Capítulo 12

A las ocho y media de la mañana Daniela iba en el coche con su hermano, con su padre y su madre. Los cuatro, como una familia unida, se dirigían hacia la clínica donde a Daniela le tenían que dar los resultados de unas pruebas. Había llegado el momento: el tan temido momento.

La tensión en el coche era latente, aunque ella intentaba bromear y hacerles reír. Como siempre en esos casos Rachel, la madre de Daniela, a pesar de su imponente estatura, parecía pequeñita, era como si el miedo la encogiera, la atenazaba, de hecho. Aparcaron, y en el momento en que caminaban hacia la entrada principal, Daniela notó que le costaba respirar, le faltaba el aire; su padre la agarró del brazo y le susurró al oído:

—¿Estás bien, pitufa?

—Sí, gran jefe —respondió recuperando la sonrisa y el resuello.

Aquella broma entre su padre y ella surgió cuando su hermana le compró una peluca azul y siempre, siempre, les hacía sonreír.

Fueron hasta la consulta de Oncología. Daniela había acudido tantas veces en los últimos años que algunas enfermeras eran prácticamente amigas. Tras despedirse con un beso de sus padres y de su hermano, se marchó acompañada de una enfermera. Su familia la esperaría en una sala privada.

Rachel vio alejarse a su hija y se hundió, no pudo más y comenzó a llorar. Su cabeza se negaba a aceptar que todo comenzara otra vez. Su preciosa hija luchaba contra el miedo a volver a tener cáncer de mama. Un maldito tumor que se le había reproducido ya en varias ocasiones. Daniela llevaba dos operaciones, muchas sesiones de quimio y radioterapia y, sobre todo, mucho sufrimiento, pero Daniela era fuerte, una luchadora, una guerrera y nunca se quejaba, aunque cada seis meses había que repetir todo y tocaba despejar miedos.

Daniela, con la frialdad que la caracterizaba en esas ocasiones, se desnudó y se dejó hacer. Lo más doloroso lo había hecho tres semanas antes, cuando fue sola a la clínica. Aquel día la doctora solo iba a hacerle una exploración rutinaria pero no podía evitar sentir pánico por si algo volvía a ir mal.

Veinte minutos después, regresó donde estaba su familia, que la recibió con los brazos abiertos. Antes de que la vieran, Daniela trató de recomponerse, intentó volver a ser la chica chispeante de siempre. Pero el miedo invadía todo su cuerpo y se reflejaba en sus ojos. Unos ojos que su familia, y sobre todo su padre, conocían muy bien y que sabían que estaban sufriendo a pesar de su sonrisa.

El oncólogo, acompañado de otra doctora les pidió que pasasen a la consulta. Daniela tomó la mano de su madre, expectante. Raquel se la apretó dándole fuerzas. En silencio, durante unos minutos que se hicieron eternos, los médicos cotejaron las pruebas anteriores con las actuales y, tras valorarlas, anunciaron:

—Todo está bien, Daniela. Los marcadores tumorales son favorables. Tienes que seguir con la medicación, una única toma al día de Tamoxifeno.

—De acuerdo —asintió la joven con el corazón a mil.

—Dentro seis meses nos volvemos a ver.

Rachel, al escuchar los resultados, se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar, aliviada, mientras el entrenador se levantaba para abrazar a su hija. Daniela, en ese momento, soltó una risotada y su hermano aplaudió feliz. Una vez se marcharon los doctores, cuando la familia se quedó a solas, abrazados los cuatro, acabaron llorando de alivio. Todo estaba bien y era lo que importaba.