VENECIA

A LA MAÑANA SIGUIENTE CHIARA, AGOTADA Y TRAS pensárselo dos mil veces, se presentó en la consulta de Arturo Pavés. Cuando Arturo la vio, al principio pensó que era un espejismo, ¡Chiara allí!, y al enterarse de que iba a ser padre, se quedó pálido, paralizado y sin palabras. Chiara, sin decir nada, se encaminó a la salida. Pero antes de poner un pie en la calle Arturo estaba a su lado pidiéndole que se casara con él, dejando ahora a Chiara pálida, paralizada y sin palabras. Una vez consiguió reaccionar, le besó y quedó en contestarle cuando volviera de su próximo viaje a Italia.

La cara de Nora mejoró. Tras pasar por todos los colores del arco iris, volvió a la normalidad gracias a los cuidados de todos. En especial de Ian, que estuvo pendiente de ella en todo momento. Giorgio no volvió a acercarse a ella ni a sus hijos. De pronto, estaba desaparecido. Ian pensó en buscarle. Para él era fácil. Pero finalmente decidió no liar más las cosas y dejarlo pasar de momento. Aunque días más tarde se enteró de que Hugo se había personado en casa de su padre y habían tenido una dura discusión.

Dulce y Luca continuaron adelante con su particular historia y Nora, tras hablar mucho con ellos y hacerles ver cómo les cambiaría la vida la llegada de aquel bebé, les dio la oportunidad de comenzar sus nuevas vidas viajando juntos a la boda de Luana.

Llegaron a Venecia dos días antes de la boda, todos menos Ian. Luca dio la noticia a sus abuelos y, como era de esperar, a Susana aquello no le pareció bien, mientras que Giuseppe abrazó a su nieto ofreciéndole toda la ayuda que pudiera necesitar. Chiara, por su parte, decidió callar su noticia. Sabía que con la de Luca y la llegada de Ian, de momento, Susana tenía bastante. ¡No quería machacarla!

La mañana de la boda, Nora fue al aeropuerto Marco Polo de Venecia a buscar a Ian. Con horror, comprobó que su avión llegaba con dos horas de retraso. Volvió a casa, se cambió de vestido y acudió de nuevo a buscarle. Ian, sin apenas tiempo de cambiarse, tuvo que correr hacia la iglesia. Estaba intranquilo por tener que conocer a los padres de Nora de aquella manera.

Sabía que con Susana, la madre de Nora, le sería difícil hablar y con Giuseppe, el padre, tenía en contra su sangre napolitana, pero aun así decidió dar el paso y enfrentarse a ellos. Ian no se amilanaba ante nadie. Además, había convencido a Nora para, dos días después, volar juntos a Nápoles. Sería un viaje relámpago pero merecía el esfuerzo.

Fue una boda bonita y tierna. En la homilía, el sacerdote hizo referencia a Luca y Verónica y todos lloraron al recordarlos. Valeria y Pietro, por su parte, estaban orgullosos de sus dos hijas, Lidia y Luana. Siempre habían sido unas niñas muy buenas que les habían llenado de alegría. Como ahora lo hacía la pequeña Khady.

Lidia, la hija mayor de los desaparecidos Luca y Verónica, había comenzado a cooperar años atrás en la ayuda a países del Tercer Mundo y ahora, con veintiocho años, ostentaba un cargo importante en una de las ONG más importantes. Eso implicaba viajar a menudo a países como Zambia y Mozambique. Susana, su abuela, muchas veces la increpaba para que buscara un hombre con el que levantar un hogar. Eso le hacía gracia a Lidia. Por su fuerte carácter y por su gran independencia, era una mujer que imponía a los hombres y eso hacía que estos no se acercasen a ella. Tiempo atrás, en uno de sus viajes, un día Khady, una pequeña huérfana mozambiqueña, se cruzó en su vida. Estaba desahuciada en el orfanato donde residía y gracias a los cuidados de Lidia y de los doctores, logró sobrevivir. Inició los trámites de adopción y un año después, cuando tenía casi dos años, aquella preciosa niña pasó a llamarse Khady Cicarelli. Era legalmente su hija y el centro de su vida.

Luana, la segunda hija de Luca, era más dulce y familiar. Desde pequeña demostró sus actitudes para en un futuro ser maestra. Cuando terminó sus estudios, cursó la carrera de Magisterio y, tras un año de dar clases en un centro, conoció a Sthepano Rossi, un profesor de matemáticas que la enamoró. Al contrario que su hermana Lidia, Luana siempre soñó con casarse de blanco y por la iglesia, idealizando aquel día como el que sería el más romántico de toda su vida. Y así lo fue. Aunque para su abuela se estuviera conviniendo en una auténtica pesadilla.

—Giorgio es quien debe estar aquí. Me da igual lo que digáis —gruñó Susana al escuchar a sus hijas.

—¡Santa madonna! —gruñó Valeria.

—¡Mamá, por dios! —protestó Nora preocupada al saber que Giorgio podría aparecer por allí—. Tienes que consultarme antes de invitar a mi ex marido. ¡No ves la situación tan embarazosa que puedes crear!

—Invito a quien me da la gana —dijo la mujer cruzándose de brazos—. Además, pienso que es una indecencia que traigas a ese muchacho y pretendas que lo presente a todos nuestros familiares como tu novio.

—Lo que es una indecencia, mamá, es que pienses así —murmuró Valeria al ver la cabezonería de su madre y la preocupación de Nora—. Cuándo vas a enterarte de que el mundo evoluciona y tus ideas antiguas y pasadas de moda ya no se toman en cuenta.

—No me dais más que disgustos —se ofuscó Susana sin gritar. No quería que la oyeran sus familiares—. Cada vez te pareces más a tu tía.

—Pues mira qué bien, mamá. Estoy encantada por ello resopló Nora.

—¡Mamá! —gritó Valeria.

Ian las observaba desde lejos. Tenía muy claro que discutían. Sus continuos movimientos con las manos las delataban. Sin pensárselo dos veces, comenzó a caminar hacia ellas, pero alguien se interpuso en su camino.

—Soy Giuseppe Cicarelli, padre de Nora —le tendió la mano amigablemente. Y por experiencia propia te aconsejaría que no te acercaras a esas fieras en estos momentos.

Al escucharle, hm sonrió y tendiéndole la mano, se pie sentó.

—Ian MacGregor, señor. Encantado de conocerle —y añadió con guasa—: El que es medio napolitano.

—Santo dios, muchacho, encantado de conocerte —rió Giuseppe al escuchar aquello—. Vayamos a tomar algo.

Pero antes de moverse, Ian atrajo su atención.

—Escúcheme, Giuseppe. Entiendo que ustedes estén preocupados por la diferencia de edad que existe entre Nora y yo, pero quiero que sepan que para mí no existe, y estoy a punto de conseguir que para ella tampoco. Quizá lo que voy a decir le parezca antiguo, pero soy de los que creen en el amor, y le puedo asegurar que estoy totalmente enamorado de su hija. Y el único favor que les pido es que me den tiempo para demostrarles que mi máxima prioridad en estos momentos es quererla y hacerla feliz.

—Me gusta escuchar eso —asintió Giuseppe emocionado por aquellas palabras—, y quiero que sepas que por mi parte todo está bien, y no solo por las palabras tan bonitas que acabas de decir, sino porque estos días, cuando he hablado con ella, he visto aparecer en sus ojos la libertad de la sonrisa —y acercándose le preguntó—: ¿Es cierto que perteneces a la unidad de droga y crimen organizado, o lo dijo para impresionarme?

Ian sacó su placa y se la enseñó.

—Soy subinspector del Greco —respondió sabiendo cómo impresionaban aquellas siglas a la gente. Pero qué narices, quería impresionar al padre de Nora—. También colaboro con la Udyco y ocasionalmente con el FBI.

—Vaya —asintió devolviéndole la placa impresionado—. Hoy no es el día, hijo, pero me gustaría que nos sentáramos y me contaras casos ya resueltos.

—Cuando quiera, señor —asintió sonriendo Ian.

—Llámame Giuseppe.

—De acuerdo, Giuseppe, cuando quieras.

En ese momento apareció Valeria y tras ver a su padre y a Ian, comentó sorprendida:

—¿Ya os conocéis?

—Digamos que sí —sonrió Giuseppe dándole una palmada en la espalda—, ya nos hemos presentado.

—Papá, tenemos un problema con mamá. Ha invitado a Giorgio —suspiró Valeria pidiendo comprensión a Ian con la mirada, y Nora está amenzando con marcharse.

—¡Dios santo! —gruñó mirando a su mujer, que seguía discutiendo con su hija—. Valeria, llévate a Ian a la fiesta. Voy a intentar solucionar este absurdo.

Valeria acompañó a Ian hacia la fiesta, cosa que a él le inquietó. Quería saber qué pasaba con Nora, pero Valeria no lo dejó retroceder y sin contar con su madre, comenzó a presentarle a todos y cada uno de los miembros de la familia. Media hora después apareció Nora del brazo de su padre y tras charlar un rato todos, Ian la invitó a bailar.

—¿Qué pasó entre tu madre y tú, pelirroja? —murmuró m su oído al abrazarla.

—Lo de siempre —suspiró sin darle más importancia—. Ella y sus problemas con el mundo exterior.

—Quizá no ha sido el mejor momento para presentarme —susurró acercando su nariz al pelo pelirrojo de aquella mujer que le volvía loco.

Nora se apartó para mirarle a los ojos.

—Escucha, nosotros vinimos a la boda de Luana porque ella, Valeria y Pietro nos invitaron. No podemos dejar de hacer las cosas porque mamá crea que no son oportunas. Si no ve bien mi relación, ¡perfecto!, intentaré entenderla. Pero lo que no voy a hacer es dejar de vivir mi vida. ¡Basta ya!

—Uf… —sonrió al escucharla—. Veo que te tengo bien engañada.

—Perdona, highlander —murmuró haciéndolo reír—. Digamos que más bien te tengo bien engañado yo a ti, que a pesar de todo sigues a mi lado —luego, al ver a su padre bailar con Lía, comentó—: Papá me ha dicho que le has dejado impresionado con tu placa de subinspector.

—No he podido resistirme —se carcajeó al responder y recordar la cara de asombro de Giuseppe—. No sé qué tendrán esas siglas que impresionan a todo el mundo. ¡Serán las películas que ven! —sonrió y luego, acercándola a él, le susurró al oído—: Me ha dicho que está contento. Ha visto en ti la libertad de la sonrisa. ¿Qué ha querido decir?

—Cosas de papá —sonrió al escuchar aquello—. Él siempre dice que una persona tiene la libertad de la sonrisa cuando es feliz. Eso se refleja en su cara, en sus ojos y en su alma. Papá siempre ha querido que seamos felices sin más. Mama también, pero ella siempre mira todo con lupa, desea que todo sea correcto y cualquier cosa que no cumpla sus normas le provoca un gran problema.

—Quizá tengamos que demostrarle que realmente nos queremos —y sin poder reprimirse más susurró—: Oí que tu madre había invitado a Giorgio.

—¿Quién te ha dicho eso? —preguntó sorprendida.

—Da igual, ¿vendrá?

—Deseo que no —suspiró y miró a sus hijos—. Espero que piense las cosas antes de venir. Los chicos no estarían muy contentos de verle.

—Ni yo —susurró apretándola contra su cuerpo—. No sería capaz de contener las ganas que tengo de ponerle la cara como él te la puso a ti.

—¡Olvida aquello! Odio la brutalidad —regañó mirándolo con desafío—. Y cállate, que te pueden oír.

—Cariño, no te preocupes. Sé dónde estamos —y saludó a Giuseppe, que en ese momento les miraba y sonreía.

—Ya lo sé —suspiró Nora abrazándolo mientras miraba a Luca, que bailaba acaramelado con Dulce—. Luca me ha ayudado mucho todo este tiempo. Creo que a pesar de su juventud, será un buen padre, y a pesar de que mamá le ha dicho que es un descerebrado, etcétera.

—La verdad es que no hacéis más que darle disgustos a tu madre —sonrió maliciosamente—. Pobre mujer.

—Tu madre no será igual, ¿verdad? —gimió Nora mientras se movía al compás de la música—. Porque entre la suegra que me tocó y mi madre, ¡vaya dos!

Ian, al pensar en sus padres, sonrió.

—Creo que mi familia, y en especial mi madre, te sorprenderá.

Dos días después, Nora partía hacia Nápoles junto a Ian.