NO TE QUIERO VER

LA TARDE SE PRESENTÓ LIOSA. NORA TUYO VARIAS reuniones. Por eso, tras avisar a Lola y decirle que llegaría tarde, quitó el volumen al teléfono. Sobre las diez y veinte, cuando salía de la revista, miró su móvil. Tenía dos llamadas perdidas de Giorgio y dos mensajes de Ian preguntándole si cenarían juntos. Volvió a llamar a Lola, que le indicó que los chicos estaban bien. Tras colgar, cogió su coche y se dirigió al club. Ian salía a las once de la noche. Aparcó en una calle cercana a la puerta de acercó al club y esperó hasta que apareció, tan guapo y sexy como siempre, con el casco de la moto en el brazo. Nora, encendiendo las largas de su coche, llamó su atención y él rápidamente, tras reconocerla, se acercó hasta ella con una estupenda sonrisa mientras comprobaba que varios noches atrás estaba oculto el vehículo que desde hace días la seguía.

—¡Qué sorpresa! Esperaba saber algo de ti. Te mande un par de mensajes.

—He tenido un día muy lioso —comentó, y miró hacia la puerta del club.

No quería que nadie les viera y pudiese envenenar al resto con sus comentarios, por lo que rápidamente preguntó:

—¿Cenamos algo?

—Claro que si —sonrió al escuchar aquella propuesta cojo la moto y vamos adonde siempre. Pero recuerda, pelirroja, no pienso acostarme contigo.

Tras unas risas, ambos arrancaron y en quince minutos llegaron al restaurante. Comenzó a chispear. Pidieron algo de picar mientras Nora le comentaba su viaje.

—¿Cuándo dices que te vas? —preguntó mirándola mientras atacaba su plato.

—La semana que viene, del 14 al 23 de mayo —contestó mientras mojaba patatas fritas en ketchup y las comía.

—Eso que comes no es excesivamente sano —dijo él señalando las patatas y el ketchup—. Tienen demasiada grasa y no es nada bueno para el colesterol.

Escuchar aquello le molestó. Nadie le decía lo que debía comer. Nadie.

—Ya lo sé —lo miró muy seria—. Pero me encanta y me apetece comerlo. ¿Algún problema con lo que como?

—Ninguno, pelirroja. Solo era un comentario. Nada más —con destreza cambió de conversación. La notaba tensa—. Tengo entendido que Mérida es precioso, un lugar con mucha historia.

—Sí, lo sé. Pero para lugar bonito y con historia, Toledo. En especial, Seseña, el pueblo de mi madre —y mojando con fuerza las patatas en el kepchup dijo con provocación—: Si te portas bien, quizá algún día te enseñe el castillo de Puñoenrostro.

—Cuando quieras. Yo encantado estaré —sonrió él haciéndola por fin sonreír a ella.

—Por cierto, lo mejor de mi viaje a Mérida —dijo emocionada— es que del 17 al 20 voy a hacer una escapada a Portugal. Por fin conoceré Sintra y su maravilloso palacio Da Pena.

—Me parece una idea estupenda —sonrió al verla tan emocionada.

—Sintra es un precioso lugar declarado por la Unesco patrimonio de la humanidad. Está a unos 30 kilómetros de Lisboa. Cuando me casé con Giorgio, planeé ese viaje, pero al final no pudo ser. Y creo que el viaje a Mérida es la ocasión perfecta para escaparme y conocerlo, ¿verdad?

—La pena es que no pueda estar allí contigo.

—Sería un sueño —suspiró más relajada—. ¿Te imaginas? Tú y yo allí juntos, y solos, sin que nadie nos conozca.

—Soñar es gratis, cielo —suspiro e intento no hacer caso a su último comentario—. Ya subes que soy de los que piensan que la vida se tiene que tomar según llega. Porque igual que te da momentos espectaculares, también los quita.

—En eso tienes razón.

Ian, incapaz de no acercarse a ella, la besó en el cuello. Ella en ese momento sin importarle nadie disfrutó, mientras sentía mariposas, elefantes y todo un zoológico en su interior.

—Cada día me gustas más —suspiró él separándose—. Y cada día se me hace más difícil disimular mis ganas de abrazarte por el club. Cuando te veo a través de los cristales, me siento como el pez que te regalé.

Aquello la hizo sonreír, pero le recordó algo.

—Por cierto, Ian. He visto que Bárbara, la lagarta del club, se acerca mucho a hablar contigo.

—Te refieres a Bárbara, la mujer esta que…

—Sí, la misma —cortó con una falsa sonrisa—. ¿Qué te dijo al oído ayer?

—Nora, cariño —rió sorprendido—. ¿Estás celosa?

Al darse cuenta de lo patética que debía estar en aquel momento, disimuló.

—No digas tonterías. Yo nunca he sido celosa. Más que celos, yo diría que es curiosidad.

Ian intentó no reír. El mejor que nadie sabía que solo tenía ojos para Nora.

—¿Ahora se llama curiosidad? —suspiró decepcionado, y tras chascar la lengua indicó—: Por unos instantes pensé que te importaba algo.

—Y me importas —corrigió rápidamente—. Pero, repito, nunca he sido celosa.

—¡Qué pena! —susurró y acercó su cara a la de ella—. Me encantó por unos momentos creer que querías tenerme solo para ti —con picardía se echó para atrás y al ver la decepción en la boca y en los ojos de esta, dijo con malicia—: Bárbara solo quería saber a qué hora terminaba mi turno.

«La muy lagarta», pensó Nora con el corazón a mil.

—¿Para qué? —nada más decirlo se arrepintió.

—Supuestamente, para tomar algo juntos y… —pero al ver el gesto de Nora sonrió—. Pero yo tengo una norma: solo salgo con quien yo quiero. Por eso simplemente le sonreí y ella me entendió —al ver la rabia en la cara de ella, preguntó divertido—: ¿Has visto cómo llueve?

En ese momento sonó el teléfono de Nora.

—Es mi ex marido —señaló a Ian—. Dime, Giorgio.

—¿Estabas dormida? —preguntó sentado en el cómodo sillón de su casa.

—No… no, todavía no —respondió incómoda por tener a Ian delante—. Todavía no he llegado a casa. Estoy… estoy todavía en la oficina. Tengo mucho lío —mintió. Eso no gustó a Ian.

—En la oficina todavía —repitió Giorgio, que miró el reloj y al ver que eran las doce y diez de la noche señaló—: Oye, creo que Antonello te explota. Mañana mismo le llamo y le digo cuatro cosas.

Aquello, inconscientemente, la hizo sonreír.

—Ni se te ocurra, o te las verás conmigo —sonrió y observó la mirada de Ian.

—Necesitaba hablar contigo y pedirte perdón. Me siento como un cerdo al ver que tus padres se vuelcan en mí y yo aprovecho para comportarme mal contigo.

—No te preocupes —interrumpió Nora conmovida por lo que escuchaba—. No pasa nada, Giorgio. Mis padres siempre estarán ahí al igual que los niños y yo —susurró incómoda por decir aquello delante de Ian, que la miraba ceñudo mientras comía su bistec a grandes mordiscos—. Ya hablaremos en otro momento, ahora tengo que dejarte. Quiero terminar lo que estoy haciendo para irme a casa.

—No te molesto más. Gracias por ser como eres. Buenas noches —tras aquello colgó y dejó a Nora todavía más desconcertada.

—No sabía que tuvieras tan buena relación con tu ex marido —comentó mirándole con dureza a los ojos. Al ver cómo retiró la mirada le provocó desconfianza.

—¡Madre mía, cómo llueve! —susurró ahora ella.

Tras un incómodo silencio, al final fue Nora la que habló.

—Cuando terminó nuestra relación, te juro que le odié por todo el daño que nos hizo a los niños y a mí. Pero con el tiempo, la vida de todos se ha normalizado y he aprendido a pensar en él únicamente como el padre de mis hijos.

—Eso está bien. Las personas debemos ser civilizadas —asintió Ian furioso.

Dentro de él había muchas preguntas, que seguramente Nora no querría responder. Decidió callar, pero sin poder contener una pregunta, dijo:

—¿Por qué has dicho que estabas en la oficina?

Ella lo miró a la defensiva.

—¿Qué querías que dijera?

—Podrías haberle dicho que estabas cenando conmigo.

—¡Estás loco o qué! —dijo sin querer entender lo que este había dicho—. ¿Cómo vamos a decir que estamos juntos?

—Ah… perdón —suspiró burlándose intencionadamente. Eso provocó la ira de Nora—. Se me olvidaba que eres un rollo más del club, una más a la que decirle cosas bonitas y abrirle las piernas.

—Cómo te atreves a decir una cosa tan horrible.

—Y cómo me tengo yo que tomar que te avergüences de nuestra relación. Creo que quedó muy claro eso de ¡basta de mentiras! —gritó por primera vez con rabia sorprendiéndola. En todo el tiempo que se conocían, nunca lo había visto enfadarse ni decir una palabra más alta que otra—. Nora, realmente qué es lo que te avergüenza de mí. ¿Mi edad, mi trabajo, mi persona? ¿Qué?

—No es eso exactamente —respondió.

Se sentía culpable por verlo tan enfadado, y más al entender que era ella la que no aceptaba realmente su relación.

—Escucha, Nora —dijo atravesándola con la mirada—. Hace un momento te he dicho que yo la vida la tomaba como venía. Por norma, los convencionalismos en mi vida no existen. Pero veo que en la tuya son imposibles de apartar.

—¿A qué te refieres? —gritó al sentirse cada vez más acorralada.

—Sabes muy bien a lo que me refiero. No eres tonta.

Nora intentó desviar el verdadero problema.

—A ti tampoco te favorecería que en tu trabajo supieran que sales conmigo —grito enfadada—. Podrías tener problemas.

—Eso sería mi problema. No el tuyo.

—¡Oh, cállate, Ian! —gritó al ver que la gente en el restaurante comenzó a mirarlos.

—Crees que no me he dado cuenta de lo intranquila que estabas esta noche cuando fuiste a buscarme al club, mirando la puerta para que nadie te viera hablando conmigo.

—Eran las once de la noche. Quien me viera allí podría pensar que tú y yo estamos liados.

—¿Liados? —repitió incrédulo al escucharla.

—Sí.

«Odio la palabra liados», pensó Ian.

—¡Dios… esto es increíble! —gritó levantando las manos hacia el cielo. ¿Cómo podía ser tan obtusa?—. ¿Por qué te importa tanto que nos vean juntos? Que piensen lo que les dé la gana. ¿Acaso los demás no pueden pensar que estamos enamorados?

Nora lo miró. ¡Enamorados!

—Es complicado, Ian —respondió decepcionada con ella misma—. La gente siempre piensa lo peor. Soy mayor que tú y todos pensarían que estamos juntos por sexo.

—¡A la mierda la gente! Tú lo haces complicado —gritó desesperándose al ver a aquella mujer llena de vida pero tan cerrada en lo absurdo—. El problema lo creas tú con tus absurdos prejuicios y tus inconvenientes para enamorarte de alguien como yo. ¿Acaso tu marido, por tener más edad que yo, supo hacerte feliz?

—Eso no viene a cuento —dijo ella mientras recogía sus cosas para marcharse—. Por mí, esta conversación se ha acabado.

—Tenemos una conversación de adultos y huyes. ¿Quién es el inmaduro aquí? —gritó mientras la veía salir por la puerta.

Ian llamó al camarero, le pagó y salió tras ella. Al salir del restaurante, a través de la lluvia que en ese momento caía con fuerza, vio el coche que vigilaba a Nora aparcado a lo lejos. Sin importarle nada se acercó hasta ella, que calada hasta los huesos intentaba abrir su coche.

—Nora, cariño. Podrías parar y escucharme alguna vez en tu vida.

—¡No! No quiero escucharte. Y creo que por el bien de los dos, esto se tiene que acabar —grito mientras sus ojos echaban fuego y el pelo se le pegaba a la cara.

Paralizado intentó entender lo ella decía mientras sentía las gotas de agua colándose a través del cuello de su cazadora.

—Pero ¿qué dices? ¿Qué te pasa? —susurró incrédulo—. Que tontería estás diciendo.

Como una fiera Nora se enfrentó a él.

—Estoy harta de todo esto. No quiero darte explicaciones a ti de por qué hablo con Giorgio. Ni a Giorgio de por qué salgo contigo. Ni a mi madre de por qué estoy contigo y no con Giorgio. Odio que me digan si las patatas tienen calorías o no. Nunca me gustaron las mentiras, y menos aún los policías.

Aquello sorprendió a Ian, que sin saber que hacer la escuchaba. Las gotas de lluvia le calaban e intentaba mantener la serenidad.

—Estoy harta de sentirme mal por el simple hecho de no estar convencida de lo que hago. Podría seguir enumerándote las cosas por las que no quiero continuar viéndote. Aunque solo te diré que no quiero que nadie hable de mí por el simple hecho de estar viéndome contigo —y tomando fuerzas continuó—. Creo que lo más inteligente por ambas partes es olvidarnos de que hubo algo entre nosotros.

—Ah —bramó con sarcasmo—. Entonces, ¿debemos olvidarnos de que estuvimos liados?

Ella lo miró con odio. Pero él, enfurecido, continuó.

—¡Perfecto! Entonces ya tengo vía libre para liarme con otra socia del club. ¡Qué bien! Gracias, Nora. Es lo que deseaba.

—¡Eres odioso!

—No tanto como tú —murmuró enojado como pocas veces en su vida.

—¡Vete a la mierda!

—Vuelves a no ser justa —susurró sin tocarla. Intuía que si lo intentaba sería peor—. ¿Quién te ha dicho que lo mejor para mí es no volver a verte?

—No quiero pensar eso.

—¿Tan difícil es entender que a pesar de tener once años menos que tú, soy capaz de quererte como te mereces?

Al escuchar aquello, Nora no supo qué decir, por lo que él continúo.

—Respecto a lo de las calorías, ha sido un comentario tonto sin ninguna mala intención. Sabes que me gustas tal y como eres. Ah… —sonrió con amargura—, siento que odies haber estado liada con un policía, pero es mi trabajo. Con respecto a Giorgio, no te preocupes. No seré yo la persona que te vuelva a preguntar por él.

Nora quería llorar, pero se contuvo.

—No quiero volver a verte, Ian MacGregor —dijo señalándolo con el dedo.

—Es fácil, señora —gritó—. No vayas al club y no me verás.

—Eres… —dijo arrancando su coche empapada y con lágrimas rodando por sus mejillas.

Anhelaba borrar aquella última media hora de su vida. Pero ya no había vuelta atrás. Aclarándose la voz, susurró:

—Creo que lo mejor para ti es olvidarte de mí. Por tanto, no me llames, no me sigas. No, no y no. Adiós, Ian.

Intentó huir mientras las lágrimas corrían por su cara. Pero el semáforo se puso en rojo. Eso la obligó a parar a unos metros de Ian. Miró por el espejo retrovisor y lo vio, quieto bajo la torrencial lluvia, con los puños cerrados por la rabia y con la mirada del mismísimo diablo. Cuando el semáforo se puso verde, apretó el acelerador y se marchó de allí sin volver a mirar atrás.

En ese momento se acercaron dos coches. Uno marchó tras Nora, el otro frenó junto a él.

—¡MacGregor! —gritó enfurecido Enrique Santamaría—. ¡Tenemos que hablar!

—No es el mejor momento —bramó lleno de frustración por lo ocurrido, mientras se daba cuenta de lo empapado que estaba y de que su jefe había descubierto su relación.

—Me importa una mierda si es el mejor momento o no —gritó este—. ¡Sube al maldito coche, ahora mismo!

Ian, enfurecido y con una mirada retadora, contestó:

—No, he dicho que no es el mejor momento.

—Muchacho, no tengo ganas de mojarme; si no, te daría una buena paliza —señaló Santamaría, que antes de marchar se dijo—: Te espero mañana a las nueve en punto en la oficina. No te retrases.

Mientras Ian veía alejarse el coche, su rabia aumentaba por momentos ¿Por qué aquella noche había acabado así?