EL DESPERTAR DE UN SUEÑO

SOBRE LAS SEIS DE LA MAÑANA, CANSADOS Y FELICES, entre besos y risas comenzaron a vestirse para volver a sus casas. Al encender Nora el móvil, este pitó. Tenía varias llamadas perdidas de Luca, Chiara, Giorgio y Lola.

—Ha pasado algo —susurró sintiendo un extraño escalofrío.

Con histerismo, marcó el número de teléfono de su hijo Luca. Ian la miraba muy serio.

—Mamá —respondió Luca—. Llevamos toda la noche intentando localizarte.

—¿Qué ocurre? —preguntó sin apenas escucharle.

—Están operando a Hugo en urgencias del Montepríncipe pero tranquila, todo está controlado.

Al escuchar aquello, Nora creyó morir.

—¿Cómo que le están operando? —gritó incrédula—. ¿Qué ha ocurrido?

—Vamos a ver —intervino en ese momento Chiara quitándole el teléfono a Luca—. Nora, cariño, tranquila. Hugo se sintió mal, le diagnosticaron una apendicitis y en este momento están interviniéndole. No te preocupes, que está en buenas manos.

—Ahora mismo voy para allá —susurró cortando la comunicación.

Solio un gemido desesperada y muerta de culpabilidad.

—Tengo que ir al hospital Montepríncipe, están operando a mi hijo Hugo.

Ian reaccionó con rapidez. Echándole su cazadora por los hombros, dijo:

—No estás en condiciones de conducir. Dejaremos tu coche aquí e iremos en la moto. Tranquila, cariño. Tu hijo estará bien.

El viaje se hizo interminable a pesar de que no tardaron más de quince minutos en llegar. Se sentía culpable por no estar junto a él. Las lágrimas se le escaparon cuando asumió que mientras su hijo era ingresado, ella estaba revolcándose con Ian.

«Menuda mala madre soy», pensó martirizándose.

Cuando llegaron al hospital, en la puerta les esperaban Luca y Chiara, quienes al verla la tranquilizaron rápidamente. En ese momento, Nora comenzó a llorar por los nervios. Eso impresionó a Ian. Nunca la había visto llorar. Realmente nunca la había visto hacer muchas cosas. Chiara, al ver la cara de Ian, le apretó el brazo en señal de gratitud, cosa que este agradeció, al tiempo que Luca le ofrecía la mano junto a una amplia sonrisa. Durante unos segundos no supo qué hacer. ¿Debía quedarse o irse?

—Gracias por traerla tan rápido —comentó Luca con una amplia sonrisa.

—Siento que no hayáis podido localizarla antes, pero… —comenzó a disculparse sintiéndose culpable por la angustia de Nora.

—No te preocupes. Mi hermano está bien —e invitándole a seguirle, dijo—: Estaría bien que vinieras con nosotros, creo que a mamá le gustará tu presencia.

Y no se equivocó. Aunque al que no le gustó fue a Giorgio, quien al verla pensó de dónde venía Nora a estas horas con aquel tipo.

Ian, por su parte, notó la mirada dura de aquel hombre. Dedujo que era su ex marido y sin amilanarse, le sostuvo la mirada hasta que Giorgio la retiró.

—¿Qué hace ella aquí? —preguntó Nora al ver a Lía sentada junto a su padre y a Lola.

—Cuando llamé a la ambulancia, Lía estaba conmigo y con Lola —respondió Luca—. Desde aquí llamamos a papá y a la tía Chiara, que llegaron enseguida.

—¡Mami! —gritó Lía al verla aparecer sallando a sus brazos. ¿Dónde estabas?

—Cariño, deberías estar en la cama, son las siete de la mañana. ¿Estás bien?

—Yo sí, mami —dijo mirando con curiosidad a Ian, que le guiñó un ojo cautivándola instantáneamente—. Pero a Hugo le dolía mucho la tripa. Yo creo que fue por comer el brócoli que Lola nos obligó a cenar.

—Cállate, sinvergüenza, o mañana te pongo ración doble río Lola al escucharla.

En ese momento llegó Giorgio hasta ellos.

—¿Dónde te metes? —reprochó con cara de enfado—. Llevamos toda la noche llamándote. No imaginas lo angustioso que ha sido no localizarte teniendo a Hugo así.

—Lo siento —susurró Nora sintiéndose fatal por haber apagado el móvil—. No volverá a ocurrir.

En ese momento se abrió una puerta y salió un médico.

—Familiares de Hugo Grecole —rápidamente, todos se acercaron hasta él—. El chico está en planta. Le hemos extirpado el apéndice y ahora se encuentra descasando. Todo ha salido muy bien. Por lo demás, no se preocupen, en un par de días lo tienen de vuelta en casa.

—Gracias, Jesusito —murmuró Lola santiguándose.

Eso hizo sonreír a Luca, Ian y Chiara.

—¿Seguro que está bien? —volvió a preguntar Nora muy nerviosa.

—Perfectamente —respondió el médico con una sonrisa—. Ahora está durmiendo tranquilamente. Si quieren, pueden subir a verlo a la habitación 33ó —pero al ver a Lía indico—, aunque esta señorita no puede subir. Deben turnarse.

—Nosotros vamos subiendo —dijo rápidamente Giorgio, que tomó el brazo de Nora.

Ian, sin decir nada, la siguió con la mirada. Al llegar al ascensor, Nora lo miró con tristeza. ¿Cómo podía acabar así aquella noche tan especial? ¿Sería aquello una señal de que se estaba metiendo en algo que no estaba bien?

—Vete a casa —dijo devolviéndole la cazadora—. Te llamare mañana.

Cuando se cerraron las puertas del ascensor, Giorgio se volvió a ella con gesto ofuscado. Pero Nora, que conocía sus silencios y sus miradas, dijo fríamente, sorprendiéndole:

—No me interesa escuchar nada de lo que vas a decirme.

Fue tan tajante su tono de voz, que él calló, y juntos entraron a ver a su hijo. Mientras tanto, en la planta baja:

—Tengo hambre —susurró Lía inquieta.

—Voy al baño —se disculpó Lola, que desapareció tras una puerta.

—Iré a por algo de comer —anunció Luca señalando la máquina del fondo—. ¿Quieres un café, Ian?

Este asintió agradecido. Para él no había sido fácil ver a Nora en aquel estado.

—Te acompaño, cariño. Así te ayudaré —propuso Chiara a su sobrino, y volviéndose hacia Lía, dijo—; Acompaña a Ian a la sala de espera. Enseguida te llevamos algo de comer.

Lía comenzó a andar hacia el lugar que su tía había indicado. Instintivamente cogió a Ian de la mano, quien con seguridad la agarró hasta que se sentaron. Abstraído estaba en sus pensamientos cuando escuchó:

—Estabas con mi mamá, ¿verdad?

—Sí —asintió con sinceridad a aquella niña tan parecida a su madre.

—¿Por qué no cogía mami el teléfono?

—Lo tenía al fondo del bolso y donde estábamos la música estaba muy alta y no lo escuchó —mintió sin saber qué contar a una niña tan pequeña.

—¿Te gusta mi mamá? —él asintió—. Es muy guapa, ¿verdad?

—Es muy simpática —contestó nervioso mirando hacia donde estaban Chiara y Luca, que se peleaban con la máquina de café—. Y sí, es muy guapa.

—Yo creo que le gustas mucho —prosiguió la niña mirándole directamente a los ojos—. Y desde que hizo caso a la tía Chiara para que saliera contigo, está más sonriente.

Aquel descubrimiento le hizo sonreír.

—Si te soy sincero —dijo acercándose a la cría—, a mí ella también me gusta mucho, y me hace continuamente sonreír. Pero ¡chsss!, no se lo digas a nadie.

La niña, encantada, asintió. Le encantaban los secretos.

—De acuerdo —susurró y puso el dedo meñique ante él para que pusiera el suyo—. Es nuestro secreto. Si alguno de los dos lo revela, le saldrá una cola gigante de dragón y lo crecerán interminables pelos largos por la nariz.

—Uf… qué asco —se carcajeó Ian al comprobar la espontaneidad y la imaginación de aquella niña mientras veía a Lola acercarse por el pasillo.

—¿Sabes una cosa, Ian? —añadió embelesada—. No me extraña que le gustes a mi madre. Eres tan guapo como los que salen en la tele. Y creo que a esas de ahí enfrente también les gustas, y les voy a tener que decir que ¡eres el novio de mi mamá! —gritó con el ceño fruncido a las mujeres que estaban frente a ellos. Aquello provocó la risa de Ian y la vergüenza de aquellas, que se levantaron del sitio y se cambiaron a otro lugar, segundos antes de que llegaran Chiara, Lola y Luca.

—Aquí tenemos un rico cola cao para Lía —anunció Luca, que comprobó la espantada de aquellas mujeres, la cara de asombro de Ian y la mirada de bruja de su hermana—. ¿Qué ha ocurrido aquí? ¿Qué has hecho, pequeñaja?

—Esas chicas —respondió la niña— no paraban de mirar a Ian y he tenido que decirles que es el novio de mi mamá.

Al decir aquello, todos miraron boquiabiertos a Ian. Este encogió los hombros quitándole importancia al tema, aunque reconoció que le gustó.

—Tu madre tiene razón —reprochó Lola con una sonrisa en la boca—, eres una pequeña lianta.

—¡Mamma mia! Qué bravura la de mi niña —rió Chiara al escucharla y ver cómo había aceptado a Ian en menos de diez minutos.

Luego, ofreciéndole unas galletas, Chiara prosiguió la guasa.

—Has hecho muy bien, cielo. Hay mucha lagarta suelta por estos hospitales.

—¡Virgencita! —rió Lola al escucharla—. No comience usted también.

—¡Tía, por dios! —sonrió Luca—. Tú encima anímala.

Volviéndose hacia Ian, que continuaba sonriendo, dijo:

—Disculpa a mi hermana y a mi tía. Son tal para cual.

Aquello provocó risas generalizadas. Durante un buen rato, los cinco estuvieron charlando como si se conocieran de toda la vida, cosa que Ian agradeció. Media hora más tarde, este se despidió y pidió a Luca que recordara a su madre que le llamara. Mientras salía del hospital, encendió su móvil. No había ninguna llamada. Cogió su moto y se sumergió en el tráfico de Madrid, que comenzaba a despertar.