DONDE CABEN DOS, CABEN TRES

LOS DOS MESES SIGUIENTES FUERON PARA NORA LOS MÁS felices de su vida. Vivía su amor con Ian de una manera tranquila y excitante. Viajó con él y Blanca a Canarias para asistir al bautizo de Shanna, donde Ian ejerció de padrino.

Shanna era una preciosa niña a quien su madre le puso aquel nombre en honor a una novela que había leído hacía tiempo. Las tres mujeres congeniaron maravillosamente bien. Eso gusto a Ian, quien la sorprendió durante la noche cuando le susurró, tras hacerle el amor, que le gustaría tener un hijo con ella. Nora no respondió.

Durante ese tiempo, la comunicación de Nora con su madre se volvió nula. Siempre que llamaba a Italia, hablaba con su padre. ¿Por qué le costaba tanto a su madre verla feliz?

Una noche la llamó Valeria. Luana, la hija pequeña de su hermano Luca, se casaba en un mes. Estaba embarazada, para disgusto de Susana.

Blanca, tras resolver el caso del club, se sumergió en otro junto a Carlos, mientras Ian viajaba a Barcelona con la intención de arreglar papeles para trasladarse a Madrid. En Barcelona, durante varios días, tuvo interminables reuniones con Javier Domayor, su superior. Al conocer sus intenciones, intentó disuadirle con todo tipo de ofrecimientos, hasta que finalmente desistió y se apenó por perder a uno de sus mejores agentes.

Una mañana, Nora recibió la llamada de Luca. La esperaba en Fantasía, un restaurante muy tranquilo y acogedor, a la una en punto. Nora, inquieta por aquella llamada, cogió su bolso y tras coger un taxi, se encontró allí con Giorgio.

—Hola —dijo sentándose junto a él—. Esperas a Luca, ¿verdad?

—Sí —asintió contento por verla—. Me ha llamado esta mañana y me ha citado aquí. Oye, ¡qué guapa estás hoy!

—Gracias —y cambiando de tema, preguntó—: ¿Qué ocurrirá?

—Seguro que querrá comprarse un coche y necesitará que le ayudemos —dijo este, que hizo una seña al camarero. En breve les llevó una botella de Dom Pérignon, la segunda desde que Giorgio llegó—. Pedí este champán. Sé que es el que más te gusta, ¿verdad?

—Ya sabes que me encanta —asintió.

—Tomemos una copa mientras llega Luca —murmuró y llenó las copas. Luego levantó la copa y dijo—: Me gustaría brindar por ti, la mujer que ha conseguido desestabilizar mi vida.

«Tengamos la fiesta en paz, Giorgio», pensó Nora molesta.

—Giorgio, si vas a comenzar con lo de siempre, me levanto y espero a Luca fuera del local.

—Está bien, guapa —contestó, y ella comprobó que estaba ebrio—. ¿Cómo va tu vida sentimental con el motorista? O, mejor, tengo que preguntarte cómo te va la vida con el poli.

—¡Basta ya! —levantó la voz Nora—. ¿Qué te pasa? Creí que todo esto ya estaba superado.

—Nora, yo te quiero. Te echo de menos —dijo dejándola desarmada.

Aquellas palabras, junto a muchas otras, llevaba años sin escucharlas de la boca de Giorgio. En ese momento sonó el teléfono de Nora; era Chiara.

—Dime —contestó molesta. ¿Dónde estaría Luca?

—¿Ocurre algo? —preguntó Chiara al escuchar la voz crispada de su amiga.

—Estoy con Giorgio y tengo prisa —dijo para acortar la conversación—. Dime.

—¿Estarás esta noche en casa? Necesito hablar contigo.

—¿A qué hora llegarás?

—Sobre las diez.

—Hacemos una cosa, luego te llamo —dijo colgando rápidamente.

—Veo que esta noche verás a tu poli.

—¡Cállate, Giorgio! —protestó enfadada—, no dices más que tonterías.

—Si lo entiendo —arrastró las palabras mientras seguía bebiendo—. Es normal que te busque. Una mujer como tú le estará enseñando cosas que lo volverán loco.

—¡Serás…! —maldijo ella—. Querrás decir que un hombre como él me está enseñando cosas que yo no conocía como mujer.

Un silencio increíble se creó entre los dos mientras sus ojos se retaban. En ese momento apareció Luca acompasado por su novia, Dulce.

—Hola, mamá —dijo dándole un beso, al igual que Dulce, mientras que a Giorgio le tendió la mano.

—¿Lleváis mucho esperando? —preguntó Luca al ver la mirada de su madre.

—No, tranquilo, hijo, apenas acabo de llegar —respondió al tiempo que un extraño presentimiento se apoderaba de ella.

—Bueno —comenzó a hablar Luca algo nervioso—. Quería juntaros a los dos para deciros algo.

—¡No me lo digas! —susurró Nora mientras tomaba su copa, miraba a Dulce y bebía—. Creo… que ya lo sé.

—Si no os importa, a mí me gustaría enterarme —protestó Giorgio.

—Dulce y yo —dijo Luca tomando la mano de aquella chica a la que adoraba— vamos a ser papás.

—¡Lo sabía! —asintió Nora llenando de nuevo su copa.

—¿Qué? —preguntó incrédulo Giorgio—. ¿Qué has dicho?

—Que vas a ser abuelo —repitió Luca con seriedad.

—Lo siento, Nora —susurró Dulce nerviosa al ver la reacción de ellos—. No sé qué más decirte, pero…

—No te preocupes, buscaremos una solución —susurró esta tocándole la mano. Eso tranquilizó a Luca y a Dulce—. ¿De cuanto tiempo estás?

—De cinco meses —respondió Dulce, que no se atrevía a mirar a Giorgio. Siempre le había dado miedo.

—¿Y a que esperabais para decírnoslo? —gritó este.

Dulce se encogió en su silla asustada. Eso provocó ternura en Nora. Ella misma, en el pasado, más de una vez se había encogido así al oír gritar a Giorgio.

—¡No le grites! —bufó Luca mirándolo con cara de pocos amigos.

—Haz el favor de tranquilizarte —regañó Nora mirándolo con rabia.

—Muy bien, me tranquilizaré —y tras mirar a su hijo, preguntó en tono despectivo—: Y tú ¿estás seguro de que es tuyo?

Luca miró con dureza a su padre.

—Tan seguro como de que yo soy tu hijo.

—Entonces —continuó Giorgio— buscaremos una clínica para deshacernos de él, ¿o acaso me vas a decir que quieres tener un hijo con esta mulata?

—¡Giorgio, por dios! —gritó Nora al escucharle. Aquello era demasiado. Dulce llevaba saliendo con su hijo casi cuatro años y era una chica fantástica—. Si solo vas a decir gilipolleces, ¡cállate!

Al escuchar aquello, Dulce se puso a llorar. Con rapidez, Nora llenó un vaso de agua que esta aceptó.

—Tus padres —preguntó Nora a la chica—, ¿lo saben?

—Se lo hemos dicho esta mañana —contestó Luca muy seguro de lo que decía, cosa que no escapó a Nora—. La han echado de casa. Por lo tanto, tenemos dos opciones: quedar nos contigo o buscar un sitio donde vivir —mirándola a los ojos dijo—: Mamá, no seremos una carga para ti. Tengo trabajo en el aeropuerto y empiezo la semana que viene.

—¿Cómo que ya tienes trabajo? —preguntó ofuscado Giorgio mientras Nora asimilaba con rapidez todo aquello—. ¿Cuándo vas a terminar tu carrera? Piénsalo bien y no tires todo tu futuro por esta eventualidad.

—Esta eventualidad —contestó Luca— es mi hijo.

—De acuerdo —dijo Nora, que miró a Dulce—. Puede quedarse en casa. Pero creo que debemos hablar más tranquilamente.

—¡Tú estás loca! —gritó Giorgio al escucharla—. Qué pasa, ¿te hace ilusión ser abuela? ¿O acaso desde que sales con el de la moto has perdido el cerebro en alguna curva? ¡Por dios, Nora! Nuestro hijo se está arruinando la vida y tú le estás ayudando.

—Sabía que no debía llamarte —se quejó Luca harto de escuchar a su padre—. No te soporto, papá —y enfrentándose a él siseó—: ¿Quién coño te crees que eres para hablar así sobre mi vida?

—¡Tu padre! —gritó más alto de lo normal.

—¡Solo espero ser mejor padre que tú! —escupió Luca muy alterado mientras Nora se interponía entre los dos al ver el cariz que estaba tomando aquello. Se temía lo peor—. Como padre no vales nada, y como marido de mi madre, menos. Soy mayor de edad y por lo tanto responsable de mis actos, y si quiero casarme mañana con Dulce, ¡me casare! Y te diré una cosa más: estoy encantado de ver a mamá rehacer su vida con Ian, y ¿sabes por qué? —gritó con odio—. Porque es la primera vez en mi vida que la veo feliz.

—¡Amor, cállate! —gimió Dulce muy nerviosa, tirando a Luca de la mano.

—¡Tú cállate! —dijo despectivamente Giorgio a Dulce—, que por no haber tenido las piernas cerradas, mira cómo nos encontramos ahora.

Al escuchar aquello, Luca lanzó un derechazo a su padre en la cara. Este lanzó otro, pero fue Nora quien lo recibió en el pómulo y cayó al suelo. Luca, al ver a su madre sangrar por el labio perdió los nervios, y Giorgio quedó paralizado. ¡Qué había hecho! Tras aquello, Giorgio se disculpó y salió del restaurante dejando a Nora, Luca y Dulce doloridos psicológica y físicamente.

Tras el episodio vivido, Nora organizó la habitación de invitados para Dulce y Luca. Ya hablarían tranquilamente.

Lía y Hugo se asustaron al ver a su madre con la cara tan hinchada, pero con la ayuda de Luca, mintió. Dijo que se había caído en la oficina. Más tarde Luca le contó la verdad a su hermano y lo dejó alucinado. No solo por saber que iba a ser tío, sino por la locura de su padre.

Hugo adoraba a su padre pero no estaba dispuesto a aceptar que reaccionara de aquella manera con su familia. Lola, al enterarse de lo ocurrido, se llevó las manos a la cabeza. ¡Dulce embarazada y Nora con el pómulo y el ojo hinchados! «¡Jesusito, ayúdanos!», pensó.

Aquella noche, mientras Lola rezaba en su habitación y pedía a su particular Jesusito que algún día la tranquilidad llegara a esa casa, Nora, en la cocina, se ponía hielo en el pómulo. Tenía inflamado hasta el labio. Llamó a Ian, pero no lo localizó. «Qué raro», pensó mientras oía el timbre de la puerta. Era Chiara, que al verla se quedó blanca.

—¡Mamma mia, qué te ha pasado! —gritó al verla, y tras recordar que estaba con Giorgio gritó—: ¡Ese pedazo de cabrón te ha hecho esto! Lo mato. Yo a este me lo cargo.

—Chiara, me duele horrores la cabeza —susurró sentándose con el hielo en la cara—. Siéntate y deja de decir barbaridades. Bastante tengo por hoy.

—Barbaridades le haría yo a ese —se quejó preocupada por verla así—. ¿Estás bien? Pero cuéntame, ¿qué ha pasado?

—Uf… —suspiró al verla tan alterada—. Es tan largo, que no sabría por dónde empezar. Chiara, ¿te importaría que habláramos de esto mañana? No quiero seguir pensando en ello.

—De acuerdo, mañana —asintió repitiendo—. Entonces me voy. Estarás agotada, mañana hablamos.

Pero Nora, al ver que aceptaba aquello sin batallar, se extrañó, y fijándose en ella, percibió unas ojeras marcadas que hacía días no estaban.

—¿Qué te ocurre, Chiara? —preguntó extrañada.

—Oh… nada. No te preocupes —se excusó—. Mañana hablamos. Creo que deberías descansar.

—No digas tonterías —y tomándola de la mano la sentó a su lado—. ¿Qué pasa?

Chiara se dio por vencida y se sentó.

—Está bien —asintió y cerró los ojos. Sabía que lo que tenía que decirle no le iba a gustar—. Nora, quería hablar contigo. Hace un tiempo me enteré de algo.

Nora la miró.

—Tú dirás.

—No sé cómo explicártelo —dijo e intentó sonreír.

—Si te refieres al embarazo, ya lo sé —asintió mirándola a los ojos.

Chiara, al escucharla, se quedó sin habla.

—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó sorprendida.

—Eso no importa —dijo con pesadez—, lo importante es que lo sé.

Pero Chiara insistió:

—¿Y quién te lo ha dicho?

—¿Qué importa quién me lo dijo? —protestó Nora.

—¡Hombre!, pues me gustaría saberlo. Una noticia así no es para que ande de boca en boca.

Nora no la entendía. ¿Qué le pasaba?

—¿Acaso cambia en algo, lo sepa ya o no?

—No, pero me gustaría saber quién te ha ido con el cuento.

Al escucharla, Nora sonrió.

—¿Ahora se llama cuento?

—¿Quién? —insistió Chiara—. Dime, ¿quién?

—Luca, pesada. ¿Contenta?

—¡Luca! —gritó Chiara incrédula—. ¿Y cómo lo sabe Luca?

Aquello ya hizo que Nora le gritara. Su amiga en ocasiones parecía tonta, pero tonta de remate.

—Cómo no lo va a saber Luca, si es el padre de la criatura, ¡por dios!

De pronto, desconcertándola más, Chiara, con los ojos muy abiertos, exclamó:

—¿Que Luca va a tener un hijo?

—Sí, exactamente dentro de cuatro meses —contestó Nora levantándose—. Pero bueno, Chiara, ¿tú de quién me hablas?

Pero antes de que le contestara, Nora lo entendió.

—Hablo de mí —suspiró Chiara—. Estoy embarazada de tres meses.

—¡Oh, dios mío! Esto es una plaga —intento bromear Nora—. Primero Luana, luego Luca y ahora tú.

Entonces Chiara comenzó a llorar y Nora se enterneció y la abrazó.

—Ven aquí, cariño. ¿Te encuentras bien?

—No —gimió secándose los ojos—. ¿Cómo voy a estar bien? Voy a tener otro hijo. No tengo marido y será otra boca más que alimentar.

Nora la consoló y cuando se encontraba más tranquila, le preguntó:

—No te enfadarás si te pregunto quién es el padre.

—El maldito Arturo Pavés.

—El señor culito prieto —sonrió Nora al decir aquel nombre—. Ese que siempre te esta invitando a cenar y que no te gusta porque lleva calcetines blancos con zapatos negros —Chiara asintió y Nora continuó—: Ese que es aburrido y sin sustancia.

—Oh, Nora… eres una mala amiga. ¿Cómo puedes pensar así de Arturo?

Aquello la hizo sonreír.

—¡Chiara Mazzoleni! Es lo que siempre te he oído decir a ti. Aunque ya sabes que siempre he pensado que es un tipo excelente que solo quiere que le des una oportunidad. Aunque, por lo que veo, ya se la has dado.

—Salí con él un par de noches seguidas y…

—¿Cuándo fue eso? Yo no sabía nada de esas citas. Únicamente conocía la de la noche de la fiesta, pero…

—Cuando estabas en Sintra con Ian, y después en Canarias. Una de las noches que volvía a casa, se me rompió el coche y como tú no estabas y Valentino estaba trabajando, le llame a él —comenzó a llorar—. Arturo llegó rápidamente y tras llevarse la grúa el coche, como agradecimiento le invité a cenar. Pasamos una velada agradable, me acompañó a casa y al día siguiente me llamó para agradecerme la cena e invitar me él a mí. Tomamos unas copas, una cosa llevó a la otra. En fin, acabamos en su casa y en la cama. Esa es toda mi historia con Arturo y ahora esto —se señaló la invisible barriga.

—¿Se lo has dicho a él?

—¿Tú estás loca? —gritó mirándola—. Pensará que soy lo peor, y más cuando le dije que no se preocupara, que yo tomaba medidas. ¡Dios mío, Nora, me ha fallado la pastilla! —volvió a sollozar.

—Tranquilízate y habla con él —sonrió a su desesperada amiga—. Aunque siendo práctica y mirando por ti, lo primero que tienes que hacer es pensar qué quieres hacer y sobre todo aclararte si Arturo te gusta o no.

—Mamma mia, Nora. Claro que me gusta, pero no quiero que nadie me vuelva a hacer sufrir como hizo Enrico. No quiero volver a depender de ningún hombre. Pero Arturo es diferente, y me asusta.

—Te entiendo —asintió Nora—. Yo no volveré a permitir que ningún hombre me maneje a su gusto.

—Harás bien, Nora, cariño —asintió su amiga.

—Te gusta mucho Arturo, ¿verdad?

—Muchísimo —asintió limpiándose la nariz—, y por eso mismo le busqué mil defectos, como la tontería de que llevaba calcetines blancos. Pero no es así. Arturo es buena persona. Siempre está cuando le necesito, y eso me tiene aterrorizada.

—¿Es bueno en la cama? —preguntó Nora para hacerla sonreír.

—Una máquina —rió al responder.

—Hace unos meses yo pasé por algo similar cuando encontré a un hombre que me movía el corazón. Si mal no recuerdo, tú me dijiste que le diera una oportunidad ¿Acaso crees que para mí ha sido fácil lanzarme a esta historia con Ian? —Chiara negó con la cabeza—. Pero ¿sabes? Una vez mi hermano Luca nos dijo que cuando uno madura tiene el poder de decidir cómo y con quién quiere pasar su vida. Y que es tan lícito equivocarse como acertar.

—Recuerdo que nos dijo eso el día de tu boda.

Nora asintió.

—Chiara, si quieres volver a tener a alguien a tu lado, no seas tonta e inténtalo. No te quedes con las ganas de qué podría haber ocurrido. Tuvimos mala suerte una pero eso no quiere decir que nos tenga que volver a pasar. Si nos pasara, siempre nos tendremos la una a la otra para ayudarnos a levantar.

—Por dios, Nora —sollozó Chiara—. ¡Cállale! Sino, no podré dejar de llorar y mira qué pinta tengo. Parezco un pez payaso de lo hinchados que tengo los ojos, y esta de más comentar la pinta horrorosa que tienes tú.

—Tranquila, estoy bien, y doy gracias a dios porque Ian está en Barcelona y no pueda ver la pinta que tengo —dijo mientras se tocaba la mejilla—. Ahora mismo me voy lavar la cara, mientras yo preparo dos buenos cafés con leche para contarte mi odisea de hoy.

Aquella noche, Ian llegó a Madrid. Solo le quedaba recibir un papel para finalizar su traslado, estaba loco por ver a Nora y contárselo. Paso primero pasó por su casa para cambiarse y se sorprendió cuando al salir se encontró a Giorgio junto a su moto. Al verle, se levantó con torpeza lo que le hizo ver que estaba ebrio.

—Por fin llegó mi motero favorito —gritó Giorgio—. ¿O debo decir mi poli favorito?

Ian continúo hasta su moto.

—A qué debo este honor respondió molesto.

—Vengo a que me partas la cara —gritó descontrolado.

Ian lo miró pero, controlando sus apetencias, le dijo:

—Ganas, desde luego, no me faltan. ¿Qué quieres?

—Quiero mi vida —aulló Giorgio.

—Yo no la tengo —respondió escuetamente.

—¡Quiero recuperar mi vida anterior!

—Eso no depende de mí.

En ese instante, Giorgio arremetió contra Ian, que simplemente se movió hacia un lado para no ser golpeado. Giorgio cayó estrepitosamente contra la acera.

—Con esos modales, nunca conseguirás nada en la vida —dijo Ian mirándolo tirado en el suelo.

—Tanto músculo, tanta juventud, ¿para qué? —escupió mirándolo—. Venga, ¡lucha!

—La violencia no va conmigo.

—¿Ni siquiera si te digo que hoy golpeé a Nora?

Al decir aquello, Ian lo cogió por la pechera y levantándolo del suelo, gritó:

—Júrame que eso que estás diciendo no es verdad. ¡Júramelo! Porque soy capaz de matarte ahora mismo.

—No puedo —comenzó a sollozar mientras Ian, desesperado, llamaba al móvil de Nora sin respuesta—. ¡Soy un mierda!, una mala persona, y merezco lo peor —gimió a un enfadado Ian—. Hoy discutí con Luca, Nora intentó separarnos y yo le pegué. Fue sin querer, pero le pegué… le pegué y la dejé allí tirada —volvió a repetir entre sollozos—. Hui como una rata.

—¡Hijo de puta! —bramó Ian dándole un puñetazo en la mandíbula que lo hizo caer de bruces al suelo—. Espero que ella esté bien. Como le haya ocurrido algo, juro que te buscaré y te mataré.

Tras decir aquello y ante la imposibilidad de hablar con Nora, se montó en la moto y muy enfadado se dirigió a la casa de ella. Enloquecido, sorteó el tráfico y, haciendo la carrera más loca de su vida, en poco tiempo se presentó en la casa de Nora. Observó el coche de Chiara allí aparcado y vio luces en la cocina. Volvió a llamarla al móvil, pero continuaba apagado. Marcó el de Chiara. A los dos timbrazos lo cogió.

—Soy Ian, ¿Nora está bien? ¿Qué ha pasado?

—Digamos que está respondió —mientras observaba a Nora preparar los tazones de leche y escuchaba el nerviosismo en la voz de él—. Tranquilo, tiene un buen golpe, pero esta chica es dura de pelar.

—Estoy en la puerta —sentenció mientras Chiara se levantaba y se dirigía hacia ella—. Ábreme, por favor. Necesito verla.

—Te abriré —susurró mientras agarraba el pomo con la mano— si me prometes que no organizarás un escándalo. Bastante tuvo Nora con el día de hoy.

—Te lo prometo.

—Nora, prepara otro tazón de leche —gritó Chiara al intuir una noche larga.

Cuando Ian la vio, se quedó paralizado y una increíble rabia se apoderó de él. En ese momento, si hubiera tenido cerca a Giorgio, lo habría matado. ¿Cómo podía haber hecho aquello? ¿Qué clase de animal era?

Luca y Hugo, junto a Lola, al escuchar las voces, alarmados, bajaron rápidamente al salón y, tras ayudar a su madre y a su tía e impedir que Ian saliera en busca de su padre, volvieron a sus cuartos. Lía no se despertó. Finalmente Nora, con la ayuda de Chiara, explicó lo ocurrido ante un enfadado Ian que repetía que aquello no quedaría así.