A finales de febrero, el 27, se celebró el cumpleaños de Suhaila en La casa della nonna. Fue un día muy feliz para la niña, cumplía siete años y se sentía ya muy mayor. Orgullosa, Daniela aplaudió e hizo fotos mientras la pequeña soplaba la tarta acompañada por su hermano y el resto de los niños del centro de acogida.
Rubén se enteró del cumpleaños de la cría al día siguiente.
—¿Pero por qué no me habías dicho nada? —se quejó.
—Rubén, nunca pensé que el cumpleaños de una niña de siete años te interesara —le respondió Daniela sorprendida, sin ver cuál era el problema.
—Joder, Dani, ¡era el cumpleaños de Suhaila!
—¡¿Y qué?!
—Suhaila ¡es mi chica! —le espetó sin querer destapar los sentimientos que aquella pequeña provocaba en él.
—Ah, bueno ¡perdone usted! No sabía yo que la cosa fuera tan en serio —ambos rieron y añadió—: eso se puede remediar, el sábado por la tarde le organizo una fiesta en mi casa con mi familia y amigos, ven y la podrás felicitar.
—Genial, ¿qué le puedo comprar de regalo?
—Sin duda alguna un kit de peluquería, le encantará.
Rubén ni se lo pensó, estaba decidido a asistir. El sábado llegó sobre las tres a casa de Daniela, quería ayudar con los preparativos de la fiesta. Diez minutos después, un hombre vino a traer una bombona de helio, y dijo antes de marcharse:
—Dani… cuando acabes, llámame y pasaré a buscarla, ¿vale?
La joven sonrió y cuando quedó a solas con Rubén le comentó:
—Es Rosendo, tiene una tienda de chucherías aquí cerca, y le he pedido la bombona para inflar los globos.
Entre risas, colgaron las guirnaldas y, cuando terminaron, comenzaron a inflar globos hasta que Daniela, se puso en la boca el globo que acababa de inflar, tragó el helio y con una voz igualita que la del Pato Donald, le preguntó:
—¿Qué te parece mi voz? Sexy, ¿verdad?
Rubén soltó una risotada por sus ocurrencias y ella añadió con voz de pito:
—¿Me comerías ahora?
Rubén soltó el globo que tenía en las manos, cogió a la joven en brazos y, mientras caminaba hacia la habitación, cuchicheó haciéndola reír estruendosamente.
—A ti te como… como sea.
—Wooo… —rio divertida.
La soltó en la cama, se quitó la camiseta gris y cuando ella abrió los brazos para recibirle con comicidad se tiró sobre ella. Risas, besos, abrazos y ropa por todos los lados. Necesitaban hacer el amor con urgencia, se deseaban, pero en el momento más álgido, sonó el timbre de la puerta. Ambos se miraron. El timbre volvió a sonar, e instantes después, escucharon que la puerta se abría.
—Dani, cariño, ¿estás en casa?
—¡Pitufa!
—¡Joder, mis padres!, pero ¿qué hora es? —cuchicheó Daniela levantándose a toda prisa.
Los dos se vistieron a toda pastilla mientras Daniela gritaba:
—¡Un segundo, en seguida salimos!
Rubén maldijo: Hubiera dado cualquier cosa porque el entrenador no les pillara en aquella situación. Y cuando dos minutos después salieron de la habitación, supo exactamente lo que pensaba cuando le miró.
La madre de Daniela le saludó con una gran sonrisa. Se imaginó que aquel debía ser el hombre que tenía tan ocupada a su hija. Veía a su niña feliz y eso era lo único que le importaba, pero se fijó en su marido y no le gustó la expresión de su cara.
Entre los cuatro ultimaron los preparativos de la fiesta de la niña. Daniela y su madre hablaban continuamente, mientras Rubén y el entrenador apenas si cruzaban alguna palabra. La tensión entre ellos era evidente.
A las cinco de la tarde empezó a sonar el timbre de la puerta una y otra vez. Amigos de la anfitriona y desconocidos para Rubén llegaban a la fiesta. La mayoría se sorprendió al ver al futbolista, aunque se imaginaron que era un invitado del padre de Daniela.
El timbre no paró de sonar hasta que la casa se llenó de adultos y, sobre todo, de niños.
Rachel, encantada, se preocupaba porque todos tuvieran algo de beber, mientras Norton charlaba con complicidad con el resto de los invitados; con todos excepto con Rubén. Algo que no pasó desapercibido a Daniela. A las seis de la tarde volvió a sonar el timbre: era Antonella con Suhaila e Israel.
Cuando la niña entró en la casa, y todos le gritaron «¡Felicidades!» se volvió loca de felicidad. Israel, al ver a Rubén, le abrazó, chocó su mano con complicidad y ya no se separó de él. Suhaila, nerviosa, besó a todos y cuando llegó a Daniela la abrazó de tal manera, sin soltarla durante un buen rato, que a todos se les pusieron los pelos de punta. Aquello era adoración.
Se quedó alucinada al ver a Rubén, abrió los ojos descomunalmente y se tiró a sus brazos. Conmovido por aquella demostración de cariño, la cogió entre sus brazos y le preguntó:
—¿Cómo está mi chica cumpleañera?
—Contenta… ¡ya tengo siete años! —le confesó coqueta.
—¡Felicidades, preciosa!
—Gracias —le gritó feliz, agarrándose con fuerza a su cuello.
Daniela e Israel se acercaron a ellos y la pequeña dijo algo que hizo que los cuatro rieran al unísono. Rachel, emocionada, miró a su marido y murmuró:
—Qué bonita estampa hacen, ¿verdad?
El entrenador, rascándose la cabeza, respondió:
—No opino.
Rachel, que sabía a lo que su marido le estaba dando vueltas, se acercó a él y le reprendió:
—John Norton, te conozco y sé lo que piensas.
—¿Lo sabes? ¡Qué sorpresa!
Al escuchar aquella puya, le pellizcó en el brazo y él se apartó.
—Rachel, por el amor de Dios, si no me gusta… no me gusta, mujer. Ese hombre está todos los días en las revistas, y cada día con una mujer distinta. No quiero algo así para mi niña.
Sin sorprenderse, ella le miró y añadió:
—Ese hombre es un buen muchacho.
—Y un mujeriego.
—Anda, mira… como tú.
Boquiabierto, la miró y respondió molesto:
—Eso fue hace años, antes de conocerte, ¿por qué dices eso ahora, mujer?
Encantada con la respuesta, Rachel le agarró del brazo y murmuró:
—Lo sé, Gran jefe…, lo sé —sonrió—. ¿Acaso no recuerdas lo que decía la prensa sobre ti cuando tenías su edad? Si yo hubiera hecho caso a todo lo que se decía de Terminator, no estaría ahora contigo. Te recuerdo lo que inventaban…
—Rachel…
—Ese jugador es como eras tú, lo tiene todo: mujeres, dinero y éxito, pero analiza su mirada y fíjate en cómo mira a Dani. La mira como tú me mirabas a mí cuando me conociste y me enamoraste —Norton la miró y ella añadió—: No seas tan crítico con lo que la prensa dice sobre él y observa por ti mismo su cariño hacia nuestra hija y te darás cuenta de la verdad. Así que… deja de perdonarle la vida y sé amable con el muchacho.
El entrenador se quedó pensativo, su mujer solía acertar en temas de amoríos pero, aun así, le costaba dar su brazo a torcer. Daniela era demasiado importante para él.
Diez minutos después, todos comían sándwiches, ganchitos y patatas fritas, con litros de Coca-Cola y naranjada. Tras cortar la tarta, todos comenzaron a entregar sus regalos a Suhaila, que estaba tan feliz que no podía parar de saltar, aquella era su fiesta y ella estaba contenta, muy contenta.
En un momento dado, Norton se acercó a Rubén y empezó a hablarle:
—Mi hija está feliz, ¡gracias!
Al escucharle, el futbolista fue a responder cuando el entrenador continuó:
—Pero no estás a la altura de lo que ella necesita. Esta felicidad sé que durara poco y no precisamente porque ella no te quiera. Lo estás haciendo mal, muchacho, muy mal.
Dicho esto, se alejó dejándole totalmente descolocado. Quiso hablar con él, pero sabía que no era el momento ni el lugar, era mejor posponer aquella conversación para otro día.
Una vez terminaron de darle los regalos a la pequeña, Daniela puso música. Sonó la voz de Elvis Presley cantando el rock and roll One-Sided Love Affair. Daniela guiñó un ojo a Rubén, que le devolvió el gesto con una sonrisa, y se acercó a su padre.
—Gran Jefe, ¿bailas conmigo nuestra canción?
Norton sonrió y sorprendiendo a todos, se quitó la americana y comenzó a bailar con su hija un rock and roll que los dejó a todos boquiabiertos. Rachel, encantada, aplaudía mientras su marido y su hija bailaban al son de la música sin perder el ritmo.
Cuando la canción acabó, todos aplaudieron, Norton besó a su hija y le susurró:
—Te quiero, Pitufa.
—Tanto como yo a ti, papá.
Todos bailaron al son de Elvis durante horas hasta que alrededor las nueve y media, la fiesta se acabó. Suhaila pidió dormir con Daniela en su casa. Y ella le dio la sorpresa de que podía quedarse. Norton y su mujer llevaron a Israel a La casa della nonna. El crío prefería regresar porque al día siguiente había quedado por la mañana para ir a jugar al fútbol con unos compañeros del instituto.
Aquella noche, cuando por fin consiguieron que Suhaila se durmiera, Rubén y Daniela se tiraron agotados en el sofá del salón y él, sin poder aguantar un segundo más, desembuchó:
—¿Por qué tu padre cree que no estoy a la altura de lo que tú necesitas?
Bloqueada, intentó aparentar normalidad y, sentándose sobre él, le besó.
—¿Sabes, príncipe?
—¿Qué, tocapelotas?
Paseando su boca por los labios de él susurró:
—Te comería ahora mismo.
—Cómeme —le contestó Rubén olvidándose de su pregunta y soltando un gruñido de satisfacción.