PASADOS UNOS MESES, LA VIDA DE CHIARA SIGUIÓ MÁS O menos igual. Su trabajo y sus hijos. El único cambio fue no vivir con Enrico y olvidarse de Loredana, lo que le produjo una verdadera liberación.
Nora, durante un tiempo, lloró, pataleó y a veces vomito por la angustia que todo aquello le provocaba. ¿Cómo olvidarse de Giorgio? ¿Cómo haría para salir adelante? ¿Debería intentar conquistarle como decía su madre? El mundo se le caía encima todas las noches. La soledad, si cabe, aún era más terrible que la angustia de saber que Giorgio ya no volvería. Miles de preguntas surcaron su mente. ¿Tan mala mujer había sido para que su marido la abandonara y se fuera a los brazos de otra?
Imaginarse a Giorgio en brazos de la joven Manuela le carcomía los nervios y la moral. Pero un día, cansada y agotada por aquella situación, decidió tomar las riendas de su vida. Se levantó, se puso su mejor traje y acudió a ver a Antonello Vivolti, director de Clase y Vida, que durante años la había animado a trabajar como fotógrafo en su revista. Echándole valor, quizá por primera vez en su vida, fue a pedirle el trabajo. Necesitaba mantener una casa y en especial a sus hijos. Horas después salió con una gran sonrisa en la boca cuando comprobó que Antonello siempre había hablado en serio. ¡Tenía trabajo!
Pasados los primeros meses, su vida laboral funcionaba, Cuando llegaba al trabajo, se centraba tanto en lo que hacia, que se olvidaba de sus problemas, era una manera de evadirse de la realidad. Pero cuando llegaba a su casa y por la noche los chicos se iban a dormir, sentía una terrible soledad. Su vida sufrió un cambio de ciento ochenta grados. De ser una mujer que vivía para su familia, pasó a ser una mujer de la que vivía su familia. Una mañana que no tenía que acudir al trabajo, Chiara consiguió arrastrarla al club con la esperanza de que se relajara.
—Esta es la sala de musculación —dijo abriendo una puerta tras la que apareció una gran sala llena de aparatos a cuál más atroz—. Y esos serán los que te levantarán la moral —señaló Chiara con picardía a varios musculitos que hacían deporte.
—¿Pero qué dices? —rió al escucharla y ver cómo saludaba con guiños a algunos de los que allí estaban.
Entre ellos se encontraba Brad, el policía infiltrado, conocido en el club como Max. Al verlas, se acercó hasta ellas para saludarlas.
—Buenos días, señoritas —saludó y dio dos besos a Chiara. Luego miró a Nora—. ¿Tengo el placer de conocerte?
—No. No la conoces —respondió Chiara mirándole con una sonrisa—. Pero eso lo arreglo yo ahora mismo. Max, ella es mi amiga-hermana Nora —luego miró a su amiga, que estaba roja como un tomate, y prosiguió—: Nora, este es Max. Uno de los monitores de tenis. Un encanto de hombre.
—Encantada, Max —respondió escuetamente Nora mirándole.
—Lo mismo digo —saludó galantemente mientras observaba su pelo rojo—. ¿Has venido alguna vez por aquí?
—Ando convenciéndola para que venga —resopló Chiara.
—¡Anímate, mujer! —sonrió el monitor mientras se alejaba de ellas, su próxima clase de tenis empezaba en cinco minutos—. Espero verte pronto, Nora. Por cierto, tengo un amigo que se volvería loco con tu pelo. Le encantan las pelirrojas.
—¿En serio? —aplaudió Chiara—. Pues debes presentárselo.
—Prometido —asintió Brad al penar en Ian. El highlander
—Vaya… Qué bien —sonrió sin ganas Nora.
—Hasta pronto —se despidió Brad.
—Adiós —contestó Nora.
—Esto marcha —sonrió Chiara— Chica, ¡vas a triunfar!
—No tengo la menor intención de que nadie me presente a nadie. Por lo tanto, olvídate de triunfos.
—¿Has notado el olor? —se burló Chiara mirándola a ojos.
—¿Qué olor?
—El olor a sexo, a macho, que desprenden muchos de los que ves por aquí. Son olores de lujuria y perversión. Con mirarlos y ver esos cuerpos…
—¡Chiara Mazzoleni! —se escandalizó Nora.
—Qué quieres que le haga si me llena de energía venir aquí —y tomándola del brazo prosiguió—: Ven, te llevaré a la cafetería del club. Creo que necesitamos refrescarnos.
Una vez allí, se sentaron y tras pedir al camarero dos coca colas light, apareció Valentino, que al verlas se sentó con ellas.
—¡Qué bien! —dijo al ver a su tía—. Por fin te has animado a venir.
—He preferido venir para que tu madre se calle de una vez con el tema del gimnasio.
—¿Qué tal todo por aquí, hijo? —preguntó Chiara.
—Lo mismo de todos los días. El único cambio es que hoy hubo una junta de los accionistas del club.
—¿Qué pasa? —preguntó interesada Chiara. Conocía a muchos de ellos.
—¡A saber! Seguro que es por el robo en las casas de algunos socios —suspiró Valentino al ver la cantidad de trajeados que había aquella mañana en el club.
En ese momento, y sin esperarlo, apareció un sonriente e impoluto Giorgio agarrado a una impresionante morena de largas piernas, ambos vestidos con ropa de tenis junto a otra pareja. Durante unos segundos, Nora y Giorgio se miraron a los ojos, pero este desvió rápidamente su mirada para prestar toda su atención a la mujer que le acompañaba.
—¡Joder! —resoplo Chiara al ver el gesto de dolor de Nora—. Justo hoy tiene que venir el tonto de los cojones este.
—Creo que me voy a ir —susurró Nora nerviosa.
Llevaba sin ver a Giorgio varios meses. Y verlo de pronto allí, tan guapo, tan feliz y tan bien acompañado, le estaba rompiendo el caparazón creado.
—No deberías hacerlo —comentó Valentino, que miró a su tía con cariño y determinación—. ¿Por qué tienes que irte tú? Que se vaya él.
—Valentino —comenzó a decir Nora mientras la voz le temblaba—. Es difícil de explicar. Pero esta situación me hace sentir fatal.
—¿Por qué? ¿Acaso fuiste tú la que le faltó el respeto?
—A lo que se refiere tu tía —comenzó a decir Chiara con su característica forma de hablar— es a que viendo a la zorra tetona con la que está, el idiota de tu tío se siente peor. ¿Esa es Manuela?
—Sí —asintió Valentino.
—Tiene cara de rata, la muy pija —criticó Chiara con sarcasmo—. El conjuntito que lleva es de Armani, y las zapatillas son de Valentino.
—Y el bolso de Prada —susurró Nora sin mirarla.
—¡Madre mía, chicas! —rió Valentino al escucharlas—. Sois terribles.
—¿Sabes, cielo? —dijo Nora—. Yo misma compré ese bolso el año pasado. Pensé que era para la secretaria de tu tío.
—¡Será cabronazo! —masculló Chiara mirándolo con más odio—. Si yo fuera tú, me acercaba y…
—Mamá… mamá —suspiró rápidamente Valentino al ver cómo se empezaban a exaltar—. Tranquilidad. Estamos en un sitio público —luego, mirando su reloj, dijo—: Tengo una clase en cinco minutos, ¿seguro que puedo dejaros solas?
—Tranquilo, hijo —respondió Chiara—. Por muchas ganas que tengamos, no le pincharemos las tetas de silicona, ni gritaremos que tu tío es un picha floja.
Tras aquello, Valentino se alejó sonriendo por las ocurrencias de su madre.
—¿Me puedo sentar aquí? —dijo una voz desconocida para Nora.
Era una mujer de unos cincuenta años, bastante atractiva y con un conjunto de aeróbic de color verde pistacho.
—Por supuesto —dijo Chiara tranquilamente al ver quién era—. María, te presento a Nora. La estoy convenciendo para que venga a clases al club —luego, señalando hacia Giorgio, dijo ron descaro—: Y ese cabronazo engominado engreído de enfrente es su ex marido, del que se acaba de separar.
—Bienvenida al club, querida —saludó la nueva al ver la cara de espanto de Nora—. No te preocupes, ¡todo se supera! Nadie es imprescindible —luego miró con descaro a Giorgio y dijo—: Hombres como ese encontrarás muchos, y te puedo asegurar que mejores que él. Aunque ahora creas que no.
—Encantada de conocerte —respondió Nora—, pero no creo que busque nunca ningún hombre.
—Es totalmente comprensible —rió María mientras se levantaba, José el camarero la llamaba—. Pero tarde o temprano la vida continúa, y tú también. Hasta pronto, y espero verle pronto por aquí.
Al quedar de nuevo las dos solas en la mesa, Nora miró a su amiga.
—¡Estás loca, Chiara! Cómo cuentas eso aquí.
—Para que todo el mundo se entere de que estás ¡libre! —dijo un poco más alto de lo normal.
—¿Quién está libre? —preguntó un hombre acercándose a ellas con una encantadora sonrisa en la boca.
—Hola, guapetón. Roberto, te presento a Nora.
—Encantado de conocerte —saludó aquel guapo de pelo castaño y piernas largas mientras la besaba—. Para lo que necesites, recuerda que estaré por aquí.
—Gracias —respondió Nora sonrojándose mientras forzaba la sonrisa, y más al notar que Giorgio les observaba—. Lo tendré en cuenta.
—Espero volver a verte —dijo mientras se marchaba.
Chiara suspiró mientras le seguía con la mirada.
—¿Has visto qué monada? ¿Te has fijado en su culo y en sus manos?
—Eres terrible, ¿lo sabes?
En ese momento se acercó Richard, el profesor de aeróbic.
—¡Por favor, por favor, qué pelo más ideal! —chilló al ver a Nora—. ¿Es natural o teñido?
—Natural —contesto Nora al comprender que hablaban de su pelo. Un pelo que siempre había llamado la atención por su espectacular color rojo. Años atrás, Giorgio le sugirió cambiarlo de color, ¡era demasiado llamativo y vulgar! Durante años lo mantuvo oculto bajo tintes rubios y marrones. Pero tras la separación y con la colaboración de Chiara, nuevamente su color la acompañaba.
—Es precioso, ¿verdad? —sonrió Chiara a Richard—. Te presento a mi amiga-hermana Nora. Hoy dará clase con nosotros, y espero que le guste para hacerla volver.
—Encantado de conocerte, amiga-hermana Nora. ¿Eres nueva en el club?
—Para dar clases sí —respondió algo tímida—. Aunque soy socia desde hace años.
Richard, con descaro, la miró de arriba abajo.
—Pues ya va siendo hora, bonita —regañó rápidamente dándole en el muslo—. Que veo yo esas piernas y ese estómago bastante flácidos, y no quiero comentar cómo te veo los brazos.
Al escuchar aquello, a Nora le entraron unas irresistibles ganas de llorar. Disculpándose, se fue directamente al baño. Por suerte para ella, Giorgio ni se percató. En su camino notó que las piernas le temblaban. ¡Nunca podría competir con una mujer como Manuela!, guapa, estilosa, con un impresionante cuerpo y, sobre todo, con bastantes años menos.
Mientras tanto, en la cafetería del club:
—¡Mamma mia, Richard! —protestó Chiara—. ¿Cómo le dices eso? ¡Acaso estás tonto!
—Foquita mía, le he dicho la verdad. Siento ser cruel pero la vida es así. Y como decía aquella canción, no la he inventado yo —respondió mirándola a los ojos.
Tras ese comentario, le puso al día sobre la situación afectiva de Nora. Dos segundos después, seguido por Chiara, se dirigió al baño de mujeres, donde, sin preguntar, entró y dijo:
—Nora. Soy el odioso y descerebrado hijo de perra que te ha hecho llorar. Tengo una lengua que a veces sería para comérsela a la plancha con caviar, pero otras para cortármela y tirársela a los cerdos. Me gustaría pedirte disculpas por lo que te he dicho.
—No te preocupes —suspiró tras abrir la puerta para encontrarse con Richard y Chiara—. No sé qué me ha pasado.
—Yo sí sé qué te ha pasado —añadió Richard sin dar tiempo a Chiara para taparle la boca—, has visto a la Barbie siliconada que acompaña a tu ex, Ken, y te sientes inferior, porque ella es más joven y no tiene celulitis.
Nora, al escuchar aquello, miró desconcertada a Chiara, que con la mirada le pidió perdón mientras Richard continuaba.
—Sé por lo que estás pasando. Yo he pasado por eso más de una vez, y los únicos consejos que te puedo dar para que lo superes lo antes posible son que pienses en ti, que vengas a mis clases por lo menos tres días a la semana y que te compres el bote grande de Biotherm para luchar contra la celulitis y la grasa concentrada.
—Yo… —intentó decir Nora, pero de pronto comenzó a reírse, al tiempo que por los ojos las lágrimas afloraban.
Mientras se partían de risa los tres, se abrió la puerta del baño y entró justamente la persona que menos deseaban, Manuela, acompañada de otra pija como ella. Con celeridad salieron los tres rápidamente del baño.
—¡Por favor! —gritó Richard—. Si toda ella es Armani.
—Y Prada —susurró Chiara al ver hundida a su amiga—. ¡Se fuerte, Nora! Tú vales muchísimo más que esa barbie megapija. Eres una tía estupenda, una madre genial y una amiga superior.
—Ay… que me emociono —gimió Richard— y pierdo todo mi glamour.
—Necesito un cambio. La verdad es que necesito un cambio en mi vida. Una señal. Algo que me haga superar esto.
—El cambio lo harás si comienzas a pensar en ti. Nora, ¡reacciona de una puñetera vez! —gritó Chiara asustándoles.
—¡Chiquilla! —regañó Richard—. Con ese susto casi se me sale el botox por los poros.
—Qué tonto eres a veces, Richard, ¡por favor! —se mofó Chiara.
—Vale —susurró Nora al ver salir del baño a Manuela, tan odiosamente guapa y cuidada—. Tenéis mucha razón. El cambio lo tengo que comenzar a dar ¡ya! —y tras mirar a Richard se secó las lágrimas y preguntó—: ¿Cuál era el nombre de la crema que me dijiste?