DESDE LA LLEGADA DE IAN AL CLUB, NO SE HABÍA VUELTO a producir ningún robo ni ninguna muerte. Para la gran mayoría la de las personas, Brad había pasado al olvido. Para todos menos para Ian y Blanca, quienes seguían investigando en la sombra. Pasaron dos semanas en las que Nora no pisó el gimnasio. Pero no fue porque no le apeteciera, sino porque el lunes al llegar, Antonello, su jefe, le comentó que Adolfo, el fotógrafo contratado para la campaña de Kenzo, había sufrido un accidente y alguien tenía que cubrir aquel reportaje. Nora, tras hacer un par de llamadas, aceptó. Lola estaría en casa con los chicos, y Chiara se quedaría con Lía. Ante aquel nuevo encargo, se olvidó de aquellos inquietantes ojos negros y se centró en su trabajo.
Al acabar el trabajo en Zahara de los Atunes, Nora, exhausta, volvió a casa deseosa de ver a sus hijos. Nunca había estado tanto tiempo alejada de ellos. Tenían que contarse infinidad de cosas.
—No será tan terrible, cariño —susurró Nora echada con sus hijos en la cama, mientras escuchaba las cosas que le contaban de su padre y Manuela—. Seguro que tiene algo bueno también.
Lía, la más pequeña, al escucharla puso los ojos en blanco.
—Mami, no sé cómo papá puede haberme comprado esa terrible habitación rosa llena de lazos y barbies por todos lados. ¡Es horrible!
Nora y sus hermanos sonrieron al escuchar aquello. Lía era una niña a la que le gustaba ser diferente al resto. Odiaba los lazos y las muñecas desde pequeña.
—La habrá elegido la diseñadora Manuela —se burló Luca al recordar la visita que hizo a la casa de su padre, en la que comprobó la recargada decoración—. Desde mi punto de vista, es una hortera de mucho cuidado.
—Pues el Ferrari que lleva —añadió Hugo— es una pasada.
Nora miró a sus tres hijos. Eran diferentes. Luca, con los años, siguió pareciéndose físicamente a su padre, pero tenía el carácter suave de su madre. Era alto y moreno como Giorgio. Pero su gesto dulce y su mirada le recordaban a Nora a su amado y desaparecido hermano. Hugo era castaño, y alto como Luca. Era el más parecido en su forma de ser a su padre. Autoritario en ocasiones pero, al igual que Luca, con un tremendo corazón. Algo que a Giorgio le faltaba. Y Lía era una copia en miniatura de Nora. Pelirroja, menuda y charlatana.
—Mamá —dijo Luca cambiando de tema. Sabía que hablar de su padre todavía le pellizcaba en el corazón—, ¿qué tal ha ido el trabajo?
—Agotador —susurró al recordar las peleas de las modelos—. Nunca tengáis una novia que sea modelo. Son insoportables.
—Lo que tengo seguro es que al siguiente trabajo te acompaño —exclamó Hugo—, aunque sea para sujetarte la chaqueta. ¡Imagínate…!, una playa llena de modelos preciosas y perfectas.
—Bueno, bueno —se incorporó Nora de la cama—. Eso de perfectas, dejémoslo a un lado. Para eso tengo yo el Photoshop, para que lo parezcan. Había tres o cuatro que eran unos encantos, pero a otras he estado a punto de matarlas.
—¡Anda ya, mamá! —rió Hugo—. Eres muy exagerada. Seguro que las pobres ni se quejaban.
Recordarla tortura que había vivido con aquellas pequeñas divas hizo que a Nora se le pusiera la carne de gallina.
—Cariño, se quejaban por los peinados, los biquinis, el sol, la arena, la sombra. Tenían sed, hambre, sueño, aunque lo que yo creo que tenían era una tontería demasiado consentida. En especial, una endiosada de la que no quiero recordar ni su nombre —suspiró, y sacando de su maletín unas fotos, se las enseñó—. ¡Es insoportable!
—¿Na…? —gritó Hugo.
—¡Ni la menciones! —cortó Nora, Sus hijos se carcajearon.
Aquello provocó la risa de Nora. Tenía que reconocer que al verse ante aquella imponente mujer, al principio le impresionó. Pero al final dedujo que era una petarda insoportable que trataba a todo el mundo bastante mal.
—¡Mamá! —señaló Luca mirándola atentamente—. El gimnasio te va muy bien.
—Sí —respondió encantada.
Su cuerpo estaba perdiendo grasa y estaban empezando a marcarse en ella unas insinuantes curvas.
—Entre el trabajo y el gimnasio, creo que me estoy poniendo en forma.
—Estás guapísima, mamá —asintió Hugo.
—Mami, pareces una modelo con esos pantalones —rió Lía.
—Son de Kenzo —señaló, mientras andaba como las modelos ante las risas de sus hijos—. Y la camiseta también. Me los regaló Stephen, el director de Kenzo, al acabar la sesión.
En ese momento, Lola apareció para indicarles que la cena ya estaba preparada. El teléfono comenzó a sonar. Hugo, el más comilón, salió pitando seguido por Lía.
—¡Vaya! —rió Nora al verse observada por Luca—. Veo que irme de viaje ha hecho que me echéis de menos.
—No creo que se trate de eso, mamá —suspiró al ver lo guapa que estaba su madre—. Más bien creo que se trata de que te veamos feliz y activa. Siempre has sido una madre genial, ¡la mejor! Pero ahora nos estás demostrando que además, eres una persona que sabe superar los problemas. Cuando pasó lo de papa, pensé que te hundirías y no podrías superarlo. Pero me has demostrado que eres más fuerte de lo que pensaba.
—Gracias, cariño, pero ¿sabes? —dijo con complicidad—, para conseguirlo tuve que hacer caso a los consejos de un amigo. Y creo que fue una buena elección.
—¡Mami! —gritó Lía entrando en la habitación—. Llamó papa para ver si habías llegado y, como estaba cerca de aquí, le invite a cenar. No te importa, ¿verdad?
Escuchar aquello derribó todas las defensas que había creado una a una.
—¿Que tu padre viene a cenar? —repitió y miró a su hija. Lía, al ver la mirada de reproche de su hermano mayor, se percató de que no había sido una buena idea.
—Es que… me dijo que estaba cerca, y yo…
—No te preocupes, cariño —suspiró a su hija—, hiciste bien. Papá puede venir siempre que tú le invites. Pero la próxima vez consúltame, ¿vale?
—De acuerdo, mami.
Tras aquello, la pequeña salió dando saltos de alegría.
—¿Sabes lo que me gustaría? —dijo Luca.
—Qué, cariño.
—Que encontraras a alguien que te mereciera y te tratara como tú mereces que te traten. Eres una mujer joven y guapa. ¡Eres un bombón, mamá! Solo tienes treinta y nueve años. Tienes que rehacer tu vida y encontrar a esa persona.
Nora iba a contestar cuando interrumpió Lola.
—Señora, su madre al teléfono.
Tras decir esto, se oyó el timbre de la puerta. Pocos segundos después se escuchó a Lía gritar y a Hugo reír. Nora y Luca dedujeron que se trataba de Giorgio.
—¿Tenemos invitados? —preguntó Lola al escuchar el alboroto.
—Lía invitó a papá a cenar y creo que ya ha llegado —comentó Luca mientras abandonaba la habitación junto a ella.
Nora, durante unos segundos, antes de coger el teléfono, intentó calmarse. ¿Qué hacía Giorgio allí? Al final, tras suspirar un par de veces, decidió hablar con su madre.
—Hola, mamá.
—Hola, cariño. ¿Cuándo has llegado?
—Hace un par de horas. Estoy agotada.
—He oído que Giorgio cenará con vosotros —preguntó con rapidez Susana—. ¿Es cierto?
«Mierda, lo ha escuchado», pensó Nora incómoda por lo que su madre pensara.
—Mamá, Lía invitó a cenar a su padre. Eso es todo. Punto y final.
Susana no quiso echar más leña al fuego, por lo que asintió y calló.
—De acuerdo, hija. ¿Fue todo bien en tu nuevo trabajo?
—Creo que sí. Nos hizo un tiempo fantástico en Zahara —suspiró echándose en la cama—. El director de la firma quedó contento con mi trabajo. Pero todavía no he hablado con mi jefe. Ya te contaré cuando vaya el lunes.
—¿Sabes la última locura de tu sobrina Lidia? —soltó de pronto Susana.
Nora cerró los ojos y se llevó la mano a la cabeza. Su madre y sus continuos problemas. Sabía a qué se refería. Un par de días antes había hablado con su hermana Valeria y le había contado la discusión que había tenido con su madre. Pero Nora no dijo nada y la dejó hablar.
—Por lo visto, hace meses, y sin consultar a nadie, Lidia tramitó la adopción de una niña huérfana, plagada de enfermedades, allí donde trabaja de colaboradora.
—Mozambique —aclaró Nora—. Mamá, creo que Lidia ya es lo suficientemente adulta para hacer lo que le dé la gana con su vida sin consultar a nadie.
—Es una locura. ¿Quién querrá casarse ahora con ella, si encima lleva en la maleta una niña? A saber si esa criatura no tendrá el sida.
—¡Mamá, por dios! —la regañó alterada—. Te recuerdo que Lidia es mayor para saber lo que quiere. Además, me parece estupendo que lo haga. Le dará una oportunidad de vida a esa niña, que tanto la necesita.
Susana suspiró. No comprendía ni quería entender por qué sus hijas y sus nietos no le daban la razón. Ella miraba por su bien.
—Ay, hermosa, hacéis tantas tonterías que una no sabe ya a qué atenerse.
Tras discutir un rato más por aquel asunto, al final Nora tuvo que cortar el tema. Su madre era obtusa. Antes de despedirse, esta le comentó que se había enterado por Ángela, una vecina de Loredana, de que su ex suegra no estaba pasando por un buen momento. Poco después, se despidieron y colgaron.
Cuando por fin Nora cogió fuerzas para enfrentarse a su ex, se unió al resto en el comedor.
—Mami —gritó Lía encantada—. Papi ya está aquí.
Llevaban meses sin verse. Desde el patético día que se encontraron en el gimnasio. Encontrarse con la figura imponente de Giorgio, y en especial con su mirada, la tensó. Allí estaba ante ella. Tan guapo e impoluto como siempre. Aunque quizá un poco más delgado.
—Hola, Giorgio —saludó a su ex marido tendiéndole la mano—. ¿Cómo te va?
Giorgio se sorprendió al verla, estaba diferente, y no era solo por su pelo rojo o su forma de vestir.
—Hola, Nora —saludó con asombro a aquella renovada mujer—. Bien… bien, aunque creo que no tan bien como tú —y cogiéndola del brazo para que ella le mirara, añadió—: Estás guapísima.
«¿Cuántos años llevaba sin escuchar de su boca algo así?», pensó incrédula.
—Está más guapa que nunca —afirmó Luca, mirando a su padre con desdén. Entre ellos hacía tiempo que no había buena relación.
—Gracias —sonrió Nora algo aturdida al escuchar aquel piropo de su ex.
Durante la cena, los chicos improvisaron y se habló de todo un poco: del colegio, de las novias de Hugo, del trabajo de Nora, mientras Giorgio, admirado, comprobaba cómo aquella mujer que había estado a su lado tantos años se había convertido, de pronto, en una mujer atractiva, divertida e interesante.
—Siempre se te dio bien la fotografía —asintió Giorgio.
—Papá, dice mamá —continuó Hugo— que la gran mayoría de las modelos son unas petardas.
—Petardas es poco —asintió Nora al recordarlas, soltando una gran carcajada—. Aunque no quiero generalizar, otras eran unos encantos.
—Lo que para ti es diversión —señaló Giorgio a Hugo—, para tu madre es trabajo. Y en todos los trabajos te encuentras petardos. Da igual que sean modelos, directivos o fontaneros.
El resto de la noche continuaron hablando hasta que Lola sirvió el flan de postre. Giorgio felicitó a la mujer por aquella exquisita cena. Esta asintió sin mirarle; ella, al igual que Luca, no perdonaba el daño que le había hecho a Nora.
Una vez terminada la cena, Giorgio acompañó a Lía a su habitación. Aquella casa era nueva y desconocida para él. Con curiosidad, comprobó cómo Nora había logrado convertirla en un precioso hogar. Un sitio diferente al que él compartía con Manuela, estridente en colores y recargado para su gusto.
—Tengo un examen el lunes, mamá —comenzó a decir Luca—. ¿Necesitas que me quede aquí contigo hasta que papá se vaya, o me voy tranquilamente a estudiar?
—Por supuesto que te puedes ir a estudiar —sonrió esta mientras ocultaba su nerviosismo—. Anda, dame un beso, y vete tranquilo.
Luca, el más cariñoso de sus hijos, tras darle un fuerte abrazo y besarla, se alejó. Mientras subía las escaleras, le guiñó de ojo. Intuía cómo se podía sentir su madre, y tenía muy claro que sus sentimientos hacia ella estaban por encima de los que tenía por su padre.
Al verse sola en el salón, se sentó frente al televisor. Miró la pantalla sin realmente ver lo que echaban. Media hora después, escuchó a Giorgio despedirse de Hugo y Luca. Sus pisadas, mientras bajaba las escaleras, la hicieron respirar con profundidad. Hacía mucho, muchísimo tiempo, que ambos no compartían un momento de soledad.
—Siempre has tenido un gusto exquisito —dijo Giorgio al aparecer por la puerta del salón—. La casa está preciosa.
—Gracias —sonrió al escucharle, y dirigiéndose hacia el minibar, preguntó—: ¿Quieres beber algo?
—Dos deditos de Cardhu con hielo —respondió sentándose en uno de aquellos sillones.
Mientras ella le preparaba la bebida, él miró a su alrededor.
Fijo su vista en una foto en blanco y negro que colgaba de la pared. En ella estaban Nora y los chicos sonrientes comiendo algodón de azúcar.
—Esa foto ¿de cuándo es? —preguntó con curiosidad.
—Nos la hicimos en EuroDisney.
—Creo que ese viaje lo pensábamos hacer juntos —comento mientras aceptaba el vaso que ella le dio.
«Eso, y muchas cosas más», pensó con amargura Nora.
—Sí, es cierto —asintió sentándose frente a él—. Ese viaje se lo teníamos prometido a los chicos. Pero tú nunca tenías tiempo para nosotros, por lo que hice el viaje cuando a mí me pareció bien —luego, sin apartar la vista de él, preguntó—: ¿Algo más?
Giorgio, al escucharla, se sintió fatal. Tenía razón.
—Nora, no he intentado incomodarte con mi comentario. Solo recordé que era algo que efectivamente ambos les teníamos prometido.
Pero Nora estaba demasiado tensa y estalló.
—Has tenido muchos años y muchos fines de semana para cumplirlo, y te recuerdo que no solo fue esa promesa la que se quedó pendiente de cumplir. De todas formas, si alguna vez quieres llevarles a los chicos a algún sitio, solo tienes que proponérselo a ellos.
—Creo que es mejor que me marche —susurró Giorgio, levantándose con la mirada algo perdida.
—Disculpa mi manera de decir las cosas. Pero no puedes llegar aquí y decirme sin más que ese viaje se lo teníamos prometido ambos. Eso me hace remover muchas cosas y no quiero.
Giorgio la miró. Los meses que había pasado sin Nora y sin los chicos comenzaban a pasarle factura.
—¿Me perdonarás alguna vez? —susurró dejando a Nora sin palabras.
—No creo que sea el momento de hablar de lo que ocurrió. Sería remover el pasado, y prefiero que se quede como está.
—Entonces… —insistió acercándose a ella, quien al verlo tan cerca se asustó. Por sus sentimientos y por la situación.
—Giorgio —comenzó a hablar mientras daba un par de pasos hacia atrás—. Creo que no se trata de perdonarte. Se trata de olvidar. Yo he necesitado olvidar para salir adelante —susurró con dolor en la mirada—. Me ha costado mucho aprender a vivir sin ti, pero ¿sabes? —dijo mirándole a los ojos de una manera que sorprendió a Giorgio—. Lo estoy consiguiendo. Y tras hacer balance de mis últimos años contigo, he llegado a la conclusión de que vivías en casa, pero no conmigo.
—No estoy de acuerdo contigo. Éramos una familia y compartíamos todo.
—Tú y yo hace años que no compartíamos nada, excepto a nuestros hijos. Y aunque creas que es imposible, el que me enseñó a vivir sin ti fuiste tú.
Escuchar aquello era doloroso para Giorgio, pero Nora continuó.
—¿Yo?
—Tus continuos viajes, tus amantes, tus negocios, tu madre, tus partidas de golf con tus socios los fines de semana. Todo era más importante que compartir una tarde o una noche conmigo y los niños —reprochó ella mientras Giorgio se encaminaba hacia la puerta, sin querer escuchar—. Me gustaría que analizaras tu vida en los últimos años y me dijeras en cuántas fiestas, cumpleaños e incluso navidades has estado con nosotros.
—Lo pensaré, Nora —respondió mientras abría la puerta de la calle—. Me encantó cenar contigo y los niños.
Una vez salió de la casa, Giorgio se subió en su flamante Porsche azul oscuro y se alejó mientras Nora le observaba y respiraba con dificultad.
—Mamá —dijo una voz tras ella. Era Luca—. ¿Todo bien?
Nora recuperó su autocontrol y respondió:
—Sí, cariño —cerró la puerta de la calle—. Vámonos a la cama. Es tardísimo y mañana tenemos muchas cosas que hacer.
Giorgio, tras la cena con su antigua familia, volvió a su casa, o eso creía él. Al entrar, se encontró con Manuela e infinidad de amigos que, como siempre, estaban de fiesta. Lo normal desde hacía meses. La sofisticada y rubia Manuela, al verle llegar, sin preguntarle nada, se acercó hasta él y tras besarle en la boca, le ofreció una copa.
—Pensaba que llegarías antes —dijo ella mientras bebía.
—Tenía varias cosas que terminar en el despacho —mintió él.
Los amigos de Manuela eran ruidosos. La gran mayoría eran más jóvenes que Giorgio, por lo que demasiadas veces se sentía fuera de lugar. Al principio era divertido. Manuela era cariñosa, dulce y buscaba continuos momentos para estar a solas con él. Pero ahora, con el paso de los meses, todo había cambiado, y Giorgio sentía que aquella historia, día a día, llegaba a su fin.
A las tres de la madrugada, Giorgio intentaba preparar una reunión importante. Desde hacía rato miraba unos papeles sentado en su despacho. El problema ya no solo era el ruido que Manuela y sus amigos organizaban. No se centraba porque no podía dejar de escuchar las palabras de Nora: «Tú me enseñaste a vivir sin ti». Una hora después, se marcharon por fin los amigos y Manuela acudió en su busca. A sus veinticinco años, tenía mucha vitalidad. Demasiada para Giorgio.
—Cucuruchito, ya se fueron todos —dijo al entrar en el despacho, vestida con un sexy camisón negro con transparencias Mira lo que me compré hoy para ti.
Giorgio la miró. Vio en ella lo que llevaba viendo desde hacía algún tiempo. Una niña caprichosa que siempre se salía con la suya.
—¿Vienes a la cama conmigo?
—Ve tú, enseguida iré. Tenía la cabeza con mil cosas y necesitaba ordenarlas. Aquella cena con Nora y los niños le había dado que pensar. Algo en mi interior se removió, ¿hizo bien? Pero Manuela insistió.
—Quiero que vengas conmigo, cucuruchito susurro acercándose hasta él. Prometo hacerte eso que tanto te gusta.
—Iré enseguida —repitió molesto. Manuela, sin darse por vencida, se sentó entre sus piernas y comenzó a tocarle el cuero cabelludo con las manos—. Cielo, tengo cosas que terminar del despacho. Deja que termine esto y ahora iré contigo.
—¡No me da la gana! —gritó como una maleducada tirando de un manotazo los papeles al suelo—. Quiero que olvides estos papeles y vengas conmigo a la cama.
—He dicho —levantó la voz Giorgio mientras con paciencia recogía los papeles— que necesito y quiero terminar estos asuntos.
—Pero cucuruchito…
—¡No vuelvas a llamarme así! —ladró desesperado.
—¡Me aburres! —gritó más alto ella al escucharlo—. ¿Qué te pasa? Ya no eres el hombre divertido que conocí. ¡Ya no te gusto! ¿O es que has conocido a otra?
—No digas tonterías, por favor —susurró mirándola enfadado—. Te recuerdo que yo trabajo, y esto —dijo enseñándole los papeles— es mi trabajo.
—Antes también trabajabas. Pero cuando estábamos juntos siempre eras divertido. ¡Te odio! —gritó mientras se marchaba llorando hacia la habitación.
Enfadado y muy molesto, Giorgio terminó de recoger los papeles del suelo. Cada día aguantaba menos las rabietas y los caprichos de Manuela. ¿En qué mundo de fantasía vivía aquella mujer? Se sirvió un nuevo whisky con hielo y mientras la oía berrear y gritar como una loca, pensó en lo último que le había dicho: «Antes también trabajabas pero eras divertido».
Y también en «tú me enseñaste a vivir sin ti». En ese momento entendió las palabras de su ex mujer. Durante años había vivido con Nora, pero no se divertía con ella. Su diversión era para Manuela o las otras. Con rabia, tiró el vaso contra el suelo haciéndolo mil trocitos. Mientras lo miraba, pensó en que aquello mismo era lo que había hecho con su relación con Nora. Romperla en mil trocitos.