22

EL VEHÍCULO DE SERVICIO estaba llorando. La betafenetilamina le había dado una voz. No dejaba de llorar. Ni en la concurrida galería, ni en los largos corredores, ni cuando pasó por la entrada de cristal negro de la cripta de los T-A, las bóvedas donde el frío se había colado poco a poco en los sueños del viejo Ashpool.

Para Case el pasaje fue una aceleración extendida, el movimiento del vehículo indistinguible del ímpetu demencial de la sobredosis. Cuando algo bajo el asiento emitió una lluvia de chispas blancas y al fin el vehículo murió, el llanto cesó también.

El aparato se detuvo a tres metros de donde empezaba la cueva de los piratas de 3Jane.

—¿Muy lejos, hombre? —Cuando Maelcum lo ayudó a salir del chisporroteante vehículo, un extinguidor integral estalló en el compartimiento del motor, y de las rejillas y tomas de servicio salieron unos chorros de polvo amarillo. El Braun cayó de detrás del asiento y renqueó por la arena falsa, arrastrando el miembro inutilizado—. Tienes que caminar, hombre. —Maelcum alzó la consola y la estructura, echándose las cuerdas al hombro.

Los trodos saltaban colgados del cuello de Case mientras seguía al sionita. Las holografías de Riviera los esperaban, las escenas de tortura y los niños caníbales. Molly había destruido el tríptico. Maelcum no les hizo caso.

—Tranquilo —dijo Case, obligándose a acelerar el paso y alcanzar a Maelcum—. Esto hay que hacerlo bien.

Maelcum se detuvo en seco, se volvió, mirándolo intensamente, con la Remington en la mano.

—¿Bien, hombre? ¿Qué es bien?

—Molly está ahí dentro, pero fuera de combate. Riviera puede proyectar hologramas. Tal vez tenga la pistola de Molly. —Maelcum asintió con la cabeza—. Y hay un ninja, un guardaespaldas de la familia.

Maelcum frunció aún más el ceño.

—Escucha, hombre de Babilonia —dijo—. Yo, guerrero. Pero esta guerra, no es mía, no es de Sión. Babilonia contra Babilonia, destruyéndose mutuamente, ¿entiendes? Pero Jah dice que yo y yo saquemos de aquí a Navaja Andante.

Case parpadeó, asombrado.

—Es una guerrera —dijo Maelcum, como si eso lo explicara todo—. Ahora dime, hombre, a quién no tengo que matar.

—3Jane —contestó Case, después de una pausa—. Una chica que está ahí. Tiene puesta una especie de bata blanca, con capucha. La necesitamos.

Cuando llegaron a la puerta, Maelcum entró inmediatamente y Case no pudo hacer otra cosa que seguirlo.

La comarca de 3Jane estaba desierta, la piscina vacía. Maelcum le dio a Case la consola y la estructura y caminó hasta el borde de la piscina. Más allá de los muebles blancos había oscuridad, sombras del bajo y recortado laberinto de las paredes en parte demolidas.

El agua lamía pacientemente los bordes de la piscina.

—Están aquí —dijo Case—. Tienen que estar.

Maelcum asintió.

La primera flecha le atravesó el brazo. La Remington rugió, un metro de destello azul en la luz de la piscina. La segunda flecha dio en el arma y la arrojó dando vueltas sobre las baldosas blancas. Maelcum cayó sentado y manoteó el objeto negro que le salía del brazo. Tiró de él.

Hideo salió de entre las sombras con una tercera flecha ya dispuesta en un delgado arco de bambú. Hizo una reverencia.

Maelcum lo miró fijamente, con la mano aún sobre la flecha de acero.

—La arteria está intacta —dijo el ninja. Case recordó al hombre que había matado al amante de Molly. Hideo era un ejemplar parecido. No tenía edad; irradiaba una sensación de sosiego, de calma absoluta. Llevaba puestos unos pantalones de trabajo limpios y gastados y unos zapatos blandos y oscuros, abiertos en los dedos, que se le ajustaban como guantes a los pies. El arco de bambú era una pieza de museo, pero el carcaj de aleación negra que le asomaba tras el hombro derecho olía a las mejores tiendas de armas de Chiba. El pecho desnudo del ninja era lampiño y bronceado.

—Me cortaste el pulgar, hombre, con la segunda —dijo Maelcum.

—La fuerza de Coriolis —dijo el ninja, haciendo otra reverencia—. Muy difícil, un proyectil moviéndose a baja velocidad en la gravedad rotatoria. No era mi intención.

—¿Dónde está 3Jane? —Case se acercó a Maelcum. Vio que la punta de la flecha en el arco del ninja era como una hoja de doble filo—. ¿Dónde está Molly?

—Hola, Case. —Riviera apareció caminando detrás de Hideo, con la pistola de Molly en la mano—. No sé por qué, pero hubiera pensado que sería Armitage el que vendría. ¿Ahora contratamos gente de los rastafaris?

—Armitage está muerto.

—Armitage nunca existió, más exactamente, pero la noticia no me sorprende.

—Wintermute lo mató. Está en órbita ahora, alrededor del huso.

Riviera asintió, los largos ojos grises mirando a Case, a Maelcum y otra vez a Case.

—Creo que termina aquí, para vosotros.

—¿Dónde está Molly?

El ninja aflojó lentamente la cuerda fina y trenzada y bajó el arco. Atravesó las baldosas hasta donde yacía la Remington y la levantó.

—Esto carece de sutileza —dijo entre dientes. Tenía una voz fresca y agradable. Cada uno de sus movimientos era parte de una danza, una danza que nunca terminaba, aun cuando él estuviese quieto, descansando. Pero a pesar de todo el poder que esto sugería, había además humildad en él, una abierta sencillez.

—También termina aquí para ella —dijo Riviera.

—Tal vez 3Jane no lo piense así, Peter —dijo Case, titubeando. Los dermos todavía le alborotaban dentro del sistema, la vieja fiebre empezaba a subir, la locura de Night City. Recordó momentos de gracia, en el límite de las cosas, cuando había descubierto que a veces podía hablar más rápido de lo que podía pensar.

Los ojos grises se empequeñecieron.

—¿Por qué, Case? ¿Por qué lo piensas?

Case sonrió. Riviera no sabía nada acerca del equipo de simestim. No lo había advertido en la prisa por encontrar las drogas que llevaba Molly. ¿Pero cómo era posible que Hideo no se hubiese dado cuenta? Y Case estaba seguro de que el ninja nunca hubiera dejado que 3Jane cuidase de Molly sin antes revisarla en busca de trucos o armas ocultas. No, resolvió, el ninja lo sabía. De modo que 3Jane también lo sabría.

—Dime, Case —dijo Riviera, alzando el cañón perforado de la pistola de dardos.

Algo crujió, detrás de él, y volvió a crujir. 3Jane empujó a Molly, en una ornamentada silla de ruedas victoriana, hacia la luz. Molly estaba envuelta en una manta de rayas negras y rojas; el estrecho respaldo de caña de la silla antigua era mucho más alto que ella. Parecía empequeñecida, acabada. Un parche microporoso blanco y brillante le cubría la lente dañada; la otra destellaba vacuamente cuando la cabeza se le sacudía con el movimiento de la silla.

—Una cara conocida —dijo 3Jane—. Te vi la noche del espectáculo de Peter. ¿Y él quién es?

—Maelcum —dijo Case.

—Hideo, retira la flecha y venda la herida del señor Maelcum.

Case miraba fijamente a Molly, le miraba la cara lánguida.

El ninja caminó hasta donde estaba Maelcum, deteniéndose para dejar el arco y el rifle lejos de ellos, y sacó algo del bolsillo. Una pinza de cortar pernos.

—Hay que cortar la flecha —dijo—. Está demasiado cerca de la arteria. —Maelcum asintió. Tenía el rostro gris y cubierto de sudor.

Case miró a 3Jane.

—No queda mucho tiempo —dijo.

—¿Para quién, exactamente?

—Para ninguno de nosotros. —Se oyó un ruido seco cuando Hideo cortó el fuste de metal. Maelcum lanzó un gemido.

—En realidad —dijo Riviera—, no te hará demasiada gracia oír a este fracasado artista salido de la cárcel hacer un último y desesperado intento. De lo más desagradable, te lo aseguro. Terminará de rodillas, ofrecerá venderte a su madre, te hará favores sexuales sumamente aburridos…

3Jane echó la cabeza hacia atrás y rio.

—¿Crees que no, Peter?

—Los fantasmas van a entrometerse esta noche, señora —dijo Case—. Wintermute va a enfrentarse con el otro. El Neuromante. Será definitivo. ¿Lo sabes?

3Jane alzó las cejas.

—Peter ha sugerido algo por el estilo, pero cuéntame más.

—Conocí al Neuromante. Habló acerca de tu madre. Creo que él es como una estructura gigante de ROM, para registrar la personalidad, sólo que se trata de un RAM completo. Las estructuras creen que están allí, como si fueran reales, pero son sólo algo que no deja de funcionar.

3Jane salió de detrás de la silla.

—¿Dónde? Describe el lugar, esa estructura.

—Una playa. Arena gris, como plata apagada. Y una cosa de hormigón, una especie de búnker… —Dudó—. Nada raro, sólo viejo, cayéndose a pedazos. Si caminas lo suficiente, llegas a donde estabas.

—Sí —dijo ella—. Marruecos. Cuando Marie-France era una niña, años antes de casarse con Ashpool, pasó un verano sola en esa playa, viviendo en una casa de bloques abandonada. Allí formuló la base de su filosofía.

Hideo se enderezó, metiéndose la pinza en el mono. En cada mano tenía una sección de la flecha. Maelcum cerraba los ojos, la mano apretada alrededor del bíceps.

—Lo vendaré —dijo Hideo.

Case pudo tirarse al suelo antes de que Riviera llegara a apuntarle con la pistola. Los dardos pasaron silbando junto al cuello de Case como insectos supersónicos. Rodó, vio que Hideo giraba, otro paso de danza, la afilada punta de la flecha invertida en la mano, el fuste plano contra la palma y los rígidos dedos. La arrojó nítidamente, por debajo de la mano, la muñeca un borrón de luz. La punta se incrustó en el dorso de la mano de Riviera. La pistola cayó sobre las baldosas un metro más allá.

Riviera gritó. Pero no de dolor. Fue un aullido de rabia, tan pura, tan refinada, que carecía de toda humanidad.

Apretados haces gemelos de luz, agujas rojas como rubíes, salieron como puñales de alrededor del esternón de Riviera.

El ninja gruñó, se tambaleó, se llevó las manos a los ojos, y recobró el equilibrio.

—Peter —dijo 3Jane—, Peter, ¿qué has hecho?

—Ha cegado a tu chico clono —dijo Molly parcamente. Hideo bajó las manos. Case vio unos hilos de vapor que salían de los ojos arruinados y se congelaban sobre la cerámica blanca.

Riviera sonrió.

Hideo volvió a su danza, repitiendo los pasos. Cuando estuvo de pie junto al arco, la flecha y la Remington, la sonrisa de Riviera se había desvanecido. Se inclinó —a Case le pareció que hacía una reverencia— y encontró el arco y la flecha.

—Estás ciego —dijo Riviera, dando un paso atrás.

—Peter —dijo 3Jane—, ¿no sabes que puede hacerlo en la oscuridad? Zen. Es así como practica.

El ninja puso la flecha.

—¿Me distraerás ahora con tus hologramas?

Riviera estaba retrocediendo, entrando en la oscuridad, más allá de la piscina. Rozó una silla blanca; las patas rasparon el piso. La flecha de Hideo vibró.

Riviera perdió la compostura y echó a correr, arrojándose sobre una sección de la pared baja e irregular. El rostro del ninja tenía una expresión absorta, inundado por un tranquilo éxtasis.

Sonriendo en silencio, fue andando hacia las sombras más allá de la pared, el arma lista en la mano.

—Jane, señora —susurró Maelcum, y Case se volvió, y vio que levantaba el rifle de las baldosas, salpicando sangre sobre la cerámica blanca. Sacudió los mechones y apoyó el grueso cañón en la curva del brazo herido—. Esto te volará la cabeza y ningún doctor de Babilonia podrá arreglarlo.

3Jane miró la Remington. Molly sacó los brazos de los pliegues de la manta rayada, alzando la esfera negra que le encerraba las manos.

—Fuera —dijo—. Quítala.

Case se levantó de las baldosas, se sacudió.

—¿Hideo podrá atraparlo, aun ciego? —preguntó a 3Jane.

—Cuando era niña —dijo 3Jane—, nos encantaba vendarle los ojos. Acertaba con las flechas en los naipes, a diez metros.

—De todos modos, Peter ya está muerto —dijo Molly—. En doce horas empezará a congelarse. No podrá mover más que los ojos.

—¿Por qué? —Case se volvió hacia ella.

—Le envenené la droga —contestó—. El efecto es como el mal de Parkinson más o menos.

3Jane asintió.

—Sí. Le hicimos el examen médico de rutina, antes de admitirlo. —Tocó la bola de un modo particular y la hizo saltar de las manos de Molly—. Destrucción selectiva de las células de la sustancia nigra. Signos de la formación de un cuerpo Lewy. Suda mucho durmiendo.

Alí —dijo Molly, y las diez cuchillas resplandecieron un instante. Se apartó la manta de las piernas para dejar al descubierto la escayola hinchada—. Es la meperidina. Encargué a Alí que me hiciera un lote especial. Que acelerara los tiempos de reacción a temperaturas más altas. N-metil-4-fenil-1236 —cantó, como un niño recitando los pasos de una rayuela—, tetra-hidro-piridina.

—Una bomba —dijo Case.

—Sí —dijo Molly—, una bomba de tiempo de las buenas.

—Qué espanto —dijo 3Jane, y soltó una risita.

El ascensor estaba abarrotado. Case se apretaba, pelvis con pelvis, contra 3Jane, el cañón del Remington bajo el mentón de la chica, que sonrió, frotándose contra él.

—Quieta —dijo Case, desanimado. El seguro del rifle estaba puesto, pero no quería hacerle daño, y ella lo sabía. El ascensor era un cilindro de acero, de menos de un metro de diámetro, diseñado para un solo pasajero. Maelcum tenía a Molly en sus brazos. Ella le había vendado la herida, pero era obvio que le dolía llevarla. Las caderas de Molly empujaban la consola y la estructura contra los riñones de Case.

Subieron hasta salir de la gravedad, hacia el eje, los núcleos.

La entrada al ascensor había sido camuflada junto a las escaleras que daban al pasillo, otro detalle del decorado de la cueva de piratas de 3Jane.

—No creo que debiera deciros esto —dijo 3Jane, estirando el cuello para separarse del cañón del rifle—, pero no tengo la llave que abre la habitación que buscáis. Nunca la he tenido. Una de las rarezas victorianas de mi padre. La cerradura es mecánica y sumamente compleja.

—Una cerradura Chubb —dijo Molly, con la voz ahogada por el hombro de Maelcum—, y tenemos la maldita llave, no te preocupes.

—¿Todavía te funciona el chip? —le preguntó Case.

—Son las ocho y veinticinco, p.m., maldita hora de Greenwich —dijo ella.

—Nos quedan cinco minutos —le dijo Case, cuando la puerta se abrió de golpe detrás de 3Jane. La joven saltó hacia atrás en una lenta voltereta que abultó los pálidos pliegues del djellabá.

Estaban en el eje, el núcleo de Villa Straylight.