Capítulo 8

Cuando Daniela llegó con sus cinco amigas al restaurante situado en la via Monte di Pietà, entraron y fueron directamente hacia su mesa. Eran clientas habituales y sus dueños siempre las trataban con cariño.

Para no variar se pusieron hasta arriba de pizza, tortelli di zucca, picatta milanesse y, de postre, tiramisú. Felices, salieron del restaurante y decidieron ir a La Fragola para tomar algo. A la media hora de llegar, una de sus amigas les presentó a unos jóvenes. Rápidamente, el buen rollo reinó entre todos.

—Uisss, ese tal Doménico te mira mucho Antonella —se mofó Daniela.

La mencionada sonrió y cuchicheó.

—Yo creo que a ti te mira el otro, el del polo azulón, ¿cómo se llamaba?

—Ricardo —y, tajante, añadió—: no me pone nada.

Ambas rieron y Antonella dijo:

—A ti el que te pone es el futbolista.

—¿Quién? —preguntó Dani sonriendo.

—No lo niegues. Te conozco y sé que ese tipo de guaperas de pelito largo es lo que siempre te ha gustado.

—Eh… mi ex, Enzo, tiene el pelo corto ¿no lo recuerdas?

—Oh, Enzo… que tipo más divino, pero idiota profundo, no lo olvides. Aún me acuerdo ese fin de semana que nos fuimos con su amigo Lorenzo a Nápoles ¡qué pasada de viaje!

Mencionar aquel episodio las hizo sonreír.

—Fue algo bonito mientras duró, ¿no crees?

—Sí… pero ya sabes que a mí, después de Enzo, los rollitos no me han durado más de dos o tres meses, no quiero que…

—Eso debe cambiar, Dani ¿por qué te empeñas en cortar algo cuando te va bien?

Daniela dio un trago a su bebida y sin perder su eterna sonrisa cuchicheó.

—Porque yo no soy libre ¡ya lo sabes!

—Tonterías. Tú eres libre, como lo soy yo. La diferencia es que tú te marcas unos tiempos absurdos y…

—Wooo ¡me encanta esta canción! Vamos a bailar —cortó Dani al escuchar Papi de Jennifer López.

Antonella suspiró. Hablar con su amiga sobre aquello era inútil, así que decidió seguirle el juego y comenzó a bailar junto a ella, pero al regresar a la barra, volvió a la carga.

—Sigo pensando que el futbolista te atrae.

Daniela suspiró, su mejor amiga tenía razón: ¿por qué negarlo? Y tras dar un trago a su bebida indicó:

—¡Tienes razón! Rubén es sexy, tentador y un bombón de tío, pero también es un canalla prepotente que solo mira por lo que a él le gusta y…

—Pues mira tú por lo que a ti te gusta, ¿quién te lo impide? —y al ver que no le contestaba añadió—: Vamos a ver Dani, seamos realistas y partamos de la base de que no vas a permitir que su cercanía dure más de dos meses.

—Ni cuatro días —admitió divertida.

—Vale… vale… ni cuatro días. Pero piensa: él te gusta. Es un bombón y, lo más importante, es un hombre y tú sabes que él no dirá que no a lo que tú quieres hacer con él, ¿verdad?

—Ajá… pero déjame decirte que a él le van las mujeres técnicamente perfectas. Vamos lo que comúnmente tú y yo conocemos como la típica que no tiene cerebro, ni sabe decir dos frases seguidas pero que tiene un cuerpo tentador. Además…

—¿Y quién dice que tu cuerpo no es tentador?

—Me lo digo yo —se mofó Daniela— y lo que es peor, me lo dijo él.

—¡Será cretino! por no decir algo peor…

Daniela soltó una carcajada y acercándose a su amiga añadió.

—El primer día que me vio dijo que tenía un trasero enooorme y unos pechos inexistentes. Admitámoslo Antonella, nosotras somos mujeres de la talla 44 y, si me apuras, de la 46 después de las navidades. Y creo que a tipos como él que lo tienen todo con chasquear los dedos, solo les gustan las mujeres de unas cuantas tallas menos.

Ambas rieron cuando Antonella dijo:

—Si yo fuera tú y ese tipo me atrajera tanto, le demostraría que con mi talla 44 puedo ser mucho más sexy, interesante y explosiva que otras con diez tallas menos.

—Ganitas me dan en ciertos momentos, te lo puedo asegurar.

—Pues hazlo… Date ese capricho. ¿Por qué él se lo puede dar y tú no?

Daniela miró a su amiga y después de que su sonrisa se desvaneciera musitó:

—Ahora no puedo. Ya sabes que ahora yo…

—Lo sé, pedorri… lo sé… —y al ver su gesto, afirmó—. Pero sé que todo va a salir bien.

—¡Eso espero! ¡Positividad!

Antonella levantó su copa.

—Brindemos por la positividad y porque después cumplas tu morboso y caliente antojo con ese futbolista.

Chocaron sus copas, dieron un trago y Daniela murmuró divertida.

—Si todo sale bien, que saldrá, me voy a dar un capricho.

—¡Bien!

—Seré yo la que lo busque a él y seré yo la que disfrute del manjar de su fibroso cuerpo. Dios ¡está buenísimo!

—¡Wooo nena… que te veo lanzada!

Ambas rieron y Daniela, antes de salir a bailar con Ricardo que tiraba de ella, afirmó:

—Como dices, un capricho es un capricho, ¿por qué no dármelo?

Aquella noche terminaron en el famoso bar Tequila, un karaoke en el que todos lo pasaron maravillosamente bien y donde bebieron algo más de la cuenta.