A la mañana siguiente, cuando Rubén llegó al entrenamiento, su rostro pétreo denotaba su mal talante, no había podido dormir en toda la noche tras escuchar todo lo que Daniela le había contado. Algunos de sus compañeros, al verle tan serio, le hicieron bromas, pero eso solo consiguió que se enfadara más. Incluso hubo alguna salida de tono con Jandro, cuando este le increpó.
Acabado el entreno, caminaba hacia su coche cuando se encontró con el entrenador apoyado en él, y maldijo. Tener que hablar con él era justo lo último que le apetecía.
—¿Todo bien, muchacho?
Rubén pulsó el mando de su biplaza y las luces parpadearon, se acercó a la puerta trasera, tiró su bolsa de deporte con malos modos y, al cerrar dando un portazo, gruñó.
—De lujo.
El entrenador, sin moverse de su sitió, se interesó por él.
—¿Qué te ocurre?
—Mi vida privada, señor… no le interesa.
Norton asintió, pero insistió.
—Este estado de ánimo no te beneficia ni a ti, ni al equipo.
—Déjeme en paz.
—Recapacita, muchacho, si sigues con esa agresividad, harás que no cuente contigo por muy astro del fútbol que seas.
Rubén blasfemó en voz baja, cerró los ojos y, cuando los abrió, fue franco.
—¿Por qué no me lo dijo?
Norton se quedó callado, mirándole y el jugador insistió:
—¿Por qué no me dijo la realidad de lo que le ocurría a Daniela, en lugar de soltarme puyitas que yo no entendía?
Desconcertado, Norton no supo qué contestar, mientras el futbolista, acercándose más de la cuenta, masculló:
—Sé lo del cáncer, ¡maldita sea!, ¿por qué no me lo dijo?
El entrenador, al ver su desesperación, se justificó:
—Ella no quería que lo supieras.
—¿Ella?
—Sí, ella.
—¿Y usted cree que ella tenía derecho a jugar conmigo como ha jugado?
—¿Ella ha jugado contigo?
—Sí.
—¿No será al revés?
—Mire señor, mejor no me toque las narices. Estoy muy… muy enfadado —le contestó intentando mantener el control.
Incapaz de callar, Norton le agarró de un brazo.
—Te dije que te alejaras de ella.
—¿Suélteme!
—Te dije que ella necesitaba a alguien que…
—¿Y por qué no puedo ser yo ese alguien? —le cortó soltándose.
—¡¿Tú?!
—¡Sí, yo! —gritó.
—No digas tonterías, muchacho. Tu vida y la de mi Dani no tienen nada que ver. Tú eres un mujeriego que…
—Un mujeriego que se enamoró de su hija. ¡Joder! —su mirada estaba llena de furia—. En el tiempo que estuve con Daniela, solo ella existió para mí, ninguna otra mujer. Mi vida fue real, maravillosa y completa. El tiempo que compartí con su hija, ella fue lo más importante y verdadero que tuve. Y le guste o no escucharlo, estoy enamorado de ella como ahora sé que ella lo está de mí.
—Escucha muchacho…
—No, no voy a escucharle. Ahora el que no quiere escuchar soy yo, usted debería haber sido sincero conmigo desde el minuto uno y no lo fue, primero ocultándome que la fisioterapeuta que me trataba era su hija y luego, aun sabiendo que yo estaba saliendo con ella, ocultándome su enfermedad.
—No podía, hijo, ella me lo prohibió…
—¡Y una mierda! Yo nunca le he gustado para ella. Diga la verdad.
Ofuscado por lo que su jugador estaba diciéndole, finalmente, encontró una salida.
—Y si ella te quiere y tú la quieres, ¿qué haces aquí conmigo hablando en pasado?
—Anoche, cuando me explicó lo que ocurría, no me dejó expresarme. Me echó de su casa, no me quiere a su lado, ¿qué quiere que haga?
El entrenador, sin saber qué decir, le miró. Su cabeza funcionaba a mil por hora cuando Rubén insistió.
—¿Pretende que su hija siempre esté sola y sea infeliz?
—No.
—Pues créame, si sigue prestándole este tipo de ayuda, lo va a conseguir. Daniela es una persona que se merece lo mejor por su manera de ser, es la persona más maravillosa, divertida y buena que he conocido en mi vida.
—Conozco a mi hija, Rubén. Tú no tienes que enseñarme cómo es Daniela.
—Pues si tan bien la conoce, ayúdeme. Le estoy diciendo que quiero a su hija, que la amo con locura y usted sabe que ella me quiere a mí —Norton no respondió y Rubén bajando la voz, siseó—: Sabe que en el tiempo que he estado con ella mi conducta ha sido ejemplar. Le guste o no reconocerlo sabe que es cierto. ¿Pero tan ciego está?
—Ella no quiere que…
—Y una mierda —voceó—. El que no quiere es usted. Ve en mí, un reflejo de lo que fue usted en el pasado, ¿a que sí? —Norton no respondió y Rubén añadió—: Ahora mi pregunta es: ¿tan malo ha sido usted con su mujer y sus hijos, tan mala vida les ha dado que no quiere lo mismo para Daniela?
Apabullado por lo que le decía, finalmente, el entrenador cerró los ojos y dijo:
—Cuando conocí a Rachel, mi vida cambió. Ella lo ha sido todo para mí y…
—¿Y por qué a mí no me ha podido pasar lo mismo con su hija? ¿Acaso está ciego y no ve lo desesperado que estoy por ella?
—De acuerdo —asintió al escuchar aquello—. Asumo que no lo hice bien contigo, pero como padre de Daniela, quiero lo mejor para ella, y desde mi punto de vista, lo mejor nunca has sido tú.
—Gracias por su confianza, señor —voceó en tono despectivo.
—Escucha, Rubén…
—¿Sabe, señor? —le cortó—. Puedo sacar cientos de fotografías y chismorreos de usted y cientos de mujeres en sus años de futbolista. A mí la prensa me llama el toro español, pero si mal no recuerdo a usted le llamaban Norton «Terminator». Si tiro de hemeroteca puedo restregarle en la cara un montón de noticias en las que a usted se le ha relacionado con mujeres que no son su mujer, ¿debo creer que eso fue cierto?
—No.
—¿Y por qué le da credibilidad a todo lo que dicen de mí? ¿Por qué no puede creer que estoy locamente enamorado de su hija y que mi vida sin ella ha perdido todo rumbo y sentido?
El entrenador, al escuchar la furia con la que se expresaba, y sobre todo la fuerza con la que defendía su amor hacia su hija, lo vio todo claro por primera vez y sorprendiéndole, dijo:
—Monta en el coche.
—¡¿Cómo?!
—Monta en el coche. Vamos a buscar a Daniela.
—¿Sabe dónde está?
—Sí, está con mi mujer, hoy tiene una nueva reunión con el asistente social para el tema de la adopción de los niños.
Sin dirigirse la palabra, Norton condujo hasta un centro comercial. Cuando aparcaron y salieron del coche, el entrenador miró al joven, con el ceño fruncido.
—Señor… la quiero, adoro a su hija, no quiero separarme de ella.
Con el vello de punta al escuchar aquello, comenzaron a caminar y, cuando entraron en el centro comercial, el entrenador dijo:
—Rubén… puedes llamarme Norton cuando no estemos en el Club.
El futbolista seguía con el gesto ofuscado, mientras miraba a su alrededor, nervioso.
—De acuerdo, Norton.
Tras buscar en varias tiendas, Norton localizó a su mujer y a su hija en la cola de Starbucks. Al verla, el gesto de Rubén se suavizó y Norton, que detectó la impaciencia en el rostro del muchacho, le agarró del brazo y dijo:
—Espera aquí, déjame a mí.
Rubén quiso protestar, pero finalmente hizo lo que el entrenador le pedía, le había dado una oportunidad y no quería desaprovecharla. Desde su posición, vio como se aproximaba a su hija, ella le abrazó nada más verlo.
Norton, cuando tuvo a su pequeña en sus brazos, le besó la frente, la agarró de la mano y, alejándola de su mujer, que siguió haciendo la cola para pedir los cafés, se sentó con ella en un sillón.
—¿Qué ocurre, papá?
Conmovido por la belleza de su hija y la dulzura con la que se dirigía a él, Norton sonrió y dijo:
—Quiero que luches por lo que quieres.
A Daniela le sorprendió la reacción de su padre.
—¿Qué luche por lo que quiero?
—Sí.
—¿A qué te refieres Gran Jefe? Si es al tema de los niños, que yo sepa estoy luchando por lo que quiero, a ellos. Sabes que este…
—Me refiero a Rubén Ramos.
Al escuchar ese nombre, a Daniela el corazón le comenzó a latir con fuerza, aunque hizo lo posible por disimular sus sentimientos.
—Papá, lo de Rubén fue algo pasajero, ¿a qué te refieres?
—Sé que lo quieres, ¿por qué me lo niegas? —confundida fue a responder cuando él se adelantó—: Soy la persona que más te conoce en este mundo, además de tu madre, y del mismo modo que sé que tu color preferido es el violeta, y que las galletas de chocolate blanco te apasionan, también sé cuándo no me dices la verdad.
—Papá…
—Durante estos meses, no he sido de ninguna ayuda, tú no has parado de darme señales de lo feliz que estabas con ese muchacho y yo no he querido verlas. Tu madre las vio desde el primer momento, pero yo me negué a aceptarlas. Pero ahora, de pronto, me he dado cuenta de todo, cariño y sé que él es lo que tú quieres y…
—No, papá…
—Sí, Pitu. No lo niegues.
—Papá.
—No he querido aceptarlo porque en él he visto un reflejo de lo que yo fui en el pasado.
En ese momento llegó Rachel con los cafés y, sentándose con ellos, escuchó decir a su marido.
—Tú quieres a Rubén y él te quiere a ti, y creo que deberías darle una oportunidad.
—Qué excelente idea —asintió su madre sonriendo.
Llevaba toda la mañana intentando sonsacar información a su hija, sabía que algo pasaba y la aparición de su marido en el centro comercial, de improviso, se lo confirmó.
—El muchacho está destrozado, enamorado de ti y deseoso de una oportunidad —prosiguió el entrenador—, y yo sé que tú no estás mejor, cariño. Te conozco, cuando te retuerces el dedo derecho de la mano al hablar sé que es porque estás preocupada por algo, lo sé, no me lo puedes negar.
—Se lo llevo diciendo toda la mañana, cariño —insistió Rachel—. Esta jovencita se cree que nos hemos caído tú y yo de un guindo y no sabemos qué le ocurre.
—¿Pero qué estáis diciendo? Entre Rubén y yo solo hubo un tonteo y…
—No, cariño, no mientas. Estás enamorada de ese hombre. Solo hay que verte la carita y los ojitos cuando estás cerca de él —corrigió Rachel.
Daniela fue a protestar por lo que su madre había dicho, cuando su padre intercedió.
—Creo que lo vuestro comenzó sin que vosotros lo supierais y se ha convertido en algo tremendamente verdadero. Tan verdadero como lo que tenemos tu madre y yo.
—Aisss, cariño ¡qué bonito lo que has dicho! —murmuró Rachel emocionada, poniendo una mano sobre el muslo de su marido.
—Escucha, hija: he hablado con Rubén y me ha confesado sus sentimientos hacia ti, y solo tengo que ver tu carita para saber que son recíprocos.
—¿Pero de qué hablas papá?
Sonriendo, Norton cogió la mano de su hija y murmuró:
—Me lo dicen tus ojos, me lo dice tu madre, me lo dice Suhaila y me lo dice Israel y…
—No puedo, papá, ¿no lo entiendes?
—No, no lo entiendo.
—Yo no puedo darle lo que él quiere. Sería un error, papá, él…
—Daniela —intercedió su madre—, el error es negarte a ser feliz, cariño. Las cosas, si tienen que venir, ¡vendrán! Cuando tu padre y yo nos casamos queríamos tener una familia numerosa y luego, biológicamente solo pudimos concebir a tu hermana. Pero el destino os puso a Luis y a ti en nuestro camino, llegasteis y nuestro sueño se hizo realidad ¿Por qué te niegas a ver que la vida no se programa? La vida, cariño, te lleva y tú solo tienes que intentar disfrutar de ese camino.
—Mamá…
—Ni mamá ¡ni mimí!… —la cortó Rachel, emocionada al ver a Rubén acercarse—. Solo digo la verdad, cariño, y el día de mañana serás tú la que tenga que aconsejar a Suhaila e Israel y animarles a que vivan y sean felices.
Norton se emocionó por las palabras de su mujer y por la expresión que brillaba en la cara de su hija.
—Pitu… tu madre y yo queremos que seas feliz. Rubén está aquí y solo quiere que le des una oportunidad, habla con él, por favor.
Horrorizada por lo que escuchaba, se le puso la carne de gallina, ¿Rubén? ¿allí? Lo confirmó rápidamente al ver cómo su madre miraba tras ella y sonreía. Con el gesto desencajado, se dio la vuelta. Sus ojos se encontraron y él se dirigió a ella, agachándose para estar a su altura.
—Hola, cariño…
De pronto, un grupo de personas se acercaron a Rubén para pedirle un autógrafo y, rápidamente, Norton se levantó y mirando al joven, le gritó tirándole las llaves de su coche.
—Llévatela, y haz que entre en razón.
Rubén, tras asentir y cazar las llaves al vuelo, cogió de la mano a una descolocada Daniela y, tras guiñarle un ojo a Rachel, que le sonrió encantada, dijo mirando a Daniela:
—Vamos, cariño… tenemos que hablar.
Como en una burbuja, así se sentía Daniela. Y sin poder detener sus pies, caminó junto a Rubén hasta llegar al aparcamiento. Una vez allí, por fin recuperó la cordura y le preguntó, separándose de él.
—¿Se puede saber qué estás haciendo?
—Te quiero.
—¡¿Cómo?! —consiguió susurrar tras pestañear con fuerza.
Seguro de lo que decía y con una amplia sonrisa, el futbolista insistió.
—He dicho que te quiero.
Boquiabierta, Daniela iba a hablar pero él se acercó a ella y la besó con ardor, cuando se separó unos milímetros de su boca, susurró:
—No voy a permitir que acabes con lo nuestro de este modo. Lo que hay entre tú y yo es demasiado importante como para…
—Rubén… —le cortó—. Por favor, calla… no sigas.
—No, tesoro, no me voy a callar. Te quiero y me quieres ¿Dónde está el problema? Tú estás aquí, yo estoy aquí… ¿Cómo pretendes que tras conocerte siga viviendo sin ti?
—Pero… pero yo… no puedo. Yo no puedo darte lo que tú quieres. Yo…
Con todo el amor del mundo, Rubén le tocó el rostro y murmuró:
—Tú eres todo lo que yo quiero.
—No sabes lo que dices, Rubén… ahora puede parecer bonito pero…
—Sé lo que digo, Daniela. Y lo que digo es que te quiero a ti. El resto no me importa. Solo me importas tú.
Negando con la cabeza, suspiró, no podía aceptar. Aquello parecía buena idea, pero no lo era. No podía privarle a Rubén de tener hijos e insistió.
—Piénsalo, por favor. Tu vida y mi vida no tienen nada que ver.
—No estoy de acuerdo.
—¿No?
Rubén negó con decisión.
—Tu vida y mi vida tendrán que ver tanto como nosotros queramos. El tiempo que hemos estado juntos, sé que ha sido algo mágico y especial para los dos. En ningún momento ni tú ni yo pensamos que nada de esto podría ocurrir, pero ha ocurrido. ¡Nos queremos! ¿Por qué no quieres darte cuenta de ello?
—Porque soy realista, Rubén y aunque esté mal decirlo tengo miedo de ilusionarme demasiado contigo porque creo que esto no es real.
—Lo que siento por ti es real ¡muy real! y no tienes que tener miedo. Créeme, por favor. Confía en mí.
—Yo… es que yo…
—Tú y yo podremos absolutamente con todo —y recordando algo que ella le había dicho el día del partido de futbol, le indicó—: Vamos, cariño, positividad, ¿dónde te la has dejado hoy?
Con el corazón a mil por el giro que habían dado los acontecimientos, después de recibir un nuevo beso por parte de él, murmuró asustada.
—Vale, hablaremos. Te prometo que hablaremos, pero ahora tengo que ir a una reunión con el asistente social.
Al escuchar aquello, Rubén asintió.
—De acuerdo, monta, yo te llevo.
—No, no hace falta. Tengo mi coche allí aparcado.
Sin querer separarse de ella susurró.
—Anoche dijiste que estabas enamorada de mí, ¿verdad? —ella asintió—. Pues si es así, demuéstramelo, cariño. Necesito sentirlo y verlo.
Sin más, la joven se acercó a él y le besó. Lo necesitaba. Le besó con ternura, con pasión, con ardor… y cuando se separó de él, este susurró.
—Esta noche pasaré por tu casa sobre las nueve y hablamos ¿de acuerdo?
—No, me pasaré yo por la tuya —le corrigió ella.
—De acuerdo.
Asustada por sus sentimientos y por lo que veía en él, asintió. Después caminó hasta su coche y bajo la atenta mirada de él, desapareció. Tras salir del aparcamiento del centro comercial, Daniela detuvo el coche, temblorosa. Lo que acababa de ocurrir la había asustado, y solo podía complicar más su vida. Se sentía perdida, llamó a Antonella, que no atendió la llamada. Daniela le dejó un mensaje en el buzón de voz.
—Antonella, voy a desaparecer de Milán unos días. Todo se ha complicado de nuevo con Rubén. No te preocupes por nada, estaré bien.
Colgó y se dirigió a su entrevista con el asistente social.