La mañana siguiente amaneció con un extraño tinte surrealista. Fui a trabajar y, después, a lo largo de las horas previas al almuerzo estuve sumida en una especie de niebla fría. No conseguía entrar en calor, a pesar de llevar puestas una chaqueta de punto por encima de la blusa y una bufanda que no pegaban entre sí. Tardaba unos minutos más en procesar lo que me pudieran pedir y no podía deshacerme de una sensación de temor.
Gideon no se puso en contacto conmigo de modo alguno.
Nada en el móvil ni en mi correo electrónico después de mi mensaje de la noche anterior. Nada en mi bandeja de entrada del correo. Ninguna nota interna.
Aquel silencio era insoportable. Sobre todo, cuando en mi bandeja de entrada sonó la alerta de Google y vi las fotos y vídeos de Gideon y yo en Bryant Park. Vernos juntos —la pasión y la necesidad, el doloroso deseo en nuestros rostros y el agradecimiento de la reconciliación— fue una sensación agridulce.
El dolor se retorcía en mi pecho. Gideon.
Si no conseguíamos resolver esto, ¿dejaría alguna vez de pensar en él y de desear que lo hubiésemos hecho?
Me esforcé por recomponerme. Mark se iba a reunir hoy con Gideon. Quizá por eso a Gideon le había resultado difícil ponerse en contacto conmigo. O puede que simplemente estuviera muy ocupado. Yo sabía que tenía que estarlo, teniendo en cuenta su calendario de trabajo. Y por lo que tenía entendido, aún teníamos planes de ir al gimnasio después del trabajo. Dejé escapar el aire rápidamente y me dije que las cosas se arreglarían. Tenía que ser así.
Eran las doce menos cuarto cuando sonó el teléfono de mi escritorio. Al ver en la pantalla que la llamada venía de la recepción, suspiré decepcionada y contesté.
—Hola, Eva —me saludó Megumi con voz alegre—, Magdalene Perez ha venido a verte.
—¿Sí? —Me quedé mirando mi monitor, confundida y enfadada. ¿Las fotos de Bryant Park habían sacado a Magdalene de debajo del puente de trol que sería su casa?
Cualquiera que fuera el motivo, no tenía ningún interés en hablar con ella.
—Dile que me espere ahí, ¿vale? Antes tengo que ocuparme de otra cosa.
—Claro. Le diré que se siente.
Colgué y, a continuación, saqué mi móvil y busqué en la lista de contactos hasta encontrar el número del despacho de Gideon. Marqué y me sentí aliviada cuando respondió Scott.
—Hola, Scott. Soy Eva Tramell.
—Hola, Eva. ¿Quieres hablar con el señor Cross? Está en una reunión en este momento, pero puedo darle un toque.
—No. No le molestes.
—Es una orden prioritaria. No le importará.
Oír aquello me tranquilizó enormemente.
—Odio endilgarte esto, pero tengo que pedirte algo.
—Lo que necesites. También es una orden prioritaria. —El tono divertido de su voz me relajó aún más.
—Magdalene Perez está aquí abajo, en la planta veinte. Con franqueza, lo único que tenemos ella y yo en común es a Gideon y eso no es bueno. Si tiene algo que decir es con tu jefe con quien debería hablar. ¿Puedes enviar a alguien que la lleve arriba?
—Por supuesto. Me encargo de ello ahora mismo.
—Gracias, Scott. Te debo una.
—Ha sido un placer, Eva.
Colgué el teléfono y me hundí en mi asiento, sintiéndome ya mejor y orgullosa de mí misma por no dejarme llevar por los celos. Aunque seguía odiando la idea de que Gideon le dedicara parte de su tiempo, no había mentido cuando le dije que confiaba en él. Sabía que sus sentimientos hacia mí eran fuertes y profundos. Pero no sabía si eran suficientes como para anular su instinto de supervivencia.
Megumi me volvió a llamar.
—Ay, Dios mío —dijo riéndose—. Deberías haber visto su cara cuando ha venido a por ella quienquiera que fuera ése.
—Bien. —Sonreí—. Supongo que no venía por nada bueno. Entonces, ¿ya se ha ido?
—Sí.
—Gracias. —Crucé el pequeño trozo de pasillo hasta la puerta de Mark y asomé la cabeza para ver si quería que fuera a traerle algo de comida.
Él frunció el ceño mientras lo pensaba.
—No, gracias. Voy a estar demasiado nervioso como para comer hasta después de la presentación con Cross. Para entonces, lo que sea que me traigas ya estará pasado.
—¿Y un batido de proteínas? Te dará un poco de energías hasta que puedas comer.
—Eso sería estupendo. —Su sonrisa iluminó sus oscuros ojos—. Algo que combine bien con el vodka, sólo para animarme un poco.
—¿Hay algo que no te guste? ¿Alguna alergia?
—Nada.
—Muy bien. Nos vemos dentro de una hora. —Sabía adónde tenía que ir. La tienda que tenía en mente estaba a sólo dos manzanas y en ella vendían batidos, ensaladas y una variedad de paninis hechos por encargo con un servicio rápido.
Me dirigí a la planta de abajo y traté de no pensar en el silencio de Gideon. Casi había esperado tener alguna noticia tras el incidente de Magdalene. El no haber recibido ningún tipo de reacción hizo que volviera a preocuparme. Salí a la calle por la puerta giratoria y apenas presté atención al hombre que salía de la parte de atrás de una limusina que había en la acera hasta que dijo mi nombre.
Al girarme, me vi frente a frente con Christopher Vidal.
—Ah… Hola —saludé—. ¿Cómo estás?
—Mejor, ahora que te veo. Tienes un aspecto fantástico.
—Gracias. Puedo decir lo mismo de ti.
Aunque era muy diferente a Gideon, era guapo a su manera, con sus ondas de color caoba, sus ojos verdes grisáceos y su encantadora sonrisa. Iba vestido con unos vaqueros holgados y un jersey de pico color crema que le daban un aspecto muy sexy.
—¿Has venido a ver a tu hermano? —le pregunté.
—Sí, y a ti.
—¿A mí?
—¿Vas a comer? Voy contigo y te cuento.
Recordé brevemente que Gideon me había advertido que me mantuviera lejos de Christopher, pero supuse que para entonces él ya confiaba en mí. Sobre todo, con su hermano.
—Voy a un bar que hay calle arriba —le dije—. Si quieres, apúntate.
—Claro.
Empezamos a caminar.
—¿Para qué querías verme? —le pregunté, sintiendo demasiada curiosidad como para esperar.
Se metió la mano en uno de los dos grandes bolsillos de su pantalón y sacó una invitación que venía en un sobre de papel de vitela.
—He venido a invitarte a una fiesta que celebramos en el jardín de la casa de mis padres el domingo. Una mezcla de placer y negocios. Vendrán muchos de los artistas que han firmado con Vidal Records. He pensado que le vendría bien a tu compañero de piso para establecer contactos. Tiene una buena mano para los vídeos de música.
Se me iluminó la cara.
—¡Eso sería maravilloso!
Christopher sonrió y me pasó la invitación.
—Lo pasaréis bien los dos. Nadie celebra fiestas como mi madre.
Miré brevemente el sobre que tenía en la mano. ¿Por qué no me había dicho Gideon nada de esa fiesta?
—Si te estás preguntando por qué Gideon no te había hablado de esto —dijo como si me leyera la mente—, es porque no va a venir. Nunca lo hace. Aunque sea el accionista mayoritario de la compañía, creo que la industria musical y los músicos le parecen demasiado impredecibles para su gusto. Pero seguro que ya sabes cómo es.
Oscuro e intenso. Poderosamente magnético y tremendamente sexual. Sí, sabía cómo era. Y era de los que preferían saber en qué se metían a toda costa.
Hice un gesto hacia el bar cuando llegamos a la puerta, entramos y esperamos nuestro turno.
—Este sitio huele genial —dijo Christopher, mirando al móvil mientras escribía un mensaje rápido.
—El olor está a la altura del sabor, créeme.
Adoptó una sonrisa juvenil que estuve segura de que hacía que la mayoría de las mujeres cayeran rendidas.
—Mis padres están deseando conocerte, Eva.
—¿Qué?
—Ver las fotos de Gideon y tú de la semana pasada ha supuesto una verdadera sorpresa. Una sorpresa buena —matizó rápidamente al ver mi gesto—. Es la primera vez que le hemos visto realmente interesado en alguien con quien está saliendo.
Suspiré pensando que en ese mismo momento ya no estaba tan interesado en mí. ¿Había cometido un terrible error al dejarle solo la noche anterior?
Cuando llegamos al mostrador, pedí un panini vegetal con queso y dos batidos de granada y les pedí que esperaran media hora con el que llevaba la dosis de proteínas hasta que yo comiera. Christopher pidió lo mismo y conseguimos encontrar una mesa en el atestado bar.
Hablamos de trabajo, riéndonos los dos de las tomas falsas de un reciente anuncio de comida para bebés que habían difundido por internet y de algunas anécdotas de actores con los que Christopher había trabajado. El tiempo pasó rápidamente y cuando nos separamos a la entrada del Crossfire, me despedí con verdadero afecto.
Subí a la planta veinte y me encontré a Mark aún en su mesa. Me regaló una rápida sonrisa a pesar de su aspecto de concentración.
—Si realmente no me necesitas —dije—, no hace falta que vaya a la presentación.
Aunque trató de ocultarlo, vi un rápido destello de alivio. No me ofendió. El estrés era el estrés y mi inestable relación con Gideon era algo en lo que Mark no tenía por qué pensar mientras trabajaba en una cuenta importante.
—Eres estupenda, Eva. ¿Lo sabías?
Sonreí y coloqué la bolsa con la bebida delante de él.
—Bébete el batido. Está muy bueno y las proteínas harán que no sientas mucha hambre hasta un poco después. Estaré en mi mesa por si me necesitas.
Antes de meter el bolso en el cajón, le mandé un mensaje a Cary para preguntarle si tenía planes para el domingo y si le gustaría asistir a una fiesta de Vidal Records. Después, me puse de nuevo a trabajar. Empecé a organizar los archivos de Mark en el servidor, etiquetándolos y colocándolos en directorios para hacer más fácil y rápida la recopilación de los archivos.
Cuando Mark salió para su reunión con Gideon, el pulso se me aceleró y sentí en el estómago un fuerte pinchazo por la expectación. No podía creer mi excitación simplemente por saber lo que Gideon estaría haciendo en ese preciso momento y que tendría que pensar en mí cuando viera a Mark. Esperaba tener noticias suyas después de aquello. Me sentí más animada al pensarlo.
Durante la siguiente hora esperé impaciente por saber cómo había ido todo. Cuando Mark volvió a aparecer con una gran sonrisa y un paso animado, yo me puse de pie en mi cubículo y le aplaudí.
Él hizo una reverencia cortés y exagerada.
—Gracias, señorita Tramell.
—¡Me alegro mucho por ti!
—Cross me ha pedido que te dé esto. —Me pasó un sobre manila cerrado—. Ven a mi despacho y te daré todos los detalles.
El sobre pesaba y sonaba al moverlo. Supe por el tacto lo que iba a encontrar dentro antes de abrirlo, pero aun así, ver cómo salían mis llaves y caían sobre mi mano me dolió. Ahogando un grito ante aquel dolor más intenso que cualquier otro que pudiera recordar, leí la nota que venía con ellas:
GRACIAS POR TODO, EVA.
TUYO, G.
Una nota de despedida. Tenía que ser eso. De lo contrario, me habría dado las llaves después del trabajo, de camino al gimnasio.
Había un estruendo sordo en mis oídos. Me sentí mareada. Desorientada. Estaba asustada y angustiada. Furiosa.
Pero estaba en el trabajo.
Cerré los ojos y apreté los puños. Me recompuse y repelí el deseo de subir y llamar cobarde a Gideon. Probablemente me consideraba una amenaza, alguien que, sin ser invitada, había entrado en su vida y la había puesto patas arriba. Alguien que exigía más que simplemente un cuerpo atractivo y una importante cuenta corriente.
Encerré mis emociones tras un muro de cristal, donde yo sabía que estarían esperando en un segundo plano, pero pude continuar con el resto de la jornada laboral. Cuando llegó la hora de salir y me dispuse a bajar, aún no había tenido noticias de Gideon. En ese momento, yo era tal desastre emocional que sólo sentí una única y afilada punzada de desesperación al salir del Crossfire.
Me dirigí al gimnasio. Apagué el cerebro y me puse a correr a toda marcha en la cinta, huyendo de la angustia que me alcanzaría poco después. Corrí hasta que me cayeron ríos de sudor por la cara y el cuerpo y mis piernas de chicle me obligaron a parar.
Maltrecha y agotada, llegué a las duchas. Después, llamé a mi madre y le pedí que enviara a Clancy al gimnasio a recogerme para ir a nuestra cita con el doctor Petersen. Mientras volvía a ponerme la ropa de trabajo, reuní las fuerzas para afrontar aquella última tarea antes de poder irme a casa y caer en la cama.
Esperé a la limusina en la calle, sintiéndome apartada y fuera de la ciudad que hervía a mi alrededor. Cuando Clancy se detuvo y dio un brinco para abrirme la puerta de atrás me quedé atónita al ver a mi madre ya en el interior. Aún era pronto. Había esperado que me llevaran a mí sola al apartamento que compartía con Stanton y allí esperar con ella veinte minutos o más. Aquélla era una práctica inusual.
—Hola, mamá —la saludé con voz cansina, colocándome en el asiento al lado de ella.
—¿Cómo has podido, Eva? —Estaba llorando sobre un pañuelo bordado con iniciales y su rostro era hermoso pese a estar enrojecido y humedecido por las lágrimas. ¿Por qué?
—¿Qué he hecho ahora? —le pregunté frunciendo el ceño y saliendo de mi tormento al ver su aflicción.
El nuevo teléfono móvil, si es que se había enterado de ello, no podía ser el causante de tanto drama. Y aún era demasiado pronto para que ella supiese algo de mi ruptura con Gideon.
—Le has hablado a Gideon Cross de… lo que te pasó. —Su labio inferior le temblaba por la consternación.
Eché la cabeza hacia atrás ante aquel bombazo. ¿Cómo podía saberlo? Dios mío… ¿Había puesto micrófonos en mi nueva casa? ¿En mi bolso…? ¿Qué?
—No lo niegues.
—¿Cómo sabes que se lo he contado? —Mi voz era un susurro de dolor—. Lo hablamos ayer mismo.
—Ha ido hoy a ver a Richard para hablar de ello.
Traté de imaginarme la cara de Stanton durante aquella conversación. No imaginé que mi padrastro se lo hubiese tomado bien.
—¿Por qué haría algo así?
—Quería saber qué habíamos hecho para evitar que esa información se filtrara. Y quería saber dónde está Nathan —dijo entre sollozos—. Quería saberlo todo.
Suspiré con un fuerte bufido. No estaba segura de cuáles eran los motivos de Gideon, pero la posibilidad de que me hubiera puesto en contra de Nathan y de que ahora se estuviera asegurando de librarse del escándalo me dolía más que nada. Me retorcí de dolor, arqueando la espalda y separándola del respaldo del asiento. Había creído que era su pasado lo que habría una brecha entre los dos, pero tenía más sentido que fuera el mío.
Por una vez, agradecí el ensimismamiento de mi madre, que le impidió darse cuenta de lo desolada que yo estaba.
—Tenía derecho a saberlo. —Conseguí decir con una voz tan cortante que no se parecía en nada a la mía—. Y tiene derecho a tratar de protegerse de lo que esto le pueda perjudicar.
—Nunca se lo habías contado a ninguno de tus otros novios.
—Tampoco he salido nunca con nadie que ocupe titulares a nivel nacional por el simple hecho de estornudar. —Miré por la ventanilla hacia los coches que nos rodeaban—. Gideon Cross y Cross Industries son noticia en todo el mundo, mamá. Está a años luz de los tipos con los que salí en la universidad.
Siguió hablando, pero yo no la escuché. Me cerré en banda para protegerme, alejándome de la realidad que, de repente, era demasiado dolorosa como para poder soportarla.
La consulta del doctor Petersen era tal cual yo la recordaba. Decorada en colores neutros y relajantes, resultaba tan profesional como confortable. El doctor Petersen era igual, un hombre atractivo de pelo canoso y unos ojos azules, inteligentes y dulces.
Nos dio la bienvenida y nos hizo pasar a su despacho con una amplia sonrisa, comentando el estupendo aspecto de mi madre y cómo me parecía yo a ella. Dijo que se alegraba de volver a verme pero estoy segura de que lo decía por el bien de mi madre. Era un observador demasiado cualificado como para no darse cuenta de las emociones que yo estaba reprimiendo.
—¿Y bien? —empezó a decir mientras se colocaba en su sillón, al otro lado del sofá en el que mi madre y yo nos sentamos—. ¿Qué les trae hoy por aquí?
Le hablé de cómo mi madre había estado siguiendo mis movimientos a través de la señal de mi teléfono móvil y lo invadida que yo me sentía. Mamá le habló de mi interés por el Krav Maga y de cómo ella lo interpretaba como un síntoma de que no me sentía segura. Le conté cómo mi madre y Stanton se habían hecho con el control del estudio de Parker, lo cual me asfixiaba y agobiaba. Ella le dijo que yo había traicionado su confianza al haber compartido asuntos muy personales con extraños, lo cual le hacía sentirse desnuda y terriblemente expuesta.
Durante todo ese tiempo, el doctor Petersen escuchó con atención, tomó notas y apenas habló hasta que lo hubimos expulsado todo.
—Mónica, ¿por qué no me había contado que estaba rastreando el teléfono móvil de Eva? —preguntó cuando nos quedamos en silencio.
Ella movió el mentón hacia abajo, un gesto defensivo ya familiar.
—No vi que eso pudiera ser algo malo. Muchos padres siguen el rastro de sus hijos a través de sus teléfonos móviles.
—Hijos menores de edad —protesté—. Yo soy adulta. Mis momentos privados son exactamente eso.
—Si usted se viera en el lugar de ella, Mónica —interpuso el doctor Petersen—, ¿es posible que se sintiera igual que Eva? ¿Qué pasaría si descubriera que alguien está controlando sus movimientos sin su conocimiento ni su permiso?
—No si ese alguien fuera mi madre y yo supiera que eso le daba tranquilidad —argumentó.
—¿Y ha considerado usted cómo sus actos afectan a la tranquilidad de Eva? —preguntó con voz queda—. Su necesidad de protegerla es comprensible, pero debería hablar abiertamente con ella de los pasos que desea dar. Es importante saber qué tiene que decir y esperar su colaboración cuando ella así lo decida. Tiene que respetar su derecho a establecer unos límites que quizá no sean tan amplios como usted desearía. —Mi madre farfulló indignada—. Eva necesita poner una frontera, Mónica —continuó—, y tener la sensación de que tiene el control sobre su vida. Durante mucho tiempo, se le negaron ese tipo de cosas y tenemos que respetar su derecho a que las establezca ahora del modo que le parezca más conveniente.
—Vaya. —Mi madre retorcía su pañuelo entre los dedos—, no lo había visto de ese modo.
Extendí la mano para agarrar la de mi madre cuando su labio inferior empezó a temblar con fuerza.
—No hay nada que me hubiera impedido hablarle a Gideon sobre mi pasado. Pero sí podría haberte avisado antes. Siento no haber caído en eso.
—Eres mucho más fuerte de lo que yo fui nunca —contestó mi madre—, pero no puedo evitar preocuparme.
—Mi sugerencia —dijo el doctor Petersen— es que usted, Mónica, le dedique un tiempo a pensar qué tipo de casos y situaciones provocan su preocupación. Después, los escribe. —Mi madre asintió—. Cuando tenga lo que seguramente no sea una lista muy exhaustiva pero sí un comienzo importante, puede sentarse a hablar con Eva de las estrategias que deben adoptar para abordar esas preocupaciones, estrategias con las que las dos se sientan cómodas. Por ejemplo, si el hecho de no tener noticias de Eva durante unos días la inquieta, quizá un mensaje o un correo electrónico pueda mitigar esa inquietud.
—De acuerdo.
—Si lo prefiere, podemos repasar esa lista los dos.
Aquel intercambio de opiniones entre los dos hizo que me dieran ganas de gritar. Era como echar sal en la herida. No me esperaba que el doctor Petersen hiciera entrar en razón a mi madre, pero sí que al menos adoptara una postura más firme. Dios sabe que alguien tenía que hacerlo, alguien cuya autoridad ella respetara.
Cuando terminó la visita y nos dirigíamos a la puerta, le pedí a mi madre que esperara un momento para que yo pudiera hacerle al doctor Petersen una última pregunta personal y en privado.
—Sí, Eva. —Él estaba delante de mí, con una mirada de infinita paciencia y sabiduría.
—Me estaba preguntando… —Hice una pausa para deshacer el nudo que tenía en la garganta—. ¿Es posible que dos personas que han sufrido abusos puedan tener una buena relación amorosa?
—Por supuesto. —Su respuesta inmediata y rotunda hizo que pudiera sacar el aire que tenía atrapado en mis pulmones.
Le estreché la mano.
—Gracias.
Cuando llegué a casa, abrí la puerta con las llaves que Gideon me había devuelto y fui directa a mi dormitorio, brindando un pobre saludo con la mano a Cary, que estaba practicando yoga en el salón ante un DVD.
Me quité la ropa mientras recorría la distancia desde la puerta cerrada de mi habitación hasta la cama para acurrucarme por fin entre las sábanas frías, vestida simplemente con ropa interior. Me abracé a la almohada y cerré los ojos, tan agotada y vacía que no me quedaba nada más en mi interior.
La puerta se abrió detrás de mí y un momento después Cary se sentó a mi lado.
Me apartó el pelo de la cara llena de lágrimas.
—¿Qué te pasa, nena?
—Hoy me han mandado a freír espárragos. A través de una mierda de tarjeta.
Él suspiró.
—Ya sabes cómo es esto, Eva. Va a alejarte de su lado porque espera que le falles como lo han hecho todos los demás.
—Y yo le estoy dando la razón. —Me reconocí en la descripción que Cary me acababa de hacer. Echaba a correr cuando las cosas se ponían feas porque estaba segura de que todo iba a terminar mal. Lo único que yo podía controlar era ser yo la que se fuera en lugar de ser la que se quedaba atrás.
—Porque te estás esforzando por proteger tu propia recuperación. —Se tumbó y amoldó su cuerpo al mío, envolviéndome con su brazo musculado y apretándome con fuerza contra él. Me acurruqué bajo aquella muestra física de afecto que no había sido consciente de necesitar.
—Quizá me haya dejado por mi pasado, no por el suyo.
—Si eso fuera cierto, es mejor que se haya terminado. Pero creo que al final los dos os volveréis a encontrar. Al menos, eso espero —susurraba dulcemente sobre mi cuello—. Quiero que todo el mundo tenga su final feliz. Enséñame el camino, cariño. Haz que lo crea.