16

—TENGO A TU JEFE en la línea —dijo el Flatline—. Está conectado al segundo Hosaka en esa nave de escaleras arriba, la que llevamos a horcajadas. De nombre Haniwa.

—Lo sé —dijo Case, distraídamente—. La he visto.

Un rombo de luz blanca apareció ante él, cubriendo el hielo de la Tessier-Ashpool; le mostraba la cara de Armitage, serena, perfectamente enfocada, totalmente enloquecida, los ojos ciegos como botones. Armitage parpadeaba. Miraba fijamente.

—Supongo que Wintermute se encargó también de los Turings que andaban detrás de ti, ¿eh? Como se encargó de los míos —dijo Case.

Armitage lo miraba fijamente. Case resistió el deseo de apartar los ojos, de mirar a otro lado.

—¿Estás bien, Armitage?

—Case —y por un instante algo pareció moverse detrás de la mirada azul—. Has visto a Wintermute, ¿verdad? En la matriz.

Case asintió. Una cámara en la cara de la Hosaka del Marcus Garvey transmitida el gesto al monitor del Haniwa. Imaginó a Maelcum escuchando las hipnotizadas medias conversaciones, sin poder oír las voces de la estructura o de Armitage.

—Case —y los ojos se hicieron más grandes, Armitage inclinado sobre el ordenador—, ¿qué es, cuando lo ves?

—Una estructura de simestim de alta resolución.

—Pero ¿quién?

—El finlandés, la última vez… Antes que eso, un macarra que…

—¿No el general Girling?

—¿El general qué?

La imagen desapareció del rombo.

—Pasa de nuevo esa grabación y ordena al Hosaka que investigue —dijo a la estructura.

Volvió a Molly.

La perspectiva lo sorprendió. Molly estaba encaramada entre vigas de acero, a veinte metros por encima de una amplia y manchada superficie de hormigón pulido. El espacio era un hangar o un cobertizo de mantenimiento. Podía ver las tres naves espaciales, ninguna mayor que el Garvey y todas en distintas etapas de reparación. Voces japonesas. Una figura vestida con un mono anaranjado salió de una brecha en el casco de un bulboso vehículo y se detuvo junto a uno de los brazos de pistón, extrañamente antropomórficos. El hombre tecleó algo en una consola portátil y se rascó las costillas. Un vehículo de conducción autónoma y neumáticos redondos y grises entró en escena.

CASE, destelló el chip de Molly.

—Eh —dijo ella—. Estoy esperando a un guía. —Se acuclilló; los brazos y piernas de su traje Moderno eran de un color azul grisáceo, como las vigas. Le dolía la pierna, un dolor permanente y agudo—. Tendría que haber regresado a Chin —susurró.

Algo apareció de pronto saliendo de las sombras, emitiendo un tranquilo tic-tac, a la altura del hombro izquierdo de Molly. Se detuvo, balanceando el cuerpo esférico de un lado a otro, sobre arqueadas patas de araña, disparó en un microsegundo otra andanada de difusa luz láser, y se inmovilizó. Era un microligero Braun. Case había tenido una vez el mismo modelo, un accesorio inútil que había obtenido como parte de un negocio con un traficante de hardware de Cleveland. Parecía un estilizado papaíto piernas largas de color negro mate. Un diodo rojo comenzó a titilar en el ecuador de la esfera. El cuerpo no era mayor que una pelota de béisbol.

—Está bien —dijo Molly—. Te escucho. —Se puso de pie, apoyándose sobre la pierna derecha, y observó cómo el pequeño aparato retrocedía. Metódicamente, siguió el mismo camino por el que había venido, sobre la viga, y desapareció en la oscuridad. Molly se volvió y miró hacia el área de servicio. El hombre del mono anaranjado estaba sellando el frente de un equipo neumático blanco. Ella lo observó mientras cerraba y sellaba el casco, recogía la consola y volvía a introducirse por la brecha en el casco de la nave. Se oyó un gemido de motores, cada vez más intenso, y el vehículo se deslizó silenciosamente hasta desaparecer a la luz cruda de las lámparas junto con un sector circular del piso, de diez metros de diámetro. El autónomo rojo esperaba pacientemente al borde del agujero del panel montacargas.

Entonces ella siguió al Braun, abriéndose camino por una selva de puntales de acero. El diodo del Braun seguía titilando, indicándole el camino.

—¿Cómo estás, Case? ¿De vuelta en el Garvey, con Maelcum? Claro que sí. Y conectado a esto. Me gusta, ¿sabes? Es que siempre he hablado conmigo misma, en silencio, cada vez que me encontraba en un apuro. Imagino que tengo un amigo, alguien en quien puedo confiar, y le digo lo que de veras pienso, cómo me siento, y también imagino que este amigo me da su opinión, y así voy adelante. Contigo pasa algo parecido. Esa escena con Ashpool… —Se mordisqueó el labio inferior, pasando junto a un puntal, siempre siguiendo al autónomo con los ojos—. Esperaba algo quizás un poco menos decadente, ¿sabes? Quiero decir, todos estos tipos están locos, como si tuvieran mensajes luminosos escritos en la frente o algo. No me gusta el aspecto de todo esto, no me gusta el olor…

El Braun estaba izándose por una escala casi invisible de peldaños de acero en forma de U, hacia una abertura estrecha y oscura.

—Y ya que me estoy confesando, cariño, tengo que admitir que nunca pensé que saliera algo bueno de esta operación. Hace tiempo que estoy en la mala, y tú eres lo único bueno que ha aparecido desde que empecé a trabajar con Armitage. —Miró hacia el círculo negro. El diodo del microligero guiñó, trepando—. Aunque no creas que eres una maravilla. —Sonrió, pero el diodo había desaparecido con demasiada rapidez y ella apretó los dientes cuando empezó a trepar y sintió un dolor punzante en la pierna. La escala continuó, a través de un tubo de metal que le apretaba los hombros. Estaba subiendo, saliéndose de la gravedad, hacia el eje de cero-g. El chip pulsó la hora.

04:23:04.

Había sido un largo día. La claridad del sensorio de Molly reducía el efecto de la betafenetilamina, pero Case aún podía sentirlo. Prefería el dolor en la pierna de ella.

C A S E : 0 0 0 0 0 0 0

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—Supongo que es para ti —dijo ella, trepando mecánicamente. Los ceros volvieron a destellar y apareció un mensaje, en el límite del campo visual de Molly, fragmentado por el circuito.

EL GENERAL G

IRLING::::::

ENTRENÓ A

CORTO PARA

PUÑO ARDIENTE

Y VENDIÓ SU

PELLEJO AL

PENTÁGONO:::

EL CONTROL

PRINCIPAL

DE W/MUTE

SOBRE ARMI

TAGE ES

UNA ESTRUC

TURA DE GI

RLING:::::

W/MUTE

DICE QUE SI

A MENCIONÓ

A G ES

PORQUE

ESTA VOL

VIÉNDOSE

LOCO::::::

CUÍDATE:::

::::::DIXIE

—Bueno —dijo Molly, haciendo una pausa—, parece que tú también tienes problemas. —Miró hacia abajo. Había un tenue círculo luminoso, no mayor que el redondel de bronce de la llave de Chubb que le pendía entre los pechos. Miró hacia arriba. No había nada. Tocó sus amplificadores con la lengua y el tubo se alzó en una perspectiva evanescente, mientras el Braun subía por los peldaños—. Nadie me habló de esta parte —dijo.

Case desconectó.

—Maelcum…

—Hombre, tu jefe se puso muy extraño. —El sionita llevaba un traje neumático Sanyo azul, veinte años más viejo que el que Case había alquilado en Freeside: apretaba el casco bajo el brazo y una gorra de red tejida de algodón violeta le sujetaba los mechones. Tenía los ojos entornados, efecto del ganja y de la tensión—. Llamó varias veces, con órdenes, hombre; tiene que ser alguna guerra de Babilonia… —Maelcum sacudió la cabeza de un lado a otro—. Yo hablé con Aerol, y Aerol habló con Sión, los Fundadores dijeron que nos largáramos. —Se frotó la boca con el dorso de una mano, grande y bronceada.

—¿Armitage? —Case se encogió de dolor cuando sintió la fuerte resaca de la betafenetilamina, ahora sin la protección de la matriz de simestim. No hay nervios en el cerebro, se dijo, no puede dolerme tanto—. ¿Qué quieres decir? ¿Te está dando órdenes? ¿Cuáles?

—Hombre, Armitage me dijo que rumbeara hacia Finlandia, ¿sabes? Me dijo que ahí habría esperanza, ¿sabes? Apareció en mi pantalla con la camisa ensangrentada, loco como un perro, hablando de puños estridentes y de rusos y de que la sangre de los traidores nos ensuciará las manos. —Volvió a sacudir la cabeza: la gorra se balanceó y saltó en la gravedad cero. Apretó los labios—. Los fundadores dicen que el Mute es con seguridad el falso profeta, y que Aerol y yo tenemos que dejar el Marcus Garvey y regresar.

—¿Armitage estaba herido? ¿Sangre?

—No sabría decirte, ¿entiendes? Pero estaba manchado de sangre, y loco del todo, Case.

—De acuerdo —dijo Case—. ¿Y qué pasa conmigo? Tú vuelves a casa. ¿Y yo, Maelcum?

—Hombre —dijo Maelcum—, tú vienes conmigo. Yo y yo volvemos a Sión con Aerol, en el Babylon Rocker. Deja que Armitage hable con la cassette fantasma, un fantasma con otro…

Case miró por encima del hombro: su traje alquilado colgaba sujeto a la hamaca, balanceándose en la corriente de aire del viejo ventilador ruso. Cerró los ojos. Vio los saquitos de toxina que se le disolvían en las arterias. Vio a Molly que trepaba por una interminable escala de peldaños de acero. Abrió los ojos.

—No lo sé, viejo —dijo, con un gusto extraño en la boca. Miró la mesa de trabajo, se miró las manos—. No lo sé. —Levantó la vista otra vez. Ahora la cara bronceada estaba calma, atenta. El anillo del casco del viejo traje azul escondía el mentón de Maelcum—. Ella está adentro —dijo—. Molly está adentro. En Straylight, así se llama. Si Babilonia existe, esto es Babilonia. Podemos irnos, pero entonces ella no saldrá, sea o no la Navaja Andante.

Maelcum asintió con la cabeza, y la gorra se le movió como un globo cautivo de algodón.

—¿Es tu mujer, Case?

—No lo sé. Tal vez no es la mujer de nadie. —Se encogió de hombros. Y volvió a encontrarse con la ira, verdadera como un pedazo de roca bajo las costillas—. A la mierda con esto —dijo—. A la mierda con Armitage, a la mierda con Wintermute, y a la mierda contigo. Yo me quedo donde estoy.

La sonrisa de Maelcum se extendió sobre su rostro, como una luz repentina.

—Maelcum es un chico maleducado, Case. El Garvey es la nave de Maelcum. —Golpeó la mano enguantada contra un panel y en los altavoces del remolque se oyó el sonido bajo y regular de la transmisión de Sión—. Maelcum no se larga, no. Hablaré con Aerol; seguro que lo entenderá.

Case lo miró fijamente.

—No os entiendo, de veras —dijo.

—Yo no te entiendo a ti, hombre —dijo el sionita, sacudiendo la cabeza al ritmo de la transmisión—, pero tenemos que guiarnos por el amor de Jah, todos nosotros.

Case conectó y volvió a la matriz.

—¿Recibiste mi mensaje?

—Sí. —Vio que el programa chino había crecido: delicados arcos polícromos y cambiantes estaban acercándose al hielo de la T-A.

—Bueno, se está poniendo más complicado —dijo el Flatline—. Tu jefe borró el banco de datos del otro Hosaka, y casi se lleva el nuestro también. Pero tu amigo Wintermute me avisó antes de que se perdiera. La razón por la que los Tessier-Ashpool no abundan en Straylight es que la mayoría están congelados. Hay una empresa de abogados en Londres que se encarga de la representación legal y los poderes: tiene que saber quién está despierto y en qué momento. Armitage vigilaba las transmisiones de Londres a Straylight a través del Hosaka del yate. De paso, ya saben que el viejo está muerto.

—¿Quién lo sabe?

—Los abogados y la T-A. Tenía un control remoto implantado en el esternón. Aunque después del dardo de tu chica un equipo de resurrección no hubiera tenido mucho que hacer. Toxinas de crustáceos. Pero la única T-A que está despierta en Straylight en este momento es Lady 3Jane Marie-France. Hay otro, un varón, un par de años mayor, que está en Australia por negocios. Yo creo que Wintermute se las arregló para que la presencia de 8Jean fuera necesaria en algún otro sitio. Pero ya está en camino, de regreso a casa. Los abogados de Londres dijeron que llegaría aproximadamente a las 09:00:00 esta noche. Enchufamos el virus Kuang alas 02:32:03. Ahora son las 04:45:20. La mejor hora para que el Kuang penetre en el núcleo de la T-A es las 08:30:00. Así que estamos en el límite. Creo que Wintermute tiene algún interés especial en esta 3Jane, o que ella está tan loca como su viejo. Pero el muchacho que viene de Melbourne sabrá bien de qué se trata. Los sistemas de seguridad de Straylight intentan seguir funcionando en estado de alerta, pero Wintermute los bloquea, rápidamente, no me preguntes cómo. Sin embargo, no pudo pasar por encima del programa de entrada básico y meter a Molly. Armitage tenía todo eso registrado en el Hosaka; seguramente Riviera convenció a 3Jane. Durante años ella ha estado manipulando las entradas y salidas. Tengo la impresión de que uno de los problemas principales de la T-A es que los grandes de la familia han llenado los bancos de datos con todo tipo de trucos y excepciones particulares. Es como si tu sistema de inmunidad se viniera abajo: están a punto para recibir un virus. Eso nos conviene, una vez que consigamos pasar el hielo.

—De acuerdo. Pero Wintermute dijo que Arm…

Un rombo blanco apareció en la pantalla y fue ocupado por un primer plano de dementes ojos azules. Case no pudo hacer otra cosa que mirarlos. El coronel Willie Corto, Fuerzas Especiales, Fuerza de Ataque Puño Estridente, había logrado volver. La imagen era tenue, espasmódica, desenfocada. Corto estaba utilizando la consola de navegación del Haniwa para conectarse con el Hosaka del Marcus Garvey.

—Case, necesito los informes de daños y perjuicios en el Omaha Thunder.

—Bueno, yo… ¿Coronel?

—Atento, muchacho. Recuerda tu entrenamiento.

¿Pero dónde has estado, viejo?, preguntó en silencio a los ojos angustiados. Wintermute había construido algo llamado Armitage dentro de una fortaleza catatónica llamada Corto. Había convencido a Corto de que lo verdadero era Armitage, y Armitage había caminado, hablado, planificado, intercambiado información y capital, había representado a Wintermute en aquella habitación del Chiba Hilton… Y ahora Armitage había desaparecido, arrastrado por el viento de la locura de Corto. Pero ¿dónde había estado Corto durante todos aquellos años?

Cayendo, quemado y ciego, de un cielo siberiano.

—Case, sé que te será difícil aceptarlo. Eres un oficial. El entrenamiento. Lo comprendo. Pero, Case, te lo juro por Dios: nos han traicionado.

Unas lágrimas asomaron en los ojos azules.

—Coronel… ¿quién? ¿Quién nos traicionó?

—El general Girling, Case. Quizá tú lo conozcas por su nombre en código. Pero sabes de quién hablo.

—Sí —dijo Case, mientras las lágrimas seguían cayendo—. Supongo que sí. Señor —agregó, impulsivamente—, pero, señor, coronel, ¿qué deberíamos hacer? Ahora, quiero decir.

—A esta altura, Case, nuestro deber es volar. Escaparnos. Evadirnos. Podemos llegar a la frontera con Finlandia mañana al atardecer. Volando bajo, con controles manuales. Nos cagaremos de miedo, muchacho, pero eso será sólo el principio. —Los ojos azules se entrecerraron, los bronceados pómulos brillantes por las lágrimas—. Sólo el principio. Traición desde arriba. Desde arriba… —Se retiró de la cámara; en la rasgada camisa de sarga había manchas oscuras. El rostro de Armitage era impasible, como una máscara; pero el de Corto era la verdadera cara del esquizofrénico: la enfermedad grabada profundamente en músculos involuntarios, deformando la costosa cirugía.

—Coronel, lo escucho, viejo. Escuche, coronel, ¿de acuerdo? Quiero que abra la… Mierda. ¿Cómo se llama, Dix?

—La escotilla media.

—Abra la escotilla media. Sólo dígale a la consola que la abra, ¿de acuerdo? Enseguida estaremos con usted, coronel. Entonces podremos hablar de cómo saldremos de aquí.

El rombo desapareció.

—Muchacho, creo que ahí me perdiste —dijo el Flatline.

—Las toxinas —dijo Case—. Las jodidas toxinas —y desconectó.

—¿Veneno? —Maelcum miró por encima del rasgado hombro azul del viejo Sanyo mientras Case forcejeaba, saliéndose de la red de gravedad.

—Y quítame esta maldita cosa… —Tiró del catéter de Texas—. Como un veneno lento, y ese hijo de puta en la otra nave sabe cómo contrarrestarlo, y ahora está más loco que una rata de albañal. —Manipuló con torpeza el Sanyo rojo; ya no se acordaba de cómo funcionaban los sellos.

—El jefe, ¿te envenenó? —Maelcum se rascó la mejilla—. Tengo un equipo médico, ¿sabes?

—Jesús, Maelcum, ayúdame con este maldito traje. —El sionita se separó del rosado módulo de pilotaje—. Tranquilo, hombre. Mide dos veces, corta una, dijo un sabio. Subimos allá…

Había aire en la galería corrugada que iba desde la escotilla de popa del Marcus Garvey hasta la escotilla central del yate Haniwa, pero mantuvieron sellados los trajes. Maelcum pasó de un lado a otro con la gracia de un bailarín de ballet, deteniéndose sólo para ayudar a Case, que había tropezado al salir del Garvey. Los lados plásticos del tubo filtraban la desnuda luz del sol: no había sombras.

La escotilla de descompresión del Garvey estaba remendada y picada, y la decoraba un León de Sión, tallado con láser. La escotilla central del Haniwa era de un color gris crema, vacuo y prístino. Maelcum metió la mano enguantada en una abertura estrecha. Case vio cómo movía los dedos. Unos diodos rojos se iluminaron en el nicho, e iniciaron una cuenta regresiva que empezó en cincuenta. Maelcum retiró la mano. Case, con un guante apoyado contra la escotilla, sintió en el traje y los huesos la vibración del mecanismo del cerrojo. El segmento circular de casco gris comenzó a replegarse dentro del costado del Haniwa. Maelcum se aferró a la abertura con una mano y sujetó a Case con la otra. La escotilla los llevó consigo.

El Haniwa era un producto de los astilleros Dornier-Fujitsu; el interior había sido diseñado de acuerdo con una filosofía similar a la que había producido el Mercedes que los llevara a través de Estambul. El estrecho puente central tenía las paredes revestidas con una madera que imitaba el ébano, y el suelo era de cerámica italiana. Case se sintió como si estuviese invadiendo el baño de vapor de algún hombre rico, entrando por la ducha. El yate, que había sido armado en órbita, no estaba destinado a regresar. La línea inmaculada y de forma de avispa era una mera cuestión de estilo, y todo el interior estaba calculado para acrecentar la impresión de velocidad.

Cuando Maelcum se quitó el casco maltrecho, Case hizo lo mismo. Permanecieron en la escotilla, respirando un aire que tenía un ligero aroma a pino, con un inquietante dejo de aislación quemada.

Maelcum olió el aire.

—Aquí hay problemas, hombre. Si hueles esto en una nave…

Una puerta, forrada con una ultragamuza de color gris oscura, se abrió deslizándose. Maelcum se apoyó en la pared de ébano, flotó limpiamente a través de la estrecha abertura, y en el último momento giró los hombros anchos para abrirse paso. Case lo siguió con torpeza, aferrándose a una baranda acolchada a la altura del pecho.

—El puente —dijo Maelcum, señalando un pasillo de paredes de color crema y sin aberturas—. Tiene que estar allí. —Volvió a tomar impulso, aparentemente sin esforzarse. Case pudo detectar el parloteo familiar de una impresora que emitía un texto; venía de algún sitio, más adelante. Se hizo más fuerte cuando, siguiendo a Maelcum, Case entró por otra puerta. Encontraron una agitada masa de papeles de impresión entremezclados. Case recogió un trozo de papel retorcido y le echó una ojeada.

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—¿Un colapso del sistema? —El sionita apuntó a la columna de ceros con un dedo enguantado.

—No —dijo Case, cogiendo el casco, que se alejaba flotando—. El Flatline dijo que Armitage había dejado limpio el Hosaka.

—Parece como si lo hubiera borrado con láser, ¿sabes?

El sionita apoyó el pie contra la jaula de alambre de una máquina suiza de ejercicios y salió disparado a través de la maraña flotante de papel, manoseando para quitársela de la cara.

—Case…

El hombre era pequeño, japonés; tenía el cuello sujeto al respaldo de la estrecha silla articulado con algo parecido a un fino alambre de acero. El alambre era invisible sobre la espuma negra del cabezal, y había cortado el cuello hasta la laringe. Una pequeña esfera de oscura sangre coagulada brillaba en el cuello como una extraña piedra preciosa, una perla negro-rojiza. Case vio los bastos mangos de madera que flotaban a ambos extremos del garrote, como gastados pedazos de un mango de escoba.

—Me pregunto cuánto hace que está así —dijo Case, recordando la peregrinación de Corto después de la guerra.

—¿Sabe el jefe cómo pilotar una nave, Case?

—Tal vez. Estuvo en las Fuerzas Especiales.

—Bueno, este muchacho japonés no estaba pilotando. Creo que ni yo hubiera podido hacerlo. Una nave muy nueva…

—Llévame hasta el puente.

Maelcum frunció el entrecejo, giró hacia atrás, y tomó impulso con un puntapié.

Case fue tras él. Llegaron a un espacio más grande, una especie de sala de recibo, troceando y arrugando las tiras de papel que les impedían el paso. Aquí había más sillas articuladas, algo que parecía un bar, y el Hosaka. La impresora, que seguía regurgitando una endeble lengua de papel, era una unidad empotrada en el tabique, una pulcra ranura en un panel de revestimiento lustrado a mano. Apoyándose en los respaldos de las sillas, Case pasó por encima y fue hasta la impresora. Apretó un botón blanco a la izquierda de la ranura. El parloteo cesó. Se volvió y miró al Hosaka. La cara del aparato había sido taladrada por lo menos una docena de veces. Los orificios eran pequeños, circulares, los bordes ennegrecidos. Unas pequeñas esferas de aleación negra orbitaban el ordenador muerto.

—Tenías razón —le dijo a Maelcum.

—Puente cerrado, hombre —replicó Maelcum, desde el otro lado de la sala.

Las luces se oscurecieron, brillaron, volvieron a oscurecerse.

Case arrancó el papel impreso de la ranura. Más ceros.

—¿Wintermute? —Miró alrededor, la sala beige y marrón, el espacio garabateado de flotantes curvas de papel—. ¿Eres tú, con las luces, Wintermute?

Un panel junto a la cabeza de Maelcum se deslizó hacia arriba, revelando un pequeño monitor. Maelcum, sorprendido, dio un salto. Se enjugó la frente con el parche de espuma de la mano enguantada, y giró para estudiar el display.

—¿Puedes leer japonés, hombre? —Case alcanzó a ver unos caracteres que titilaban en la pantalla.

—No —dijo Case.

—El puente es una cápsula de escape, un bote salvavidas. Está haciendo la cuenta regresiva, parece. —Se ajustó el casco y golpeó los sellos.

—¿Qué? ¿Está despegando? ¡Mierda! —Se apoyó contra el tabique, empujó, y salió impulsado a través de la maraña de papel impreso—. ¡Tenemos que abrir esa puerta!

Pero Maelcum golpeaba el costado del casco con las puntas de los dedos. Case vio a través del Lexan los labios que se movían. Vio que una gota de sudor caía del borde multicolor de la red de algodón violeta que el sionita llevaba sobre los mechones de pelo. Maelcum cogió el casco de las manos de Case y se lo ajustó correctamente, golpeando los sellos con las palmas de los guantes. Cuando las conexiones del anillo del cuello estuvieron cerradas, unos microdiodos se encendieron a la izquierda del panel.

—No sé japonés —dijo Maelcum por el intercomunicador del traje—, pero la cuenta regresiva está mal. —Tocó una línea en la pantalla—. Sellos manipulados, en el módulo del puente. Está despegando con la escotilla abierta.

—¡Armitage! —Case intentó golpear la puerta. La física de la gravedad cero lo hizo volver girando a través del papel—. ¡Corto! ¡No lo haga! ¡Tenemos que hablar! Tenemos que…

—¿Case? Te oigo, Case… —Ahora la voz apenas se parecía a la de Armitage. Estaba extrañamente serena. Case dejó de patear; el casco chocó contra la pared del fondo—. Lo siento, Case, pero no hay otro remedio. Uno de nosotros tiene que salir. Uno de nosotros tiene que testificar. Si todos nos hundimos aquí, todo termina aquí. Yo os lo diré, Case. Yo os lo contaré todo. Acerca de Girling y los demás. Y lo lograré, Case. Sé que lo haré. Llegaré a Helsinki. —De pronto se hizo un silencio; Case sintió que algo le llenaba el casco, como un gas enrarecido—. Pero es tan difícil, Case, difícil como la mierda. Estoy ciego.

—Corto, deténgase. Espere. Está ciego, viejo. ¡No puede volar! Se estrellará contra los malditos árboles. Y están intentando atraparlo. Corto, se lo juro por Dios, han dejado la escotilla abierta. Usted morirá, no llegará a decirles nada, y yo tengo que conseguir la enzima, el nombre de la enzima, la enzima, viejo… —Estaba gritando, la voz aguda por la histeria. Los auriculares del casco retroalimentaban lo que decía a gritos.

—Recuerda el entrenamiento, Case. Es todo lo que podemos hacer.

Y luego el casco se llenó de un confuso barboteo, rugidos de estática, sonidos armónicos que aullaban a través de los años, desde Puño Estridente. Fragmentos de ruso, y luego la voz de un extraño, una voz del Medio Oeste americano, joven:

—Nos derribaron, repito, Omaha Thunder fue derribado, nos…

—Wintermute —aulló Case—, ¡no me hagas esto! —Las lágrimas le cayeron por las mejillas, rebotando en la lámina del visor en temblorosas gotas de cristal. Luego el Haniwa se sacudió, una vez, y tembló como si algún objeto enorme y blando hubiese golpeado el casco. Case imaginó el bote salvavidas que se desprendía, disparado por rayos explosivos, y un desgarrador huracán de aire que sopló durante un segundo arrancando al demente coronel Corto del sofá, de la versión de Wintermute, del minuto final en la Operación Puño Estridente.

—Me voy, hombre. —Maelcum miró la pantalla—. La escotilla está abierta. El Mute tiene que superar el sistema de seguridad de eyección.

Case quiso enjugarse del rostro las lágrimas de rabia. Se golpeó los dedos contra el Lexan.

—El yate está bien de aire, pero el jefe se llevó el control de amarre junto con el puente. El Marcus Garvey no se puede mover.

Pero Case estaba viendo la caída interminable de Armitage alrededor de Freeside, a través de un vacío más frío que las estepas. Por alguna razón, lo imaginó llevando la oscura chaqueta Burberry, los amplios pliegues de la gabardina extendidos alrededor de él, como las alas de algún enorme murciélago.