Sólo entonces fui consciente de que no me había parado a imaginar cómo sería la India. Ninguno de nosotros tenía ni la menor idea de cómo sería nuestro paraíso, aparte del detalle nada desdeñable de que allí nadie nos asaría a la parrilla ni intentaría meternos entre dos panes con un triste pepinillo.
Precisamente al no tener una idea formada, la India nos resultó abrumadora: hacía mucho calor, y supimos instintivamente que allí no volveríamos a pasar frío jamás. Por todas partes crecían flores desconocidas, fascinantes, y en lugar de moscas había mariposas de los colores más vivos, tan bellas y delicadas que contra ellas nunca utilizaríamos el rabo para espantarlas.
En un pueblecito conocimos a personas encantadoras, que nos dieron agua y nos dispensaron los mejores cuidados sin la intención de encerrarnos en un tren o querer comernos. Incluso renunciaron a nuestra leche y la destinaron a la finalidad para la que la dispuso la naturaleza: alimentar a los pequeños.
En esa aldea llamada Amoda también conocimos a vacas indias, que estaban tan satisfechas y eran tan equilibradas como sólo podían estarlo y serlo unas criaturas que nunca habían pasado hambre, penalidades o miedo ni habían temido por su vida. Tenían nombres como Vishniruth, Vishniweg y Vishnipopoab, y nos acogieron con amabilidad y cariño. Desde el primer segundo ese pueblo fue para nosotros un mundo maravilloso. Allí podíamos quedarnos. Allí podía crecer mi ternera. Y ninguno de nosotros volvería a llorar.
La India era tan increíble, tan sobrecogedora, que nos dejó a todos sin palabras. Pero cuando no encontrábamos las palabras adecuadas, las vacas recurríamos a los cantos.
Nuestra primera noche la pasamos tumbados con nuestras nuevas amigas, las vacas indias, en la caliente arena de la plaza del pueblo: sí, las personas nos dejaban estar en cualquier parte, donde quisiéramos. Vimos cómo se ponía el sol, tras las montañas del Himalaya, y acto seguido Rabanito se puso a cantar una canción en voz baja:
Oh happy tú
Y Hilde y Susi le hicieron los coros:
Oh happy tú
Las tres empezaron a mover la cabeza a un lado y a otro mientras cantaban con más brío:
Oh happy tú (oh happy tú). |
Pues Lolle nos guió, |
hasta la India nos guió, |
y decimos felices mu. |
Oh happy tú (oh happy tú). |
Y mi hijita empezó a canturrear.
La, la, la, la, la, la, la, la, la.
El gato se rió y dijo:
—Un texto variado è altra cosa.
A continuación todos cambiaron la letra, y hasta Champion se unió con voz vigorosa:
Mu, mu, mu, mu, mu, mu.
El gato sonrió:
—Questo è mucho más variado, desde luego.
Y se sumó alegremente:
Mu, mu, mu, mu, mu, mu.
Todos cantaban cada vez más alto. Me estaban tan agradecidos que de la emoción se me hizo un nudo en la garganta del tamaño de una sandía.
Mi gran familia se levantó y empezó a bailar con desenfreno. Las vacas indias se dejaron llevar por el entusiasmo y nos imitaron. Todos bailaban y daban saltitos en círculo, y las amables personas que nos rodeaban aplaudían de alegría.
Oh happy tú (oh happy tú)
En ese momento comprendí de una vez por todas que la felicidad representaba algo distinto para cada uno de nosotros:
Para Hilde la felicidad era no volver a aferrarse a sueños falsos.
Para Susi la felicidad era creer en sí misma.
Para Giacomo, haber saldado una deuda.
Para Rabanito, disfrutar cada momento.
Oh happy tú (oh happy tú)
Para Champion la felicidad era haber madurado por fin y tener su propia familia.
Para las vacas indias era la vida apacible en la que habían nacido.
Y para mí…
Para mí era mi toro y mi ternera.
Oh happy tú (oh happy tú)
Sí, gracias a mi decisión de abandonar la finca, toda mi vacada había encontrado la felicidad. Era fantástico verlos a todos así: Rabanito flirteaba con una encantadora vaca india llamada Himm-Himm, que tenía una caída de pestañas de lo más seductor; Hilde bailaba con Vishniweg, que era de color claro y no tenía una sola mancha; Susi flirteaba con Vishnipopoab, el toro más elegante del lugar, y rebosaba seguridad en sí misma. Y el gato engatusaba con un baile que llamaba bugui-bugui a varias bellas gatas indias a la vez.
Estaba claro que en ese paraíso, además de la felicidad, también encontrarían el amor.
Entonces Champion vino hacia mí y me invitó a que uniera mi voz a la suya, canturreando entusiasmado:
Vamos, canta, canta, canta, va, va…
De manera que también yo me levanté y me puse a bailar con mis amigos, mi ternera, mi toro, las vacas indias y las personas que disfrutaban con nosotros, y mugí a pleno pulmón:
¡OH, OH, OH |
OH HAPPY TÚ! |
Y al hacerlo sentí la mayor felicidad que existe.
Hacer felices a los que uno quiere.
Y eso es exactamente lo que significa ¡muuu!