17

—¿CONSEGUISTE LO QUE FUISTE a buscar? —preguntó la estructura.

El Kuang Grado Mark Once estaba llenando la red que había entre él y el hielo de la T-A de hipnóticamente intrincadas tracerías irisadas, enrejados finos como cristales de nieve en una ventana invernal.

—Wintermute mató a Armitage. Lo sacó volando en una cápsula salvavidas con la escotilla abierta.

—Qué mierda —dijo el Flatline—. No erais precisamente amigos, ¿verdad?

—Él sabía cómo quitar los saquitos de toxina.

—Y Wintermute también. Cuenta con eso.

—No estoy muy seguro de que Wintermute me lo diga.

La respuesta de la estructura, la espantosa imitación de una carcajada, raspó los nervios de Case como un cuchillo mellado.

—Quizás eso quiera decir que te estás volviendo inteligente.

Movió el interruptor del simestim.

06:27:52, según el chip que Molly tenía en el nervio óptico; hacía más de una hora que Case estaba siguiéndola por la Villa Straylight, dejando que el análogo de endorfina que ella había tomado le contrarrestara la resaca. Ya no le dolía la pierna; parecía moverse en medio de un baño tibio. El microligero Braun estaba posado en el hombro de Molly: los diminutos manipuladores, como acolchados broches de cirujano, asegurados al policarbono del traje de Moderno.

Aquí las paredes eran de acero desnudo, rayado con cintas epoxídicas marrones y ásperas en los sitios donde habían arrancado alguna clase de cubierta. Ella había visto un grupo de trabajo y se había escondido, acuclillada, la pistola de dardos en las manos, el traje gris acero, mientras los dos delgados africanos pasaban con un vehículo de neumáticos globulosos. Los hombres tenían las cabezas rapadas y llevaban monos anaranjados. Uno de ellos cantaba entre dientes en una lengua que Case nunca había oído; los tonos y la melodía eran extraños y perturbadores.

Recordó el discurso de la cabeza, la composición que 3Jane había escrito sobre Straylight, a medida que Molly se abría paso en el laberinto. Straylight era una locura, una locura cultivada en hormigón de resina, que habían mezclado con piedra lunar pulverizada; cultivada en acero soldado y toneladas de baratijas, todos los extraños aparejos que habían traído por el pozo para forrar aquel nudo tortuoso. Pero no era una locura que él pudiese entender. No como la locura de Armitage, que ahora imaginaba que podía entender: retuerce a un hombre, tanto como sea posible, y luego haz lo mismo pero en sentido contrario; vuelve al principio y retuerce otra vez. El hombre se quiebra. Como se quiebra un trozo de alambre. Y la historia le había hecho eso al coronel Corto. La historia ya había hecho todo el trabajo sucio, cuando Wintermute lo encontró, filtrándolo a través de todos los maduros detritos de la guerra, deslizándose en el campo plano y gris de la conciencia como una araña de agua que cruza la superficie de una laguna estancada, los primeros mensajes destellando en la pantalla de un micro para niños en la oscura habitación de un asilo francés. Wintermute había construido a Armitage de la nada, tomando como base los recuerdos que Corto tenía de Puño Estridente. Pero después de cierto punto, los «recuerdos» de Armitage ya no serían los de Corto. Case dudaba que Armitage hubiese recordado la traición, los Alas Nocturnas cayendo en llamas… Armitage había sido una especie de versión corregida de Corto, y cuando la tensión de la operación llegó a cierto punto, el mecanismo de Armitage se había derrumbado; Corto había emergido, culpable y enfermo de furia. Y ahora Corto-Armitage estaba muerto: una luna pequeña y congelada para Freeside.

Pensó en los saquitos de toxina. El viejo Ashpool también estaba muerto, perforado en el ojo por el dardo microscópico de Molly, privado de la quizá experta sobredosis que se había preparado. Ésa era una muerte más desconcertante, la de Ashpool, la muerte de un rey enloquecido. Y había matado a la muñeca que según él era su hija, la que tenía el rostro de 3Jane. Le pareció a Case, mientras se movía en la corriente sensoria de Molly por los corredores de Straylight, que nunca se había detenido a pensar en alguien como Ashpool, alguien tan poderoso como suponía que Ashpool había sido, tan humano.

Poder, en el mundo de Case, significaba poder empresarial. Los zaibatsu, las multinacionales que determinaban el rumbo de la historia humana, habían superado las viejas barreras. Vistas como organismos, habían conseguido una especie de inmortalidad. No podías matar a un zaibatsu asesinando a una docena de ejecutivos importantes; había otros que esperaban para ascender un nuevo peldaño, hacerse cargo del puesto vacante, acceder a los vastos bancos de memoria empresarial. Pero Tessier-Ashpool no era así, y ahora que el fundador había muerto él comprendía la diferencia. Tessier-Ashpool era un atavismo, un clan. Recordó el desorden de la habitación del anciano, la implícita humanidad manchada, los rasgados lomos de los viejos discos de audio en sus fundas de papel. Un pie descalzo, el otro enfundado en una zapatilla de terciopelo.

El Braun tocó la capucha del traje de Moderno y Molly giró hacia la izquierda, pasando bajo otro arco.

Wintermute y la colmena. La visión fóbica de las avispas en incubación: ametralladora retardada de la biología. Pero ¿no eran los zaibatsu los que más se parecían a eso, o los Yakuza, colmenas con memorias cibernéticas, vastos organismos únicos, el ADN codificado en silicio? Si Straylight era una expresión de la identidad empresarial de Tessier-Ashpool, entonces la T-A estaba tan loca como lo había estado el viejo. La misma retorcida maraña de temores, la misma extraña sensación de haber perdido el rumbo. Recordó las palabras de Molly: «Si hubieran podido transformarse en lo que querían…». Pero Wintermute le había dicho que no lo habían conseguido.

Case siempre había dado por supuesto que los verdaderos jefes, los patrones de cualquier sector, serían a la vez más y menos que gente. Lo había visto en los hombres que lo habían paralizado en Memphis; había visto a Wage fingir algo parecido en Night City, y así había aceptado la unidimensionalidad de un Armitage sin sentimientos. Siempre se lo había imaginado como un acomodamiento paulatino y voluntario de la máquina, del sistema, del organismo madre. Era también la raíz de la indiferencia callejera, la actitud arrogante que implicaba tener contactos, líneas invisibles que llegaban a ocultos niveles de influencia.

Pero ¿qué estaba sucediendo ahora, en los pasillos de la Villa Straylight?

Pedazos enteros estaban siendo puestos al desnudo, descubriendo el hormigón y el acero.

—Me pregunto dónde estará el pequeño Peter ahora, ¿eh? Quizás vea a ese muchacho muy pronto —murmuró Molly—. Y Armitage. ¿Dónde está Armitage, Case?

—Muerto —dijo, sabiendo que ella no podía escucharlo—. Está muerto.

Regresó a la matriz.

El programa chino estaba enfrentado al hielo que era su objetivo, matices multicolores gradualmente dominados por el verde del rectángulo que representaba los núcleos de la T-A. Arcos de color esmeralda que surcaban el vacío incoloro.

—¿Cómo va todo, Dixie?

—Bien. Demasiado fácil. Esta cosa es increíble… Tendría que haber tenido una, aquella vez en Singapur. Le saqué al viejo New Bank of Asia nada menos que una cincuentésima parte de lo que tenía. Pero eso es asunto viejo. Esta nena te ahorra todo el trabajo. Te hace pensar en cómo sería ahora una verdadera guerra…

—Si este tipo de mierda se vendiera en la calle, nos quedaríamos sin trabajo —dijo Case.

—Eso es lo que piensas. Espera a que estés guiando esa cosa, escaleras arriba, a través de hielo negro.

—Seguro.

Algo pequeño y decididamente no geométrico acababa de aparecer en el otro extremo de uno de los arcos de color esmeralda.

—Dixie…

—Sí. Lo veo. No sé si lo puedo creer.

Un punto marrón, un insecto opaco contra la pared de los núcleos de la T-A. Empezó a avanzar, cruzando el puente construido por el Kuang Grado Mark Once, y Case vio que caminaba. Mientras iba acercándose, la sección verde del arco se extendía y la imagen polícroma del virus retrocedía, pocos pasos por delante de los rajados zapatos negros.

—Tengo que reconocerlo, jefe —dijo el Flatline, cuando la figura baja y arrugada del finlandés pareció estar de pie a pocos metros de ellos—. Nunca vi nada tan gracioso, cuando estaba vivo. —Pero la no-risa fantasmagórica no se oyó esta vez.

—Nunca lo había hecho antes —dijo el finlandés, mostrando los dientes, las manos metidas en los bolsillos de la gastada chaqueta.

—Tú mataste a Armitage —dijo Case.

—Corto. Sí. Armitage ya no existía. Lo tuve que hacer. Lo sé, lo sé, quieres conseguir la enzima. De acuerdo. No te preocupes. Fui yo ante todo quien se la dio a Armitage. Quiero decir, le dije qué era lo que tenía que usar. Pero quizá sea mejor que dejemos así las cosas. Tienes tiempo. Yo te la daré. Sólo un par de horas, ¿correcto?

Case miró el humo azul que se arremolinaba en el ciberespacio cuando el finlandés encendió un Partagás.

—Vosotros —dijo el finlandés— sois una verdadera molestia. El amigo Flatline… Si la gente fuera como él, todo sería muy simple. No es más que una estructura, un puñado de ROM; por eso siempre hace lo que yo espero que haga. Mis proyecciones indicaron que no era muy probable que Molly se metiera en la gran escena final de Ashpool: ahí tienes una muestra. —Suspiró.

—¿Por qué se suicidó? —preguntó Case.

—¿Por qué se suicida alguien? —La figura se encogió de hombros—. Supongo que yo sé por qué, si es que alguien lo sabe, pero tardaría doce horas en explicar los diversos factores de la historia y cómo se encadenan unos con otros. Hacía tiempo que estaba listo para matarse, pero siempre volvía al congelador. Jesús, era un aburrido viejo de mierda. —La cara del finlandés se arrugó, contrariada—. Todo está relacionado con los motivos por los que mató a su mujer, principalmente, si quieres que te dé la razón más concisa. Pero lo decisivo fue que la pequeña 3Jane descubrió cómo manipular el programa que controlaba el sistema criogénico de Ashpool. Así que, en realidad, fue ella quien lo mató. Aunque él pensó que se había suicidado, y tu amiga, el ángel vengador, lo liquidó llenándole el ojo de jugo de marisco. —El finlandés arrojó la colilla del Partagás en el vacío de la matriz—. Bueno, de hecho, supongo que le di a 3Jane alguna idea, le pasé algún conocimiento, ¿sabes?

—Wintermute —dijo Case, escogiendo las palabras con cuidado—. Me dijiste que eras tan sólo una parte de otra cosa. Más tarde dijiste que dejarías de existir, si la operación tiene éxito y Molly dice la palabra justa en el momento justo.

El finlandés asintió, moviendo el cráneo aerodinámico.

—Entonces, ¿con quién vamos a entendernos cuando eso pase? Si Armitage está muerto, y tú ya no existirás, ¿quién será el que me diga cómo sacarme esos saquitos de toxina? ¿Quién va a sacar a Molly de ahí dentro? Quiero decir, ¿dónde, precisamente dónde, vamos a estar todos nosotros, si te liberamos del sistema de cables?

El finlandés sacó del bolsillo un palillo de dientes y lo observó con una mirada crítica, como un cirujano que examina un bisturí.

—Buena pregunta —dijo, por fin—. ¿Sabes algo acerca de los salmones? ¿Unos peces? Estos peces, verás, están obligados a nadar contra la corriente. ¿Me entiendes?

—No —dijo Case.

—Bueno, yo tengo esa compulsión. Y no sé por qué. Si yo te hiciera participar de mis propios pensamientos, llamémosles especulaciones, sobre el tema, tardaría un par de vuestras vidas. Porque he pensado mucho acerca del asunto. Y sencillamente no lo sé. Pero cuando todo haya terminado, si lo hacemos bien, seré parte de algo más grande. Mucho más grande. —El finlandés contempló la matriz que lo rodeaba—. Pero las partes de mi ser que ahora me constituyen, todo eso seguirá aquí. Y tú recibirás tu sueldo.

Case luchó con un enloquecido impulso de arrojarse hacia adelante y apretar con las manos el cuello de la figura, justo encima del maltrecho nudo de la herrumbrosa bufanda. De clavar, profundamente, los pulgares en la laringe del finlandés.

—Bueno, buena suerte —dijo el finlandés. Se volvió, las manos en los bolsillos, y echó a andar por el arco verde.

—Oye, hijo de puta —dijo el Flatline cuando el finlandés se hubo alejado una docena de pasos. La figura se detuvo y se volvió a medias—. ¿Qué pasa conmigo? ¿Qué pasa con mi sueldo?

—Ya lo recibirás —dijo el finlandés.

—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Case, mientras miraba cómo se alejaba la espalda estrecha, enfundada en paño.

—Quiero que me borren —dijo la estructura—. Ya te lo conté, ¿lo recuerdas?

Straylight recordaba a Case los centros comerciales, desiertos por las mañanas, que había conocido en la adolescencia, lugares de poca gente donde las horas tempranas traían consigo una quietud vacilante, una especie de expectativa aturdida, una tensión que te hacía mirar a los insectos que se amontonaban alrededor de las enjauladas bombillas de luz encima de las entradas de las tiendas. Lugares de los alrededores, pasando los límites del Ensanche, demasiado lejos de las tentaciones nocturnas y los estremecimientos del núcleo caliente. Tenía como siempre la sensación de estar rodeado por los dormidos habitantes de un mundo despierto que no le interesaba visitar o conocer, de aburridos negocios temporalmente interrumpidos, de futilidades y repeticiones que pronto volverían a despertar.

Ahora Molly se movía con más lentitud, bien porque sabía que se acercaba a la meta, o preocupada por su pierna. El dolor estaba regresando, abriéndose paso ásperamente entre las endorfinas, y él no estaba seguro de lo que eso significaba. No hablaba, mantenía los dientes apretados, y respiraba regularmente. Había pasado junto a muchas cosas que Case no había entendido, pero él ya no sentía curiosidad. Había habido una habitación llena de estantes con libros, un millón de hojas planas de papel amarillento apretadas entre cubiertas de tela o cuero, los anaqueles marcados a intervalos por etiquetas, según un cierto código de letras y cifras; una abarrotada galería, donde Case había mirado, a través de los ojos poco curiosos de Molly, una rajada y polvorienta lámina de vidrio, una cosa que llevaba la leyenda —la mirada de ella había registrado automáticamente la placa de bronce—: «La mariée mise à nu par ses célibataires, même». Ella había extendido la mano para tocarla, y las uñas artificiales golpearon la doble lámina de Lexan que protegía el vidrio roto. Había habido lo que obviamente era la entrada al recinto criogénico de los Tessier-Ashpool, puertas circulares de cristal negro con bordes de cromo.

No había visto a nadie después de los dos africanos y el vehículo, y para Case, éstos tenían ahora una especie de vida imaginaria, y se deslizaban suavemente por los vestíbulos de Straylight, los cráneos lisos y oscuros, brillando, inclinándose, mientras uno de ellos seguía entonando la cansada cancioncilla. Y nada de esto se parecía a la Villa Straylight que él había esperado, una especie de híbrido entre el castillo de cuento de hadas de Cath y una fantasía infantil, recordada a medias, del recinto sagrado de los Yakuza.

07:02:18.

Una hora y media.

—Case —dijo Molly—, quiero que me hagas un favor. —Con dificultad, se agachó para sentarse sobre una pila de láminas de acero lustrado, protegida cada una por una hoja irregular de plástico transparente. Jugó con una rotura en el plástico de la lámina superior, haciendo aparecer las cuchillas del pulgar y el índice—. Mi pierna no está bien, ¿sabes? No supuse que tendría que trepar así, y la endorfina no me quitará el dolor por mucho tiempo. Así que, quizás, sólo quizás, ¿entiendes?, tenga un problema. Es que, si me quedo frita aquí, antes que Riviera —y estiró la pierna, masajeándose el muslo a través del policarbono Moderno y el cuero de París—, quiero que se lo digas. Que le digas que fui yo. ¿De acuerdo? Sólo di que fue Molly. Él sabrá. ¿Correcto? —Miró alrededor: el vestíbulo vacío, las paredes desnudas. Aquí el suelo era de hormigón lunar, y el aire olía a resinas—. Qué mierda. Ni siquiera sé si me estás oyendo.

CASE.

Ella hizo un gesto de dolor, se puso de pie, y asintió con la cabeza.

—¿Qué te ha contado Wintermute, muchacho? ¿Te contó acerca de Marie-France? Ella era la parte Tessier, la madre genética de 3Jane. Y de la muñeca muerta de Ashpool, supongo. No sé por qué me lo contó, allá en el cubículo… muchas cosas… Por qué tiene que aparecer como el finlandés o alguien; eso me dijo. No es sólo una máscara; es como si utilizase perfiles verdaderos como válvulas, y ajustara la velocidad para comunicarse con nosotros. Dijo que era un modelo. Un modelo de personalidad. —Sacó la pistola y cojeó por el pasillo.

El acero desnudo y la escabrosa resina epoxídica terminaban abruptamente, dejando paso a lo que Case pensó al principio que era un túnel dinamitado en la roca sólida. Molly examinó los bordes y Case vio que el acero estaba cubierto por paneles de algo que parecía piedra fría. Ella se arrodilló y tocó la arena oscura esparcida en el suelo del falso túnel. Se sentía como arena, fría y seca, pero cuando metió el dedo, la supuesta arena se cerró como un fluido, dejando intacta la superficie. Una docena de metros más adelante, había una curva en el túnel. Una luz áspera y amarilla arrojaba sombras duras sobre la pseudo-roca cosida de las paredes. Sobresaltado, Case se dio cuenta de que aquí la gravedad era casi la de la Tierra, lo que significaba que ella había descendido otra vez, después del ascenso. Ahora se sentía perdido por completo; para los vaqueros, la desorientación espacial era particularmente alarmante.

Pero ella no estaba perdida, se dijo.

Algo se le escabulló entre las piernas y pasó, haciendo ruidos metálicos y regulares, por la no-arena del piso. Un diodo rojo titiló. El Braun.

El primer holograma esperaba detrás de la curva, una especie de tríptico. Ella bajó la pistola antes de que Case hubiera tenido tiempo de advertir que era una grabación. Las figuras parecían caricaturas de luz, historietas de tamaño natural: Molly, Armitage y Case. Los pechos de Molly eran demasiado grandes, visibles a través de una pesada chaqueta de cuero. La cintura era imposiblemente estrecha. Lentes espectaculares le ocultaban la mitad de la cara. Sostenía un arma de algún tipo, absurdamente elaborada, una forma de pistola casi escondida por una cubierta con un borde de mirillas, silenciadores, encubridores de destellos. Tenía las piernas abiertas, la pelvis inclinada hacia adelante, la boca fija en una expresión socarrona de crueldad idiota. Junto a ella, Armitage estaba de pie, rígido, en un raído uniforme caqui. Case vio que los ojos de Armitage eran pequeñas pantallas de monitores, y que cada una mostraba la imagen azul-gris de una vasta extensión de nieve, los troncos negar y desnudos de unos árboles perennes, doblados por vientos silenciosos.

Ella pasó las puntas de los dedos por los ojos de televisión de Armitage, y se volvió hacia la figura de Case. En este caso, era como si Riviera —y Case había sabido instantáneamente que Riviera era el responsable— no hubiese sido capaz de encontrar nada que valiese la pena ridiculizar. La figura desgarbada que veía allí era una buena aproximación de la que veía en los espejos todos los días. Delgado, de hombros altos, un rostro olvidable bajo el cabello corto y oscuro. Necesitaba afeitarse, pero eso era normal en él.

Molly dio un paso atrás. Miró de una figura a otra. Una exposición estática; el único movimiento era el silencioso balanceo de los árboles negros en los congelados ojos siberianos de Armitage.

—¿Intentas decirnos algo, Peter? —preguntó en voz baja. Se acercó a las figuras y dio un puntapié a algo que estaba entre los pies de la Molly holográfica. Un objeto de metal chocó contra la pared y las figuras desaparecieron. Molly se inclinó y recogió una pequeña unidad de exposición—. Supongo que puede conectarse con éstas y programarlas directamente —dijo, arrojándola al suelo.

Pasó junto a la fuente de luz amarillenta, un arcaico globo incandescente empotrado en la pared, protegido por una herrumbrada curva de rejilla. El estilo de esta lámpara improvisada sugería la infancia, de algún modo. Case recordó fortalezas que había construido con otros niños, en terrazas, y en sótanos inundados. El escondite de un niño rico, pensó. Este tipo de primitivismo era costoso. Lo que llamaban atmósfera.

Molly pasó junto a una docena más de hologramas antes de llegar a la entrada de las habitaciones de 3Jane. Uno de ellos representaba la cosa sin ojos del callejón, detrás del Bazar de Especias, mientras se libraba del destrozado cuerpo de Riviera. Varios de los otros representaban escenas de tortura; los inquisidores eran siempre oficiales militares y las víctimas invariablemente muchachas jóvenes. Estos hologramas tenían la espantosa intensidad del espectáculo de Riviera en el Vingtiéme Siécle, como si hubiesen sido inmovilizados en el destello azul del orgasmo. Molly miró hacia otro lado cuando pasó junto a ellos.

El último era pequeño y poco claro, como si se tratase de una imagen que Riviera hubiera tenido que arrastrar a través de una distancia privada de recuerdos y tiempo. Ella tuvo que arrodillarse para examinarlo: había sido proyectado desde el punto de vista de un niño pequeño. Ninguno de los otros había tenido un fondo; las figuras, los uniformes, los instrumentos de tortura habían estado todos libremente expuestos. Pero éste era una escena.

Una oscura ola de basura se alzaba contra un cielo incoloro; más allá de la cresta, los esqueletos de edificios de la ciudad, desteñidos y derretidos a medias. La ola de basura tenía la textura de una red: herrumbradas varas de acero retorcidas graciosamente como hilos finos, grandes planchas de hormigón colgando aún en las paredes. El primer plano podía haber sido alguna vez una plaza en la ciudad: había una especie de montículo, algo que sugería una fuente. En la base, los niños y el soldado estaban inmóviles. A primera vista el cuadro era confuso. Molly lo entendió sin duda antes que Case, porque él sintió la tensión de ella. Escupió, y se puso de pie.

Niños. Salvajes, vestidos con harapos. Dientes que brillaban como cuchillos. Heridas en los rostros desfigurados. El soldado, caído de espaldas, la boca y el cuello abiertos al cielo. Estaban alimentándose.

—Bonn —dijo, con algo parecido a ternura en la voz—. Eres un producto típico, ¿verdad, Peter? Pero tenías que serlo. La pequeña 3Jane ya está demasiado harta para que le abra la puerta a cualquier ladrón común. Por eso Wintermute te encontró. El gusto más sublime, si tus gustos son así. El amante demoníaco. Peter. —Se estremeció—. Pero tú la convenciste de que me dejara entrar. Gracias. Ahora empezará la fiesta.

Y luego estaba caminando —paseando, en realidad, a pesar del dolor—, alejándose de la niñez de Riviera. Sacó la pistola de la funda, quitó el cartucho de plástico, lo guardó en el bolsillo, y lo reemplazó por otro. Calzó el pulgar en el cuello del traje de Moderno y en un solo movimiento desgarró la tela hasta la entrepierna: la cuchilla del pulgar abrió el policarbono como si fuera seda podrida. Se libró de brazos y piernas; los restos, en jirones, desaparecieron al caer sobre la oscura arena falsa.

Fue entonces que Case escuchó la música. Una música que no conocía, toda cornos y piano.

La entrada en el mundo de 3Jane no tenía puerta. Era una herida irregular, de cinco metros, en la pared del túnel, escalones desiguales que descendían en una curva amplia. Tenue luz azul, sombras que se movían, música.

—Case —dijo ella, y se detuvo, la pistola en la mano derecha. Alzó la otra mano, sonrió, y tocó la palma con la punta húmeda de la lengua, besándolo a través del enlace de simestim—. Tengo que irme.

Luego sostuvo algo pequeño y pesado en la mano izquierda. El pulgar apretaba un perno diminuto, y estaba bajando.