NI UNA PALABRA MÁS

DESPUÉS DE UN FIN DE SEMANA TRANQUILO, A EXCEPCIÓN de la visita de Giorgio, llegó el lunes. Nora enseñó a sus jefes el resultado de su trabajo en Zahara y estos, al igual que los responsables de Kenzo, quedaron encantados con el. Por la tarde llamó a Chiara, y juntas se dirigieron al club. Al entrar en el gimnasio, el hormigueo se apoderó de su estómago. Una y mil veces intentó quitarse de la cabeza lo que continuamente le rondaba. ¡Era ridículo! ¡Imposible! Durante la clase de aeróbic fue incapaz de concentrarse. ¿Pero qué le estaba pasando? ¿Por qué pensaba todo el rato en los ojos y la sonrisa de aquel joven monitor?

—Estoy sedienta —se quejó Blanca al salir de la ducha—. ¿Tomamos algo en la cafetería?

Chiara y Nora asintieron. Al llegar allí, varios hombres disentían. Aquel fin de semana los ladrones habían desvalijado la casa de uno de los socios mientras se encontraba en Marbella.

—¿Qué ocurre? —preguntó Chiara acercándose a María.

—Han vuelto a robar en casa de Alejandra y James Morgan.

—¡Qué horror! —exclamó Nora.

—Y que putada —asintió Blanca mientras observaba a los hombres discutir.

—Qué cosas pasan en este club —se quejó Chiara al recordar la muerte de Max, el entrenador de tenis.

—Chicas, tened cuidado de a quién le contáis si salís de viaje —murmuró Blanca al ver a Ian con el ceño fruncido y cara de pocos amigos. Ya veis los resultados.

—Bueno… bueno, cambiando de tema —señaló Chiara—. ¿Tiene Heidi las piernas tan largas como se le ven en las revistas?

—Espera, que tengo que darte una noticia —dijo Nora—. Lidia ha adoptado a una niña en Mozambique y estas navidades creo que la conoceremos.

—¡Qué maravilla! —se alegró Blanca al pensar en su hija. La tendría siete días en navidad.

—¿En serio? —se asombró Chiara—. ¿Y mamá qué ha dicho?

—¡Imagínate! —resopló Nora al recordarlo.

—¿Tu madre puso objeciones? —preguntó incrédula Blanca, que poco a poco iba conociendo cosas de sus familias.

—Mi madre toda en sí es una auténtica objeción —bromeó Nora al responder—. Pero con ver a mi hermana y a mi sobrina felices, tengo más que suficiente.

—Me alegro muchísimo por ellas.

—Ahora responderé a tu pregunta sobre Heidi —sonrió Nora al retomar el tema—. Es espectacular.

—Es un cañonazo de tía —asintió Blanca. En ese momento le sonó el móvil.

Era Méndez, su compañero. Se alejó de la mesa para atenderle, y se enteró de que tenían una reunión a las doce de la noche.

—Por cierto, el viernes estuvo Giorgio cenando en casa.

Chiara, al escuchar aquello, la miró y muy seria le indicó:

—Si lo llego a saber, voy y le pongo cianuro a la cena —eso hizo sonreír a Nora—. ¿Por qué fue a cenar allí?

—Lía le invitó.

—¿Pasó algo?

—Nada importante. Cenamos los cinco juntos, acostó a Lía y terminamos discutiendo.

—¡Qué buen rollito! —asintió Chiara—. Cuéntame.

—Vio la foto de EuroDisney y me dijo que ese era un viaje que les habíamos prometido los dos.

—¡Será cabrón! Pero si él nunca tuvo tiempo para hacer ese tipo de viajes.

En ese momento, a Chiara le comenzó a sonar el móvil. Tras mirar quién llamaba, lo volvió guardar. Eso extrañó a Nora.

—¿No lo vas a coger?

—No me apetece —respondió rápidamente.

—¿Quién es? —preguntó con curiosidad Nora.

—Arturo Pavés.

—¿El dentista?

—El mismo.

—¿El señor culito prieto? —dijo riéndose al recordar que Blanca lo llamaba así—. ¿Ese con el que estrenaste el conjuntito gris marengo de la Perla y pasaste una noche de pasión con siete asaltos?

—Que sí, pesada —asintió Chiara al recordarlo.

—¿Cuál es el problema?

—Me agobia con sus llamadas. Es agradable y me lo paso bien con él, pero es un hortera vistiendo y conjugando los colores. El último día que estuve con él, llevaba calcetines grises con zapatos negros. ¿Me imaginas con un tipo así? ¡Qué horror!

—Sí. ¡Horripilante! —resopló Nora al escuchar aquello tan absurdo—. Lo peor de todo es que te gusta, ¿verdad?

—Demasiado. Por eso se acabó —dijo retomando el trina anterior—. Y al agonías de Giorgio que le parta un rayo. Recuérdalo.

—Te juro, Chiara, que el otro día le dije cuatro cosas.

—Que le den morcillas. ¿Tú estás bien? —preguntó Chiara tocándole la barbilla.

—Oh, sí, yo estoy bien. Creo que estoy casi curada de la influencia de Giorgio —rió al decir aquello.

—De todas formas, te noto nerviosa. ¿Tienes alguna otra cosa que contarme? —preguntó Chiara mirándole directamente a los ojos.

—¿Yo? —susurró Nora.

—Sí, ¡tú!, ¿o acaso crees que no veo que estás intranquila? ¡Nora, por dios, que te conozco de toda la vida!

—Aquí están mis foquitas preferidas —gritó Richard, y cogiendo una silla se sentó junto a ellas—. ¿Pero dónde os habéis metido esta semana, pedazos de vagas?

—Gracias por lo de foquita —suspiró Chiara—. Pero he estado trabajando, y luchando contra las placas de pus que mi querida hija Claudia ha tenido en la garganta.

—¡Qué asco, por dios! —murmuró él mirándola.

—Yo estuve trabajando —respondió Nora contenta por aquella aparición.

—Aquí la niña —señaló Chiara orgullosa mientras el móvil le comenzaba de nuevo a sonar—, en Zahara de los Atunes, fotografiando a las top model para la nueva colección de Kenzo.

—Oh… qué maravilla —gritó emocionado—. Cuéntame, ¿qué se llevará el año que viene? ¿Predomina el malva o quizá el ocre?

—¡Richard! —le llamó un camarero. Este, disculpándose, desapareció.

De nuevo quedaron solas Chiara y Nora.

—¿Nombre y datos? —exigió de pronto Chiara.

—Ian Vermon —susurró de carrerilla—. Veintiocho años. Monitor del club. Deportista, aspirante a bombero y está como un tren.

Ahora lo entendía todo, asintió Chiara mientras comenzaba a sonreír.

—Es el bombón de la camiseta amarilla que está allí, ¿verdad? —preguntó Chiara.

De pronto, las pulsaciones de Nora subieron a quinientas y comenzó a sudar. «No quiero mirar… no quiero mirar», pensó horrorizada. Pero al final miró. Allí estaba el moreno que le había robado alguna noche de sueño, muy animado charlando con un par de jóvenes del gimnasio.

—¡Mamma mia, Nora! Ese tío es un bombón y lo mejor de todo es que encima no engorda. Hummm… ¡qué morbo!

—¡Chiara Mazzoleni! —regañó Nora—. Deja de mirarle así. Solo se trata de un chico muy agradable.

—¿Solo agradable? A mí me parece una bomba sexual. No intentes disimular, Nora Cicarelli. Te gusta esa bomba sexual. ¡Y lo sé!

—Pero qué dices. Es un niño. Aunque, bueno… me atrae. Pero no… no. ¡Es un niño, por el amor de dios! —murmuró Nora, sintiéndose fatal por tener que reconocer que aquella tenía razón.

—¿Un niño? —se burló señalándolo—. ¿Cuántos años dijiste que tiene ese pedazo de niño?

—Veintiocho —y en un arranque de sinceridad dijo—: Sinceramente, no sé que me pasa. Pienso en él continuamente. En sus ojos, en su sonrisa. Por dios, Chiara, parece que tengo quince años. ¡Soy una asaltacunas! Pero es imposible. Es muy joven y yo soy una madre de familia, o mejor, como dicen ellos —señaló a varios monitores—, una mujer bio.

—¿Bio? —preguntó Chiara sin entender, y Nora le explicó—. ¡Qué cabritos! —rió al escuchar—. En serio, ¿creen que somos todas unas lobas?

—¡Todas! —asintió Nora, quien con disimulo seguía con la mirada a Ian.

—Animalillos… ¡Qué razón tienen! —suspiró Chiara, y prestando atención de nuevo a Ian comentó—: Tu niño tiene un cuerpo de escándalo, y el tatuaje de su brazo es muy sexy, muy muy sexy.

—¿Quién tiene un cuerpo de escándalo? —preguntó Blanca sentándose al tiempo que miraba hacia donde lo hacían ellas.

—¿Le conoces? —preguntó Chiara, mientras por el rabillo del ojo comprobaba cómo Ian miraba hacia ellas. Concretamente a Nora.

—No mucho —mintió con fingida indiferencia, ¡si ellas supieran!—. Es uno de los monitores nuevos de sala. El personal trainer de Raquel. Que, por cierto, está como loca por llevárselo a la cama.

—¿Quién es Raquel? —preguntó Nora con rapidez.

—El bombón empalagoso del top blanco que está hablando con él —señaló a la pija de la melena sedosa que la miraba con odio la noche de la cena.

—¡Anda! —exclamó Chiara—. ¿Puedo coger para mí sólita un entrenador personal?

—Sí —asintió Blanca mientras el teléfono de Chiara comenzaba a sonar—. Tienes que hablar con Pepe, el coordinador de monitores, y él te asignará a quien tú quieras si esta libre.

—Mañana mismo hablo con él —asintió Chiara, que cerro el móvil sin contestar—. Necesito urgentemente un entrenador personal.

—¿El señor culito prieto? —preguntó Blanca al verla hacer aquello.

—El mismo —afirmo Chiara, que puso los ojos en blanco al ver que el móvil volvía a sonar.

—¡Cógelo de una vez! —grito Nora alterada al ver a la pija levantar la camiseta amarilla a Ian para tocar sus marcados abdominales, mientras él hablaba por teléfono y parecía divertirse con aquello.

—Está bien, gruñona —bufó Chiara, que salió a la terraza para hablar.

En ese momento sonó el teléfono de Blanca. Esta, al ver quién era, sonrió. Rápidamente se levantó y dejó sola a Nora en la mesa, inquieta, enfadada y con el ceño fruncido.

—Buenas tardes, Nora —escuchó de pronto—. ¿Qué tal estás?

«Ay, dios, ay, dios», pensó asustada, pero volviéndose hacia él consiguió articular palabra.

—Hola, Ian. Yo bien, ¿y tú?

—En este momento, disfrutando de mis quince minutos de descanso —respondió sentándose con su té, y señalando con el dedo dijo—: Una Coca-Cola tras una clase no es lo más recomendable. Tiene muchísimo gas, azúcar y cafeína.

A la defensiva, ella le miró y respondió:

—¿Sabes una cosa? Me gustan las tres cosas.

Al escucharla, él sonrió, para deleite de Nora y otras muchas que no le quitaban ojo.

¡Dios, qué guapo estaba con aquella camiseta de Nike amarilla!

Con picardía, Nora miró hacia la barra donde la pija y su amiga les observaban.

—Creo que te busca tu amiga para seguir tocándote los abdominales.

«Ay, dios. ¿Por qué he dicho eso?», pensó Nora al ver la sonrisa de él.

—Llevaba días sin verte. ¿Por qué no has venido al club?

—Tuve que viajar a Zahara por trabajo.

Tras un breve silencio, fue Ian quien habló.

—Salgo a las once. Sé que es un poco tarde, pero ¿quieres tomar algo conmigo? —preguntó dejándola descolocada y sin saber qué decir.

—No. No puedo —soltó al intentar tragar el atasco que tema en la garganta—. Ya te dije el otro día lo que pensaba al respecto. Soy mayor que tú, y yo no salgo con críos.

Molesto e incrédulo por aquella contestación, Ian se levantó y, sin mirarla, se marchó.

Sin poder respirar, y con los nervios a flor de piel, le vio acercarse de nuevo a la pija, quien nuevamente volvía a sonreír como una imbécil mientras se tocaba, ¡cómo no!, su asqueroso pelo sedoso. Ian, desconcertado por lo ocurrido, se preguntaba dónde había cometido el error. ¡Nunca le habían rechazado! Esa mujer le gustaba, y demasiado. Tantos días deseando encontrarla y ahora que la tenía delante, ella le ofendía llamándole crío. Aunque sonrió al recordar su mordaz comentario. Tendría que intentarlo otra vez. Volvió de nuevo su mirada hacia ella. Justo le observaba y se sorprendió cuando Nora le sostuvo la mirada durante unos segundos altamente excitantes, que acabaron cuando Chiara llegó y juntas abandonaron la cafetería para ir a por el coche.

—Uf… Qué miradas. ¡Qué ha ocurrido! Me muero por saber —señaló mientras esperaba que Nora accionase el mando para abrir la puerta del coche.

—Ni una palabra más del tema —siseó Nora.

Chiara, que la conocía muy bien, decidió callar por ahora. Bastante tenía ella con las llamadas del dentista.