Capítulo 64

Ese momento quedó como congelado en el tiempo.

Nunca antes había sentido un dolor así.

Ni siquiera podía llorar, de tanto que dolía.

Mi Rabanito había muerto.

Ya no volvería a cantar.

Ni a decir tonterías.

Ni a hacerme mimos.

Se había ido.

Para siempre.

En ese momento congelado en el tiempo decidí llamar a mi hija Rabanito.

Luego el momento pasó.

Porque oí la voz de Old Dog.

El tiempo volvió a cobrar la velocidad normal. Old Dog gritaba a lo lejos, la voz rebosante de odio:

—¡Os voy a matar a todos!

Miré al abismo: la tormenta había amainado un tanto, y vi que el perro —que se encontraría unas diez vacas más abajo— estaba en un saledizo rocoso. Sangraba por numerosas heridas, pero vivía.

¡Oh, no!

¡Así que vivía!

Hasta que Rabanito aterrizó encima de él.

Y eso le partió definitivamente la crisma al perro del infierno.

Y a ella le salvó la vida.

El monstruo que quería destruir la felicidad había sido vencido de una vez por todas.

Por una vaca feliz.

Que exclamaba jubilosa desde el saledizo:

—Menos mal que estoy jamona.