte para echar un polvo rápido y sucio en cualquier rincón en un penoso esfuerzo por recuperarte?
—Cállate, Eva. —Su mirada era abrasadora y tenía la mandíbula tensa y apretada—. Escúchame…
—Sólo he venido porque me dijeron que tú no estarías aquí. He venido por Cary y por su carrera. Así que, ya puedes volver a la fiesta y olvidarte de mí de nuevo. Te aseguro que cuando salga por la puerta yo haré lo mismo contigo.
—Cierra la maldita boca. —Me agarró por los codos y me zarandeó tan fuerte que apreté los dientes—. Cállate y déjame hablar.
Le di una bofetada lo suficientemente fuerte para girarle la cara.
—¡No me toques!
Con un gruñido, Gideon me atrajo hacia él y me besó con fuerza, haciéndome daño en los labios. Tenía la mano en mi pelo y lo agarraba con brusquedad, sujetándome de forma que no podía apartar la cara. Mordí la lengua que tan agresivamente metía en mi boca y, a continuación, su labio inferior, probando el sabor de su sangre, pero no se detuvo. Tiré de mis hombros con toda mi fuerza, pero no pude apartarlo.
¡Maldito Stanton! Si no hubiese sido por él y por la loca de mi madre, habría podido tener en mi haber unas cuantas clases de Krav Maga.
Gideon me besaba como si estuviera hambriento por mi sabor y mi resistencia empezó a ablandarse. Me gustaba su olor, tan familiar para mí. Su cuerpo se amoldaba perfectamente al mío. Los pezones me traicionaron, endureciéndose hasta convertirse en puntas afiladas, y un hilo de excitación caliente empezó a acumularse lentamente en mi interior. El corazón me latía con fuerza en el pecho.
¡Dios, cómo lo deseaba! Las ansias no habían desaparecido ni siquiera por un momento.
Me levantó del suelo. Atrapada entre sus fuertes garras, me costaba respirar y la cabeza empezó a darme vueltas. Cuando me hizo atravesar la puerta y la cerró con una patada detrás de él, sólo pude lanzar un débil grito de protesta.
Me vi presionada contra una pesada puerta de cristal al otro lado de una biblioteca mientras el cuerpo duro y fuerte de Gideon dominaba el mío. El brazo que tenía sobre mi cintura se deslizó hacia abajo y su mano hurgó entre mi falda en busca de las curvas de mi culo expuesto bajo mis bragas de encaje. Atrajo mi cadera con fuerza hacia la suya, haciéndome sentir lo duro y excitado que estaba. Mi sexo se estremeció de deseo, dolorosamente vacío.
Abandoné cualquier tipo de resistencia. Dejé caer los brazos a ambos lados y apreté las palmas de las manos contra el cristal. Sentí la frágil tensión que se escapaba de su cuerpo a medida que yo me rendía suavemente y cómo la presión de su boca se relajaba mientras sus besos se convertían en mimos apasionados.
Susurró con brusquedad:
—Eva. No te enfades conmigo. No puedo soportarlo.
Cerré los ojos.
—Deja que me vaya, Gideon.
Acarició su mejilla contra la mía respirando fuerte y rápido sobre mi oreja.
—No puedo. Sé que estás enfadada por lo que viste la otra noche… lo que me estaba haciendo a mí mismo…
—¡Gideon, no! —Dios mío, ¿cree que lo dejé por eso?—. No es eso por lo que…
—Me estoy volviendo loco sin ti. —Deslizaba los labios por mi cuello y su lengua chocaba contra mi pulso acelerado. Me chupó la piel y el placer me recorrió todo el cuerpo—. No puedo pensar. No puedo trabajar ni dormir. El cuerpo me duele sin ti. Puedo hacer que me desees de nuevo. Déjame intentarlo.
Las lágrimas se liberaron y corrieron por mi rostro. Salpicaban la parte superior de mis pechos y él las lamió hasta secarlas.
¿Cómo iba a recuperarme nunca si me volvía a hacer el amor? ¿Cómo iba a sobrevivir si no lo hacía?
—Nunca he dejado de desearte —susurré—. No puedo hacerlo. Pero me has hecho daño, Gideon. Tienes el poder de hacerme más daño que ninguna otra persona.
Me miró a la cara completamente confundido.
—¿Que te he hecho daño? ¿Cómo?
—Me has mentido. Me has excluido. —Coloqué las manos sobre su rostro porque necesitaba que entendiera esto claramente—. Tu pasado no puede apartarme de ti. Sólo tú puedes hacerlo. Y lo has hecho.
—No sabía qué hacer —dijo con tono áspero—. Nunca he querido verme así…
—Ése es el problema, Gideon. Quiero saber quién eres, lo bueno y lo malo que hay en ti, y hay cosas de ti que quieres mantener ocultas. Si no te abres vamos a terminar perdiéndonos el uno al otro y yo no voy a poder soportarlo. Ahora apenas estoy sobreviviendo. Durante los últimos cuatro días me he estado arrastrando. Otra semana, un mes… Me destrozaría tener que dejarte.
—Puedo dejarte entrar, Eva. Lo estoy intentando. Pero tu primera reacción cuando lo fastidié fue salir huyendo. Lo haces siempre y no puedo soportar sentir que en cualquier momento voy a hacer o decir algo malo y tú vas a salir disparada.
Volvía a hablar con ternura mientras rozaba sus labios con los míos hacia uno y otro lado. No discutí con él. ¿Cómo iba a hacerlo si tenía razón?
—Esperaba que volvieses por tu cuenta —murmuró—, pero no puedo seguir estando lejos de ti, te sacaré de aquí si es necesario. Lo que haga falta con tal de volver a estar los dos en la misma habitación y hablar de todo esto.
—¿Esperabas que yo volviera? —balbuceé—. Yo creía… Me devolviste mis llaves. Pensé que habíamos terminado.
Dio un paso atrás, con los rasgos del rostro intensamente marcados.
—Lo nuestro nunca terminará, Eva.
Le miré y el corazón me dolió como una herida abierta al ver lo hermoso que era, lo destrozado que estaba por el dolor, un dolor que, en cierto modo, había provocado yo.
De puntillas, le besé la enrojecida huella de la mano que le había dejado en la mejilla, agarrando su espeso y sedoso cabello con mis manos.
Gideon dobló las rodillas para que nuestros cuerpos se alinearan y su respiración era fuerte e irregular.
—Haré lo que quieras, lo que necesites. Lo que sea. Pero vuelve conmigo.
Quizá debía temer la intensidad de su ansia, pero yo sentía la misma locura apasionada por él.
Deslizando las manos por su pecho mientras trataba de aliviar su temblor, le dije la cruel verdad:
—Parece que no vamos a poder dejar de hacernos infelices el uno al otro, no puedo seguir haciéndote esto y tú no puedes seguir sufriendo esta locura de altibajos. Necesitamos ayuda, Gideon. Somos una pareja gravemente disfuncional.
—Fui a ver al doctor Petersen el viernes. Voy a ser su paciente y, si estás de acuerdo, puede tratarnos a los dos como pareja. Supuse que si tú puedes confiar en él, yo también podré.
—¿El doctor Petersen? —Recordé la breve sacudida que sentí al ver un todoterreno Bentley de color negro cuando Clancy me recogió en la consulta del médico. En ese momento, me dije a mí misma que se trataba de una ilusión. Al fin y al cabo, había montones de todoterrenos negros en Nueva York—. Has hecho que me sigan.
Su pecho se hinchó respirando hondo. No lo negó.
Me mordí la lengua. No podía imaginar lo terrible que debía ser para él tener tanta dependencia de algo —o de alguien— y no poder controlarlo. Lo que más importaba en ese momento era su voluntad para intentarlo y el hecho de que no se tratara sólo de palabras. Había dado pasos reales.
—Va a costar mucho esfuerzo, Gideon —le advertí.
—No me da miedo el esfuerzo. —Me acariciaba nerviosamente, deslizando sus manos por mis muslos y mis nalgas como si acariciar mi piel desnuda fuera para él tan necesario como respirar—. Lo único que me da miedo es perderte.
Apreté mi mejilla contra la suya. Nos completábamos el uno al otro. Incluso entonces, mientras sus manos recorrían mi cuerpo con afán de posesión, sentí que algo se derretía en mi alma, el desesperado alivio de estar en los brazos, por fin, del hombre que comprendía y satisfacía mis deseos más profundos e íntimos.
—Te necesito. —Deslizaba su boca por mi mejilla y mi cuello—. Necesito estar dentro de ti…
—No. Dios mío. Aquí no. —Pero mi protesta sonó muy débil incluso para mis propios oídos. Lo deseaba en todas partes, en todo momento, de todas las formas…
—Tiene que ser aquí —murmuró poniéndose de rodillas—. Tiene que ser ahora.
Rozó mi piel rasgando la puntilla de mis medias. Luego hurgó en mi falda hasta la cintura y me lamió el coño, abriéndose paso con la lengua entre mis pliegues para acariciar mi palpitante clítoris.
Ahogué un grito y traté de retroceder, pero no podía ir a ningún lado. No con esa puerta a mi espalda y un Gideon denodadamente decidido delante de mí, que me agarraba con una mano mientras con la otra levantaba mi pierna izquierda sobre su hombro y me abría ante su ardiente boca.
Golpeé la cabeza contra el cristal y el calor se extendió por mi sangre desde el punto donde su lengua me estaba volviendo loca. Doblé las piernas sobre su espalda, obligándole a que se acercara más, y apoyé mis manos sobre su cabeza para que no se moviera mientras yo me balanceaba contra él. Sentir el satén duro de su pelo contra la sensible parte interior de mis muslos era su provocación y hacía que yo fuera más consciente de todo lo que me rodeaba.
Estábamos en la casa de los padres de Gideon, en mitad de una fiesta a la que habían asistido docenas de personas famosas y él estaba de rodillas, saciando su hambre entre gruñidos mientras lamía y chupaba mi resbaladiza y ansiosa vagina. Sabía bien cómo conseguirme, sabía lo que me gustaba y lo que necesitaba. Conocía mi naturaleza de tal forma que iba más allá de sus aptitudes orales. Aquella combinación era devastadora y adictiva.
Mi cuerpo se sacudía, mis párpados se cerraban con aquel placer ilícito.
—Gideon… Vas a hacer que me corra.
Frotaba su lengua una y otra vez por aquella apretada entrada de mi cuerpo, provocándome, haciendo que me clavara sin pudor aquella boca en funcionamiento. Sus manos se agarraban a mi culo desnudo, amasándolo, impulsándome hacia su lengua mientras él la empujaba dentro de mí. Había cierta veneración en la golosa forma en que disfrutaba de mí, la inequívoca sensación de que adoraba mi cuerpo, de que dándole placer y obteniéndolo también era tan esencial para él como la sangre de sus venas.
—Sí —dije entre dientes, sintiendo cómo llegaba el orgasmo. El champán me había achispado y el olor caliente de la piel de Gideon se mezclaba con mi propia excitación. Mis pechos se tensaron dentro de mi cada vez más apretado sujetador sin tirantes y mi cuerpo se estremecía, a punto de llegar a un orgasmo desesperadamente necesitado—. Estoy a punto.
Vislumbré un movimiento en el otro extremo de la habitación y me quedé inmóvil mientras mis ojos se cruzaban con los de Magdalene. Estaba al otro lado de la puerta, detenida a mitad de camino, mirando con los ojos y la boca muy abiertos cómo se movía la cabeza de Gideon.
Pero él no se dio cuenta o estaba demasiado apasionado como para que le importara. Sus labios daban vueltas alrededor de mi clítoris con las mejillas hundidas. Chupando con ritmo cadencioso, masajeando aquella zona hipersensible con la punta de la lengua.
Todo mi cuerpo se puso ferozmente tenso y, después, se liberó con un ardiente estallido de placer.
El orgasmo salió de mí con una ola abrasadora. Grité, bombeando mi cadera de una forma mecánica contra su boca, perdida entre aquella conexión primaria entre los dos. Gideon me agarró mientras mis piernas flaqueaban, lamiendo mi carne estremecida hasta que pasó el último temblor.
Cuando volví a abrir los ojos, nuestro único miembro del público había desaparecido.
Poniéndose de pie rápidamente, Gideon me cogió y me llevó hasta el sofá. Me dejó caer a lo largo sobre los cojines y luego me levantó la cadera para apoyarla sobre el brazo, haciendo que mi espalda se arqueara.
Lo vi subir por mi torso. ¿Por qué no doblarme y follarme por detrás?
Entonces, se abrió la cremallera y sacó su gran y hermoso pene y no me importó cómo me tomara, siempre que lo hiciera. Solté un gemido cuando entró en mí y mi cuerpo se esforzó por alojar aquella maravillosa plenitud que tanto ansiaba. Tirando de mis caderas para que recibieran sus potentes estocadas, Gideon aporreó mi tierno sexo con aquella columna de carne rígida tan brutalmente gruesa, mirándome con sus ojos oscuros y posesivos y dejando escapar resoplidos primitivos cada vez que golpeaba el extremo de mi interior.
De mí salió un gemido tembloroso y la fricción de sus embistes estimulaba mi nunca saciada necesidad de perder el sentido mientras era follada por él. Sólo por él.
Unas cuantas caricias y su cabeza cayó hacia atrás mientras pronunciaba mi nombre entre jadeos, curvando su cadera para llevarme al delirio.
—Apriétame, Eva. Apriétame la polla.
Cuando le obedecí, el sonido irregular que salió de él me excitó tanto que mi sexo se estremeció al oírlo.
—Sí, cielo… así.
Me apreté contra él mientras maldecía. Me miró a los ojos y su impresionante color azul se nubló por la euforia sexual. Un estremecimiento convulsivo sacudió de su poderoso cuerpo, seguido de un sonido de éxtasis agonizante. Su polla se corrió dentro de mí, una, dos veces, y después siguió corriéndose larga y dura, descargándose a chorros y acaloradamente en las ansiosas profundidades de mi cuerpo.
No me dio tiempo de volver a llegar al orgasmo, pero no me importó. Lo miré con sobrecogimiento y auténtico triunfo femenino. Yo podía hacerle eso a él.
En los momentos del orgasmo, yo lo poseía de una forma tan absoluta como él me poseía a mí.