Capítulo 15

Daniela se despertó sudando. Aquellos sudores nocturnos, acompañados de calambres la despertaban muchas noches, y maldijo por ello. Al moverse, chocó con algo, abrió los ojos y se encontró con el torso desnudo y fibroso de Rubén, se quedó observándole magnéticamente en la semioscuridad de la habitación. Ver la placidez con la que dormía le arrancó una tierna sonrisa.

Miró el reloj de la mesilla, eran las 05:27h. Intentó dormir pero ya no pudo conciliar el sueño, le apetecía despertarle y continuar con su sesión de sexo. Pensar en ello la hizo sonreír de nuevo pero esta vez con picardía. Al final, decidió levantarse e irse a su casa, era lo mejor para los dos.

Sin hacer ruido, recogió sus cosas y salió de la habitación. Ya fuera, en el salón, se vistió mientras jugaba con Loca. Se puso su bomber, accionó el mando para que el portón de la calle se abriera y corriendo, se metió en el coche y arrancó, para poder salir antes de que la verja de la entrada se cerrase. Llegó a su casa a las 06:25h, directa a reencontrarse con su cama, se dejó caer y se durmió.

Cuando Rubén se despertó, se sorprendió al verse solo en la cama, miró el reloj, eran las 09:50h.: ¿dónde estaba Daniela?

Desnudo, se levantó y salió en su busca: no estaba en el salón, tampoco en la cocina. Muy consternado, vio que el coche no estaba aparcado fuera, ¿pero por qué se habría ido?

Cogió su móvil y la llamó, tras varios tonos, ella atendió la llamada.

—¿Sí?

—¿Me puedes explicar por qué te has ido sin decirme nada?

Daniela se sentó en la cama y, rascándose el cuello, respondió tras bostezar un par de veces.

—Me desperté de madrugada, no podía dormir y pensé que era hora de regresar a mi casa.

—Pero Daniela, te pedí que pasaras la noche conmigo; es más, tú aceptaste y…

—¡Stop! —gritó despejándose de pronto—. Yo acepté acostarme contigo, pero estoy acostumbrada a dormir sola y supongo que es por eso que no podía seguir durmiendo. Oye, que tú te mueves mucho, eh…

—¿Que me muevo mucho? —se mofó malhumorado—. Tú sí que te mueves un montón, si no parabas quieta en la cama.

—Bueno, Rubén, no te pongas así —cuchicheó—. Al fin y al cabo, lo pasamos bien, de eso se trataba, ¿no?

Rubén se quedó un segundo en silencio, sin saber qué decirle, iba a responder cuando ella se le adelantó.

—Mira, por norma, nunca me quedo a dormir en casa del hombre con el que comparto algo más que miradas. No te lo tomes a mal, pero es la verdad.

Entendió lo que ella decía y se enfureció. No tenía interés en que compartiera miradas más que con él; así que «de más de miradas», ni hablamos. Intentando no mostrar su rabia, continuó:

—Mira, por norma yo tampoco dejo que ninguna de mis conquistas se quede a pasar la noche en mi cama…

—Entonces, ¿dónde está el problema? —rio ella, y antes de que respondiera bostezó—. Te dejo.

—Ni se te ocurra colgar —la amenazó.

—Tengo cosas que hacer.

—Oye, que estoy hablando contigo, ¡no me cuelgues!

Sin perder la calma, suspiró y le indicó tranquilamente:

—Si quieres seguir hablando, aprovecha la sesión de rehabilitación de la tarde, que ahora tengo otras cosas que hacer.

—¿Qué cosas? —indagó molesto.

Rubén no estaba acostumbrado a que ninguna mujer le colgara y ella pretendía dejarle con la palabra en la boca. Asombrada por la pregunta, le respondió.

—Cosas que a ti no te interesan ¡serás cotillo!

Irascible por sentir su frialdad, al final cambió su tono y zanjó la conversación.

—Vale, Daniela. Hasta luego.

Dicho esto colgó dejando a Daniela totalmente alucinada con el interés de él por sus cosas. Fue directamente a la ducha; después, mientras se pasaba el secador por la melena, rememoró algunos momentos de la tarde-noche de sexo que había tenido con Rubén, se sentía agotada, pero feliz.

En la cocina, se preparó un café y un par de tostadas y abrió el mueble donde tenía las pastillas que se tenía que tomar, leyó el nombre: Tamoxifeno. Cogió una y, sin pensárselo, se la tomó con un trago de café con leche. Cuantas menos vueltas le diera a para qué era aquel medicamento, mejor.

Durante el resto de la mañana estuvo acompañando a su madre a hacer diversos recados; por la tarde, regresó a la casa del futbolista. Cuando aparcó vio que él ya caminaba hacia ella.

—Rubén, ¿qué haces sin la muleta? —le regañó.

Pero no pudo decir nada más, él la empotró contra el coche y la besó. El ímpetu de aquel beso la dejó tan maravillada que hizo lo mínimo que podía hacer: devolvérselo con pasión. Después del arrebato, él se separó unos milímetros de su rostro.

—No vuelvas a irte sin despertarme, ¿vale?

Asintió como una muñequita y aceptó un nuevo beso de él. Agarrados entraron en la casa, Rubén la volvió a besar al cerrar la puerta. Sus manos buscaron el tirador de la cremallera de la bomber, hicieron que se deslizara abriendo los dientes. Incapaz de parar aquella ardiente maniobra, Daniela contraatacó: le quitó la camiseta roja con tal ímpetu que le provocó algún arañazo en la espalda. Tres segundos después, estaban los dos tirados en el amplio sofá, semidesnudos, haciendo el amor.

Todo era lujuria, pasión y desenfreno y, después del segundo asalto, algo más relajados, Daniela le acarició con dulzura el cabello.

—Me encanta tu pelo.

—Gracias —respondió besándole la oreja—. A mí también me gusta.

—¡Pero qué creído eres principito! —le acusó Daniela, que no pudo evitar soltar una carcajada al oír el comentario de él.

—Y tú, qué tocapelotas —le respondió con una sonrisa.

Ambos rieron y ella intentó zafarse.

—He venido para tu sesión de fisio Rubén, no para esto.

Él le dio un último y largo beso, se levantó y le dijo, mirándola de arriba abajo:

—Muy bien, señorita, vayamos al gimnasio.

—Te vestirás, ¿no?

Mimoso, tiró de ella hasta levantarla y murmuró cerca de su boca:

—¿Es necesario?

Asombrada por el rumbo que estaba tomando todo, le dio un cachete en su duro culo.

—Por supuesto que es necesario. Vamos, vístete.

Fingiendo estar molesto, lo que hacía que fuera aún más divertido, le hizo caso.

—Vayamos al gimnasio, tenemos que ponernos las pilas.

Trabajaron duro durante más de una hora. Estaban contentos, la recuperación de la fractura iba de maravilla y ambos lo sabían. Rubén le preguntó por Israel y Suhaila y ella le contó todo lo que él quiso saber.

Aquella noche, al quedarse solo en casa, Rubén llamó a su amigo Jandro: necesitaba que le pasara a buscar con el coche al día siguiente, tenía algo que hacer.

Camuflados con gorras y gafas de sol, los dos astros del Inter de Milán llegaron hasta la puerta de un instituto de secundaria. Todo estaba tranquilo y Jandro, mirando a su amigo, le preguntó:

—¿Estás seguro de lo que vas a hacer?

—Sí.

—Creo que estoy más loco que tú por acompañarte. Hoy de aquí no salimos vivos —le contestó soltando una carcajada.

Rubén le entendió: era una temeridad, cuando los chavales les reconocieran, se iba a liar la marimorena. Pero tenía claro algo: quería que todos vieran que él, el famoso jugador de fútbol, estrella de la primera plantilla de un Club histórico y de fama internacional, era amigo de Israel. Y que, con su ayuda o sin ella, Israel tenía mucho futuro por delante y sería lo que él quisiera ser.

Cinco minutos después sonó un timbre y una marea de chavales de distintas edades comenzó a salir. Rubén se bajó del coche junto a Jandro y se sentó en el capó.

Desde su posición, aunque los chavales les rodearan, él podría ver a Israel cuando saliera. Como era de esperar, en menos de dos minutos, en cuanto los chicos les reconocieron se organizó una gorda. Sonrientes, firmaron autógrafos y se hicieron fotos con los móviles de los fans adolescentes, hasta que Rubén vio salir a Israel y este, sorprendido por tanto tumulto y algarabía a las puertas de su escuela, se volvió loco al ver que el futbolista le llamaba y le hacía señas para que se les acercase.

Boquiabierto, fue hasta el centro de la aglomeración, abriéndose paso entre sus compañeros de instituto porque así lo pidió Rubén. Tanto él como Jandro le abrazaron con naturalidad y buen rollo, para que todo el mundo supiera que eran sus colegas. Después, los tres se metieron en el cochazo de Jandro y se marcharon ante las caras de estupefacción de todos.

Cuando llegaron a La casa della nonna, Israel, con una enorme sonrisa de satisfacción, se despidió de Jandro y, cuando bajó del coche, miró a Rubén y dijo:

—Gracias, tío.

Conmovido por lo que leía en sus ojos sonrió, le chocó la mano y añadió:

—Cuando me necesites, aquí estaré y en cuanto a lo de ese tal Luppo…

—Tranquilo —le cortó avergonzado—. No volveré a acercarme a él.

Rubén asintió y sacando una tarjeta de su cartera continuó:

—Aquí tienes mi teléfono y mi dirección. Cualquier cosa que necesites me llamas, ¿entendido?

El chaval la cogió con cara de inmensa felicidad y, tras guardársela en el bolsillo del vaquero, le dijo caminando hacia su hogar:

—Gracias, Rubén, lo tendré en cuenta.

Cuando el futbolista se metió en el coche, su amigo Jandro le miró y se metió con él con guasa.

—Tío, ¿tienes un kleenex…? estoy emocionadito —y al ver que se reía, cambió su tono de voz y musitó—: ¿Pero se puede saber qué está haciendo contigo la tocapelotas? Has pasado de llamarme para irnos con preciosos bellezones de curvas sinuosas y bocas apetecibles, a querer que vaya a la puerta de un instituto a recoger a un chaval.

—¿Qué dices, tío?

—Lo que oyes —rio Jandro y mirándole, preguntó—: ¿Sabes si vendrá la tocapelotas a la fiesta de disfraces del sábado?

Rubén se quedó pensativo. Ella no lo había vuelto a mencionar, pero aun así, él no estaba dispuesto a no contar con ella.

—Irá, yo la obligaré a ir.

Jandro soltó una carcajada y, antes de que su amigo se volviera a reír de él, Rubén se adelantó a proponer:

—Anda… llévame a casa. Te invito a unas cervezas.

Esa tarde, Daniela llegó a casa del futbolista de buen humor, antes había pasado por La casa della nonna e Israel le había contado lo que Rubén y Jandro habían hecho por él.

—Voy a comerte a besos —le amenazó Daniela nada más verle.

—Cómeme —le murmuró divertido, provocándola con su sonrisa y acercándose a ella.

Al día siguiente, tras una estupenda noche de sexo y en una nueva sesión de fisioterapia, Rubén preguntó:

—¿Tienes ya disfraz para la fiesta del sábado?

Sorprendida le miró.

—¿Qué fiesta?

—La del cumpleaños de Jandro, ¿lo habías olvidado?

—Yo no voy a ir.

—¿Por qué?

—Ya te dije que yo no pinto nada en ese cumpleaños. Además, esas fiestecitas que dais los futbolistas no me van, no es lo mío ser un objeto sexual para vosotros.

Rubén soltó una risotada: ¿por qué todo el mundo creía que las fiestas de los futbolistas eran sexo, sexo y sexo? Pero estaba dispuesto a conseguir su propósito.

—Pues yo le he dicho a Jandro que irás, él cuenta contigo.

—¡¿Cómo?!

Tiró de ella para tenerla más cerca, la besó en los labios y murmuró:

—Quiero que estés allí.

—Que no.

—Venga Dani, me apetece que vengas.

—Rubén, allí no conozco a nadie y…

—Me conoces a mí, ¿qué más quieres?

Hipnotizándola, paseó el dedo índice por su mejilla y ella, con el corazón a mil por hora, finalmente cedió.

—Vale… iré.