Capítulo 27

El lunes al regresar del entrenamiento Rubén estaba muy motivado. Por primera vez en meses había entrenado al cien por cien con sus compañeros. A medida que avanzó la semana, su autoestima subió más y más. Daniela sonreía al verle tan feliz, aunque su interior se desangró cuando el jueves la llamó para anular su cita, le dijo que no podía verla. Ella no entraba en sus planes.

Aceptó sin rechistar y le animó a pasarlo bien, pero cuando colgó, se sentó en el sofá y después de quitarse los tacones que se había puesto para él, se lo tomó con filosofía.

—Como dice el Rey en su canción «Es ahora o nunca».

Había llegado el momento de acabar con aquello de una vez por todas.

El sábado, el futbolista jugaba su primer partido tras la lesión, emocionada, Daniela acudió al campo del Inter junto a Suhaila e Israel, querían animarle y aplaudirle. Rubén, Jandro y un par de compañeros más iban camino del vestuario cuando se cruzaron con Daniela en el pasillo. Él levantó los brazos, feliz, y se fundió con ella en un abrazo, sin importarle las conclusiones que podrían sacar sus compañeros.

—Cuánto me alegra ver que mi tocapelotas ha venido.

—No me lo perdería por nada del mundo.

Aquel contacto, tras varios días sin verle, le supo a gloria, sonrió intentando aparentar normalidad y cuando él la soltó, le preguntó cuando el resto de jugadores les dejaron solos.

—¿Nervioso? —Rubén movió el cuello a ambos lados, Daniela sonrió y tocándole en el brazo dijo—: No debes estarlo, tu pierna está perfectamente. Procura no frenar en seco, estirar y calentar muy… muy bien ahora y antes de salir al terreno de juego, y verás como todo va de maravilla.

—Espero que la pierna me funcione. Hoy voy a tener demasiados ojos clavados en mí —murmuró Rubén guiñándole un ojo a una de las azafatas del Club que pasó por su lado.

—No te rindas y lucha… —comentó ella omitiendo la miradita a la azafata—. Espero que cuando metas tu primer gol me lo dediques. Me lo merezco, ¿no?

Con una candorosa sonrisa, la miró y, tras recorrer su cuerpo con deleite, la provocó.

—Te mereces eso y más.

—Con que me dediques ese gol que tienes firmado por contrato ¡me doy por satisfecha!

Ambos sonrieron. Deseoso de tenerla cerca, la cogió del brazo y la llevó hasta un lateral. Tras comprobar que nadie les podía ver, la besó con deleite y, cuando se separó de ella, le confesó:

—Llevo tres días sin verte y te echo de menos.

Con una sonrisa, la joven asintió y, tocando su preciado pelo, le respondió.

—Yo también te echo de menos.

Esta vez fue Daniela quien se lanzó a besarle, y cuando se separó, él contraatacó verbalmente:

—Te comería entera.

—Cómeme —le respondió juguetona.

Rubén asintió y, mirándola desafiante, añadió tras besarla antes de marcharse:

—Te espero esta noche en mi casa cuando termine el partido. Entonces te comeré.

Daniela soltó una carcajada y caminó con seguridad por el pasillo hasta llegar a la zona noble del estadio, al palco de autoridades. Allí estaba su madre hablando con varios directivos, que, al verla, la colmaron de atenciones, todos sabían que aquella joven había sido la artífice de la estupenda recuperación de uno de sus astros.

El partido comenzó. Los tifosi cantaban y coreaban sus himnos mientras los futbolistas luchaban en busca del ansiado gol. Daniela observó a Rubén en el banquillo mirar concentrado el partido y, cuando en el minuto veintidós, su padre, el entrenador Norton, le hizo salir a calentar, un clamor inundó el estadio. Rubén Ramos regresaba al campo.

Su madre la miró orgullosa.

—Me gusta mucho este chico para ti, Daniela.

—Mamá, no te emociones.

—Se le ve un hombre… no un chiquillo.

—Solo somos amigos. Nada más.

Sorprendida por aquello, la mujer la miró y acercándose a ella, la retó:

—No creo lo que dices, Dani: tú sales con él.

—No, mamá.

—Pero tu padre me dijo…

—Aisss mamá… papá parece una portera con tantos cuchicheos.

Rachel sonrió ante aquel comentario.

—Pues yo creía que ese hombre tan guapo y tú teníais algo bonito y bueno para los dos. Y están los niños, ellos no paran de hablar de él, le adoran, ¿no crees que sería un buen padre?

Incómoda por aquel comentario suplicó que Suhaila e Israel no la hubieran escuchado.

—Mamaaá —protestó—. ¿Quieres callarte, que te pueden oír?

—Hija… yo creía que…

Daniela soltó una carcajada ante la cara de su madre y, acercando su frente a la de ella, le susurró:

—Mamá, amigos, es solo eso, somos a-mi-gos. Que ha habido con él algo de cama, morbito y diversión, ¡pues sí!, lo admito, pero nada más.

—¡Serás sinvergüenza! ¡Mira que decirme eso! —rio su madre al escucharla, haciéndose la antigua.

—Sinceridad ante todo, mami. No quiero que te hagas falsas ilusiones.

Rubén salió al terreno de juego y el público le vitoreó. Suhaila e Israel fueron los que más celebraron su debut después de la lesión. El futbolista, emocionado por el cálido recibimiento levantó las manos y aplaudió, los tifosi corearon su nombre. Adoraban a Rubén Ramos. Daniela no podía quitarle los ojos de encima. Rubén corrió, atacó, robó balones, dio pases, pero algo le indicaba que él no se sentía seguro jugando, que no tenía buenas sensaciones con su pierna derecha. Eso la intranquilizó.

En el descanso, Daniela corrió por las escaleras hasta llegar a la puerta del vestuario y esperó a que él apareciera. Cuando lo hizo, sin importarle quien les mirara, le agarró del brazo y con voz tensa le preguntó:

—¿Qué te ocurre?

—Nada.

—No me engañas, principito —siseó—. Te conozco y sé que te sientes inseguro, pero déjame decirte que tu pierna se encuentra perfectamente. Así que, quiero que salgas al campo, te dejes la piel y metas un gol para todas esas personas que lo están esperando desde hace meses —al ver como él la miraba, añadió—: juega como sabes, solo tienes que hacer eso. Vamos Rubén po-si-ti-vi-dad, ¿dónde te la has dejado hoy?

Ofuscado, no respondió. Simplemente se alejó con el resto del equipo, mientras ella corría escaleras arriba para entrar de nuevo en el palco de autoridades. El partido comenzó. Daniela no quitaba ojo a Rubén y sonrió al comprobar que esta vez corría con empuje y fuerza. En el minuto veinte de la segunda parte, Jandro tras un robo de balón impresionante, le dio una muy buena asistencia a Rubén y, este, sin dudarlo lanzó a portería y metió un magnífico gol por la escuadra.

Daniela no se movió; su madre, los niños y todos los que había a su alrededor saltaban y gritaban emocionados. Sin poder apartar los ojos de él vio cómo todos sus compañeros le felicitaban y se le tiraban encima. Eso la hizo reír a carcajadas. Aquello era lo que él necesitaba: un estupendo reencuentro con el equipo y con la afición. Cuando sus compañeros se le quitaron de encima, la gente seguía vitoreando enloquecida su nombre, entonces vio que el futbolista miraba hacia la zona de autoridades y, tras localizarla, sonrió y la señaló con el dedo. Suhaila e Israel emocionados por aquella dedicatoria saltaron y aplaudieron, mientras Daniela, incapaz de moverse o articular palabra por la emoción, supo que ese gol era para ella. Rubén lo había firmado en su contrato.

El partido terminó con dos goles a favor del Inter. Se desató la locura en el vestuario y los jugadores decidieron salir a celebrarlo por todo lo alto.

Esa noche Daniela esperó en la puerta de la casa del futbolista hasta las dos de la madrugada. Cuando se convenció que él no iba a aparecer, suspiró, arrancó su coche y se marchó a su casa. Definitivamente, todo había comenzado.