Capítulo 21

Los días pasaron y Daniela, tras ese episodio, intentó poner tierra entre el futbolista y los niños, aquello se estaba comenzando a liar con demasiados sentimientos y eso la asustaba. Pero le resultó imposible: Rubén no se lo permitió.

El doce de marzo, Rubén se reunió en un restaurante con amigos y varios compañeros, para el ver el AC Milan-Barcelona. Al final ganó el Barça con cuatro golazos. Ver la derrota sin paliativos del enemigo acérrimo del Inter, les llenó de alegría.

—Prueba esta pizza, ¿qué te parece? —preguntó Rubén a Daniela.

Tras darle un mordisco y saborearla con gusto ella abrió los ojos como platos y, mirándole directamente, le dio su veredicto:

—Buenísima, una de las mejores que he probado en mi vida.

Rubén rio y, sin importarle las miradas de algunos de sus amigos, besó a la joven, que se dejó encantada. Durante la cena, todos charlaron; era un grupo de unas quince personas a cual más animado y, cuando terminaron de cenar, propusieron ir a tomar una copa a Santofredi, un local de moda. Rubén se negó al principio, pero claudicó ante la insistencia de su amigo Jandro. Daniela decidió invitar a Antonella y quedaron en verse directamente en el local.

Al llegar a Santofredi, Rubén se sorprendió por no ver paparazzi en la entrada. Eso era maravilloso, pero una vez dentro, se agobió: todo el mundo quería hacerse fotos con él y eso llegó a abrumarle pasado un rato, a pesar de que seguía accediendo con buen talante.

Daniela pasó a la zona VIP con el resto del grupo y, cuando vio llegar a Antonella, la saludó con la mano y la hizo pasar.

—¡Wooo! ¿Zona VIP?

—Sí, es lo que tiene ir acompañada de astros del fútbol —se mofó Daniela abrazando a su amiga.

Durante un rato, las dos charlaron animadas, hasta que Jandro, que se había entretenido firmando autógrafos accedió a la zona Vip y, al ver a Antonella, le preguntó mirándola:

—Tú y yo nos conocemos, ¿verdad?

—Sí, nos vimos en La casa della nonna.

—¿Puedo invitarte a una copa?

—No —y cuando vio la cara de él añadió—: Mejor que sean dos.

Daniela y Antonella se miraron cómplices y rieron. Cuando se quedó sola miró con curiosidad a la sala donde todavía estaba Rubén, le vio sonriendo y haciéndose fotos con cientos de jovencitas que se morían por una instantánea con él, hasta que el dueño del local, después de una señal de Rubén, fue a rescatarle, dispersó a la multitud y le escoltó hasta la entrada de la zona VIP. Daniela le esperaba con una espectacular sonrisa.

—¿Todo bien?

Rubén, besándola en los labios, asintió y disfrutó de su compañía. Pero a medida que avanzaba la noche y la zona VIP empezó a llenarse de jovencitas deseosas de las atenciones de aquellos adonis del fútbol, Daniela y Antonella, comenzaron a sentirse incómodas. Rubén se divertía con Jandro y otros futbolistas y la había relegado a un segundo plano para hablar con un grupo de mujeres, como él decía, técnicamente perfectas.

—La verdad es que Jandro es todo un bombón —cuchicheó Antonella—. Me ha dado su teléfono, pero no voy a llamarlo.

—¿Por qué?

—Soy demasiado celosa para soportar ese tonteo. Paso… Paso…

Daniela asintió al entender lo que su amiga insinuaba.

—Tú verás, ya sabes de qué va salir con él.

—Y tú que estás saliendo con Rubén ¿cómo lo llevas?

—Yo no estoy saliendo con Rubén ¿de dónde te sacas eso?

Antonella, meneando la cabeza, suspiró:

—Tengo ojos y sé que, desde el día que diste el paso y te acostaste con él, casi no os separáis ¿a qué viene ese viaje a la Toscana, que estuviera en el cumple de Suhaila, que paséis tantas noches juntos… entre otras muchas cosas? Puedo hacerte una lista.

—Somos amigos con derecho a roce —le respondió a la defensiva a sabiendas que su amiga tenía razón.

—Permíteme que me ría ¡ja, ja, ja!

—Ya sabes lo que hay, Antonella —cuchicheó—: Será poco tiempo. Como ves, él no tiene tiempo para mí y yo, sinceramente, no creo que aguante mucho su ritmo de vida.

En ese momento, una de aquellas mujeres se sentó encima de las piernas de Rubén para hacerse una foto. El futbolista, divertido, la agarró por la cintura y Daniela se mosqueó.

—Creo que lo que tenemos va a durar todavía menos de lo que me imaginaba. No soporto ver como las bellas esas se sientan sobre él y le toquetean, y sobre todo, no soporto que a él le venga todo bien.

—¿Celosa?

Daniela asintió, con Antonella no tenía por qué fingir.

—Mucho. Y lo peor es que cada día más.

Empezó a sonar Jesse James y Antonella tomó a su amiga de la mano, la obligó a levantarse y la condujo a la pista.

—Ven… vamos a bailar.

Daniela se marchó tras ella sin decir nada. Necesitaba distraerse, como siguiera mirando aquel tonteo, iba a explotar.

Diez minutos después, Rubén vio que Daniela no estaba en su reservado en la zona VIP. Se levantó para buscarla: ¿dónde se habría metido?, con gesto ofuscado empezó a buscarla con la mirada por el resto de la sala, cuando Jandro se le acercó.

—La morena que está en la barra quiere conocerte.

—Ahora no.

—Pero, colegaaa, esa belleza es de las que quitan el sentido, ¿tú la has visto?

Rubén miró hacia donde su amigo le indicaba y, al ver que la joven le sonreía, puntualizó:

—Ahora no puedo, ¿has visto a Daniela?

Jandro, descolocado, miró a su amigo.

—Vamos, colega, ¿qué estás haciendo?

—Buscando a Dani, no sé dónde se ha metido.

—¿No me digas que te has colgado de la fisioterapeuta? —Rubén no respondió y Jandro, resoplando, insistió—: Estás haciendo el idiota Rubén, Daniela no es lo que tú necesitas. Ella es una buena chica y…

—… yo soy un mal chico —terminó la frase por su amigo.

—No digo eso, güey, solo digo que las buenas chicas van al cielo y las malas ¡a todos lados! Y a ti siempre te gustaron las malotas. Vamos… la morena te espera.

Al escuchar aquello, Rubén sonrió y, agarrando a su buen amigo por el cuello, le gritó al oído, para que no hubiera duda de que le había escuchado.

—¿Sabes Jandro? Si tanto te gusta, quédate tú con la morena.

—Pero colegaaa…

Sin hacerle caso, salió de la zona VIP en busca de Daniela.

Después de bailar animadamente con Antonella varias canciones, al abandonar la pista de baile se encontraron con unos amigos a los que saludaron encantadas. Daniela sintió que alguien le cogía de la mano, al mirar, vio que se trataba de Rubén, que la miraba con gesto hosco. A Daniela le asombró la seriedad de su semblante.

—¿Qué ocurre?

—Dímelo tú a mí —respondió él—. Me doy la vuelta y, cuando me doy cuenta, ya no estás, y te encuentro aquí de risas con estos tipos.

—Estos tipos son mis amigos, ¿algo que objetar? —él no respondió y ella replicó—. Mira, no te enfades por lo que te voy a decir, pero no pienso estar esperándote como una idiota toda la noche mientras tú te diviertes con tus amiguitas.

Molesto por aquella contestación se acercó más a ella.

—¿A qué te refieres?

—Ya sabes a lo que me refiero, no te hagas el inocente que ya somos mayorcitos.

Rubén asintió y, al ver que la gente les estaba observando, dijo agarrándola de la mano:

—Ven, acompáñame a la zona VIP.

—No.

—¿No?

—Exacto: ¡no!

Pero sin hacer caso a sus palabras, tiró de ella, así que no le quedó más remedio que acompañarlo ante la atenta mirada de demasiados ojos. No quería montar un numerito. Cuando entraron en el reservado, el futbolista caminó hasta un lateral donde no había nadie con paso decidido.

—Vamos a ver, Dani, ¿qué ocurre?

Incapaz de callar lo que pensaba, respondió:

—¿Cuándo te vas a dar cuenta que yo no soy una de ellas? Que me acueste contigo no quiere decir que me tengas que tratar como a una más. Y si te digo esto es porque me hiciste sentir mal hace un rato con tu actitud.

—¿Mi actitud?

Llevándose las manos a la cabeza, Rubén se retiró el pelo de la cara.

—Simplemente he sido agradable con la gente, soy un personaje mediático y, lo normal, si quiero tener una buena imagen pública, es que sea amable con quien se me acerca; no quiero que la prensa hable mal, ni diga tonterías sobre mí.

—Pues luego no te quejes de que te saquen mil novias. Tu comportamiento esta noche con esas mujeres deja mucho que desear.

—¿Pero de qué hablas?

Daniela se sentía cada vez más incómoda por el embolado en el que ella sola se estaba metiendo.

—Vamos a ver cómo te explico esto sin que parezca que exijo ser tu novia, ni ninguna de esas tonterías me creas o no, no es eso lo que pretendo. El tema es que si sales conmigo a cenar, estás conmigo, no tonteando con otras mujeres delante de mis narices, porque si haces eso, yo tengo dos opciones: mirarte como una tonta o divertirme y pasar de ti. En este caso, me he decidido por la segunda opción, ¿y sabes por qué? —él negó con la cabeza y ella prosiguió—: Pues porque solo somos amigos con derecho a roce. Así que, si quieres seguir con tu tonteo con esas mujeres técnicamente perfectas ¡adelante!, por mi no te cortes, pero luego no me vengas con actitudes de machito ibérico porque no te las voy a consentir, ¿entendido?

Una vez acabó aquella parrafada, Daniela respiró. ¡Qué a gustito se había quedado!

Pero Rubén se ofuscó.

—He salido a cenar contigo y estoy contigo. Y vuelvo a repetirte que, si me hice fotos con esas mujeres es porque he de hacerlo, nada más. Esta es mi vida, por lo tanto, si quieres aceptarla, bien y si no, ¡tú verás lo que quieres hacer!

Boquiabierta por aquel arranque, Daniela asintió y sin cambiar su gesto, respondió:

—Creo que lo que quiero hacer es estar con mis amigos, al menos ellos no están endiosados y tienen un poquito más de sentido común que tú. Sinceramente Rubén, me acabas de decepcionar con tu respuesta. Creo que deberías haberla meditado un poquito más.

Dando un paso para atrás Rubén siseó con prepotencia:

—Tú misma.

Esa chulería le tocó la fibra y, achinando los ojos, le espetó antes de alejarse de él.

—Muy bien… ¡yo misma!

Rubén observó cómo se alejaba pero fue incapaz de ir tras ella. Su orgullo se lo impedía. Daniela tenía el descaro de decirle siempre lo que pensaba, le gustara o no, y en aquella ocasión, desde luego, no le había gustado.

Durante un par de horas la vio divertirse con sus amigos, disimulando, la observaba desde la zona VIP. Mujeres técnicamente perfectas revoloteaban a su alrededor agasajándolo y buscando sus atenciones, pero él no podía dejar de observar a la tocapelotas. Y cuando vio que se disponía a marcharse, agarró de la mano a la primera que tuvo a su lado y, tirando de ella, llegó a la salida del local al mismo tiempo que Daniela. Sin mirarla, pasó por su lado, y al salir, la prensa se lanzó indiscriminadamente sobre él y su acompañante, que sonreía a los flashes como una tonta.

Alucinada con lo que acababa de ver, fue a protestar cuando Antonella le ordenó, agarrándola del brazo.

—Volvamos dentro, creo que tú no estás preparada para irte a casa.

Dos horas después, sobre las cinco de la madrugada Daniela se despidió de los amigos que la habían acercado hasta su portal. Una vez dentro, se montó en el ascensor y se quitó los tacones, los pies la estaban matando. Cuando el ascensor se paró en su piso y las puertas se abrieron, se quedó totalmente bloqueada: sentado en el suelo, ante su puerta, se encontraba Rubén. Al verla se levantó y ella dio un paso más para salir del ascensor.

Se miraron en silencio durante unos segundos hasta que él por fin se arrancó a hablar:

—Dijiste que soy caliente, terrenal y pasional, ¿verdad? —ella asintió y él continuó—: Pues quiero que sepas que mi parte terrenal no admite que en mi presencia estés con otros que no sea yo, y por eso te pido disculpas, sé que no lo hice bien.

Daniela respiró, cerró los ojos y se maldijo: ¿qué estaban haciendo?

—No sé bien qué es lo que me pasa contigo pero me gustas y por eso… —añadió él al ver su gesto.

—No, no sigas.

Sorprendido por su rotundidad iba a continuar hablando cuando ella añadió:

—Siento haberme enfadado contigo, pero mi parte terrenal sintió lo mismo que sintió la tuya, cuando te vi con otras y…

No pudo decir más. Rubén se acercó a ella y la besó con pasión. Aquello se les estaba yendo de las manos, y lo sabían; pero no podían pararlo.

Daniela tiró el bolso al suelo y le agarró. Besarle era una delicia y decidió dejarse llevar por lo que necesitaba en ese momento y si una cosa tenía clara era que necesitaba besarle. Así estuvieron unos minutos en el descansillo de su casa hasta que, cuando la cosa empezó a subir de tono, él le quitó las llaves de la mano.

—Entremos.

—De acuerdo —aceptó ella sin fuerzas para pensar ni para oponerse a nada.

Una vez dentro, y con las luces apagadas, Rubén la apoyó contra la puerta y la volvió a besar. Sin soltarla, se quitó el abrigo y después se lo quitó a ella. Unos besos y miles de caricias después, la temperatura entre los dos subió por momentos hasta que finalmente ella decidió hacer lo que le apetecía: le desabrochó la camisa, para cuando cayó al suelo, sus manos ya habían volado al botón de la cintura del vaquero de él.

—Impaciente.

—Mucho.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, Rubén, mirándola fijamente, le confesó:

—Me gustas mucho Dani, mucho.

—Tú a mí también, y eso no es bueno.

—¿Que no es bueno? ¿Por qué?

—Porque creo que esto no nos llevará a ningún lado.

Acercando su boca al oído de ella, excitado, aventuró:

—Nos llevará adonde nosotros queramos.

—De eso no hay duda, principito.

Ambos rieron y él añadió:

—Eres pasional, suave, terrenal, caliente y muy… muy bonita.

—Desnúdate.

Rubén sonrió, y besándola, murmuró:

—Y mandona. Te gusta mucho dar órdenes.

—Desnúdate —insistió excitada.

Hizo lo que le exigía mientras ella le observaba apoyada en el marco de la puerta. Semi a oscuras, se quitó los zapatos, los calcetines, los vaqueros y finalmente los calzoncillos. Rubén era sexy, pecaminoso, un adonis fibroso… la respiración de Daniela se fue acelerando poco a poco. La única luz que había en el salón era el reflejo de la luna que se colaba por la ventana. Observar cómo se desnudaba en esas circunstancias le convertía, prácticamente, en una aparición, en algo metafísico. Cuando por fin le tuvo como ella quería, él se quedó quieto y le pidió:

—Ahora, desnúdate tú.

Ella le obedeció sin demora; mientras él, tras sacarlo de su cartera, rasgaba el envoltorio de un preservativo. Apoyada en la puerta de la calle, se quitó las medias, después el vestido, y cuando fue a quitarse el sujetador y el tanga, él la detuvo.

—De esto ya me encargo yo.

Sin más, la cogió entre sus brazos y la llevó hasta el sillón del salón. Una vez se sentó desnudo Daniela encima, puso sus manos en la espalda de ella y la acercó hacia él. Sus pechos fueron hasta su boca y los mordisqueó por encima del sujetador. Los pezones se pusieron duros y, deseoso de tomarlos, pasó su caliente boca por encima de ellos hasta que de un tirón del sujetador, emergieron y quedaron expuestos ante él.

—Me encantan.

Con deleite, se los metió en la boca y los mordisqueó mientras ella cerraba los ojos y echaba el cuello hacia atrás. Morbo, lo que Rubén le daba era morbo en estado puro. Un magnetismo que les atraía, y que cada vez les enganchaba más y más.

Excitado, como siempre que estaba con ella, sin pararse a quitarle el tanga, Rubén lo echó hacia un lado e izándola un poco, puso su dura verga en su cavidad húmeda y, poco a poco, se hundió en ella hasta tenerla totalmente empalada.

El jadeo que ella soltó al sentirse llena de él hizo que buscara su boca, la encontró, la besó y, con fuerza, la apretó contra él en busca de placer, ambos jadearon. Sentada sobre él, Daniela comenzó a moverse. Al principio con lentitud, pero según pasaban los segundos, la urgencia creció en ellos. Movió las caderas de adelante hacia atrás, y notaba cómo su vagina succionaba el duro miembro arrancándole gemidos de lo más varoniles. Repitió los movimientos una y otra vez, hasta que él no pudo más y, agarrándola de las caderas, la apretó contra él y ambos jadearon. Sin pararse, Rubén comenzó a hundirla una y otra vez y, cuando gritaron al unísono, supieron que habían llegado al clímax simultáneamente.

Desnudos, abrazados y sudorosos permanecieron en la oscuridad del sillón durante unos minutos. Lo ocurrido había sido puro fuego o eso les parecía a ellos. Hasta que él preguntó sin moverse.

—¿Dónde has estado hasta estas horas?

—Con mis amigos.

Rubén asintió, prefirió no preguntar más.

—Siento lo ocurrido, a veces me comporto como un imbécil.

Sin mirarle, pero sabiendo de qué estaba hablando, le preguntó:

—¿A qué te refieres?

El futbolista soltó una risotada.

—Me refiero a que si salgo contigo, con quien debo estar es contigo. Tenías razón y quería pedirte disculpas por…

La boca de ella buscó la de él para callarle y besarle con pasión.

—Estás disculpado.

—Me gustaría ver tu cara en este momento, ¿puedes encender una luz?

Sin bajarse de sus rodillas, ella se acercó al interruptor de una lamparita de pie, que había junto al sillón de lectura. Rubén, recorriendo sus mejillas con las yemas de los dedos sonrió con delicadeza. Después la acercó a su boca y la besó.

—¿Cenas conmigo mañana?

—No puedo.

—¿Pasado mañana? —insistió.

—Imposible.

—¿El viernes?

—Lo siento, pero tengo planes.

Sorprendido su gesto cambió y preguntó:

—¿Qué es eso de que tienes planes toda la semana?

—Vamos a ver, Rubén…

—¿Con quién tienes planes?

—Rubén… creo que debemos distanciarnos un poco.

La mirada de él se tornó oscura y siseó:

—No quiero distanciarme de ti en absoluto. Me gusta estar contigo ¿no lo ves?

Daniela se estaba convenciendo de que aquello no iba por buen camino.

—Escucha, yo…

—No, escucha tú —interrumpió él—. Necesito tenerte cerca y, aunque no lo reconozcas, sé que a ti te ocurre lo mismo, ¿por qué quieres que nos distanciemos?

Deseó contarle la verdad, pero no podía. De hecho, no quería. Tenía miedo a su reacción y a no poder superarla.

—Rubén, simplemente tengo cosas que hacer esta semana. De verdad que lo siento, no te enfades pero tengo ciertos compromisos que…

—¿Cenamos el sábado?

Al escuchar aquello, estuvo a punto de soltar una carcajada.

—No puedo. Estaré el fin de semana fuera y…

—¿Que te vas el fin de semana?

—Sí.

—¿Con quién?

—Rubén, no entremos en ese juego. No quiero que…

—¿Con quién vas a pasar el fin de semana? —insistió.

—Tengo cosas que hacer. Siento darte calabazas —respondió quitándose de encima de él.

La miró malhumorado.

—¿Me estás dando calabazas?

—Sí.

Incrédulo, se levantó y caminó hacia la puerta, donde estaba desperdigada su ropa. A él nadie le negaba una cita y, sin mirar atrás, la cogió y comenzó a vestirse. Ella hizo lo mismo. Discutir desnuda le provocaba inseguridad y, cuando se puso el vestido, caminó hacia él para intentar arreglar el asunto.

—Oye…

—No, no voy a escucharte. Llevo esperándote cerca de dos horas sentado en la puerta de tu casa con el culo congelado como un imbécil, para que, después de hacer el amor y pedirte disculpas por lo de esta noche ¡me des calabazas! Esto es increíble.

—Lo siento, no era lo que pretendía pero…

—Te he dicho que me gustas mucho, algo que nunca le he dicho a ninguna otra mujer, ¿qué más necesitas?

Daniela, se tocaba la cara y el pelo, con nerviosismo, tensa por verle tan afectado.

—Tú también me gustas, pero no busco una relación estable y, si me lo permites, creo sinceramente que a ti tampoco te conviene. Tu estilo de vida te lo impide, eres Rubén Ramos, «el toro español», el caprichito de las bellas ¡No lo olvides!

Su cara de pilluela hizo que se le curvaran las comisuras de los labios. Aquella mujer era increíble: cuanto más le echaba de su lado, más la quería con él. Le hacía pasar de la furia a la sonrisa en décimas de segundo.

—Daniela, vamos a dejarlo —ella intentaba contener la risa—: Haz el favor de no reírte tocapelotas o me cabrearás más.

—¿Sabes que me encanta ser tu tocapelotas?

—¡Qué ilusión! —se mofó molesto.

Cuando él comenzó a abrocharse la camisa, la joven, acercándose más de la cuenta, cogió sus manos y empezó a besarle los nudillos, hasta conseguir que él la mirara.

—¿Qué te parece si el martes pasas a buscarme por mi casa a las siete y me acompañas a mi cita?

—¿Pretendes ahora que sujete la vela?

—No.

—¿Entonces qué narices quieres que haga?

—Acompañarme, estoy seguro de que te lo pasarás bien —boquiabierto iba a responder cuando ella dijo—: Y ahora déjate de malos rollos, de enamoramientos y de tonterías y vamos a mi habitación, quiero que te desnudes y que pases la noche conmigo, ¿te apetece la idea?