El HIGHLANDER y el inglés

EN MADRID, CONCRETAMENTE EN MAJADAHONDA, Enrique Santamaría, jefe de la Unidad de Droga y Crimen Organizado (Udyco) de Madrid, mantenía una tensa reunión con Blanca Sánchez, Brad Cocker y Carlos Méndez, varios de sus agentes. Desde hacía un año, trabajaban en el caso Berni, entre muchos otros. Un caso de estupefacientes, robo de joyas y obras de arte que hasta el momento no habían logrado resolver. Enrique Santamaría era un hombre de unos sesenta años, canoso, robusto, tremendamente serio y frío. Rara vez confraternizaba con sus hombres. Aunque sabían que a pesar de su aparente frialdad, en más de una ocasión sacó la cara por sus hombres ante altos cargos de la Udyco.

—La conexión está en el club —señaló Brad, un rubio inglés, simpático y bromista, quien desde hacía dos meses trabajaba en el club, haciéndose pasar por un monitor de tenis inglés llamado Max Newton—. Pero tenemos que dar tiempo al tiempo. Estos casos no se resuelven en dos días, es bien sabido por todos que tanto las obras de arte como las joyas son guardadas durante tiempo antes de sacarlas de nuevo a la venta.

—Llevamos un año con este tema —gritó enfadado Santamaría. ¿Cuándo acabará?

—Perdone que le corrija, jefe —arremetió Brad—. Este caso lo llevaban Juan y Alfredo. Si ellos en un año no han sido capaces de solucionarlo, ¿espera que nosotros en dos meses lo solucionemos?

—Solo espero archivarlo antes de jubilarme —respondió entendiendo lo que aquel joven muchacho decía. Era injusto, pero a él también le presionaban de las altas esferas.

—Todos le entendemos —añadió Carlos mirándole—, pero estamos comenzando con este caso y…

—Tenéis razón, chicos —se disculpó hundiendo su gran cuerpo en la silla. Mientras, Blanca observaba y escuchaba en silencio.

—Quizá debería infiltrarme yo también —propuso Blanca, una mujer rubia, de estatura media, con agallas y campeona en tiro.

Solo llevaba en Madrid quince días. Anteriormente había trabajado para la Brigada Central de Estupefacientes (BCE) de Andalucía. Pero tras la ruptura con su pareja, pidió el traslado a Madrid, Necesitaba comenzar de nuevo.

—Siempre verán más cuatro ojos que dos, y escucharán más cuatro orejas que dos.

—Creo que será lo mejor —asintió Santamaría rascándose la oreja—. Pero irás en calidad de socia del club. Ahora llamo a Rodríguez y que prepare tu nueva identidad. ¡Méndez! Quiero ver encima de mi mesa todos los expedientes de las personas que son o han sido socias de ese club. Incluidos visitantes y trabajadores —dijo levantándose, y antes de salir por la puerta sin despedirse, señaló—: Exijo resultados.

—Uf… —suspiró Blanca al quedar los tres solos—, ¿siempre es así?

—¿Quién? —bromeó Carlos—, ¿el jefe o las reuniones?

—Santamaría es un tipo estupendo. Ya le irás conociendo —añadió Brad acercándose a ella, y bromeó—: ¡Vaya! Soy tan irresistible, que quieres verme durante más horas.

—No me van los ingleses graciosos como tú —respondió cerrando su carpeta.

—¡Guau! —gritó divertido Carlos—. ¡Esto promete!

—Te voy a dar una recomendación, ¡listilla! —contestó Brad tocándole el hombro—. Quiero que estés con mil ojos en el club, y recuerda: estaré allí para cuidarte.

La muchacha, clavándole una furiosa mirada, espetó:

—De momento, Brad, quítame las zarpas de encima. No recuerdo haberte dado permiso pura tocarme.

—¿Brad? —repitió guasonamente mientras quitaba sus manos del hombro de aquella—. Querrás decir ¡Max!, no vayas a confundirte en el club, preciosa.

—Tranquilo, Max. Soy buena en mi trabajo. No necesito ningún guardaespaldas, y menos si ese capullo eres tú, ¡gilipollas! —gritó acercándosele—. Ah, por cierto. Para que no te confundas, soy lesbiana. Tengo muy mala leche y, por supuesto —dijo saliendo por la puerta—, me cuido yo sola.

—Lo dicho —rió Carlos al ver la cara de su compañero— ¡esto promete!

—¡Jodida lesbiana tocapelotas! —murmuró Brad al verla salir con el ceño fruncido y pisando fuerte—. Creo que será divertido tener como compañera a la mujer de hierro.

—Y espero que productivo —aclaró Carlos muerto de risa mientras salía. En ese momento sonó el móvil de Brad.

—¡Highlander! —saludó a su amigo Ian MacGregor, subinspector de policía del Greco (Grupo de Respuesta Especial para el Crimen Organizado)—. ¿Cómo está mi escoces preferido?

—Seguro que no tan bien como tú, puñetero inglés —respondió con una sonrisa al escuchar aquel saludo, highlander; un mote que solo tres personas conocían—. ¿Te llamó Gálvez?

—Digamos que sí —sonrió al pensar en él—. Por lo que se, Vanesa ha conseguido lo que quería. Primero casarse, luego comprar el adosado, y ahora jugar a tener bebés.

Divertido por aquello, Ian respondió:

—Yo creo que esa historia es más bien al revés. Gálvez persiguió a la muchacha hasta que consiguió convencerla de que él, y solo él, era el hombre de su vida. Cosa que tampoco costó mucho. Vanesa estaba tan enamorada de él como viceversa.

—En serio —dijo Brad—, están contentísimos. Hace una semana fui a Canarias a verlos. Vanesa está preciosa. Cuando supo que iba, ¡ya sabes!, me preparó una bandeja de sus canelones. ¡Dios, qué canelones hace esa mujer!, y Gálvez… Uf, Gálvez está atontado con la noticia. Será un padrazo.

—No es para menos —respondió Ian; al recordar a su grandote amigo (Gálvez. Policía de la científica de Canarias—. A ver si me animo y voy a verlos.

—¿Qué tal por Barcelona?

—Ya sabes, los líos de siempre.

—Me enteré por un informe interno de que vuestra unidad consiguió encerrar al capo Vittorio Spagliatello.

—Sí. Espero que se pudra en la cárcel durante muchos años —murmuró pensando en el trabajo tan intenso realizado para cazar al capo y a sus más allegados—. Ha costado, pero lo hemos conseguido. ¿En qué andas metido ahora?

—El caso Berni. Lo llevamos Carlos, una listilla y yo.

—Ya no está con vosotros Alicia Rivera —preguntó al no escuchar su nombre.

—Pidió el traslado a Zaragoza. Se enamoró de un médico de allí y se marchó. En su lugar nos han mandado a Blanca Sánchez, la mujer de hierro. Una agente con mucho carácter.

—¡Vaya, amigo! Veo que tienes compañera nueva a quien tirar los tejos.

Brad era un inglés atípico. ¡Era divertido! No había mujer que pudiera resistirse a sus encantos personales. Sus ojos azules y su simpatía las volvían locas.

—¡Uf…! —silbó Brad al ver a Blanca salir acompañada por Rodríguez—. Con esta no tengo nada que hacer. Esta mañana le toqué el hombro bromeando, y con un gesto nada dulce me dijo que quitara mis zarpas de su cuerpo. Me aclaró que era lesbiana, que tenía mala leche y que se cuidaba sola. Todo eso en menos de dos segundos. Encima, campeona de tiro. ¡Increíble!

—La habrás asustado —sonrió al escucharle—. Seguro que no es tan borde como quieres hacerme creer. Por cierto, mañana me voy para Italia. Necesito desconectar un poco de todo esto. Y como me deben días, los aprovecharé.

—Dale recuerdos a mi amada Rosalía —suspiró al pensar en la madre de Ian—. Dile que en cuanto pueda me escaparé a verla. ¿Tu padre estará allí?

—No. Está en Glasgow. En sus tierras —susurró al pensar en él—. Intentaré pasar unos días con mamá en Italia y otros con él en Glasgow.

—Veo que siguen igual —chasqueó la lengua Brad al decir aquello.

—Es la batalla de siempre. Ella quiere vivir en Nápoles y él en sus tierras. Espero que algún día se aclaren.

—Seguro que sí, en el fondo se quieren. Besa de mi parte a tus hermanas y a los niños, y en especial a la preciosa amiga de Loreta, Clementina.

—¿Tú estás loco? —rió al recordar el episodio entre Clementina, Brad y el padre de esta—. ¿Quieres que me mate Gaetano? Si quieres algo con Clementina, vas y la llamas, que para eso te conseguí su teléfono. Cuando vuelva de mi visita, prometo pasarme por Madrid a recogerte para ir a ver a Gálvez y a Vanesa. Por lo tanto, pórtate bien y hasta pronto.

—Hasta pronto, highlander —rió mientras cortaba la comunicación y caminaba hacia Méndez, que le llamaba.