Capítulo 17

La visita al cirujano fue muy bien, como era de esperar. El especialista le pasó el informe al jefe de los servicios médicos del Inter, que certificó que, en unos días, Rubén podría retomar los entrenamientos con el resto de sus compañeros. Los dos aplaudieron.

Rubén le comentó a su entrenador que antes de volver bajo sus órdenes tenía pensado hacer una pequeña escapada de relax a la Toscana, sin peligro alguno; al entrenador le pareció correcto, si bien es cierto que no sabía que su hija le acompañaría en la escapada.

Daniela pasó a las once a buscarle, metieron un ligero equipaje y a Loca en la parte de atrás y se dispusieron a emprender la ruta.

—Allá vamos, Volterra.

Daniela se empeñó en conducir y, finalmente, Rubén accedió. Al salir de Milán, pasaron un peaje hasta llegar a la salida A-15, que les llevó a Parma, desde allí continuaron hasta la Spezia, donde pararon a comer algo, luego continuaron con su camino. Al llegar a Pisa tomaron la salida Ponsacco, hacia Pontedera, y finalmente, llegaron a Volterra. El trayecto se resumió en cinco horas de continuas bromas y confesiones.

Cuando la joven detuvo el coche, se quedó mirando la bonita casita de campo en tono sepia.

—¡Qué pasada…!

Rubén sacó a la perra de la parte de atrás y mirando aquel sitio presagió:

—Si te gusta por fuera, ya verás por dentro. La reformé y ha quedado preciosa.

Encantada por lo que veía, caminó hacia la puerta, que se abrió de pronto. Aparecieron un hombre, una mujer y unos niños que corrieron a saludar a Rubén. Él soltó las bolsas y, tras agarrar a los pequeños, que literalmente se colgaron de sus brazos, dijo mirando al matrimonio:

—María, Edoardo, ¿cómo estáis?

—Bien Rubén, muy bien, ¿y tú? —se interesó el hombre mirándole la pierna.

—Perfectamente, mi recuperación va muy bien, dentro de pocos ya me verás jugando de nuevo con mis compañeros.

La mujer, al imaginarse que sus pequeños le estaban incordiando, les regañó:

—¡Dodo! ¡Sindia! ¡Quietos, niños!, no molestéis a Rubén.

Al escucharla, Rubén se echó a los pequeños a la espalda y respondió divertido:

—Tranquila, María, no molestan.

Daniela, que se había mantenido en un segundo plano, se acercó, y los pequeños la miraron con curiosidad. Ella les sonrió. Jugaron un poco y después, con los niños ya cansados, Rubén, cogiéndola por la cintura hizo los honores.

—Daniela, te presento a María y Edoardo y sus hijos, Sindia y Dodo. Ellos se encargan de cuidar de la casa para que cuando yo venga, la encuentre tan bonita como la estás viendo.

La joven les saludó con una espectacular sonrisa y, tras charlar un rato, se marcharon dejándoles solos en aquel bonito lugar.

Mientras Loca corría como una loca por la enorme parcela de la Toscana, Rubén le enseñó la casa: era su orgullo, una casa que nada tenía que ver con la que tenía en Milán.

—Como verás, no hay ningún retrato mío que ocupe el centro del salón.

—Me alegra ver que aquí no eres el egocéntrico Rubén Ramos —le picó con una pícara sonrisa.

—¿Te apetece que nos demos un bañito relajante en el jacuzzi? Creo que después de cinco horas de coche nos vendrá muy bien.

—¿Tienes jacuzzi aquí?

El joven sonrió, la cogió de la mano y la guio hasta la planta de arriba, allí, tras entrar en un bonito dormitorio decorado en colores ocres, abrió una puerta que daba paso a un enorme baño con unas impresionantes vistas.

—Aquí lo tienes, ¿qué te parece?

—No veo el momento de meterme —contestó alucinada.

—Dirás «meternos» —corrigió él con rapidez; divertida por aquella reacción, sonrió y él, con un gesto pícaro, cuchicheó—: Eso lo soluciono yo rápidamente.

Rubén abrió los grifos, echó unas sales y, tomándola de la mano, dijo sacándola del baño:

—¿Qué te parece la habitación?

Boquiabierta, pensando que aquello era exactamente lo que ella siempre había soñado, se acercó hasta la cama con dosel para tocarla.

—Muy elegante, pero imagino que eso ya te lo habrán dicho las otras, ¿verdad?

—¿Las otras? ¿Qué otras? —pregunto sin entender a qué se refería.

—Todas tus conquistas a las que has traído a este nidito de amor; porque no me lo niegues, esto es todo un nidito de amor en toda regla.

Rubén se echó a reír y se encogió de hombros.

—Pues lo creas o no, aquí solo ha venido mi familia y mi amigo Jandro. No me gusta traer a las conquistas, como dices tú, a este bonito lugar.

—¿Y yo que soy? —preguntó divertida.

Rubén con una esplendorosa sonrisa la miró, dio una vuelta alrededor de ella y finalmente, le susurró al oído:

—Tú eres mi fisioterapeuta. Vamos, entre tú y yo, mi tocapelotas privada.

—Vaya… —rio—. Me alegra saberlo.

Sin más, le besó, y él, como era de esperar, aceptó. Durante varios minutos se prodigaron mil atenciones, mil caricias, mil besos llenos de calor.

—Creo que un maravilloso jacuzzi nos espera.

—Tienes razón.

En el baño, terminaron de desnudarse y, sin demora, se introdujeron en el grandioso jacuzzi. Semi echados uno frente al otro, Daniela cerró los ojos y disfrutó del maravilloso momento: el calor, la tranquilidad, la compañía… Todo era perfecto.

Rubén, frente a ella, se limitó a observarla. Cada día que pasaba le encontraba algo que volvía a sorprenderlo. Mirarla mientras ella disfrutaba de algo tan simple como un baño de espuma, se convirtió de pronto, en algo tremendamente sensual.

Con mimo, cogió una de sus piernas y la colocó sobre su pecho. Ella se sobresaltó, y abrió los ojos.

—Relájate, solo quiero darte un masaje en el pie mientras te miro.

—¡Ni lo sueñes! —respondió retirando rápidamente el pie.

Aquel «¡ni lo sueñes!», acompañado por una sonrisa torcida, le hizo presuponer porqué, y murmuró:

—Mmm… así que tienes cosquillas.

—Muchas.

—Si prometo no tocarte la planta del pie, ¿puedo darte un masaje en la pierna?

Apoyada en el jacuzzi, con sensualidad, levantó la pierna y la apoyó en su pecho. Cuando él posó sus manos sobre los gemelos, le pidió:

—Cuéntame algo de ti, siento que apenas te conozco.

Daniela se encogió de hombros y sonrió; no pensaba contarle nada de lo que le ocurría, ese era su secreto.

—Mi vida es lo que ves, no hay nada que destacar.

—Sé que eres la hija de Terminator, fisioterapeuta, trilingüe, cabezota, independiente, con buen humor y muuuy positiva. También que eres solidaria con quienes más lo necesitan y que adoras a Israel y a Suhaila. Me consta que te gusta mucho la música de Elvis Presley, las pizzas con aceitunas negras, el helado y que te encantan los plátanos.

—Lo de los plátanos me ha llegado al corazón —se mofó ella.

—¿Cuál es tu película preferida?

Pretty Woman.

Al escuchar aquel título, él se carcajeó.

—¿De qué te ríes? ¿La has visto?

Rubén asintió, y ella, con voz soñadora, cuchicheó tras soltar un suspiro:

—Me encanta el final de cuento de hadas que tiene la película. Cuando ese Richard Gere, tan guapo, tan sexy, tan divino, tan para comérselo con su traje gris, aparece subido en aquella limusina blanca mientras suena La Traviata de Verdi a todo volumen… ¡Oh, Dios… qué momento tan romántico!

Al ver cómo él la miraba mientras le tocaba la pierna con sensualidad, cambió su gesto y olvidó el romanticismo.

—¿Y tu película preferida?

Rambo —respondió. Y al ver su cara, gritó—: ¡Yupi… yupi… Hey! —ambos rieron por aquel comentario—. Anda… romanticona, cierra los ojos y relájate.

Relajarse era precisamente lo que más le apetecía en aquel momento: cerró los ojos y disfrutó del placer del silencio, la compañía y las manos de él haciendo dibujitos circulares en sus piernas.

Así estuvieron un buen rato. Ella seguía con los ojos cerrados, así que pudo observarla con detenimiento: hizo un recorrido desde la puntas de su melena hasta los pezones, que sobresalían en el agua. Los miró con tanta intensidad que notó que su pene se estaba hinchando. Los pechos de Daniela eran más bien pequeños, pero resultaban deliciosamente tentadores.

—¿Qué miras? —preguntó ella de pronto.

—Tus pechos.

—¿Mis diminutos pechos? —se mofó.

—Dani… tus pechos están bien —le recriminó.

La joven, divertida, se los miró y añadió con gesto pícaro:

—Lo sé principito, pero teniendo en cuenta que estás acostumbrado a las grandes tetorras, las mías te deben parecer poca cosa.

Rubén soltó una carcajada, tiró de ella como para hundirla en el agua y respondió divertido:

—Me gustan tus pechos juguetones, adoro verlos rodeados de espumita: son sensuales, maravillosos, muuuy apetecibles.

Ella sonrió y se le acercó, lo besó, y se sentó a horcajadas sobre él, que pasó sus manos alrededor de su cintura para que ella quedara más encajada en él. Con el ritmo adecuado, subía y bajaba sus manos desde los hombros hasta el culo de ella. Se acariciaron todo el cuerpo en silencio durante varios minutos hasta que él, se detuvo de repente.

—¿Qué te ha pasado aquí?

Daniela supo que se refería a la fina cicatriz de su pecho derecho; se incomodó, no sabía qué contestarle, así que decidió besarle para escabullirse. Mordió su labio inferior con ansia y él rápidamente respondió al beso y se olvidó del tema.

Millones de besos y caricias… Todo era morboso y excitante entre ellos, hasta que finalmente, ella hizo lo que deseaba: se elevó entre sus piernas y, tras coger su duro pene, lo colocó recto en su empapada hendidura y se dejó caer sobre él.

—Dani… estoy sin preservativo.

—Tranquilo, yo controlo.

Agarrada a los bordes de la bañera, movió sus caderas de atrás hacia delante hasta que Rubén echó para atrás la cabeza y ella aprovechó para chuparle el cuello mientras sus caderas, por inercia, seguían un ritmo propio en la búsqueda del placer. Escuchaba los gemidos de él una y otra vez, y eso la volvía loca. Le gustaba tener el control de la situación y, sin dejar de hacerlo suyo, consiguió llegar al clímax. Supo que él también había llegado al éxtasis cuando salió de ella con rapidez, mordiéndole el labio.

Cuando las respiraciones se acompasaron, ella se levantó de la bañera, sin dejar de mirarle a los ojos, salió y se metió en la ducha. Sin moverse, siguió observándola. Vio cómo el agua le caía por el cuerpo mientras ella sonreía tentadora. Aquellos cuatro días iban a estar plagados de morbo y sexo, al menos eso es lo que prometía su mirada.

De pronto, un ruido rompió el momento y Daniela, al ver que era su móvil el que sonaba, salió de la ducha, cogió una toalla y tras enrollarse en ella corrió a atenderlo.

—¡Hola, mamá!

—¡Hola, cariño!, ¿cómo estás?

Rubén, desnudo salió por la puerta y se apoyó en el quicio para observarla. Con la boca seca, Daniela murmuró:

—Bien, mamá, estoy muy bien.

—He llamado a tu casa y no me lo has cogido, ¿estás en La casa della nonna?

Al descubrir que se trataba de su madre, Rubén, regresó al interior del baño y Dani pudo responder.

—Estoy en la Toscana mamá.

—¡¿En la Toscana?!

—Sí.

—Aisss, mi vida, qué lugar más romántico.

—Pues, sí mamá, es ideal —bromeó.

Si había alguien romántica y positiva en el mundo ¡esa era su madre!

—Un lugar precioso para enamorarse, ¿no crees, cariño?

—Pues sí, mamá, lo creo.

Rachel al detectar que su hija no parecía querer decirle con quién estaba, se animó a preguntar:

—¿Y qué haces allí, cariño?

Caminó hasta la puerta del baño, comprobó que él se estaba duchando y, tras pasear con lujuria su mirada por el bonito cuerpo de Rubén, murmuró:

—Disfrutando de unas maravillosas vistas.

—No me habías dicho nada, hija —protestó su madre—. Pensé que este fin de semana vendrías a comer a casa con Suhaila e Israel.

—Pues no, mamá, este fin de semana es solo para mí.

Se quedó absorta, maravillada y con la boca cada vez más seca mientras admiraba su cuerpo bajo la ducha.

—Muy bien cariño, ya no aguanto más: ¿con quién estás en la Toscana?

—Con un amigo.

—Un amigo, ¿especial?

—No, mamá —sonrió.

—¿Lo conocemos tu padre o yo?

Decir que sí hubiera sido fácil, pero deseosa de mantener esta historia para ella sola respondió:

—No mamá, no lo conocéis.

—Dime al menos que es guapo y caballeroso —le contestó su madre soltando una carcajada.

—Guapo, caballeroso, sexy y un auténtico bombón.

—Vale mi vida, confío en tu buen gusto con los hombres, te dejo para que sigas pasándolo bien, pero llámame cuando vuelvas, ¿vale?

—De acuerdo, mamá.

Colgó hechizada, dejó el móvil sobre la mesa y entró en el baño. Deseaba a Rubén: verle empapado dentro de la ducha era algo muuy sexy. Su espalda era fantástica, su trasero, colosal y sus piernas, una maravilla. Fascinada por el influjo que causaba en ella, le observó en silencio mientras él, de cara a la pared dejaba que el agua resbalara por su espalda. Cuando ya no pudo más, Daniela se metió en el interior de la ducha sin quitarse la toalla, que, de inmediato, quedó completamente empapada. Al notar su compañía, se giró, instante en el que sus miradas se encontraron, y le quitó la toalla, que cayó a los pies. El agua se deslizaba entre sus cuerpos. Ambos se miraban y él, sonrió al escuchar:

—Bésame.

Dicho y hecho: la besó y ella le respondió excitada. Rubén resultaba siempre tentador y deseaba sexo con él una y otra vez. Enloquecido por la pasión que veía en ella, sin dudarlo, la agarró por la cintura y la apoyó en la pared de la ducha mientras un calor inmenso les subía por las piernas.

—Rubén…

—¿Qué?…

—No te has puesto preservativo.

—Tranquila… yo controlo —respondió él haciéndola sonreír.

Besos calientes y juguetones lametazos dieron paso a jadeos roncos y pasionales. Hicieron el amor en la ducha y, sin descanso y todavía húmedos, sobre la cama, después. No acababan de saciarse y, cuando a las diez de la noche pararon un poco, divertida, Daniela preguntó:

—¿Van a ser así los cuatro días?

Alucinados por ver que se tenían unas ganas infinitas, Rubén sonrió y ella murmuró:

—Yupi… Yupi… Hey.