AQUELLA TARDE BRAD, EL POLICÍA INFILTRADO EN EL club, mientras esperaba en la pista siete de tenis a que llegara el joven David para darle su clase, vio a una mujer rubia sentada en la pista tres. ¿Cómo no? ¡Todas querían dar clase con Roberto! Cuando llevaba más de diez minutos de espera, comenzó a impacientarse. ¿Dónde estaba David? Abandonó la pista y se dirigió a recepción para preguntar si aquel acudiría a su clase. Cuando pasaba por un camino de árboles, escuchó una voz conocida. Se paró a escuchar.
—Verdaderamente, me da igual lo que hagas con el coche —dijo Blanca, su compañera. Parecía muy enfadada. Pero realmente ¿cuándo no estaba enfadada?
—¡Véndelo o quédatelo!, pero solucionemos todo esto de una vez por todas, y en lo referente a Samantha, mi abogado se pondrá en contacto con el tuyo. ¡Es mi hija también!, y no voy a permitir que me la quites por el hecho de que su madre biológica seas tú. Samantha es nuestra hija. Ambas decidimos tenerla y me da igual si tengo que viajar a por ella a la China cuando le toque estar conmigo —tras un silencio volvió a decir—. Sinceramente, Verónica, me importa una mierda lo que digas o lo que pienses. ¡Mi abogada se pondrá en contacto contigo! —y colgó.
Durante unos segundos, tras cortar la conversación, estuvo cabizbaja. Brad sabía que ella se enfadaría cuando se diera cuenta de que había escuchado su conversación. De pronto, Blanca se llevó las manos a la cara y a Brad le pareció escuchar un gemido. ¿Estaba llorando? ¡Dios mío, la mujer de hierro lloraba!
—Tengo un buen hombro si lo necesitas —dijo acercándose a ella.
—¿Acaso te lo he pedido? —respondió sin mirarle, mientras maldecía en voz baja aquellas lágrimas.
—Una pregunta —dijo sin darse por vencido plantándose ante ella—. ¿Tú siempre estás enfadada? ¿O simplemente es que yo te caigo fatal?
—¡Bastante te importará a ti eso, capullo!
Su voz, cargada de tensión, le hizo sonreír, y acercándose a ella indicó:
—Me importa, doña tiquismiquis, desde que te veo llorar.
—¡Vete al diablo!
—Escucha —respondió observando que en ese momento Roberto y la rubia discutían en la pista tres—. Creo que empezamos con mal pie en su momento. Quizá mi carácter o mi persona no sea lo que más te guste. Pero sinceramente te pido disculpas si en algún momento te he irritado por algo —al ver que le miraba y no hablaba, continuó—: Puedo ser un capullo y el tío más burro del mundo, pero no puedo verte llorar y no ofrecerte mi hombro.
—¡Eres un capullo, sassenach! —murmuró con una pequeña sonrisa. Quizá se estaba equivocando con él.
—¿Qué has dicho? —preguntó al escuchar aquel nombre—. ¿Cómo conoces tú esa palabra?
—Mi hermana Gema lee novelas medievales escocesas —respondió Blanca al recordar a su guapa hermana, que estudiaba para actriz—. Me dijo que a los ingleses como tú se les llamaba en aquellos tiempos sassenach… ¿Os lo siguen llamando?
—No —respondió al recordar a su adorada Vanesa—. Hoy en día nadie recuerda eso. Pero tengo una amiga que siempre me llama sassenach y a mi amigo Ian, highlander.
—¿Es escocés?
—Medio escocés —al ver que se había tranquilizado, prosiguió—. ¿Puedo preguntar qué te pasa?
—Necesitaría matar a mi anterior pareja y borrarla del mapa —resopló algo más relajada.
—Eso no te lo aconsejo. Nosotros somos los buenos. No lo olvides nunca.
—Mi ex, Verónica, intenta impedir que vea a mi hija. Nunca pensé que pudiera llegar a hacer eso —continuó hablando con sinceridad, ¡lo necesitaba!—. Llevábamos diez años de relación y decidimos tener un bebé. Fuimos juntas al hospital de inseminación y allí elegimos las características del donante que buscábamos. Y ahora, cuando Samantha tiene tres años, me suelta que la niña es suya y que me dejará verla cuando ella quiera.
—Tremendamente egoísta por parte de ella —señaló Brad.
—Siempre fue bastante egoísta, pero yo la quería y eso me valía para seguir con ella. Pero una cosa es que ella me deje de querer porque ahora esté con Lucía, y otra que pretenda que yo deje de ver y querer a mi hija. Por lo que, sintiéndolo mucho por ella, y en especial por su familia, nos veremos en los tribunales. Samantha es tan hija mía como suya —sonrió por primera vez en mucho tiempo—. Y eso está por encima de todo en este jodido mundo.
—Mírala, ¡si sabe sonreír! —se burló Brad dándole un flojo puñetazo en el brazo—. ¿Alguien te dijo alguna vez lo guapa que estás cuando sonríes?
—Discúlpame por lo borde que he sido —susurró mirándole—. Yo no suelo ser así, pero las circunstancias desde que llegué aquí no han sido fáciles. La ruptura con Verónica, el estar sola y el no ver a mi hija me están amargando.
—Disculpada. Y recuerda: no estás sola, ¿vale? Y aunque a veces sea un poco capullo, si alguna vez quieres probar algo diferente a lo ya probado, ¡dímelo, nena!
—¡Oh…! Vete al demonio —suspiró con una sincera sonrisa.
En ese momento apareció David corriendo entre los arboles.
—¡Disculpa, Max! Encontré un gran atasco y no había manera de salir de él.
—Ya iba hacia dirección para llamarte por teléfono —comentó, y luego, mirando a Blanca, para disimular dijo—: Si esta interesada en dar clases de tenis, habla con Germán en dirección, te dirá los horarios.
—Gracias sonrió Blanca. Hablaré con él. Adiós.
Y tras esto, Brad, bromeando como siempre, se encaminó hacía la pista siete.