Llegó el sábado, el día de la fiesta. Daniela había invitado a Antonella a acompañarla pero su amiga no aceptó, se moría de la vergüenza. Después de negarse a que Jandro y Rubén la recogieran, quedó en verlos en la casa del homenajeado.
Cuando Daniela llegó a la puerta de la casa del futbolista, sonrió al ver a algunos paparazzi en la entrada haciendo fotos a las chicas sexys que entraban. Entró directamente, sin pararse a que la fotografiaran; de inmediato, la música de Lady Gaga inundó sus oídos.
Nada más entrar, le resultó divertido ver cómo se fijaban en ella el resto de las mujeres; lo cierto era que su disfraz nada tenía que ver con el del resto de invitadas.
Buscó a Rubén entre aquel mogollón de gente y se quedó sin habla cuando le vio: estaba guapísimo vestido de pirata, con su bonito pelo, ese pelo que tanto le gustaba a ella, recogido en una coleta.
¡Qué sexy! pensó divertida.
Rubén estaba apoyado en una barra improvisada al fondo del salón. A su alrededor pululaban varias mujeres vestidas de sirenitas, que hablaban y se tocaban sus largas melenas en busca de sus atenciones. Todas eran preciosas: rubias, morenas, pelirrojas… Todas provocativas y cautivadoras.
El futbolista miró el reloj un par de veces, algo nervioso porque Daniela se estaba retrasando, hasta que, de pronto, alguien le dio un toquecito en el hombro y, al volverse, se quedó sin habla.
—No me lo puedo creer.
—Yupi… Yupi… Hey —se mofó ella levantando el mentón.
Jandro, que en ese momento llegó hasta ellos con su elegante disfraz de charro mexicano, murmuró al ver que su amigo se reía a mandíbula abierta:
—Pero ¿de qué vas disfrazada?
Daniela, divertida por la sonrisa de Rubén, añadió tocándose su peluca color naranja chillón.
—¿No conoces a Pipi Lastrum? Pipi Calzaslargas, ¿no te suena?
—¿La del señor Nilsson? —preguntó Jandro.
—La misma —dijo tocando un mono de peluche que pendía de su hombro derecho—. Señor Nilsson, saluda a los guaperas.
Los futbolistas soltaron una gran carcajada y esta añadió:
—No digáis que no soy original, entre tanta princesita árabe, cleopatras y Cat Woman, al menos el mío es diferente.
Sin poder quitarle los ojos de encima, Rubén le acabó dando la razón. Daniela llevaba sus botas militares y una media de color verde y otra naranja hasta la altura de los muslos. Remataba el conjunto un vestido corto a rayas verdes y amarillas, un mono de peluche en el hombro derecho y una alucinante peluca naranja de trenzas tiesas. En definitiva, estaba preciosa y totalmente diferente a las demás.
Jandro asintió divertido y Rubén, tras recorrer su cuerpo con la mirada, murmuró:
—Desde luego Dani, tú siempre dando la nota.
Aquel comentario les hizo reír a los tres; Rubén la cogió de la mano y le susurró al oído:
—Me encantan las traviesas pecas que te has pintado en la cara.
—¿Y qué me dices de mi peluca naranja y mis trenzas tiesas?
—Eso son lo mejor —rio divertido.
Las jóvenes que había a su alrededor miraron a Daniela con curiosidad y Jandro, sorprendido por los gestos de posesión de su amigo, la cogió del brazo y le apremió:
—Ven… vamos a bailar.
Sin más, Daniela se dejó llevar, y divertidos, bailaron en la pista mientras Rubén les observaba sin perder detalle. Cuando acabó su baile, ella regresó junto a Rubén, hasta que otros futbolistas, al saber que estaba allí la hija del entrenador, se acercaron a darle la bienvenida. Ella les saludó de buen rollo y, uno tras otro, la invitaron a bailar. Rubén mantuvo el autocontrol sin decir nada. No quería mostrar a sus compañeros lo que su corazón comenzaba a sentir, pero verla en brazos del ligón de Wesley no le gustó nada.
—¿Qué te ocurre? —preguntó ella una de las veces que se acercó a él para beber.
—Ten cuidado con Wesley.
—¿Por qué?
Rubén, sin querer desnudar lo que sentía, la miró y añadió:
—Solo te digo que tengas cuidado.
Daniela iba a responder cuando Wesley la llamó. Giró la cabeza con brusquedad, metiéndole a Rubén una de sus trenzas tiesas en el ojo.
—Aisss… ¿te he hecho daño?
—Tranquila, casi me saltas un ojo con el alambre de la trenza, pero por suerte, no lo has conseguido —le dijo sarcástico tocándose el ojo.
Una chica se acercó rápidamente al futbolista al ver lo ocurrido. Daniela no se movió de su sitio y al final, aquella se alejó. Sin importarle lo que pensaran, se acercó más a él y le cogió con sus manos la cara.
—Levanta el párpado y estate quieto.
Él hizo caso. Ella lo examinó y al ver su ojo rojo murmuró:
—Lo siento, ha sido sin querer.
—Cuidado con esas trenzas, que son asesinas —bromeó él.
Se estremeció por cómo le miraba y por el calor que desprendían sus manos.
—Te perdonaré solo si esta noche te vienes a mi casa.
—¿Eso es una propuesta indecente? —se mofó divertida.
Incapaz de no sonreír ante el gesto travieso de ella, asintió y él cuchicheó lentamente:
—Yupi… Yupi… Hey.
Al escucharle, toda ella ardió. Rubén era tentador y, vestido de pirata, la tentación aumentaba hasta unos límites insospechados; por ello, sin importarle quien los observaba, le propuso:
—Tengo mi coche aparcado en la calle de al lado, te espero en él dentro de quince minutos, ¿te parece?
Menos de quince minutos después, iban camino de la casa del futbolista.
Al entrar en la casa, se desnudaron con pasión y, tras hacer dos veces el amor sobre el sofá, Daniela murmuró:
—¡Dios!… Ha sido genial… genial.
—Tengo una sorpresita para ti —le dijo el futbolista tomando aire y abrazándola.
—¿Una sorpresa?
—Sí.
—¿Qué es? —exigió, como una niña pequeña, sentándose en el sillón.
Divertido por las pecas que aún continuaban dibujadas en su rostro dijo:
—Está en el congelador —le reveló Rubén.
Ella se levantó del sofá como impulsada por un resorte, se puso la camiseta azul que él se había quitado y corrió a la cocina. Dos segundos después, Rubén se rio al escucharla gritar:
—¡Diosss, qué ricooo!
Ella llegó ante él, semidesnuda, más seductora que nunca con un enorme recipiente de helado de plátano en la mano.
—Me encantaaa, ¿cómo lo sabías?
Rubén la tomó de la mano libre, la sentó sobre él y, retirándole un bucle rubio que le caía en la cara indicó:
—Te gusta el helado y te gusta el plátano ¿cómo fallar?
Feliz como una niña, destapó el envase, cogió una cucharada de helado y se la metió en la boca a él, que, encantado, la aceptó. Instantes después, repitió el mismo movimiento pero esta vez para ella.
—Ummm ¡qué bueno por favorrr!
Durante un buen rato continuaron comiendo y charlando mientras ella se deleitaba gustosa con el helado. Rubén la observaba como un tonto, cuando le preguntó:
—¿Cuándo tengo que ir a hacerme la prueba al hospital?
—El miércoles —respondió ella sacándose la cuchara de la boca—. Ese día te examinará el cirujano y, dependiendo de cómo valore el estado de tu pierna, podrás volver o no a los entrenamientos.
—Tengo ganas de comenzar a jugar.
—Lo sé —sonrió ella—, y ya verás los golazos que vas a meter tras pasar por mis manos.
Dentro de él había sentimientos encontrados: por un lado, deseaba regresar a la disciplina deportiva que le imponía el Club, echaba mucho de menos el balón, el fútbol era su pasión, pero, por otro, era un tonto si no se daba cuenta de que vería menos a Daniela. No quiso que ningún pensamiento ensombreciera aquel momento mágico. Se concentró en que el miércoles el cirujano lo vería todo bien y le dijo atrayéndola hacia él:
—Sí el miércoles el doctor dice que todo va bien, antes de comenzar con mi rutina del Club, me gustaría invitarte cuatro días a una casita que tengo en la Toscana, ¿qué te parece?
—¿Cómo? ¿En serio tienes una casita en la Toscana?
—Sí, en un lugar llamado Volterra; cuando quiero desconectar de todo siempre voy allí, ¿conoces Volterra?
—No, ¿dónde está?
Divertido, Rubén aceptó otra cucharada de helado de plátano.
—Al sur de la Toscana, a pocos kilómetros de Siena. Por cierto, allí se rodaron algunas de las escenas de la película Luna Nueva, ya sabes esa de la saga de vampiros.
—¿La de Edward Cullen?
—Sí.
—¿En serio?
—Sí, señorita, totalmente en serio —ambos rieron y él añadió—: Aunque yo de Volterra diría que es un precioso pueblo medieval con mucha historia y que estoy seguro de que te gustará. Además…
—Acepto —le cortó ella—. Me encantará conocerlo pero con la condición de que paguemos todo a medias: no me gusta que nadie me pague nada, soy autosuficiente.
El futbolista soltó una carcajada sorprendido, aquello de pagar a medias con una mujer, era nuevo para él; molesta por la guasa, pestañeó y le respondió:
—Muy bien, pues vista la gracia que te hace lo que yo digo, prefiero no ir —él dejó de reír de golpe, ambos se miraron y ella añadió—: Si aceptas mi condición, iré, si no, paso.
Tras un incómodo silencio en el que ella continuó atacando el helado, finalmente él cedió:
—De acuerdo, pagaremos a medias.
Ella asintió y él, cogiéndola por la cintura, la acercó a él y murmuró:
—Pitufina, prepárate para desconectar de todo y descansar en Volterra.