¿BAILAS?

EL LUNES, TRAS LA BODA, NORA DESCARGÓ EN EL TRABAJO la tarjeta de memoria de su cámara y visualizó las fotos. ¡Eran estupendas y divertidas! Había retratos de todos. Rió al ver las fotos de Chiara y Arturo cortando la tarta, Lía bailando con las gemelas, Blanca y las chicas posando, Giuseppe brindando con Valeria y Pietro, Susana besando a la pequeña Nora, Khady riendo con Luca y Hugo, Dulce bailando con Richard, Lidia y Luana brindando con Valentino, y también había fotos de Ian. Al verlo, un escalofrío de excitación le recorrió todo el cuerpo. Con el ratón agrandó su rostro y ocupó toda la pantalla de su ordenador. Era increíble la sensualidad que desprendía aquel hombre. Esa mirada oscura le volvía loca. Mirar aquellos ojos negros y sus poderosos labios le hacía sentirse vacía. Echaba tantísimo de menos sus besos, sus abrazos y sus sonrisas, que a veces creía que se le partiría el corazón. Cuando Giorgio dejó de quererla, creyó morir. Pero ahora, y tras conocer a Ian, estaba muerta.

«Oh, dios, voy a volverme loca», pensó agobiada. Apagó el ordenador de golpe.

Al día siguiente Nora, junto a toda la familia de Italia, acudió a casa de Chiara y Arturo. Finalmente le había confeccionado un álbum de boda precioso. Antes de cenar, Nora y Chiara reunieron a sus hijos mientras Arturo, con el resto de la familia, tomaba algo en el comedor. En la cocina les expusieron la idea de pasar el fin de semana con Loredana y Giorgio. Hubo infinidad de opiniones, pero tras entender que su padre y su abuela necesitaban una oportunidad, cedieron y aceptaron. Aquella noche cenaron todos juntos y Arturo y Chiara brindaron por la familia.

Dos días después estaban en el aeropuerto. Todos los que habían acudido a la boda se marchaban para Venecia. Nora, tras salir del aeropuerto, se despidió de Chiara y corrió a la oficina. Tenía una reunión urgente. Tras la reunión, pasó dos días buscando y clasificando las mejores fotos realizadas por la revista en los últimos veinticinco años. Salía un número especial y querían mostrar lo mejor que habían publicado. Aquella búsqueda le sirvió para no pensar. A partir de ese momento, la hiperactividad se hizo dueña de su vida, y cuando quiso darse cuenta era viernes.

El viernes a las cuatro llegó Giorgio. Había alquilado una monovolumen para llevar a todos los muchachos juntos. Con una sonrisa, Nora los despidió deseándoles un buen fin de semana. A las cinco, Lola se marchó a Cuenca. Se casaba una sobrina suya y estaba emocionada. Y a las seis, Arturo y Chiara pasaron a despedirse. Se marchaban de luna de miel a Hawai, el viaje de sus sueños. A las ocho de la tarde, sola y aburrida, se puso un vaquero viejo, una camiseta y decidió limpiar su armario. ¡Falta le hacía!

Cuando pasó por el salón, encendió el equipo de música. Con seguridad, un poco de ritmo le alegraría. Tras dar al play, los primeros acordes de Me and Mrs. Jones se adueñaron del salón. Paralizada por esa canción, apagó de golpe el equipo. No quería martirizarse más con aquello.

Ofuscada, comenzó a sacar todo lo que había en el armario. Colocaba en sitios diferentes lo que tiraría y lo que donaría a alguna ONG. Sobre las doce de la noche, la habitación era una auténtica leonera. Había ropa por todos lados, y se sorprendió cuando vio que guardaba más ropa de la que ella creía. Tenía ropa de todos los colores, formas y tallas. ¿Para qué guardaba faldas de la talla cuarenta, si desde que nació Lía utilizaba la cuarenta y cuatro?

A la una de la madrugada, le apeteció tomar un vaso de leche. No había cenado y su tripa crujió. Bajó a la cocina, sacó la leche de la nevera, cogió un vaso y tras calentarlo en el microondas, se sentó mientras observaba encima de la mesa la pecera con el pez azul. «Así me siento cuando te veo y no te puedo tocar», recordó su mente.

—¡Se acabó! No puedo seguir pensando en él —gruñó y se levantó.

Aburrida, se dirigió al salón, se sentó en el sillón, puso la tele y se quedó mirando una película antigua de Elvis Presley, una de tantas que hizo en Hawai, y sonrió al imaginarse a Arturo y Chiara bailando el hula-hula. «Seguro que lo pasarán fenomenal», pensó mientras lloriqueaba como una imbécil con la película.

Cuando terminó la película, con lágrimas en los ojos fue de nuevo hacia su habitación. ¡Dios, qué caos! Ropa por aquí, ropa por allá, y de pronto se fijó en un álbum de fotos caído. Sonrió tristemente al abrirlo. Era el álbum de fotos de su boda. «¡Qué jóvenes éramos!, y sobre todo qué inocente era yo», pensó al verse en aquellas fotos con veinte años menos.

Cuando vio una foto de Luca, su maravilloso hermano, sollozó. ¡Cuánto le había echado de menos toda su vida! En aquellas fotos estaba también tía Emilia, y de nuevo lloró. Con una triste sonrisa, reconoció al novio que trajo tía Emilia a su boda, aquel arqueólogo más joven que ella con el que vivió en Egipto mientras desenterraban la tumba de algún faraón. De pronto, las voces de Emilia y de Luca tomaron forma para recordarle aquello de «no te niegues la felicidad, vive y deja vivir».

Divertida, se imaginó lo que pensaría su tía de su atracción por Ian. Seguro que diría: «Está buenísimo, no te bajes del tren». Y no se sorprendió cuando en su mente escuchó la voz de su hermano Luca diciéndole: «Pelirroja, ¿qué estás haciendo?».

Agobiada por los recuerdos y los sentimientos, cerró el álbum de fotos. ¡No necesitaba llorar más! Dejándolo a un lado, comenzó a meter la ropa en bolsas. Tras más de una hora de intenso trabajo, una foto tirada en el suelo atrajo su atención. Al acercarse para cogerla, se dio cuenta de que estaba escrita con la letra de su hermano Luca. Al cogerla, un extraño escalofrío recorrió su columna cuando leyó: «No te niegues la felicidad, porque la vida solo se vive una vez». AI volver la foto, de nuevo aparecieron Luca y tía Emilia. Jóvenes y guapos, brindando por ella el día de su boda. Dos personas que siempre habían procurado vivir la vida. Dos personas a las que ella adoraba y que siempre le habían dado buenos consejos. Dos personas que acababan de abrirle los ojos.

Aquella noche, Ian llegó tarde a casa. Blanca y Carlos se empeñaron en cenar en un restaurante cantonés. Allí hablaron sobre sus planes para el fin de semana. Blanca lo pasaría con su hija, Carlos tenía una cita y él continuaría lamiéndose las heridas. Tras ver a Nora en la boda, su imagen no había desaparecido ni un solo segundo de su mente. Cualquier cosa le recordaba a ella. ¡Iba a volverse loco!

Sobre la tres de la madrugada, directamente se metió en la ducha. Media hora después, salió del baño mojado, con una toalla enrollada en la cintura. Sin querer, dio un golpe con el pie en la mesilla. La pistola que guardaba en el doble fondo cayó al suelo. Aquello atrajo de nuevo a su memoria a Nora, y sonrió al recordar su reacción la tarde que descubrió la pistola. Enfadado por no lograr contener sus recuerdos, abrió el armario para coger una muda limpia. Blasfemó al ver el casco de moto que él le había comprado. Con rapidez cogió la ropa, cerró el armario dando un portazo y se encaminó hacia el sillón. Allí se tiró para intentar evadirse viendo una película.

La película resultó ser un verdadero tostón romántico, ¡justo lo que no necesitaba! Diez minutos después, decidió pasar de la película y terminar de leer el libro que tenía a medias, cuando de pronto el timbre de su puerta sonó. Extrañado, miró su reloj. Las cuatro menos diez de la madrugada. «¡Ha pasado algo!», pensó alarmado.

Tras llamar al timbre, a Nora le entró el pánico. ¿Y si ya era tarde? Pero cuando Ian abrió la puerta, tan sexy y con el cabello mojado, además de quedarse sin habla, se aferró a la esperanza de que todavía la quisiera.

—Nora, ¿ocurre algo? —consiguió decir Ian al verla allí ante su puerta.

—Pues… yo —susurró quedándose sin palabras.

«Ay, dios, qué patética soy. Pero tengo que hacer algo. Te quiero, maldita sea», pensó incapaz de hablar.

—Nora, me estás asustando. ¿Estás bien? ¿Ocurre algo? —repitió sin perder la poca cordura que le quedaba. E1 perfume de ella inundaba sus fosas nasales, y con rapidez todo su cuerpo comenzó a reaccionar a la presencia de esa mujer.

—Sí, sí, claro que ocurre algo —asintió reponiéndose mientras miraba como una idiota la vena que latía bajo el tatuaje de su brazo.

—Vamos a ver, Nora —intentó él no perder la calma mientras se contenía para no meterla dentro y quitarle la ropa a mordiscos—. Son casi las cuatro de la madrugada, estás llamando a mi puerta, ¿qué te pasa?

—¡Quiero bailar! —dijo de pronto ella descolocándole.

Ian, incrédulo, la miró. Esperaba cualquier palabra menos un «quiero bailar».

—¿Qué? —preguntó creyendo que había oído mal.

Con una extraña mirada que dejó a Ian fuera de juego, sacó del bolsillo un CD y señaló.

—¿Puedo pasar y usar un momento tu equipo de música?

—Sí, por supuesto —asintió él retirándose de la puerta para dejarla pasar.

«Esta mujer me volverá loco», pensó mientras cerraba la puerta y la seguía con la mirada. Ella encendió el equipo de música e introdujo el CD. Pocos segundos después, las primeras notas envolvieron el loft. Ian tembló y cerró los ojos cuando escuchó los primeros acordes de Me and Mrs. Jones, ¡su canción! Entonces Nora comenzó a hablar.

—Una vez me hiciste prometer que siempre bailaría contigo esta canción —susurró acercándose a él—. ¿Bailas?

¿Aquello era un sueño o estaba ocurriendo en realidad? Sin mediar palabra, Ian la agarró.

—Nora… —susurró con voz ronca emocionado al darse cuenta de que por fin ella había vuelto a él—. Yo…

—Te quiero —interrumpió ella—. Te quiero, y quiero que me quieras y que me necesites tanto como yo te necesito a ti —al escuchar aquello Ian, emocionado, apoyó su frente sobre la de ella—. Desde que te conocí, mi vida pasó de ser oscura y triste a ser maravillosa, divertida y llena de colores. Has aguantado por mí cosas que me han demostrado lo fuerte, buena persona y hombre que eres. Y si por mis tonterías y mi mala cabeza ahora me dices que dudas si me quieres, haré que me vuelvas a querer. Porque seré más pesada que la idiota de Raquel —eso le hizo sonreír—, y te perseguiré hasta que te des cuenta de que no puedes vivir sin mi.

—No puedo vivir sin ti y… —susurró, pero ella le tapó con un dedo la boca y continuó.

—Me quieres por quien soy, con mis años, mis hijos, mi nieta, mi familia, mis kilos y mis inseguridades.

—Sobre todo tus inseguridades —asintió él mientras se contenía por besarla.

—Te quiero, cariño —susurró abrazándolo—. No sé qué nos deparará la vida, pero la vida junto a ti, hoy por hoy es lo que necesito. No sé si estaremos juntos dentro de tres años o diez, solo sé que quiero vivir contigo el presente porque ya no sé vivir sin ti. Necesito tus abrazos, tus besos, tus miradas, y —le empezó a temblar la voz— ahora, tras todo lo que te he dicho, quería saber si todavía estoy a tiempo de demostrarte todo aquello que nunca te he demostrado. Sé que soy cabezona, y a veces gruñona…

Ian, encantado de escucharla, asintió.

—Muy muy gruñona —matizó abrazándola con amor. Estaba allí y era lo que importaba.

—Ay, dios, Ian… Tienes razón, ¡soy muy gruñona! —asintió notando cómo su cuerpo y el de él ardían.

—También eres muy mandona. A veces desquiciante, pero terriblemente preciosa —susurró besándole el cuello—. Te he echado de menos, pelirroja.

—No quiero volver a alejarme de ti —gimió Nora dejándose llevar por la pasión.

—No lo harás —murmuró besándola mientras cogía algo que estaba encima de la mesa.

Ambos sonrieron cuando se escuchó un clic.

—Cariño —sonrió Ian mirándola—, hace tiempo te dije que la segunda vez que te pusiera las esposas, ya nunca más te separarías de mí.

—Entonces —sonrió ella anhelando besar de nuevo aquellos labios—, esto quiere decir que vuelvo a tener la oportunidad de…

Mirándola con una expresión salvaje y llena de pasión, Ian la cogió en brazos y se la llevó a la cama.

—Nunca la has perdido, pelirroja —y tras darle un tórrido beso, repitió—: Tú mi amor nunca lo has perdido.