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—¿Qué hay de esa cosa zen que siempre decías? Eso de que el problema no surge con las respuestas equivocadas, sino que lo hace con las preguntas equivocadas.

Gurney y Hardwick se dirigían por las estribaciones de los Catskills septentrionales hacia Tambury. Hardwick llevaba un rato en silencio. Sin embargo, ahora había algo en su tono que implicaba que tenía algo más que decir.

—Quizá no deberíamos preguntarnos cómo llevó Héctor el arma homicida de la cabaña al bosque, porque según el vídeo, no lo hizo. Así que tal vez ese es el hecho número uno que hemos de aceptar.

Gurney sintió un pequeño cosquilleo en la nuca.

—¿Cuál crees que es la pregunta correcta?

—Supón que acabamos de hacerla, ¿cómo pudo llegar el machete al lugar donde lo encontramos?

—Muy bien. Es una versión con menos prejuicios de la pregunta, pero no veo…

—¿Y cómo llegó la sangre de Jillian a él?

—¿Qué?

Hardwick hizo una pausa para sonarse la nariz con su habitual entusiasmo. No habló hasta que volvió a guardarse el pañuelo en el bolsillo.

—Estamos suponiendo que es el arma del crimen, porque tiene la sangre de Jillian. ¿Es una suposición segura?

—Ya he recorrido ese camino contigo y no nos ha llevado a ninguna parte.

Hardwick se encogió de hombros, escéptico.

Gurney lo miró.

—¿De qué otra manera podría haber llegado la sangre a él? Y si el machete no salió de la cabaña, ¿de dónde salió?

—¿Y cuándo?

—¿Cuándo?

Hardwick sorbió, sacó otra vez el pañuelo y se sonó la nariz.

—¿Te fías del vídeo?

—Hablé con la compañía que lo hizo y con la gente del laboratorio del DIC que lo analizó. Los expertos me dicen que el vídeo es preciso.

—Si eso es cierto, el machete no podría haber salido de la cabaña entre el asesinato y el momento en que lo encontraron. Punto. Así que no era el arma del crimen. Punto. Y la maldita sangre tuvo que llegar a él de otra manera.

Gurney podía sentir cómo sus pensamientos se estaban reorganizando. Sabía que Hardwick tenía razón.

—Si el asesino pasó por el problema de poner la sangre en el machete —dijo, medio para sus adentros—, eso crearía un nuevo conjunto de preguntas, no solo cómo y cuándo, sino lo que es más importante: por qué.

¿Por qué el asesino se había molestado en construir un engaño tan complejo? En teoría, el propósito de una acción pasada, si esta funcionaba según lo planeado, podía descifrarse de sus resultados. Así pues, se preguntó Gurney, ¿cuáles fueron exactamente los resultados de que pusieran el machete donde estaba con la sangre de Jillian en él?

Respondió su propia pregunta en voz alta.

—Para empezar, lo encontraron rápida y fácilmente. Y todos concluyeron de inmediato que era el arma homicida. Eso abortó cualquier posterior búsqueda de una posible arma. El rastro de olor que conectaba la cabaña con el machete parecía concluyente y probaba que Flores había escapado por esa ruta. La desaparición de Kiki Muller reforzaba la idea de que Flores había abandonado la zona, se supone que en su compañía.

—¿Y ahora…? —preguntó Hardwick.

—Y ahora no hay razón para creer nada de ello. De hecho, todo el escenario del crimen adoptado por el DIC parece haber sido manipulado por Flores. —Hizo una pausa, pensando en lo que aquello podía implicar—. ¡Cielo santo!

—¿Qué pasa?

—La razón por la que Flores asesinó a Kiki y la enterró en su propio patio…

—¿Para que pareciera que había huido con ella?

—Sí. Y eso hace que el asesinato de Kiki parezca la ejecución más fría y más pragmática imaginable.

Hardwick parecía confundido.

—Si era tan pragmático, ¿por qué un método tan espantoso?

—Quizás es otro ejemplo de la motivación doble del asesino: ventaja práctica más patología galopante.

—Más talento para crear mentiras para que la gente las extienda por el vecindario.

—¿Qué clase de mentiras?

Hardwick estaba obviamente excitado.

—Piénsalo. Todo este caso está lleno de historias jugosas desde el principio. ¿Recuerdas la vecina mayor, Miriam, Marina, cómo se llama, la del airedale?

—Marian Eliot.

—Exacto, Marian Eliot, con todas sus historias sobre Héctor: la estrella de la historia de Cenicienta, la estrella de la historia de Frankenstein. Y si lees las transcripciones de las entrevistas a los vecinos, ves a Héctor como el amante latino, y a Héctor como el marica celoso. Incluso tú has añadido la tuya: la historia de Héctor como el vengador de entuertos pasados.

—¿Qué estás diciendo?

—No estoy diciendo nada, estoy preguntando.

—¿Preguntando qué?

—¿De dónde coño salen todas estas historias? Son historias fascinantes, pero…

—Pero ¿qué?

—Pero ninguna de ellas se basa en una prueba sólida.

Hardwick se quedó en silencio, pero Gurney notó que el hombre tenía más que decir.

—¿Y…? —lo instó.

Hardwick negó con la cabeza, como si no quisiera decir nada más, pero habló de todos modos.

—Pensaba que mi primera mujer era una santa. —Se sumió en un silencio distante durante un largo minuto o dos, mirando el paisaje que pasaban, los campos húmedos y las granjas viejas—. Nos contamos historias a nosotros mismos. Pasamos por alto las pruebas reales. Ese es el problema. Así es como funciona nuestra mente. Las historias nos encantan. Necesitamos creerlas. ¿Y sabes qué? La necesidad de creerlas puede ser nuestra perdición.