Capítulo 9

Al día siguiente la cabeza le daba mil vueltas. Demasiada marcha y demasiado tequila para su cuerpo. Cuando llegó a su casa eran cerca de las diez de la mañana. Horas después, dando vueltas en la cama miró el reloj y, al ver que eran las tres y diez, saltó de la cama y se vistió a toda prisa. Tenía que estar en casa de Rubén a las cuatro.

Entró en casa del futbolista a las cuatro y media. Este la miró con el ceño fruncido y señalando el carísimo reloj que llevaba en la muñeca siseo.

—Llegas tarde, son las cuatro y media.

—Lo sé, disculpa, me he dormido.

—¿Te has dormido?

—Te lo acabo de decir.

—Pero ¿a qué hora te acostaste?

Mientras caminaban hacia el gimnasio, murmuró divertida.

—Sobre las diez de la mañana más o menos.

Impresionado, la asió del brazo y la paró para interrogarla levantando la voz.

—¿A las diez de la mañana? ¿De esta mañana?

—¡Diosss…! ¡No grites! —suplicó tapándose los oídos.

Sin más, los dos entraron en el gimnasio. Rubén arrinconó la muleta y se sentó en la camilla. Ella se quitó las gafas de sol, dejó su mochila y tras deshacerse del abrigo fue a hablar cuando él la interrumpió:

—Vaya cara que tienes, creo que te pasaste de té y pastitas.

Al recordar lo bien que lo había pasado, sonrió, se frotó las manos para calentárselas e indicó:

—Ha sido una buena juerga. La necesitaba antes de…

Pero de pronto se paró; ¿qué iba a decir? ¿se había vuelto loca?

—¿Antes de qué? —le preguntó Rubén muy intrigado.

—Antes de que acabe el año —consiguió responder.

Con gesto ceñudo él sin pestañear siseó.

—Llevo años sin pegarme una juerga así. Como muy tarde me acuesto, muy ocasionalmente, y si estoy de vacaciones, a las cuatro, ¿pero a las diez de la mañana? —la reprendió después de observarla fijamente durante varios segundos.

Sin poder evitarlo, ella soltó una carcajada, y más al recordar lo que había hablado con su amiga Antonella. Eso le dio calor y se abanicó.

—¿Dónde fuiste? Si se puede saber, claro.

Daniela colocó la pierna lesionada dentro de un aparato y con una sonrisa guasona que iluminó su rostro, añadió:

—Cené con mis amigas en una pizzería que hay en via Monte di Pietà y después fuimos a un local, La Fragola, ¿lo conoces?

Rubén asintió. Había ido un par de veces con Jandro y algún otro amigo.

—Cuando salimos de La Fragola Ricardo propuso ir…

—¿Pero no habías ido con tus amigas?

—Sí, pero allí conocimos a un grupo de hombres divertidísimos con los que nos fuimos a tomar algo a el Tequila, ¿te suena?

Esta vez negó con la cabeza y ella, divertida, dijo:

—Es un lugar muy divertido donde todos beben tequila con sal y limón.

—Vaya… por fin entiendo tu aspecto —se mofó él.

—Allí la gente bebe, disfruta y canta en el karaoke.

—¿Y tu cantaste?

Sin poder evitarlo, soltó una carcajada.

—Ni te imaginas lo bien que nos quedó a Doménico y a mí el dueto que hicimos de La Bamba. ¡Aisss Dios…! —le confesó muerta de risa—. Si nos llegas a ver subidos encima de una mesa ¡hubieras flipado!

Sorprendido por conocer aquella faceta alocada de la joven, que nunca imaginó, zanjó el asunto.

—No lo dudo.

El teléfono de Rubén sonó y Daniela se lo pasó. Durante un rato le escuchó hablar en italiano con Bimba de la cena organizada por el Inter, prevista para ese mismo sábado. Cuando colgó, la miró y le preguntó:

—Dijiste que acudirías a la cena del día veintiuno, ¿verdad?

—Ajá…

—¿Irás acompañada?

—Por supuesto —contestó con una sonrisa nada angelical.

—¿Por Enzo? —la interrogó Rubén, muy tenso.

—No creo que le lleve a él, supongo que llevaré a otra persona.

—¿Tu amante, Terminator, no se enfadará al verte en brazos de otro?

—¿El entrenador? —Daniela soltó una risotada y respondió—: No, no te preocupes. Él también irá acompañado. Está casado, no lo olvides.

—¡Qué fuerte lo tuyo! Tu frialdad en este tema, me deja sin habla.

—¿Sabes? Me encanta dejarte sin habla.

Ambos se quedaron callados y se esforzaron en los ejercicios.

El viernes a las ocho de la mañana Daniela estaba sola en la clínica. Se mordía los labios. Estaba muy nerviosa y cuando la enfermera la hizo pasar, tomo airé y la siguió. No había más remedio.

Al día siguiente, sábado, era la cena de Navidad del Inter y allí estarían las estrellas del equipo con sus acompañantes, los directivos y cientos de periodistas.

Cuando llegaron Rubén y Jandro y dos jóvenes preciosas, los flashes les cegaron. Cientos de paparazzi les esperaban en la puerta del hotel para fotografiar el momento. Vestido con un elegante traje oscuro, con seguridad y provisto de una sola muleta Rubén tomó por la cintura a Bimba, la modelo del momento en Italia. Tanto él como ella eran guapos y famosos y los paparazzi se volvieron locos.

Diez minutos después tras pasar por el photocall que el Inter había colocado en el vestíbulo del hotel, decidieron dirigirse a la sala donde se daba el cóctel. La gente del Club y, sobre todo sus compañeros, le saludaron con cariño al llegar. Verle andar con una sola muleta y su buen estado físico presagiaban que su recuperación era inminente.

Tras saludar a todos, Jandro, Rubén y las dos guapas modelos se acomodaron en un lateral de la barra donde pidieron algo para refrescar sus gargantas y desde donde Rubén vio llegar al entrenador Norton con su mujer, lo que le hizo recordar que Daniela tenía que estar por allí; la buscó con interés pero no la vio. Norton y su mujer se acercaron para saludarles.

La mujer de Norton era de piel oscura como él. Tenía una sonrisa encantadora y poseía unos enormes ojos negros, vivarachos, que observaban todo. Una vez les abrazaron se encaminaron a saludar a otros futbolistas cuando alguien dijo:

—Rubén ¡te veo estupendo!

Al volverse, el joven se encontró con su representante futbolístico, Toni Terón, acompañado de una guapa mujer. Tras chocar las manos, él respondió.

—Tío… mi lesión va bien.

—Lo sé… y me alegro muchísimo —sonrió y antes de marcharse tras la joven que le acompañaba le dijo—: Mañana te llamo, ahora no puedo hablar. Tengo que discutir contigo unas cláusulas para la publicidad que te he contratado con Reebok.

Rubén se despidió con un apretón de manos, justo cuando Jandro le preguntó:

—¿Esa que llega no es tu fisio?

Ruben miró pero no la vio. Había demasiada gente y Jandro murmuró señalando con el dedo.

—Mamacita Güey…, vaya con tu tocapelotas.

Él miró hacia donde señalaba su amigo y se quedó totalmente perplejo. Sin palabras: ¿aquella era Daniela? Por primera vez la veía con algo que no era ropa deportiva y tremendamente ancha. Llevaba un bonito vestido negro de cuello cisne que dejaba uno de sus hombros y un brazo al aire y le quedaba muy sexy. Su pelo, aquel que siempre llevaba recogido en una coleta alta, bailaba alrededor de su cabeza a cada paso que ella daba y cuando se fijó en su rostro tuvo que parpadear. ¡Estaba impresionante!

Daniela era una auténtica belleza que nada tenía que envidiar a la mujer que estaba junto a él. Al revés, sus curvas eran tentadoras. Muy tentadoras. Sin poder dejar de mirarla, observó que iba del brazo de un joven atractivo. Ambos reían y parecían pasarlo bien. Inconscientemente miró al entrenador y a su mujer, que conversaban en un lateral del salón y se sorprendió al ver que Daniela y su acompañante se dirigían hasta ellos. ¿Se había vuelto loca? Boquiabierto vio como aquella inconsciente saludaba al entrenador y le daba dos besos a su mujer.

Hablaron durante un rato hasta que uno de los directivos se les unió y Norton le presentó a la joven y a su acompañante. De pronto la mujer de Norton se acercó más a Daniela y dijo algo que hizo que aquella cambiara su sonriente rostro por otro nada cordial. Rubén vio cómo ella negaba con la cabeza y, sin más, caminaba hasta la barra y la escuchaba decir.

—Por favor, una Coca-Cola.

—¿Zero? ¿Light? —preguntó el camarero.

Daniela sonrió y cuando fue a responder, Rubén que ya se había acercado hasta ellos, indicó:

—Si te preocupa tu integridad física, ponle una Coca-Cola normal. Ah, y con mucho hielo.

Al escuchar su voz, la joven se giró a mirarle. Rubén estaba impresionante con aquel traje oscuro, su camisa celeste y la corbata del Club. Instantes después se les unió Jandro.

—Daniela, ¡qué linda te veo!

La joven, agradecida, paseó su mirada por el piropeador.

—Gracias, tú también estás muy guapo, Jandro.

—¿Me reservarás un baile?

—Y dos, guapetón ¡faltaría más!

Jandro sonrió y al ver la cara de su amigo decidió quitarse de en medio. Rubén, que no se había movido, sin darle tregua, murmuró acercándose a ella.

—Sigo pensando que lo tuyo es muy fuerte.

—¿Por qué?

Mirando al entrenador que hablaba con el acompañante de Daniela y el directivo, se fijó en que su mujer no les quitaba ojo y respondió.

—Cómo se te ocurre acercarte a tu amante. Joder, ¿no ves que está acompañado por su mujer?

—¿Y?

Alucinado, abrió los ojos hasta que casi se le salieron de las órbitas, pero cuando iba a responder, la mujer del entrenador, aquella impresionante mulatona, se acercó a ellos y, parándose ante la joven dijo señalándola con el dedo:

—Tú y yo tenemos que hablar.

Daniela, al escucharla, la miró y dejando pasmado a Rubén respondió:

—Ahora no.

—¿Cómo que ahora no? —insistió aquella.

Rubén, estupefacto, miró a los lados y vio al entrenador acercarse con gesto incómodo. ¡Allí se iba a armar la marimorena! Entonces la tocapelotas de la fisio, ladeó la cabeza y con descaro respondió:

—No creo que este sea el momento ni el lugar adecuado.

Justo entonces llegó el entrenador y, cogiendo a su mujer del brazo, susurró:

—Rachel… Ahora no.

—¿Cómo que ahora no?

—Rachel —insistió el entrenador manteniendo la calma—. Por favor…

La mujer cruzó una mirada de lo más significativa con su marido y después con Daniela, que bebía de su Coca-Cola tranquilamente. John Norton tomó a la mujer del brazo y consiguió apartarla de allí, aunque no pudo evitar el gesto de enfado de ella al marcharse.

—¡Qué fuerte… qué fuerte! —cuchicheó Rubén al ver aquello.

El acompañante de Daniela, se acercó con gesto incómodo y sin prestar atención al futbolista, preguntó:

—¿Por qué no me lo habías dicho?

Daniela le miró y tras suspirar, murmuró:

—Cielo… no empieces tú también.

El muchacho asintió, se tocó el pelo con impaciencia y preguntó:

—¿Y ahora qué Pitu?

Ella, encogiéndose de hombros, obvió a Rubén y respondió:

—Lo de siempre… ya sabes. ¡A esperar!

El joven, apesadumbrado, la miró y, acercándose más a ella, preguntó:

—¿Estás bien?

Daniela miró hacia donde estaba el entrenador hablando con su mujer y susurró.

—Sí, tranquilo, cielo.

Cuando aquel se fue, Rubén, molesto porque ella no le hubiera presentado a su acompañante, cuchicheó:

—¿Cielo?… ¿Pitu?… ¡Pero seréis horteras! —la joven sonrió y Rubén, añadió—: A ti te debe de faltar un tornillo o algo peor. ¿Cómo se te ocurre aparecer por aquí? ¿No te has dado cuenta de que ella, la mujer del entrenador, sabe lo vuestro y estás poniendo en un compromiso a tu amante? Joder… que es el entrenador del Inter de Milán, ¿no piensas en los cotilleos que esto puede generar en la prensa?

—Oh… cállate…

—¿Que me calle? —protestó al ver su impasibilidad.

Y antes de poder replicar, el entrenador Norton se acercó hasta ellos y sin importarle que Rubén escuchara, murmuró:

—Escucha, Dani…

—Ahora no, por favorrr —protestó molesta.

El entrenador, al ver el rechazo de ella, suavizó el tono de voz e insistió:

—Pitufa, escucha. Creo que…

—Pero, vamos a ver… ¿en qué idioma hablo?

Norton cruzó una mirada con un alucinado Rubén que no entendía nada de nada y menos eso de ¿Pitufa? y añadió:

—Vale, sé que no es momento ni lugar, pero deberías ir y hablar con tu madre. Ella esta preo…

—Papá, ya conoces a mamá. Se preocupa por todo. Si como, porque como. Si sonrío, porque sonrío y si estoy muy callada porque no hablo ¡me va a volver loca!

—Lo sé Pitu… lo sé. Tu hermano me acaba de decir lo mismo.

Rubén ni pestañeaba «¿Papá?», «¿Mamá?», «¿Hermano?».

—Mamá es el dramatismo personificado y me da igual lo que quiera. Simplemente le he dicho que este no es sitio para hablar de algo que sabe que no me apetece.

—Dani por favor entiéndela… —susurró el entrenador.

La joven cerró los ojos. Miró al desconcertado futbolista que tenía a su derecha y finalmente dijo:

—Vale, papá… ahora voy a tranquilizarla. Dame dos segundos.

El entrenador al ver cómo les miraba Rubén, movió la cabeza con complicidad y tras darle un beso a la joven en la mejilla se alejó. Daniela dio un largo trago a su bebida y al dejarla, miró al sorprendido futbolista con una divertida sonrisa.

—¿Sabes, Rubén? soy rubia ¡pero no tonta! —y sin dejar que él respondiera añadió con mofa—: ¡Qué fuerte el concepto que tienes de mi, qué fuerte! Y ahora te dejo, mis padres y mi hermano requieren mi presencia. Y que sepas que me encanta dejarte sin palabras.

Sin más, se alejó dejándole totalmente descolocado. Daniela, su tocapelotas particular ¿era la hija del entrenador y su mujer? ¿Aquel era su hermano? Como un tonto, miró al camarero y le pidió una cerveza. Todo aquel tiempo le había estado tomando el pelo dejándole creer que su padre y su hermano eran sus amantes y él se lo había creído como un capullo.

Jandro acercándose a su amigo, apremió:

—Vamos a sentarnos a la mesa, colega. Están a punto de servir la cena.

Pero Rubén no se movía y Jandro preguntó:

—¿Qué te pasa? ¿Por qué tienes esa cara?

—¿Tú sabías que la tocapelotas es la hija de Norton?

Alucinado, miró hacia el grupo y murmuró:

—¡¿Su hija?!

Rubén asintió. Que le hubiera vacilado todo aquel tiempo no le había hecho ninguna gracia. Ninguna mujer le vacilaba. Terminó su cerveza y se dirigió a Bimba, tomándola por la cintura.

—Venga… vamos a ocupar nuestros asientos.

Durante la cena, Rubén observó desde su mesa como el rumor de que aquella joven era la hija del entrenador se extendía entre los jugadores. Nadie lo sabía y eso le hizo sentirse menos tonto. Pero él, ¿cómo podía ser que él no lo supiera?; ella había ido los últimos meses a su casa diariamente y nunca le había sacado de su error. Con gesto duro observó que, uno por uno, todos los jugadores del Inter pasaban por la mesa donde ella estaba sentada para presentarse.

Menudos ligones pensó mientras observaba como la miraban.

Horas después constató que nadie del Club sabía de su existencia. Ella se había ocupado de ocultarlo y Norton de obviarlo. Algo que no era difícil partiendo de la base de que Norton y su mujer eran negros y ella era blanca.

Pero lo más curioso era que nadie, ni siquiera quienes la habían visto en el hospital, la relacionasen con la chica destartalada que le había tratado todos los días en su casa. Incluso él se sorprendió al ver el potencial sexual de Daniela solo con un vestido negro y unos tacones.

Tras acabar la cena, una orquesta comenzó a tocar swing para amenizar la velada y observó que varios de sus compañeros corrían para bailar con ella.

Bimba, la modelo que lo acompañaba, aceptó gustosa bailar con el médico del Club mientras Rubén permaneció sentado. Su curiosidad se centró en Daniela, que de pronto se había vuelto el centro de atención de la mayoría de los compañeros del equipo. La vio bailar con esos a los que ella consideraba sexys y atractivos y le molestó: ¿por qué tenía que molestarle? Estaba ensimismado en sus pensamientos cuando el entrenador se sentó junto a él.

—¿Todo bien, muchacho?

Rubén asintió y sin querer evitarlo preguntó:

—¿Por qué nunca me había dicho que ella era su hija?

Norton miró a la joven divertirse en la pista y cuchicheó:

—Me lo prohibió. Mi pequeña siempre ha sido una niña muy independiente y le gusta ganarse todo por sí sola. Es una luchadora ¡una guerrera! Por eso ni en el hospital donde trabaja lo saben, aunque me imagino que ya se han enterado —sonrió al ver al director del hospital en la fiesta—. Sinceramente me ha sorprendido que aceptara la invitación del Club. Sabía que en el momento en que pusiera un pie aquí, todos sabrían que es mi hija.

Boquiabierto Rubén asintió atónito con mil preguntas en la cabeza cuando Norton prosiguió.

—Y sí. Es adoptada. Mi mujer y yo somos negros y ella es blanca. Daniela y Luis son hermanos de sangre y mi mujer y yo les adoptamos cuando eran pequeños en Madrid. Ellos junto a mi hija Janet me han hecho el padre más feliz de la Tierra. Y por ellos doy mi vida aunque a veces…

Al escuchar aquello Rubén recordó lo que Daniela le había contado en referencia a Janet. Eso le apenó y murmuró:

—Señor no hace falta que diga más.

—Lo sé, muchacho… lo sé. Es solo que necesitaba disculparme contigo en particular por no habértelo comunicado. Sé que no estuvo bien, pero Dani es muy convincente cuando quiere y yo sabía el excepcional trabajo que podía hacer con tu pierna. Mi hija es una buena fisioterapeuta y confío mucho en ella —ambos asintieron y este añadió—: Quería y quiere hacer su trabajo sin que te sientas presionado porque ella sea mi hija. Por lo tanto, no cambies tu actitud con ella a partir de hoy, ¿entendido?

—Claro, señor… claro —asintió Rubén.

Dicho esto Norton se levantó y se marchó junto a su mujer.

Las horas pasaban y Daniela continuaba riendo y confraternizando con los jugadores del Inter. Parecía pasárselo muy bien. Rubén, dada su falta de movilidad, simplemente se limitaba a observar y a hablar con todo el que se acercaba para charlar con él. Pero su humor iba a peor a pesar de que Bimba le había estado haciendo arrumacos hasta que, horas más tarde, se cansó de sus desplantes y se marchó de la fiesta. Casi lo agradeció. No le apetecían morritos.

Hasta hacía solo unas horas, Daniela, la fisio había sido única y exclusivamente solo para él, pero ahora todos requerían su atención para bailar, reír o charlar con ella, y cuando la vio caminar hacia donde él estaba y sentarse a su lado siseo molesto.

—Vaya… veo que mi tocapelotas, alias la pitufa para otros, también se cansa.

—Soy humana, príncipe —y mientras se llenaba una copa de agua, le susurró—: Tus compañeros me tienen destrozada. Pero ¡Wooo, qué buenos están algunos vistos en vivo y en directo!, ¿cómo no me lo habías dicho? Wesley es simplemente: ¡impresionante!

Aturdido por su desparpajo, iba a hablar cuando ella le cortó:

—Como habrás visto, mis amantes no son quienes tú creías: ¡error! —se mofó muerta de risa—. Adoro a mi padre y a mi hermano pero vamos ¡no son mi tipo! —y dando un trago a su copa añadió—: Pero sí son mi tipo algunos que he visto por aquí. Por favorrr… ¡Pero qué marcha tiene Wesley! Está soltero, ¿verdad?

—Sí.

—Bien… quizá acepte su proposición de pasar con él un fin de semana.

Embobado porque le contara aquello fue a replicar cuando esta añadió:

—¡Dios, Rubén, qué suerte tienes! Verles desnudos en la ducha tiene que ser ¡increíble! El próximo día que vayas, te voy a dar una cámara de fotos para que inmortalices esos morbosos y sexys momentos, ¿vale?

Harto de escucharla, protestó.

—¡Por el amor de Dios!, ¿quieres callarte ya?

Alucinada por aquel arranque, apoyó la copa en la mesa y centrándose exclusivamente en él, le preguntó, cruzándose de brazos.

—Vamos a ver, ¿qué te pasa?

Sin saber realmente que era lo que le pasaba, murmuró:

—¿Se puede saber por qué me has tomado el pelo todo este tiempo?

—¿A qué te refieres?

—A John Norton.

—Veo que ahora que sabes que es mi padre ya no le llamas Terminator —achinando los ojos fue a contestar cuando ella, poniéndole un dedo en los labios murmuró en un tono suave—: Vale… vale… te entiendo. No te dije antes lo de mi padre porque no suelo ir diciéndolo. Durante muchos años he visto como la gente se acercaba a mí por ser la hija del entrenador Norton y cuando me mudé a Milán decidí omitir ese dato, para que quien me quisiera, lo hiciera por ser simplemente yo ¡Daniela!

—¿Ese dato?

—Oh, sí… no dramatices. Eso es solo un pequeño dato. Un detalle. Tampoco exageres que no es para tanto.

Estaba ansioso por decirle cuatro cosas, pero se mordió la lengua. Bebió de su copa de champán y siseó.

—Daniela, no olvides que yo juego en el equipo en el que tu padre es el entrenador.

—Lo sé, me consta.

—¿Llevas meses acudiendo a mi casa para tratarme y…?

Sin dejarle continuar, le volvió a poner un dedo en la boca y cuchicheó.

—Respira… respira o te va a dar algo y te aseguro que de eso no te voy a poder tratar. Y ahora, por favor, piensa en lo que te he dicho. Si hubieras sabido que mi padre era el míster, nuestro trato hubiera sido diferente. Por lo tanto, no te enfades y entiéndeme, ¿vale?

Sentir su dedo en su boca le hizo querer chuparlo pero se contuvo. No estaría bien. Y molesto porque ella se tomara a guasa aquello fue a protestar cuando Francesco se acercó hasta ellos y, cogiendo a la joven de la mano, dijo con galantería.

Signorina, vuoi ballare con me?

Rubén miró a su compañero, a quien no le importó que él reaccionase con cara de mala leche, así que Franceso tiró de la joven; ella, divertida, sin pensar en el que se quedaba en la silla, le siguió a la pista para bailar salsa.

Rubén decidió dar por terminada la fiesta hacia las dos de la madrugada. No estaba de humor, así que le pidió a Jandro que le llevara a casa.