Capítulo 31

Daniela se despertó a las diez y media de la mañana. Sin muchas ganas de levantarse de la cama volvió a acurrucarse, dispuesta a dormir más. Estaba cansada, apenas había podido dormir pensando en Rubén, pero estaba feliz por saber que el asistente social le había dicho que todo iba por buen camino; con un poco de suerte Suhaila e Israel vivirían con ella ya definitivamente dentro de unos meses. Pero sabía que su huída no estaba bien y estaba segura de que el futbolista se habría enfadado mucho con ella.

Cerró los ojos, para dejar de pensar y quedarse de nuevo dormida, cuando sonó la puerta de su habitación y oyó la voz de Eleonora, su amiga y dueña del hotel.

—Dani… ¡el desayuno! Vamos… abre, que tienes que desayunar.

Desganada, la joven se levantó, resopló y caminó hacia la puerta. Eleonora, una mujer muy hippy de unos cincuenta años murmuró al verla recién levantada:

—¡Mamma mía! por esas ojeras supongo que has pasado muy mala noche, ¿a que sí?

—¿Tanto se me nota?

Eleonora, divertida por el gesto aniñado de la joven, la piropeó:

—Tú estás bellísima siempre, querida. ¡Juventud divino tesoro!

Daniela soltó una risotada y, echándose a un lado, dejó que su amiga dejara la bandeja del desayuno sobre la mesa.

—¿Necesitas hablar?

Daniela negó con la cabeza y cuchicheó:

—Necesito dormir, eso es lo que necesito.

Eleonora que la conocía muy bien, sonrió y tras señalarle el desayuno apremió.

—Desayuna, seguro que te vendrá fenomenal.

—De acuerdooo.

Cuando se quedó sola en la habitación, Daniela entró en el baño, se aseó y una vez terminó, regresó a la habitación. Sin ganas, se puso unos vaqueros y una camiseta. Aprovecharía el día y caminaría por aquel bonito lugar.

Ya vestida, se sentó ante la bandeja del desayuno, sacó su bote de pastillas y, tras tomarse la correspondiente al día, dio un trago de su café. Después atacó con gusto los pequeños donuts de azúcar que Eleonora le había llevado, estaban de muerte. Ensimismada con su desayuno, de pronto una música que venía de la calle captó su atención.

It’s now or never, come hold me tight

Kiss me my darling, be mine tonight

¿Elvis? ¿Estaba escuchando su canción preferida? Sorprendida, se levantó de la mesita con el donut de en la mano para asomarse a la terraza y, cuál no sería su sorpresa al ver un camión de bomberos aparcado junto al hotel, los altavoces del cual, amplificaban el sonido de su canción preferida.

Tomorrow will be too late

It’s now or never my love won’t wait

Sorprendida por aquello, salió a la terraza y observó que Eleonora y un gran grupo de gente, rodeaban el camión y miraban hacia arriba. De pronto, se le puso la carne de gallina. Se quedó totalmente bloqueada al ver a Rubén, vestido de bombero, subido en la escalerilla del camión que subía hasta su terraza. ¿cómo la había encontrado?

Inmóvil, todavía con el donuts en la mano no sabía qué hacer, mientras su canción sonaba a todo trapo y el hombre de sus sueños se acercaba a cada segundo más y más. El corazón le bombeaba con fuerza y, como pudo, se sujetó a la barandilla. Si no lo hacía, las piernas se le doblarían, tenía miedo de desmayarse.

Por la cara de Rubén supo que no estaba enfadado. Estaba sonriente. Aquello era totalmente surrealista: ella en un balcón, él subiendo por la escalerilla del camión del bomberos, la música de Elvis a todo trapo en aquel pueblito italiano y los lugareños, presenciando la escena y haciendo fotos con el móvil.

La escalera llegó hasta ella y Rubén, con una preciosa sonrisa, declaró:

—Cariño, no soy Richard Gere, ni llevo un traje gris, tampoco suena La Traviata, ni vengo en una bonita limusina blanca, pero estamos en un pueblo italiano, suena tu canción favorita del Rey, y he agudizado el ingenio para conseguir este golpe de efecto a lo Pretty Woman.

Al escucharlo tuvo que sonreír y respondió:

—Me gusta más esta canción de Elvis que La Traviata.

—¡Bien! ¡Lo sabía! —gesticuló Rubén—. Ahora solo espero que yo también te guste más que Richard Gere.

Conmovida como en su vida, Daniela pestañeó. Aquel hombre estaba haciendo cosas maravillosas para demostrarle su amor.

—Eres más guapo que Richard Gere y te aseguro que me gustas mucho… mucho más.

Sin más, se acercó a la barandilla y, hechizada por el momento, posó sus labios en los de él y le besó. El contacto entre ambos fue eléctrico y maravilloso y se separaron al oír las voces y los aplausos de la gente que les miraba desde la calle, mientras la canción continuaba.

Al ver aquello, Rubén susurró a escasos centímetros de la boca de Daniela:

—Yupi… Yupi… Hey.

Sin más, saltó dentro de la terraza, ante los aplausos de todos los que les observaban y dijo:

—¿Podemos pasar dentro de la habitación? Creo que con las fotos y vídeos que nos han hecho, hoy, salimos en todos los informativos.

Al darse cuenta de aquello, la joven volvió a la realidad y, cogiéndole de la mano, lo introdujo dentro de su habitación, ante los vítores de todos los asistentes. Una vez a solas, ella le soltó y él dijo:

—Curiosa manera la tuya de hacerme saber que me quieres.

—Ya sabes que para todo me gusta ser diferente —respondió como pudo y preguntó—: ¿Qué haces aquí?

Quitándose el casco y el chaquetón azul de bombero, respondió:

—Vine a buscarte, cariño.

—¿Quién te ha dicho dónde estaba?

—Nadie, lo acerté.

—¿Lo acertaste? —preguntó sorprendida.

—Estaba en la cocina y al cerrar la puerta de la nevera se cayó el imán que compraste en Volterra y entonces recordé que me habías hablado en alguna ocasión de este lugar.

—Rubén…

Al ver su ceño fruncido, el joven la cortó:

—Si me dices algo cariñoso, como cielo, amor o te quiero ¡te lo agradeceré! —y tocándole con suavidad el rostro, murmuró—: He pasado una noche de locos pensando dónde podrías estar, estaba muy preocupado por ti, cariño.

Alejándose un poco de él, intentó ser fría y no dejarse llevar por las emociones.

—Muy bien, ya me has encontrado, ¿qué quieres?

—Te quiero a ti. Y… te quiero, como dice Suhaila, hasta el infinito y más allá.

Aquella frase, que tanto significaba para ella, le puso la carne de gallina ¿cómo sabía él eso? e intentando mantenerse fría le cortó.

—Vamos a ver… vamos a ver… Creo que te estás acelerando. Está claro que hay un magnetismo sexual entre nosotros, pero no todo en la vida es sexo, ¿no crees?

—Ajá… lo creo.

—Y creo que te estás dejando llevar por algo que ni tú mismo entiendes, sin pensar en nada más. Te conté mi problema, pero creo que aún no eres consciente de lo que te dije.

Acercándose a ella le respondió con seguridad.

—Entiendo lo que me pasa: estoy enamorado de ti y soy consciente de lo que me dijiste, la que no eres consciente de lo que hace, eres tú, ¿por qué te niegas a darnos una oportunidad?

—Tengo miedo, ¿no lo entiendes?

—Si ese miedo es porque crees que lo nuestro no va a funcionar ¡olvídalo! Yo no soy Enzo, soy Rubén y te quiero y estoy dispuesto a hacer por ti lo que sea.

Retirándose el pelo de la cara, la joven resopló y estirando su mano frente a ella para pararle en su acercamiento, añadió:

—Te gustan las mujeres técnicamente perfectas y yo no lo soy.

—Eres técnicamente perfecta para mí.

—Eso es mentira.

—No. No lo es. Eres preciosa, sexy, atractiva y si a eso le sumas que eres divertida, guerrera, dulce cuando quieres y encantadora, ¿qué más puedo pedir?

Agobiada por las cosas tan maravillosas que le estaba diciendo, insistió:

—Tú quieres tener hijos y yo quizá no pueda dártelos.

—Eso no me importa, si te tengo a ti.

—Dijiste que querías niños que fueran carne de tu carne, ¿no lo recuerdas?

El futbolista asintió, recordaba aquellas desafortunadas palabras e indicó:

—Creo que para nuestra suerte, ya tenemos dos. Suhaila e Israel. Por cierto, ¡tan guapos como la madre!

—Rubén…

Sin darse por vencido susurró.

—Daniela…

Y sin dejar que ella dijera nada más, retiró la mano que les separaba, la acercó hasta él y la besó. Lenta y pausadamente, Rubén degustó aquello que ansiaba y había ido a buscar. La mujer que adoraba estaba entre sus brazos y pensaba luchar por su amor el tiempo que hiciera falta. Solo importaba ella. Nada más.

Cuando de nuevo separaron sus labios, ella murmuró:

—Rubén… estás a tiempo de marcharte.

—¡Ni lo sueñes, preciosa! Hasta que no me digas que me quieres y que no puedes vivir sin mí, no te voy a soltar. Así que acostúmbrate a esta habitación, porque va a ser lo único que vas a ver hasta que claudiques —ella sonrió, aquello era buena señal y él añadió—: Cuando estaba hundido por mi lesión, recuerdo haber conocido a una tocapelotas, cabezota, luchadora y positiva que me decía: «señor Ramos, ¡este partido lo vamos a ganar!» —al escuchar eso, ella volvió a sonreír y él prosiguió—: Pues ahora déjame decirte, señorita Norton ¡este partido lo vamos a ganar! Iremos juntos a hacerte las pruebas al oncólogo cada seis meses o cuando haga falta, y no te voy a soltar de la mano en ningún momento pase lo que pase. Olvida tus miedos y tus inseguridades por lo que a mí respecta porque te quiero… te quiero y te quiero y no voy a permitir que nada, ni nadie, nos separe, ¿me has entendido? —emocionada asintió—. Respecto al tema de los hijos, Suhaila e Israel cumplen a la perfección lo que yo siempre he querido y, si el destino nos trae más hijos, ¡bienvenidos sean! pero no voy a dejar de estar con la mujer que amo por un capricho del destino.

—Pero, Rubén…

—¡Sé positiva!

—Lo soy, pero…

—No hay «peros», Daniela —la cortó—. Solo danos la oportunidad de querernos como deseamos los dos, no lo niegues, me quieres tanto como yo te quiero a ti. Y acabo de abrirte mi corazón como nunca pensé que podría hacerlo ante una mujer, ¿qué tal si me dices algo cariñoso? Lo estoy deseando.

Sus palabras, su mirada, su cercanía, su amor… Todo el cúmulo de cosas hizo de pronto desaparecer todos los miedos e inseguridades. Quería esa oportunidad, allí estaba él dispuesto a quererla y a adorarla pese a todas las zancadillas que el destino les pusiese por delante. Con una sonrisa que a él le hizo latir el corazón, desbocado, ella le confesó:

—Te quiero, principito.

Con una enorme sonrisa, la miró y, clavando su cautivadora mirada en ella le suplicó:

—Por favor, ¿serías tan amable de repetir lo que has dicho, tocapelotas?

—Te quiero…

—Otra vez, por favor.

Sonriendo y entrando en el juego de él, repitió más alto.

—Te quiero.

—¿Hasta el infinito y más allá?

Al escuchar aquello Daniela soltó una carcajada y consciente de ello, añadió:

—Te quiero hasta el infinito y más allá y si antes pensaba que eras maravilloso, ahora pienso que eres excepcional. Me has sorprendido y espero sorprenderte tanto como tú lo has hecho hoy. Nunca pensé que Rubén Ramos, el caprichito de las italianas, el toro español, pudiera enamorarse de una mujer como yo y hacerme sentir tan especial. He dudado, y he dudado de ti porque tenía miedo a defraudarte y a defraudarme a mí misma.

—Nunca me defraudarías, no digas eso y…

En ese momento sonó la puerta de la habitación y Rubén, sorprendido, preguntó:

—¿Esperas a alguien?

Ella negó con la cabeza y los toques impacientes volvieron a sonar. Rubén, soltó de mala gana a Daniela y, al abrir, sonrió al encontrarse con Norton y su mujer, que rápidamente entraron en la habitación.

—¿Todo bien, muchacho? —preguntó el entrenador.

Rubén, con una amplia sonrisa, cogió a la joven de la mano y afirmó:

—Todo bajo control, Norton.

Ambos chocaron su mano con complicidad y Daniela sonrió justo en el momento en el que su madre le cuchicheaba:

—No sé si darte dos azotes…

—¡Ni lo sueñes, mamá! —rio la joven divertida sin soltarse de la mano de Rubén.

Rachel, emocionada por ver a su hija por fin feliz y sin miedos, la abrazó y a ese abrazo se les unió el entrenador. Rubén les observó y por fin sonrió con tranquilidad: la había encontrado, había encontrado a la mujer que adoraba y como le había prometido, nada, ni nadie, les iba a separar.