Capítulo 22

El lunes por la mañana cuando Rubén llegó al entrenamiento, conduciendo su propio coche, la gente del Club le recibió entre aplausos. Había estado varios meses de baja y tenerle de nuevo allí fue un soplo de aire fresco para todos.

Los fisios y el médico del Club dedicaron la mañana a hacerle mil pruebas y, cuando por fin acabó en la ciudad deportiva estaba agotado.

Llegó hasta el aparcamiento y dejó la bolsa de deporte en el maletero de su deportivo biplaza.

—¿Qué tal tu primer día? —oyó que alguien le decía.

Al mirar, vio al entrenador en el coche de al lado.

—Frustrado.

—¡¿Frustrado?!

—Pensé que haría algo más que contestar preguntas y dejar que me hicieran mil pruebas médicas.

Norton sonrió y mirando al joven indicó:

—Tranquilo, tenemos que volver a la normalidad paulatinamente. Mañana comenzarás un entrenamiento con el segundo entrenador. Piensa que llevas inactivo varios meses y, por forzar en tu incorporación al equipo, podríamos echar a perder el excelente trabajo que habéis hecho tu fisio y tú —Rubén asintió y el entrenador, cambiando de tono, prosiguió—: En referencia a mi hija, quería decirte algo, muchacho —Rubén le animó a que continuara—. Daniela es una estupenda muchacha que no merece sufrir ni ser desmerecida por nadie. Creo que eres un jugador diez y un hombre que puede tener todo lo que quiere, ¿por qué mi hija?, ¿acaso no tienes suficientes mujeres a tu alrededor? Casi no nos conocemos y sé que no tengo derecho a decir lo que estoy a punto de decir, pero voy a hacerlo porque estamos hablando de mi pequeña. Daniela merece ser tratada con cariño, respeto y amor y tú eso nunca se lo vas a dar. Así que aléjate de ella antes de que le hagas daño.

Estupefacto, no supo qué responder.

—Es mi niña y no voy a permitir que sufra por ti, ¿entendido?

Cuando Norton se dio la vuelta para marcharse, Rubén le agarró del brazo para detenerlo, y le miró fijamente a los ojos.

—No tengo intención de faltarle el respeto a su hija, en especial porque entre su hija y yo…

—No quiero saber lo que hay entre mi hija y tú, solo quiero que te alejes de ella, de Suhaila y de Israel.

Al escuchar eso, la paciencia del futbolista se agotó y, anclando los pies en el suelo, sacó su carácter y le desafió.

—¿Por qué? ¿Por qué he de alejarme de ellos?

—Porque te lo estoy diciendo yo. ¿No te basta?

—No, no señor, no me basta.

El entrenador, sorprendido, le miró. No se esperaba tanta reticencia por parte de su jugador.

—Voy a ponerte un ejemplo para que me entiendas: compara mi coche con el tuyo —Rubén frunció el ceño, no sabía de qué iba todo esto—. Mi coche es un vehículo familiar y el tuyo, un biplaza. Mi vida es familiar y la tuya no lo es en absoluto ¿necesitas más ejemplos? —Rubén estaba a punto de objetar algo, cuando Norton se adelantó—. No juegues con mi hija, ni con los niños: si lo haces y ellos sufren por tu culpa, te juro que te las verás conmigo.

—No estoy jugando con nadie.

—¿Y por eso se fue contigo a la Toscana? ¿Por qué viniste al cumpleaños de Suhaila? Mira Rubén, seamos maduros, sé lo que va a ocurrir con mi hija, la conozco muy bien y tú no eres lo que ella necesita.

—¡Maldita sea, señor! —voceó—. Ya es la segunda vez que me dice eso, ¿qué es lo que necesita su hija que yo no pueda ofrecerle? ¿De verdad me ve usted tan mala persona?

John Norton se mordió la lengua, no debía continuar hablando, se pasó la mano por el pelo.

—Escuche, señor… —prosiguió Rubén algo más calmado.

—No, escúchame tú a mí: no sé qué sabes de Daniela, ni lo que ella te ha contado sobre su vida, pero lo que sí sé es que tú no vas a estar a la altura de lo que ella necesita. Daniela es fuerte, pero está pasando por un momento de su vida en que necesita a alguien que sea más fuerte que ella, que le dé apoyo y tú, no eres esa persona.

A Rubén le sorprendieron mucho aquellas palabras, no sabía de qué le estaba hablando el entrenador.

—¿De qué está hablando? ¿Qué le ocurre?

Norton le miró detenidamente, con dureza. Había estado a punto de irse de la lengua y su hija nunca se lo hubiera perdonado. Furioso consigo mismo, dijo levantando un dedo.

—Aléjate de ella antes de que sufra, también, por amor.

Una vez dijo eso, el entrenador se marchó dejándole totalmente bloqueado y sin entender nada en absoluto.

Cuando aquella tarde Daniela llegó a su casa para su sesión de fisio no le comentó nada de lo ocurrido con su padre. Se limitó a observarla y no vio en ella nada fuera de lo normal, ¿a qué se referiría el entrenador?

Ella sí le notó extraño, demasiado callado y observador. Al acabar, él le pidió que se sentara a su lado, quería que hablasen.

—Daniela, hoy hablé con tu padre.

—¿Y qué? —murmuró en un hilo de voz.

—Vamos a ver, Dani, ¿qué ocurre? Es la segunda vez que me dice que yo no voy a estar a la altura de lo que tú necesitas y eso me desconcierta ¿tienes algo que contarme?

—No.

—¿Seguro?

—Segurísimo —mintió con mucha convicción.

—¿Y por qué tu padre me ha dicho que estás en un momento muy particular de tu vida y que necesitas a tu lado a alguien más fuerte que tú?

Durante una fracción de segundo, se bloqueó. Cuando viera a su padre ¡iba a enterarse!, ¿debía contarle la verdad a Rubén? Pero reaccionó a tiempo.

—¡Oh, Dios…! el Gran Jefe ¡qué pesadito es! No le hagas caso, son cosas de padre súper protector.

—Pero, Daniela, yo trabajo con él y…

—Lo sé, tranquilo, hablaré con él —e intentando bromear cuchicheó—: Soy su niña, entiéndelo. Se preocupa por mí y conoce tu curriculum a nivel sentimental.

—Te entiendo, te juro que te entiendo Dani, pero cuando me ha dicho…

—Pero vamos a ver, Rubén —le cortó—. ¿Tú no te preocuparías si supieras que tu hija se está viendo con un tipo tan mujeriego como tú?

Tras pensarlo, el futbolista asintió e indicó:

—Le prohibiría salir con un tipo como yo —Rubén solo tuvo que pensarlo una milésima de segundo.

Daniela soltó una carcajada, Rubén se parecía a su padre más de lo que él se podía imaginar.

Esa noche, una vez terminaron de cenar en la casa del futbolista, ella volvió del baño y se sentó a su lado. Había algo que quería aclarar.

—Quiero que sepas que, a pesar de que al principio trabajar contigo era una tortura, me lo he pasado muy bien. Has resultado ser mejor tipo de lo que creía.

Rubén sonrió y, tras dar un trago a su vaso, respondió:

—Lo mismo digo, tocapelotas.

—Entonces doy por finalizado nuestro contrato: ya no soy tu fisio, ni tú mi paciente, así que ¡ya te puedo insultar!

Al escucharla, Rubén soltó otra carcajada. Dani y sus chispeantes comentarios. Y tirando de ella, la sentó encima de él y la besó. Cuando sus labios se separaron ella dijo:

—Se acabó el pagarme mil euros por sesión. ¡Tío Gilito! Ah… y se acabó eso de vernos todos los días —el gesto de Rubén se frunció.

—No pongas esa cara, ¿vale?

Sin querer polemizar él asintió con la cabeza intentando no pensar en ello.

—El que nuestro contrato finalice no significa que dejen de llegar los ingresos a La casa della nonna —Daniela le miró asombrada—. Si algo me has enseñado en este tiempo es que los que tenemos más recursos económicos debemos ayudar más a los que no disponen de ellos. Por lo tanto, seguiré ingresando ese dinero para los niños, incluso hablaré con el Club y con mis compañeros para que ayuden a otros centros de acogida.

Sonrió encantada, y acercando sus labios a los de él, le susurró:

—Si es que eres para comerte a besos. Gracias, muchas gracias.

Abrazándola, Rubén aspiró su perfume, su olor, todo en ella le gustaba mucho… demasiado. Veinte minutos después, cuando había conseguido asumir que no la vería a diario, ella murmuró:

—Recuerda, mañana cuando vayas al entrenamiento, no te hagas el héroe o estropearás todo nuestro trabajo, ¿entendido?

—De acuerdo.

Abrió su mochila y sacó una carpeta.

—Entrégale este informe a tu fisio del Club, de hecho, deberías habérselo llevado hoy. Quiero que sepa lo que hice contigo.

—En estos documentos, ¿le explicas todo… todo… todo?

Con picardía, ella levantó las cejas y, tras soltar una risotada, cuchicheó:

—Más o menos.

Rubén sonrió, se levantó, le tendió la mano galantemente para ayudarla a levantarse, la acercó hasta él y murmuró mirándola a los ojos.

—Voy a echar de menos verte todos los días.

—Lo superarás —se mofó con el corazón dolorido—. En cuanto comiences tu rutina diaria ten por seguro que lo superarás.

Asintió con la cabeza, convencido de que le costaría más de lo que aquella se imaginaba y, acercando su boca a la de ella, la besó. Una vez abandonó sus labios le preguntó:

—¿Te reincorporarás a tu trabajo en el hospital?

—Dentro de unas semanas.

Sorprendiéndose a sí mismo, a él se le escapó:

—No quiero dejar de verte.

La combinación de esas palabras, con esa voz, con esa mirada, con sus manos acariciando todo su cuerpo, consiguieron que a la joven se le pusiera todo el vello de punta. Sus ojos hablaron por si solos hasta que ella respondió:

—Lo más inteligente sería acabar con esto: créeme.

Rubén sonrió y sin decir nada más la izó entre sus brazos y la sentó sobre la mesa. Sin dejar de mirarla a los ojos, la besó, la tocó, la desnudó… Y cuando por fin la tuvo como él quería, deseoso de sexo, murmuró:

—¿Por qué he de dejar de verte?

Desabrochándole la camisa, tras acercar su boca a su pezón tatuado, lamió la estrella, la mordisqueó, la sopló y luego respondió:

—Porque voy a estar muy ocupada, y tú también —Rubén, al escuchar aquello iba a responder, cuando ella agarrándole le exigió—: Pero ahora, en este instante, céntrate en mí, ¿vale?, vamos a pasárnoslo bien, mañana será otro día.

Pero Rubén no podía dejar de pensar en ello.

—¿De verdad crees que debemos dejar de vernos?

Daniela suspiró, le miró a los ojos y asintió tras meditarlo.

—Sí, vamos a hacer las cosas bien.

—Me gustas Dani, me gustas demasiado y…

Ella le tapó la boca con la mano y murmuró con sinceridad:

—No sigas.

Rubén paseó la lengua por su cuello mientras ella le desabrochaba los pantalones. Su pene estaba deseoso de entrar en ella, lucía duro y erecto. Daniela sonrió al verlo y lo tocó con mimo antes de decir:

—Necesitamos un preservativo urgentemente.

El futbolista asintió, la cogió entre sus brazos y la llevó hasta su habitación a grandes zancadas. Una vez allí, la dejó sobre la cama, abrió el cajón de su mesilla y, sacando tres preservativos, la miró y dijo al ver que ella sonreía:

—De momento, comenzaremos con estos.

Aquella noche Daniela se sintió especial, muy especial. Rubén la abrazó de una manera diferente y le hizo el amor con más ímpetu y deleite que otras veces.

A la mañana siguiente, cuando el futbolista se despertó eran las siete de la mañana. Se dio una ducha rápida y, al salir, se acercó a la cama donde la joven aún dormía. Con una sonrisa en los labios, se sentó junto a ella y la besó. Daniela se despertó.

—Buenos días, bella durmiente.

Ella sonrió y al ver la hora que era, se desperezó con tranquilidad. Rubén sin quitarle ojo, miró con detenimiento aquellos pequeños pechos que tanto le gustaban y, quitándose la toalla que llevaba anudada a la cintura, se tumbó sobre ella mientras le abría las piernas.

—Vamos… despierta.

Ella notó la enorme erección que pugnaba por entrar y sonrió.

—Vaya… vaya… cómo te has levantado hoy —de una estocada, la penetró. Ella se arqueó en la cama, excitadísima—. ¡Oh, Dios…! me encanta despertar así.

—Y a mí… te lo puedo asegurar —susurró agarrándola de la cintura para entrar más profundamente.

Una y otra vez sus gemidos resonaban en la habitación hasta que, un orgasmo asolador, les hizo dar alaridos de placer. Minutos después, Rubén volvía a la ducha entre risas con Daniela agarrada a sus hombros.

Aquella mañana, cuando cada uno tomó su camino para hacer frente al día, Rubén se sintió feliz. Al llegar al entrenamiento, mientras se cambiaba de ropa, le mandó un mensaje:

¿A qué hora paso a buscarte?

Cuando Daniela leyó aquello estaba en La casa della nonna con Antonella, de inmediato, le contestó:

A las siete.

No pudo evitar que se le escapase un suspiro y una sonrisa cuando tocó la tecla para enviarlo.

—Vaya… vaya… parece que alguien se está colgando de alguien… —soltó Antonella, como si se tratara de la estrofa de una cancioncilla.

Daniela, tapándose la cara, susurró.

—Tengo que cortarlo y no sé cómo. Rubén es tan… tan…

—¡Wooo, madre mía! ¡Estás fatal! Mírame, Dani… mírame, a la de ¡ya! —cuando Antonella vio la mirada de su amiga, alucinó—. Oh… oh… oh… ¿pero es que esto va en serio?

Convencida de que estaba metiendo la pata hasta el fondo, cuchicheó:

—Creo que la estoy cagando y que esto lo va a complicar todo.

—¡No me jorobes, Dani! ¿Te has enamorado de él?

—Hasta las trancas.

—Madre mía… madre mía… madre mía.

—Aisss Antonella, tenías que ver cómo es el verdadero Rubén: es cariñoso, detallista, romántico, terrenal y es fantástico con Suhaila e Israel.

—Vamos, un dechado de virtudes.

—Sí —y con gesto de horror le confesó—: ¡Dios! no he sabido cortar esto a tiempo y ahora…

—¿Él se ha enamorado de ti?

—Por suerte no. Le gusto, porque él me lo ha dicho, pero o termino esto o creo que los dos lo vamos a pasar fatal.

Cogiéndola de la mano, Antonella la llevó hasta un sofá no sin antes comprobar que los niños estaban entretenidos.

—¿Te has preguntado si Rubén es esa media naranja que todo el mundo busca? Quizá sea la tuya.

—No, no lo es.

—¿Por qué lo sabes con tanta seguridad?

—Porque lo sé, Antonella. Él y yo funcionamos de vicio en la cama. Nos lo pasamos muy bien juntos, pero ya sabes que hay ciertas cosas él no sabe de mí y…

—Cuéntaselas.

—No.

—Estás sana. Cuéntaselo, no te ocurre nada.

—Eso no es cierto.

Antonella, intentó razonar con su amiga.

—Dani, ¡por el amor de Dios! Eres la tía más positiva que conozco, ¿por qué no se lo dices? Si le gustas, no querrá alejarse de ti.

—No puedo, no puedo amargarle la vida con preocupaciones y…

—Dani, repito: estás sana, no tienes cáncer y no tienes porqué volver a padecerlo. Tu vida es tan normal como la mía y…

—Eso es mentira —respondió con dureza—. Mi vida no es normal, tú no tienes que pasar cada seis meses por el oncólogo en busca de resultados; tú no tienes que tomar una puñetera pastillita todas las mañanas para controlar los jodidos estrógenos; tú no sufres náuseas, ni sudores nocturnos, ni dolores de cabeza, ni agotamiento ni mil cosas más. Y luego está el tema de los niños, Rubén quiere ser padre biológico, y yo no puedo garantizarle que pueda concebir. Antonella, él busca una mujer técnicamente perfecta y yo no lo soy. Y si está conmigo es porque no sabe nada de lo que tú sabes y yo no quiero que lo sepa.

—Pero ¿por qué no quieres que lo sepa?

Daniela se quedó callada, cerró los ojos e intentó controlar las lágrimas mientras su amiga susurraba:

—Tienes miedo al rechazo Dani, ¿verdad? Crees que todos los hombres van a ser como el tonto de Enzo y no tiene porqué ser así. Y antes de que digas nada, Enzo es un capullo que está muy bueno y que entiendo que te lo tires cuando te plazca, pero es un capullo por lo que te hizo: te dejó en el momento en que más le necesitabas y…

—Enzo es un capullo, de acuerdo, lo admito; pero un capullo que siempre fue sincero conmigo, nunca me engañó tras saber lo que me ocurría y eso se lo agradeceré toda mi vida. Yo quiero tener a mi lado a alguien que me quiera, no quiero a alguien que esté conmigo por pena, eso sí que no. Y sí… tengo miedo, Antonella: tengo miedo a enamorarme demasiado de Rubén y que él me rechace cuando sepa lo de mi enfermedad.

—¿Y si no te rechaza?

—Lo hará, su vida y la mía apenas tienen nada que ver. Además, yo no soy el prototipo de mujer de un futbolista.

—No digas tonterías, Dani. Tu eres una preciosidad y…

—Una preciosidad que guarda un secreto que es una bomba de relojería y que en cualquier momento puede comenzar la cuenta atrás y… y…

—Dani ¡Basta! ¡Basta ya!

—Y encima le he prometido acompañarle a España a la boda de su hermana. Pero ¡Dios mío! ¿qué me ocurre? ¿por qué soy incapaz de decirle que no?

De pronto le llegó un mensaje al móvil. Lo leyó, se tapó la boca emocionada y lo tiró en el sofá. Antonella se sentó a su lado, cogió el móvil y lo leyó.

Tengo ganas de verte, tocapelotas

Con mimo, abrazó a su amiga y, cuando se tranquilizó, le tendió el móvil.

—Respóndele, seguro que es lo que está esperando.

—No puedo hacerlo. Debo cortar esto ¡ya!

Antonella asintió e intentó consolar a su amiga.

—Escucha, Dani: tú te mereces ser feliz. Entiendo todo lo que dices, pero entiende también que quienes te queremos deseamos tu felicidad. Llevaba mucho tiempo sin verte tan feliz y con tanta energía, tan viva como ahora. Y mira por donde, el tío que está haciéndote más feliz que en toda tu vida es un astro del fútbol que está buenísimo, que trabaja con tu padre y que se comporta contigo como un verdadero amor. Han pasado algo más de cuatro meses. Vale… entiendo que ha superado el tiempo que te marcas para estar con alguien pero ¿por qué no piensas que quizá lo has superado porque él es especial? En ocasiones ocurren cosas mágicas con quien menos lo esperas y ¡joder!, a ti te ha ocurrido con Rubén Ramos, ¿quién te iba a decir que ese insoportable y egocéntrico principito era la persona que iba a enamorarte?

—Esto va a acabar muy mal Antonella… ya lo verás.

—Lo que tenga que ser, será. Y si tú decides acabar con esto, ¡adelante! Yo solo veo dos opciones: ser sincera y continuar con él o acabar esa relación con mentiras. La decisión es tuya.

Dicho esto, Antonella secó las lágrimas del rostro de su amiga y le entregó el móvil.

—Vamos, respóndele. Seguro que espera tu mensaje.

Insegura, Daniela cogió el móvil y, con dedos nerviosos, escribió:

Yo también tengo ganas de verte, principito

Cuando Rubén lo leyó, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.