EPÍLOGO

Un año después

—CORRE IAN, POR DIOS, QUE NO LLEGAMOS —APREMIÓ Nora.

—Tranquila, pelirroja. No me pongas más nervioso —contestó histérico al ver sudar y resoplar a Nora.

—Mamá, respira. Respira y no te pongas nerviosa —animaba Hugo mientras Ian sorteaba el inexistente tráfico. Eran las cuatro de la madrugada, y la M-513, la carretera de Boadilla del Monte al hospital Montepríncipe estaba vacía.

Diez minutos después, los tres llegaban al hospital. Allí ya les esperaba una embarazadísima Chiara del brazo de Arturo. Tras pasar por urgencias y rápidamente ingresarla, el médico de turno avisó al médico de Nora.

—He avisado al doctor Velasco —dijo el médico a Ian, que sudaba tanto o más que Nora—. Su mujer tiene seis centímetros de dilatación, y al no ser primeriza, lo más seguro es que el bebé este aquí pronto.

Al escuchar aquello, Ian miró a Chiara, que le sonrió. Pero fue Arturo quien le animó.

—Papito, reacciona, que vas a ser padre.

Ian estaba tan nervioso, que no daba pie con bola.

—No se preocupe —sonrió el médico al futuro padre—. En pocos minutos bajará el doctor Velasco. Pero sería conveniente que pasara por admisión para dar algunos datos.

—Ay, dios, que dolor —gimió Nora ante una nueva contracción.

Ian la escuchaba descompuesto. Ver a Nora sufrir le estaba matando. Como buen padre primerizo, no se saltó ninguna de las clases de preparación al parto, e intentó ayudarla.

—Cariño, escúchame —dijo tocándole la frente—. Recuerda las respiraciones, intenta cambiar ahora a la respiración abdominal.

Nora lo miró con cara de pocos amigos. Al ver cómo este le guiñaba un ojo y sonreía, intentó sonreír. Pero al final su gesto cambió y blasfemó.

—Joder… maldita sea, no quiero respirar.

Al escucharla todos, extrañados, la miraron. Nora nunca blasfemaba y su autocontrol era inigualable.

—¡Nora Cicarelli! —exclamó Chiara acercándose a ella—. ¿Desde cuándo dices palabrotas?

Pero Nora no contestó. Solo la miró con ganas de estrangularla.

—Vamos a ver, pelirroja —susurró Ian tomándole la mano—. Intento entender que esto te duele muchísimo y que nuestra niña quiere salir. Pero si no respiras como nos han dicho en las clases, lo pasarás peor. No seas cabezona, mi amor.

—Mamá, Ian tiene razón —prosiguió Hugo—. Venga… vamos… inspira… respira… inspira…

Nora comenzó a hacerlo, pero tras una nueva contracción gritó a su amiga:

—¿Por qué me has permitido que me quedara embarazada?

—¡Serás mala! Te recuerdo, Nora, que tú te quedaste embarazada cuando me viste a mí. Envidiosa —contestó Chiara con una sonrisa señalándose su enorme barriga.

Ian, agobiado y preocupado, las miró sin entender nada. Estaba incluso tan asustado que le apetecía llorar. Chiara, tras apretarle en el hombro, le indicó que se marchara a rellenar los papeles de admisión. Arturo le acompañaría. Ella se quedaría con Nora.

—Vamos a ver, tesoro —señaló Chiara—, relájate porque estás asustando al pobre padre de la criatura, y como sigas comportándote así, lo vamos a tener que ingresar por estrés traumático.

Nora se avergonzó, pobre Ian.

—Ay, dios, Chiara —gimió al escucharla—. Me estoy comportando fatal, pero… pero… —de nuevo otra contracción—. ¡Joder… cómo duele!

—Respira, Nora… respira —prosiguió su amiga con cariño—. Vas a tener una niña preciosa y cuando la tengas en brazos, te olvidarás de todo este dolor. Ahora sonríe un poquito, por favor.

—¡Que sonría… que sonría! —rugió la parturienta.

En ese momento se abrió la puerta de la habitación. Aparecieron Luca, Dulce y Valentino con la pequeña Nora.

—¿Cómo estás, mamá? —preguntó Luca preocupado, pero al ver su cara señaló—: Vale, mamá, tranquila. Respira, sobre todo respira.

—A ver… que corra el aire —dijo Chiara mientras veía entrar a Ian y a Arturo.

—Ya está, cariño. Tu doctor ya viene —dijo esté besándole la frente.

—Llévame directa al paritorio que el que viene es el bebé —gritó esta.

A Nora le dio otra fuerte contracción. Tumbada en la cama, asió la mano de Ian y se la retorció de tal manera, que este aulló de dolor ante la cara de horror de todos.

—Respira, mamá… respira —volvió a decir Hugo.

Una vez pasada la contracción, Nora los miró a todos y deseando degollarlos gritó:

—Como alguien más me vuelva a decir respira… juro que lo mato.

En ese momento se abrió la puerta de la habitación. Apareció una enfermera junto al doctor Velasco con su sonrisa amable.

—Aquí hay mucha gente —se quejó la enfermera, Todos, a excepción de Chiara e Ian, salieron.

El doctor, parándose ante ellas, las saludó. Centrándose en Nora dijo:

—Por lo que veo, ha llegado el día esperado, ¿no? —ella asintió. No podía hablar—. Muy bien. Pues ahora respira… inspira con tranquilidad que…

Nora, al escucharle puso los ojos en blanco, lo agarró del brazo y con una fuerza que les dejó atónitos, tiró de él y gruño.

—Lléveme ahora mismo al paritorio, que la niña sale aquí.

Con rapidez el doctor levantó las sábanas y tras poner cara de agobio, gritó:

—Enfermera, no hay tiempo. Esta mujer va a dar a luz aquí. Traiga todo lo necesario —luego, tras mirar a Ian, señaló—: Ayúdame a retirar la cama de la pared para que puedas ponerte en la cabecera y sujetarle los hombros.

—Te ayudaré —dijo Chiara muy dispuesta.

Y antes de que estos pudieran decirle que se estuviera quieta, con toda su fuerza tiró de la cama y de pronto susurró:

—Mamma mia… ¡Acabo de romper aguas!

Nora, al escuchar aquello, comenzó a reír, pero una nueva contracción le cortó la risa. Una vez se recuperó, llamó a su amiga.

—Chiara… —esta la miró con cara de horror—. ¿Quién es ahora la envidiosa? Sonríe… sonríe… que tu precioso niño ya está aquí.

—¡Enfermera! —gritó de nuevo el doctor al tiempo que pulsaba un botón.

Los que esperaban fuera, al escuchar el grito del doctor y ver que se encendía una luz parpadeante en la puerta, entraron con rapidez. Chiara anunció con un gemido:

—Acabo de romper aguas y esto va a doler mucho.

Arturo, al escuchar aquello y ver el charco a los pies de su mujer, tras cruzar una mirada con Ian, puso los ojos en blanco y se desmayó.

—Mamma mia, Arturo, no es momento de desmayarse —gritó histérica Chiara.

Con rapidez, Ian y Valentino lograron retenerlo para que no se estampara contra el suelo. Lo sentaron en un butacón junto a la cama de Nora. El doctor, sin dejarse convencer por Chiara, ordenó llevársela a quirófano. Su marido ya iría cuando despertara. Segundos después, cuando este recobró la consciencia, fue Ian el que bromeó:

—Papito, reacciona, que vamos a ser padres.

Tres horas después, un orgulloso Arturo entró en la habitación de Nora con un pequeño en los brazos llamado Alex. Chiara estaba bien, pero agotada, Ian, por su parte, cuando nació la pequeña Amanda, fue hasta la habitación de Chiara para que esta conociera a su sobrina. En ambas habitaciones se lloró, y el doctor tuvo que prometer a las madres de las criaturas, antes de que lo volvieran loco, que al día siguiente las pasaría a la misma habitación.

Aquella noche, cuando todos se marcharon Ian y Nora se quedaron solos, ella cogió a la pequeña Amanda en brazos y sonrió mientras él, aún nervioso por todo lo vivido, las miraba sin poder creer que aquellas dos pelirrojas eran su mujer y su hija.

—¿Por qué nos miras así, cielo? —preguntó Nora feliz.

Ian, levantándose del sillón con una seductora sonrisa, se sentó junto a sus chicas y tras besar a Nora, primero en la frente, luego en la nariz y finalmente en los labios, le susurró:

—¿Ahora ya querrás casarte conmigo, pelirroja?

Nora, al escucharle, sonrió. Ian llevaba un año pidiéndoselo, pero tenía muy claro que no quería vestirse de novia siendo un tonel. Al ver que ella no contestaba, él susurró con amor:

—Te miro porque te quiero, porque hoy has estado a punto de volverme loco y destrozarme los brazos —sonrió al ver cómo Nora fruncía el ceño al ver sus arañazos—. Te quiero porque eres lo más bonito que me ha pasado en la vida y, por último, te quiero porque me has dado lo más preciado que un hombre como yo pueda desear.

Nora, feliz, lo besó y dichosa le murmuró:

—Te quiero y por supuesto que me casaré contigo, highlander.