Capítulo 5

Todos los días Daniela llegaba a su hora, entraba en el impresionante gimnasio que él tenía en casa y se dedicaba en cuerpo y alma a recuperar al futbolista. Algo que paso a paso estaba siendo muy positivo para él. Su mejoría era bien visible, ya comenzaba a caminar casi con normalidad, aunque todavía se ayudaba de las muletas.

A su llegada cada mediodía, Daniela veía siempre a una mujer distinta comiendo en la cocina con Rubén. Nunca repetía: rubia, morena, pelirroja… Siempre era distinta a la del día anterior y a todas las llamaba «bella». Eso le hacía gracia… ¡Menuda pieza era el deseado Rubén Ramos!

Aquellas mujeres se volvían tontas cuando el guapo jugador las miraba. Daniela se percataba de que todas le adoraban dijera lo que dijera, le consentían todo. Ella, sin embargo, le habría mandado a tomar viento fresco en más de una ocasión después de oír alguno de sus comentarios.

Un día, Daniela se sorprendió al ver allí a la endiosada Bimba, la súper top-model. La miró con desprecio de arriba abajo y después dijo que se iba a relajar en el jacuzzi. Pero un par de horas más tarde se le ocurrió meter sus largas piernas en el gimnasio, Rubén le ordenó salir de inmediato.

—¿Me estás echando? —protestó.

—Sí, bella… sal. Espera fuera. Esto es algo entre la fisio y yo.

—Pero si no molestooo, amoreee —insistió.

Rubén resopló, Daniela le miró e intuyó que iba a decir uno de sus borderíos, entonces Bimba se le adelantó y dijo:

—Si salgo de aquí, me marcharé.

Sorprendida por aquello, Daniela observó con curiosidad su reacción, él sentenció implacable:

—Adiós, bella, ya te llamaré.

La top-model, al escuchar aquello, levantó el mentón y se marchó.

—Continuemos —zanjó el asunto Rubén, expeditivo.

La joven no dijo nada pero se lo agradeció con la mirada. Una de las cláusulas era que no habría una tercera persona durante las sesiones y hasta el momento él las había cumplido todas.

Cuando aquella tarde terminaron la sesión Daniela comprobó que Bimba se había ido de la casa, algo que a Rubén aparentemente no le había molestado. Es más, antes de que se marchase ella, le había sonado el móvil y le escuchó decir con tono alegre.

—¡Hola, bella!

Los días pasaban y, al acabar las sesiones, aquellas bellas estaban en el sofá o enredando en la cocina. Todas querían demostrarle lo maravillosas y perfectas que eran, prodigándole mil atenciones de lo más sugerentes, mientras Daniela se preguntaba, ¿por qué aquellas se querrían tan poco?

En cuanto le veían aparecer, se le acercaban como gatitas ronroneantes y se le tiraban al cuello deseosas de sus atenciones. Cuando Rubén aceptaba el mimo gustoso, Daniela, aprovechaba para despedirse sin hacer ruido y marcharse. Tenía otras cosas más importantes que hacer que ver cómo se metían mano con descaro.

Una de las tardes, llegó a la casa del futbolista con retraso, pues había tenido un compromiso importante; Daniela se sorprendió al encontrarse al entrenador allí y le saludó con profesionalidad.

—Llegas tarde —le recriminó el futbolista con gesto hosco.

—Lo siento, salí tarde de mi clase de yoga y el tráfico estaba fatal —reconoció mientras dejaba en un rincón su bolsa de deporte.

El entrenador les miró, iba a decir algo cuando Rubén se le adelantó.

—Te pago para que seas puntual, no lo olvides.

La joven asintió y tras cruzar una mirada con el entrenador, que parecía realmente incómodo, dijo alto y claro:

—Tienes razón, lo siento. Vamos, tenemos que comenzar con la rehabilitación.

—Señor, le invitaría a entrar en el gimnasio pero la fisio es muy estricta. Solo quiere que estemos ella y yo —se disculpó con John Norton.

—Me parece perfecto. Profesionalidad ante todo.

Daniela sonrió y Rubén se fijó en cómo al mirar al entrenador, los ojos de ella se iluminaron. La confianza entre ellos hizo que se sintiera incómodo y, ayudándose de la muleta, se acercó al míster y le espetó:

—Gracias por la visita.

—Me alegra ver que todo va como queremos. Ánimo muchacho, recupérate que te necesito en el equipo —le comentó a modo de despedida mientras se dirigía a la puerta.

Ambos sonrieron, pero cuando el entrenador estaba a punto de franquear la salida, se giró y dijo:

—Daniela, ¿puedes venir un instante?

La joven asintió y, bajo la atenta mirada de Rubén, se acercó a él.

—¿Todo bien?

—¡Perfecto! —respondió ella con una encantadora sonrisa, guiñándole un ojo.

Como si hablaran en un idioma propio del que no se entendía nada, así se sintió el futbolista. Supo que aquellas simples palabras contenían un gran significado para ellos. Por eso, cuando el entrenador se marchó y entraron en el gimnasio, dijo en tono sarcástico.

—¡Qué fuerte lo tuyo!

Mirándole con curiosidad, preguntó:

—¿A qué te refieres?

—A tu rollito con Terminator —ella soltó una carcajada y Rubén añadió—: ¿Siempre os miráis así en público?

—El entrenador es muy atractivo, ¿no crees?

Boquiabierto por la poca vergüenza que demostraba ella, frunció el ceño.

—Ándate con ojo, sé de buena tinta que la mujer de Norton es una morenaza de metro ochenta y como te pille te aseguro que vas a tener todas las de perder.

—Oh ¡qué miedito! —se mofó la joven.

—Te lo digo en serio. Ten cuidado o tu vida se volverá un infierno —insistió mientras se sentaba en la camilla.

Ella soltó una carcajada y acercándose a él, murmuró con sarcasmo:

—Soy diabólica ¡me gusta el infierno!

Aquella tarde, cuando terminó la sesión y ambos estaban en la cocina tomándose un zumo, sonó el móvil de Rubén, que al ver que se trataba de su hermana Malena, le tendió el teléfono a Daniela.

—No soy tu secretaria, si no tu fisioterapeuta.

—Por favor… —le suplicó en un tono tan íntimo que logró convencerla.

Finalmente cogió el móvil y respondió. Malena, al escuchar la voz de una mujer, dijo:

—Hola, dile a Rubén que se ponga, soy su hermana.

—Hola, encantada de conocerte, pero siento decirte que en este momento no te puede atender.

—¿Por qué no se puede poner? ¿Dónde está?

Al notar su voz de enfado, Daniela contestó rápidamente.

—En la ducha.

Tras un incómodo silencio, Malena preguntó:

—¿Y tú quién eres?

—Ah, disculpa, no me he presentado, soy Daniela, la fisioterapeuta de Rubén. Acabamos de terminar la sesión de hoy.

—Encantada, Daniela. Soy Malena, la hermana mayor de Rubén. Pensé que eras uno de sus incontables rollos.

—Pues no, me congratula decirte que no, solo soy su fisioterapeuta.

Ambas rieron y Malena indagó.

—Y bueno, ya que tengo la oportunidad de hablar contigo, ¿va bien la recuperación de mi hermano?

El futbolista, sorprendido al escuchar la conversación entre ellas, la miró perplejo.

—La verdad es que va estupendamente, a veces es un poco gruñoncete, pero trabaja duro y está colaborando mucho.

—¿Solo «un poco gruñoncete»? —se mofó Malena al escucharla—. Mi hermano es un pésimo paciente. Te lo digo yo que le conozco muy bien: soy dentista y el día que tuve que hacerle un simple empaste en una muela, casi tengo que maniatarle al sillón.

Daniela soltó una carcajada al ver la expresión de la cara de él y respondió:

—Está colaborando mucho y creo que en breve podrá regresar al equipo con la pierna totalmente recuperada.

Después de varias risas, cuando Daniela se despidió de Malena y colgó, el futbolista cuchicheó divertido:

—Creo que he juntado el hambre con las ganas de comer.

Ambos rieron y continuaron bebiendo sus zumos. Un par de minutos después sonó el timbre de la puerta de la casa y Daniela fue a abrir. Ante ella apareció una rubia que entró sin saludarla ataviada con un minivestido rojo y se fue directamente hacia Rubén, que sonrió al verla.

Al darse cuenta de que ambos se miraban con deseo, Daniela decidió, como siempre, quitarse de en medio, pero al salir y cerrar la puerta maldijo. Estaba nevando con fuerza, ¡menudo panorama! Hizo una llamada y, al acabar, golpeó con el puño la puerta de la casa para que le abrieran. Cinco minutos después, tras insistir también con el timbre, apareció un despeluchado Rubén que, al verla, frunció el entrecejo.

—¿Qué ocurre ahora?

—¿Te importa que deje mi coche aquí?

—¡¿Cómo?!

—Mañana lo recogeré cuando regrese.

—Y eso, ¿por qué?

—No me gusta conducir cuando nieva —al ver que Rubén no cedía, tuvo que seguir dando explicaciones, fastidiada—. He llamado a alguien para que venga a buscarme. Esperaré fuera: no te molestaré, sigue con lo que hacías —sonrió con picardía—. Solo quería estar segura de que no te importaba que mi coche se quedara aparcado en tu parcela.

Rubén negó con la cabeza.

—Gracias —y sin más, Daniela se alejó.

Cuando el futbolista cerró la puerta, la joven que le había estado esperando fue hacia él como una tigresa.

—Vamos a la cama —murmuró con voz aterciopelada.

—Dame un segundo.

Sin más, se acercó a la ventana y tras retirar el estor se fijó en que Daniela esperaba en el exterior de la casa bajo la nieve: ¿qué hacía allí? Iba a salir a decirle que se refugiara y entrara en la casa a esperar pero la joven que estaba junto a él lo abrazó por detrás y comenzó a besarle el cuello, su punto débil. Sin más, se dio la vuelta, se olvidó de todo y disfrutó de su manjar.

En el exterior de la casa Daniela se estaba quedando congelada, a pesar de que se movía nerviosamente para entrar en calor y trataba de desentumecerse las manos con su aliento. En un par de ocasiones miró hacia atrás y resopló al imaginar lo que ocurría en el interior de aquella casa. Le gustara o no, eso a ella le tenía que resultar indiferente, pero lo cierto era que cada día le importaba más.

Veinte minutos después, un coche paró junto a ella.

—¡Dios, Luis!, ¿por qué has tardado tanto? —le preguntó mientras subía rápidamente al coche.

—Perdona, Pitu pero está nevando mucho y no podía ir a más de noventa —respondió el chico con cariño.

Daniela sonrió y le dio un beso en la mejilla.

—Gracias, hermanito ¡eres el mejor!

Cuando el coche arrancó el joven preguntó:

—¿Qué tal hoy con el futbolista?

—Bien, en su línea. Con una amiguita distinta esperándole al finalizar.

—¡Joder qué suerte tienen esos tíos! Debería haberme hecho futbolista en vez de programador.

Divertida, soltó una carcajada.

—Oye… te recuerdo que a ti te va muy bien también en lo que se refiere al sexo femenino. No sé de qué te quejas.

—Vale… vale… ¿te llevo a tu casa?

—No, llévame a la casita que hoy duermo allí. Por cierto, ¿cuándo regresas a Madrid?

—Después de las navidades, mamá ya está dándome la tabarra.

—¡Qué raro! —sonrió Daniela al pensar en su madre.

Al llegar a la casita, le dio un beso a su hermano y él, agarrándola de las muñecas, dijo:

—Pitu, tienes que descansar y…

—Descansaré, no te preocupes, tonto, y venga, vuelve a casa con cuidado, ¿vale?

Cuando el coche se alejó, Daniela se cerró el cuello de su abrigo. Hacía mucho frío. Con cuidado, caminó sobre la nieve hasta llegar a un chalé. En la puerta podía leerse «La casa della nonna». Sacó unas llaves de su bolso y abrió la puerta. Al entrar, varios niños corrieron hacia ella, y los besuqueó encantada. Aquel lugar era un sitio de acogida de niños sin hogar. Niños que nadie adoptaba por enfermedades o simplemente porque eran demasiado mayores.

Cuando por fin Daniela pudo quitarse el abrigo, un joven moreno de unos quince años fue hasta ella y abrazándola dijo:

—Dani, he sacado un ocho en el examen de Economía.

—Bien, Israel ¡lo has conseguido!

—Lo hemos conseguido juntos —le replicó abrazándola.

Israel y su hermana Suhaila, ambos de madre marroquí, eran especiales, muy especiales para Daniela. Cogidos de la mano entraron en un comedor. Al verla, Antonella gritó:

—Dani, dile a Sofia que traiga al segundo turno para cenar.

Rápidamente, hizo lo que Antonella pedía e, instantes después, entró un grupo de diez niños de edades comprendidas entre los cuatro y los ocho años. Como cada noche, después entró el grupo de los mayores: doce chicos de entre los nueve y los dieciocho años.

Cuando todos terminaron de cenar, las cuidadoras procedieron a acostarlos. Algunos, como siempre, se resistían, pero al final caían rendidos de sueño. Cuando el resto de voluntarias se fue a sus casas, Antonella y Daniela se sentaron frente a la televisión.

—Estoy destrozada —murmuró Antonella.

—¿Sabes que Israel ha sacado un ocho en el examen de recuperación de Economía?

—¡No me digas!

Daniela sonrió orgullosa.

—¡Menuda paliza de estudiar con él me he dado! Pero ha valido la pena. Estoy muy orgullosa de él.

Ambas sonrieron. Todos sabían el amor que aquel muchacho y su hermana le tenían a Daniela: era mutuo. Su historia comenzó cuando Daniela conoció a Suhaila, la hermana pequeña de Israel en el hospital. Ambos llevaron a Daniela hasta La casa della nonna y desde entonces, no se había separado de ellos.

—Dani —cuchicheó Antonella—, muchísimas gracias por los ingresos que hemos recibido: es un dineral. Nunca habíamos tenido tanto dinero para la casa de acogida.

Desperezándose, la joven sonrió mientras se comía un plátano.

—De nada, tonta, y por favor, a la nonna ¡no le digas nada; ni pío!

—Vale… ya me lo has repetido mil veces, Dani, ¿por qué eres tan pesada?

—Si supiera que es mío no lo aceptaría. Los niños lo necesitan más que yo y sabes que por suerte, tengo todo lo que quiero. Además, si no me fui a Mauritania y acepté este trabajo es única y exclusivamente para disponer del dinero que necesitamos para la casita. Hay que hacer reformas y acondicionar la casa para el frío, ya que se acercan las navidades y como no paguemos nosotras las reformas me parece que con lo que le conceden a la nonna con las subvenciones no hacemos nada.

—Lo sé, cielo, y te lo agradecemos mucho, ¿pero estás segura de que tú no lo necesitas?

—Segurísima.

—Por cierto, ¿qué tal la reunión del otro día con la asistente social?

Daniela se encogió de hombros.

—Creo que bien. Aunque la mirada de esa mujer no me gusta nada.

Daniela llevaba meses reuniéndose con la asistente social para poder adoptar a Suhaila e Israel. Sabía que era difícil pero estaba decidida a seguir luchando por ello.

—No te preocupes —respondió Antonella—. Estoy segura que al final lo vas a conseguir.

—Eso espero… Entre papeleos y reuniones ¡me están volviendo loca!

Volvieron a reír cuando Antonella añadió:

—Por cierto, hoy hablé con tu madre y…

—No me lo digas… ¡lo sé!

—Pero Dani, escucha…

La joven, mirándola directamente a los ojos, murmuró:

—No, escúchame tú a mí. Ya tengo la cita para las pruebas, son el día 20 de diciembre. Y no, no quiero que vengas conmigo. Iré sola, ¿vale?

Antonella sonrió y abrazándola admitió cansinamente.

—Valeee… —y cambiando de tema dijo—: Por cierto, hoy llamó Carolina para invitarnos a su fiesta de cumpleaños. Es el domingo ¿qué te parece?

—¡Perfecto! Una buena juerga nunca viene mal.

Se miraron y rieron. Se conocían desde que Daniela llegó a la casita, su relación fue mágica desde el primer día, fue como encontrar a la amiga de su vida, su alma gemela. Se adoraban y se ayudaban en todo lo que podían.

Levantándose, Daniela murmuró:

—Me voy a la cama.

—Que duermas bien, bonita.

Cuando Antonella se quedó sola en el comedor de la casita, suspiró: Daniela era la persona más fuerte y positiva que había conocido en su vida.