Aún quedaba un cuarto de hora para que llegaran Hardwick y Esti, a las nueve en punto, y Gurney aprovechó para pasar al ordenador lo que había anotado el día anterior en una libreta, los puntos clave del caso, y para imprimir tres copias.
Esti fue la primera en llegar, pero solo por un minuto. Mientras estaba aparcando su Mini Cooper azul eléctrico junto al plantel de espárragos, el GTO rojo de Hardwick ya había pasado atronando junto al granero.
Cuando la chica bajó de su pequeño vehículo, la camiseta, los vaqueros cortados y la sonrisa relajada dejaban claro que aquel día no tenía que trabajar. Su piel de caramelo brillaba a la luz del sol de la mañana. Al acercarse a la puerta lateral, proyectó una mirada de curiosidad a las piedras planas que marcaban la tumba del gallo.
Gurney abrió la puerta corredera y le estrechó la mano.
—Hola —dijo ella—. Hace un día fantástico, deberíamos quedarnos aquí fuera.
Gurney le devolvió la sonrisa.
—No estaría mal. El problema es que tengo unos vídeos que quiero que veáis.
—Solo era una idea. Es agradable sentir el sol en la piel.
Hardwick aparcó su coche junto al de Esti, bajó y cerró la pesada puerta. Sin preocuparse en saludar, se protegió los ojos con la mano y empezó a examinar los campos que lo rodeaban y las laderas boscosas.
Esti lo miró de soslayo.
—¿Estás buscando a alguien?
Hardwick se limitó a continuar con lo que estaba haciendo, sin responder.
Gurney siguió su mirada hasta que alcanzó Barrow Hill. Entonces se dio cuenta de lo que ocupaba la mente de su colega.
—Es el lugar más probable —dijo Gurney.
Hardwick asintió.
—¿En lo alto de ese sendero estrecho?
—En realidad, es la carretera de una cantera invadida por la maleza.
Hardwick continuó concentrado en la colina.
—Hay mucha distancia hasta aquí. Tendría que ser realmente bueno. ¿Casi cuatrocientos metros?
—Tal vez un poco más. No es muy diferente de Long Falls.
Esti parecía alarmada.
—¿Estáis hablando de un francotirador?
—De una ubicación posible para uno —apuntó Gurney—. Hay un lugar cerca de la cima de esa colina que yo elegiría si mi objetivo fuera alguien que viva en esta casa. Una visión clara de la puerta lateral, una visión clara de los coches.
Esti se volvió hacia Hardwick.
—En cada lugar al que vas ahora, ¿es lo que haces? ¿Buscas posiciones para francotiradores?
—Con dos balas en la fachada lateral de mi casa, sí, es algo en lo que pienso últimamente. Las zonas rodeadas por una buena cobertura me preocupan.
Esti puso los ojos como platos.
—Así que quizás en lugar de quedarnos aquí como patos de feria, mirando a un lugar desde el que podrían disparar, deberíamos entrar.
Hardwick dio la impresión de que estaba a punto de hacer algún comentario sarcástico, pero se limitó a sonreír y la siguió al interior de la casa. Después de echar otra mirada a la colina, Gurney se unió a ellos.
Cogió el portátil y la lista de preguntas del estudio, y todos se acomodaron en torno a la mesa del comedor.
—¿Por qué no empezamos por ponernos al día? —propuso Gurney—. Tú y Esti ibais a hacer algunas llamadas. ¿Tenemos datos nuevos?
—Este tipo griego de la mafia, Adonis Angelidis —empezó Esti—, según mi amigo de Crimen Organizado es un pez gordo. Perfil bajo comparado con los italianos y los rusos, pero con mucha influencia. Trabaja con todas las familias. Lo mismo ocurría con Gurikos, el tipo al que le metieron los clavos en la cabeza. Preparó grandes acciones para gente importante. Conexiones fundamentales. Gozaba de mucha confianza.
—Entonces, ¿por qué le dispararon? —preguntó Hardwick—. ¿Tu compañero de la unidad tenía alguna pista?
—Nada. Según ellos, Gurikos los mantenía a todos felices. Suave como la seda. Era un recurso.
—Sí, bueno, alguien no estaba de acuerdo.
Esti asintió.
—Podría haber ocurrido como Angelidis se lo contó a Dave: Carl acudió a Gurikos para preparar el asesinato de alguien, luego ese alguien lo descubrió y contrató a Panikos para que los matara a los dos. Tiene sentido, ¿no?
Hardwick puso las palmas de las manos hacia arriba en un gesto de incertidumbre.
Esti miró a Gurney.
—¿Dave?
—Por un lado, me gustaría que la versión de Angelidis fuera cierta. Pero no me termina de cuadrar. Es como si casi tuviera sentido, pero solo casi. El problema es que no explica los clavos en la cabeza de Gus. Un golpe práctico y preventivo sobre Carl y Gus es una cosa. Una advertencia truculenta sobre mantener los secretos es otra distinta. Una y otra no encajan.
—Yo tengo el mismo problema con la madre —dijo Esti—. No entiendo por qué tenían que matarla.
—No es un misterio tan grande. —Hardwick pareció inquieto—. Para tener a Carl en el funeral, expuesto, leyendo un panegírico.
—Entonces, ¿por qué Panikos no esperó hasta que estuvo realmente de pie en el atril? ¿Por qué dispararle antes de que llegara allí?
—¿Quién demonios lo sabe? ¿Quizá para impedir que revelara algo?
Gurney no veía la lógica en eso. ¿Por qué tomarse tantas molestias para preparar una situación en la cual alguien tendría que hacer un discurso que temías?
—Tengo una última información… —dijo Esti—, sobre los incendios de Cooperstown. Descubrí algo interesante, pero extraño. Los cuatro artefactos incendiarios usados en la casa de Bincher eran todos de tamaños y tipos diferentes. —Pasó su mirada de Hardwick a Gurney, y otra vez a Hardwick—. ¿Eso te dice algo?
Hardwick hizo un desagradable ruido de succión con los dientes y se encogió de hombros.
—A lo mejor es lo que el pequeño Peter tenía en su caja de juguetes en ese momento.
—O quizá lo que su proveedor tenía disponible. ¿Alguna idea, Dave?
—Solo una posibilidad descabellada…, que estaba experimentando.
—¿Experimentando? ¿Con qué propósito?
—No lo sé. Quizá probando con artefactos diferentes porque tenía algo más in mente para el futuro.
Esti hizo una mueca.
—Esperemos que no sea la razón.
Hardwick se movió en su silla.
—¿Tienes algo más, cariño?
—Sí. El cuerpo decapitado en la escena ha sido identificado concluyentemente. —Hizo una pausa dramática—. Lex Bincher. Seguro.
Hardwick la estaba mirando con recelo.
—La cabeza… —continuó lentamente Esti— sigue desaparecida.
—Joder. —El músculo de la mandíbula de Hardwick tembló—. Esto es de película de terror.
Esti arrugó la cara.
—No entiendo cómo te afecta tanto. Esa historia sobre lo que tú y Dave encontrasteis, ese incidente de una mujer a la que cortaron por la mitad, ¿sí? Os he oído reíros de eso, contar chistes desagradables, ¿no?
—Sí.
—Entonces, ¿cómo es que ese asunto de la cabeza te inquieta tanto?
—Mira, por el amor de Dios… —Levantó las manos como para rendirse, al tiempo que negaba con la cabeza—. Una cosa es encontrar un cadáver despedazado. Un cadáver en diez trozos. Eres un policía veterano, trabajas en la ciudad desde hace mucho tiempo, son cosas que pasan. Simplemente es así. Pero hay una gran diferencia entre encontrar una cabeza cortada y no encontrarla. ¿Lo entiendes? El puto coco ha desaparecido. Eso significa que alguien lo está guardando en alguna parte. Por alguna razón. Para usarlo de manera espantosa. Créeme, esa puta cabeza va a aparecer en el momento más inesperado.
—¿En el momento más inesperado? Creo que ves demasiadas series de televisión. —Esti le ofreció otro de sus guiños afectuosos—. En fin, ese es todo el nuevo material que tengo por ahora. ¿Y tú? ¿Tienes algo?
Hardwick se frotó la cara con dureza, como si estuviera borrando un mal sueño y tratara de empezar el día con energía.
—He conseguido localizar a uno de los testigos desaparecidos: Freddie, cuyo testimonio situó a Kay en el edificio de apartamentos de Axton Avenue a la hora de los disparos. Oficialmente, Federico Javier Rosales. —Echó una mirada a Gurney—. ¿Hay alguna posibilidad de tomar café?
—Desde luego. —Gurney fue a la máquina de la isla de la cocina para poner una cafetera.
Hardwick continuó:
—Tuvimos una charla amistosa, Freddie y yo. Nos concentramos en la pequeña e interesante brecha entre lo que vio realmente y lo que Mick, la Bestia, le dijo que vio.
Esti puso los ojos como platos.
—¿Reconoció que Klemper le dijo lo que tenía que declarar en el estrado?
—No solo Klemper le dijo qué decir, sino que le dijo que más le valía que lo dijera.
—¿O de lo contrario?
—Freddie tenía problemas con las drogas. Trabaja como pequeño camello para costearse la adicción. Una condena más le costaría automáticamente veinte años, sin condicional. Cuando un sin techo está en esa clase de posición, un capullo como Mick tiene mucha influencia.
—Entonces, ¿por qué fue franco contigo?
Hardwick sonrió de manera desagradable.
—Un chico como Freddie tiene sus problemas. Siempre cree que la amenaza mayor es la que tiene delante, y ahí estaba yo. Pero no te equivoques. Fui muy civilizado. Le expliqué que la única forma que tenía de evitar penas sustanciales por haber cometido perjurio en un caso de asesinato sería que lo retirara.
—¿Que lo retirara? —Esti parecía incrédula.
—Bonito concepto, ¿no te parece? Le dije que podía escapar de la avalancha de mierda que estaba a punto de caerle encima si confesaba que su primer testimonio fue una completa invención de Mick, la Bestia.
—¿Lo escribió?
—Y lo firmó. Joder, ¡hasta puso la huella dactilar!
Esti parecía cautelosamente complacida.
—¿Freddie cree que estás en el DIC?
—Es posible que se haya llevado esa impresión. Sí. Pero lo que piense me la pela. ¿A ti?
Esti negó con la cabeza.
—No si ayuda a quitar de en medio a Klemper. ¿Tienes alguna pista de los otros dos testigos que se esfumaron?
—Todavía no. Pero la declaración de Freddie, junto con la grabación de la conversación de nuestro Davey con Alyssa, debería zanjar absolutamente la cuestión de la conducta policial impropia, que a su vez tendría que acabar con la apelación sin más dilación.
La rima de Hardwick rechinó en el cerebro de Gurney como unas uñas en una pizarra. Pero tal vez su nerviosismo procediera de otro punto: de la cuestión no resuelta sobre la culpabilidad o inocencia de Kay, algo que no tenía que ver con la justicia o injusticia de su procesamiento. Ya quedaban pocas dudas sobre la manipulación de pruebas y de testigos. Pero nada de eso convertía a Kay Spalter en inocente. Mientras no averiguaran quién contrató a Petros Panikos para matar a Carl Spalter, ella continuaría siendo una sospechosa viable.
La voz de Esti interrumpió sus pensamientos.
—¿Dijiste algo sobre enseñarnos unos vídeos?
—Sí. Exacto. Además de mi conversación de Skype con Jonah, tengo un par de secuencias de la cámara de seguridad de Axton Avenue: una imagen ampliada de alguien entrando en el edificio de apartamentos antes del disparo y una imagen de larga distancia de Carl recibiendo el disparo y cayendo. —Miró a Hardwick—. ¿Has informado a Esti de cómo conseguí los vídeos?
—Las cosas han ido demasiado deprisa. Y no había mucha información en ese mensaje de voz de treinta segundos que me dejaste.
—Y decidiste no hacer ni caso, ¿no?
—¿Qué coño se supone que significa eso?
—Mi mensaje era claro. Le había dicho a Klemper que las cosas podrían ir mejor para él si el material de vídeo desaparecido aparecía en mis manos. Bueno, apareció. Pero entonces tú entraste a saco en Conflicto criminal y machacaste al detective «completamente corrupto» del caso por incriminar a Kay con testigos que cometieron perjurio. Todos en el sistema de justicia penal saben que el detective del caso era Mick Klemper, así que esencialmente lo nombraste y lo culpaste, y pasaste por completo de lo que te había dicho.
La expresión de Hardwick se estaba oscureciendo.
—Repito: las cosas han ido deprisa. Acababa de llegar de la escena del incendio del lago: siete personas muertas. Davey, siete, y yo estaba mucho más centrado en la batalla principal que en las sutilezas de tu tête-à-tête con Mick, la Bestia.
Hardwick continuó, recordándole a Gurney que las promesas ambiguas y las mentiras oportunas eran las piedras angulares del sistema de justicia penal. Entonces planteó una pregunta casi retórica.
—¿Por qué demonios has de preocuparte de un mierda como Klemper?
Gurney optó por una respuesta práctica y simplista, suscitada por su recuerdo del olor a alcohol que desprendía aquel tipo y por el mensaje casi incoherente que dejó en su buzón de voz al día siguiente.
—Me preocupa que Mick Klemper es un borracho cabreado y acorralado, y que podría estar lo bastante desesperado para cometer alguna estupidez. —Al ver que Hardwick no decía nada, continuó—: Así que tendré mi Beretta un poco más cerca de lo habitual, por si acaso. Entre tanto, Esti ha preguntado sobre los vídeos. Vamos a echar un vistazo. Os pasaré primero la secuencia de la calle; luego, la grabación del cementerio.