LA CONFESIÓN

EN CASA DE CHIARA, LA VIDA POCO A POCO VOLVÍA A LA normalidad. La muerte de Enrico ocasionó trastornos en el sueño a todos. Era difícil asumir su muerte. Pero día a día lo conseguían. Tras su viaje, Giorgio se personó ante Chiara y juntos comenzaron a solucionar innumerables papeles en referencia a lo que por ley Enrico dejaba a sus hijos. Ella no se asustó cuando comprobó que este murió sin dejarles absolutamente nada, cosa que encolerizó a Giorgio, sabedor de lo que su hermano había ganado durante muchos años.

—¿Me estás diciendo que tampoco te pasaba la pensión alimenticia de los niños?

—Nunca la pasó —respondió ella con tranquilidad.

—¡No me lo puedo creer! —susurró cada vez más incrédulo.

—Giorgio, realmente ¿conocías a tu hermano?

—Ceo que no —respondió al mirar a aquella mujer que sin decir nada había trabajado con fuerza para sacar adelante a tres hijos—. Siempre supe que jugaba, e incluso que se metía en algún lío que otro. Pero nunca pensé que con vosotros se comportara así.

—Tu hermano fue una buena persona. Pero el dinero, las malas compañías y el juego lo mataron.

—Siento lo que has tenido que pasar.

—La vida es así, Giorgio, y hasta de lo peor que te pueda ocurrir se aprende.

—Eres increíblemente fuerte —susurró mirándola con otros ojos—. Ojalá tuviera tu fuerza para enfrentarme a mis problemas.

—La tienes. Solo tienes que asumir tus errores para aprender a solucionarlos.

—Con Nora y Luca soy incapaz de solucionarlos.

Al escuchar aquellos nombres, Chiara se tensó.

—Sobre ese tema prefiero no hablar. Estoy convencida de que no te gustaría escuchar lo que pienso.

—No hace falta que lo digas. Lo sé.

—Nora merece ser feliz. Y Luca ya es mayor para elegir su vida.

Tras un incómodo silencio, fue Giorgio quien habló.

—He cambiado, Chiara.

—Ellos también, y en especial Nora —respondió sin amilanarse—. Y a ti hoy en día solo te necesita como padre de sus hijos. Si realmente la quieres, deja que sea feliz, porque se lo merece.

Aquella conversación se extendió muchísimo. Era la primera vez que Giorgio abría su corazón a Chiara. En veinte años, nunca habían mantenido una conversación ni tan larga ni tan profunda, y cuando Giorgio se despidió aquella noche, supo que el tiempo pasado difícilmente volvería. Al día siguiente sonó el móvil de Nora. Era él. En ese momento estaba comprobando unas fotos en la oficina y aprovechó para comentarle lo de su viaje.

—¿Por qué Lía no se viene a mi casa esos días?

—A ella no le gusta tu casa —respondió tranquilamente, ajena al viaje a Italia de este y a lo ocurrido con Loredana—. ¿Acaso no te lo ha dicho ella?

—No hizo falta —sonrió Giorgio al recordar a su pequeña hija—. Pero ahora ya no está, como dice ella, la potra loca de Manuela.

—¡Dios mío! ¿En serio dijo eso a Manuela? —preguntó horrorizada. Lo siento, volveré a hablar con ella.

—Qué harás, ¿cortarle la lengua? —preguntó sonriendo mientras se recostaba en el carísimo sillón de su despacho—. Ya sabes cómo se las gasta Lía. No calla lo que tenga que decir, pese a quien le pese —tras escuchar la sonrisa de ella dijo—: Siento que estás contenta con tu próximo viaje.

—¡Estoy encantada! —suspiró al responder mientras, apoyada en la cristalera de su oficina, miraba hacia ahajo y veía cómo la gente andaba de un lado para otro. Le debo un montón de agradecimientos a Amonedo, ¡imagínate! Soy la fotógrafa oficial de la revista Clase y Vida en el certamen de Mérida de nuevos diseñadores. Es más, me ha dicho que me vaya preparando, que mi siguiente viaje será a la pasarela de Milán.

—Eres una estupenda profesional —sonrió al escuchar la alegría en la voz de Nora. Una alegría que él no escuchaba desde hacía muchos años.

—Gracias por el piropo —sonrió al escucharle.

—Ojalá fuera yo el que te llevara a Sintra.

—Ya es tarde, Giorgio. Este viaje me lo debo a mí misma.

—Te debo tantas disculpas —suspiró, pero cambió de tema—. Por cierto, estuve en Italia con mí madre. También vi a tus padres.

—¿Cuándo has estado allí?

—Fui a decirle a mamá lo de Enrico, pero fue imposible.

—¿Por qué?

—Está ingresada en una clínica en Venecia. Los médicos reunieron informes de los últimos años y el resultado es una enfermedad maniaco depresiva llamada trastorno bipolar.

—¡Dios mío, Giorgio! —susurró horrorizada—. Lo siento. No sé qué decirte.

—No te preocupes, creo que la he dejado en buenas manos. No le he dicho de momento lo de Enrico. Los médicos creen que en su estado sería fatal. Pero sí he ordenado que rehabiliten su casa. Fue espantoso ver cómo estaba, llena de moho, suciedades y humedad.

—Te lo dije. Aquello no era normal —susurró apenada.

—Tus padres me ayudaron muchísimo. Les llamé y acudieron enseguida. Son fantásticos.

—Ya lo sé —sonrió al recordar a sus padres, y al pensar en su madre, dijo—: Lo que no entiendo es por qué mamá no me ha dicho nada de esto. Hablé con ella ayer.

—Les dije que yo te lo contaría —susurró con voz grave al recordar lo que les había contado—. Nora, hice algo terrible.

—¿Qué hiciste?

—En un arranque de rabia, les conté a tus padres que salías con alguien y me encargué de que no sonara bien.

Al escucharle, se sentó en su silla de golpe, eso no pintaba bien.

—¿Por qué lo hiciste?

—¡No lo sé! Quizá por celos —dijo con la voz ajada por el cansancio—. Lo único que sé es que te he fallado a ti, a los niños, a mi madre, a mi hermano y… —justo en ese momento entró su secretaria—. Nora, ahora no puedo hablar. Te llamaré más tarde.

—Como quieras —murmuró antes de colgar desconcertada.